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EDUARDO ACEVEDO-AÑOS 1816-1863
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El doctor Acevedo en I860
(Pertenece al srupo fotosráfico & que hace referencia
la p&slna 247 de cata obra)
EDUARDO ACEVEDO
ANOS 1815-1863
Su obra como codificador, ministro, legislador
y periodista
i^.o.\ dio A Ou>^dc^ I *^H' - \
MONTEVIDEO
¡mp. "El Siglo Ilustrado", it tíariño y Caballero
Xt— CALLB 18 DB JOUO— '28
1908
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^l^'=¡^^hS.\
■ il^iuí i' '^(■^itr¿i
ADVERTENCIA
Con frecuencia se me piden datos biográficos de mi
padre ó antecedentes relativos á alguno de los periodos
culminantes de su vida.
He creído j en consecuenciaj que debía reunir los
materiales ya publicados en €ÍMi Año Político? del
doctor Alberto Palomeque y en los <í Anales de la
Universidad^ y muchísimos otros todavía inéditos y
de positiva importancia que he extractado en diversas
épocas.
Nada más necesito decir acerca del plan del libro.
No pudiendo redactar yo la biografía, presento la do-
cumentación necesaria para que esa biografía pueda
hacerse en cualquier momento.
Montevideo, diciembre de 1907.
Eduardo Acevedo.
CAPÍTULO I
Homenaje universitario
Montevideo, julio 21 de 1892.
Habiéndose señalado el día 24 del
corriente, á la una de la tarde, para
que tenga lugar la entrega del retrato
del jurisconsulto oriental doctor don
Eduardo Aeevedo á las autoridades de
la Universidad nacional, á objeto de
colocarlo en el aula de Derecho Civil
de la Facultad de Jurisprudencia, co-
mo un homenaje á su memoria, los
que suscriben tienen el honor de invi-
tar á tísted para aquel acto.
Gonzalo Ramírez— Al-
berto Palomeqüb— En-
rique Azaróla.
De los «Anales de la Universidad», de Montevideo, correspon-
dientes al mee de agosto de 1892:
«El doctor Enrique Azaróla, Secretario de esta Universidad, tuvo
el feliz pensamiento de iniciar, principalmente entre los miembros de
nuestro foro, una suscripción con el objeto de hacer pintar un retrato al
óleo del doctor don Eduardo Aeevedo y regalarlo á la misma Univer-
sidad, para ser colocado en el aula de Derecho Civil. El retrato fué
pintado por nuestro compatriota don Julio Freiré (muerto, desgracia-
damente» poco después de haberlo concluido), y el día 24 del mes de
julio último fué entregado, en acto solemne presenciado por nume-
8 SDCABDO ACKTSDO
roaa y dÍHtÍDguida coDcurroncia, á las autoridades uiiiversitaríaa. usa-
ron de la palabra en dicho acto loe doctores don Oonsalo Ramíres,
(presidente de la Comiaión especial de Buscrípción j catedrático de
Derecho Internacional Prírado),- don Eduardo BriU) del Pino (decano
de la Facultad de Derecho j Ciencias Sociales), don Enrique Azb>
rola, don Alberto Palomeque j don Juan Pedro Castro (catedrático
de Derecho Civil). Publicamos en se^idfl todos esos diecuraoe, me-
nos el del doctor Palomeque. Este último discurso no fué escrito: fué
pronunciado sobre la base de simples apuntes, y por tal raz6n do
ha podido facilitárnoslo su autor, lo que sobremanera sentimos. El
doctor Palomeque tuvo párrafos verdaderamente conmoyedores, so-
bre todo cuando estudió la personalidad del doctor Acavedo consi-
derada dentro del hogar de la familia. La colocación del retrato del
doctor Acevedoen la Universidad, ea un justo homenaje rendido á
la memoria de aquel ciudadano ilustre, j un medio de inculcar en
el espíritu de la juventud estudiosa el recuerdo que debe conser-
varse perennemente de aquel not&ble jurisconsulto que tuvo la glo-
ria de redactar, en medio del fragor de los combates, el primer pro-
yecto de Código Civil para la República Oriental del Uruguay.
He aquí los discursos á que hemos hecho referencia»;
DiBcnrM» del doctor Oonzalo Ramírez.
SeHores: Nuestra legislación civil y comercial no lleva el nombre
del primero de nuestros lef^stas, pero el país eabe, y si lo ignora no
es labor ardua hacérselo saber, que no se había aún disipado la hu-
mareda del último disparo que cerró el período de nuestra más larga
y aciaga guerra civil, y ya estaba escrito en la República por el
doctor don Eduardo Acevedo, el primer proyecto de codificación del
derecho privado, en el que tanto y tan bueno tendrían que aprender
los codificadores del Rfo de la Plata que más tarde debían acom-
psíiarlo y sucederle en la misma patriótica tarea.
El doctor Acevedo publicó su proyecto de Código en 1851, pero pa-
san quince aSos antes de que se le ofrezca la oportunidad de poner
en evidencia la Importancia da los trabajos de legislación á que había
dado cima. No será, por cierto, su patria la que primero aproveche el
inmenso caudal de conocimientos jurídicos que había almacenado en
su eximia y equilibrada inteligencia, no obstante la borrascosa ju-
ventud que t«có en lote á todos los hombres de su época, en aquellos
días de prueba, en que se vivía sobra las murallas de lae ciudades
sitiadas, en el campo de batalla ó en el vivac de los campamentos.
Fué el Estado de Buenos Aires quien recibió las primicias de la
robusta inteligencia del insigne legista, al acometer la reforma de su
legislaciÓD comerdal, llevada á cabo y sancionada en octubre de 1859.
HOMflHAJE UNIVERRITÁRIO 9
Más tarde, en 12 de septiembre de 1862, consolidada definitivamente
la que es hoy Bepública Argentina, el Código de Comercio del Es-
lado de Buenos Aires pasó á formar parte integrante de sus leyes
nacionales, y recién en 1865, con modificaciones casi todas de mera
forma, la Bepública Oriental lo incorpora á su organismo institucio*
nal, unificándose así la legislación comercial en el Río de la Plata.
Estudiemos á grandes rasgos la gestación de tan importante obra
de codificación, en la que tanto debía destacarse la figura del jurista
uruguayo.
Apenas cerrado el primer período de sus guerras nacionales, se
produjo en los gobiernos que surgieron en la República Argentina,
la idea de reformar fundamentalmente sus antiguos códigos, dándose
preferente atención á la legislación comercial, que más que ninguna
otra reclamaba ser puesta en armonía con las necesidades de la épo-
ca, y el rápido desenvolvimiento del comercio en los tiempos mo-
dernos. Por decreto de 20 de agosto de 1824 se dispuso la formación
de un Código de Comercio, y se encomendó su redacción á una Co-
misión compuesta de los doctores Somellera y Vidal, y de los seño-
res Sarratea y Rojas, bajo la presidencia del ministro doctor Oarcía.
Esa Comisión ni siquiera dio principio á los trabajos que le fueron co-
metidos.
Ocho años después, 2 de junio de 1832, se designaba con idéntico
objeto una nueva Comisión compuesta de los señores doctor don Vi-
cente López, don Nicolás Anchorena y don Faustino Lezíca. Tampoco
esa vez quedó más adelantado el pensamiento de la reforma de la
legislación comercial en la República Argentina. Transcurren veinte
años, y el 24 de agosto de 1852, dándose mayor amplitud al pensa-
miento de reforma por dos veces fracasado, se intenta abordar la obra
de la codificación en todos los ramos de la legislación positiva, desig-
nándose con tal propósito, diferentes Comisiones compuestas de juris-
consultos distinguidos y hombres eminentes en el foro y comercio
argentino. Una vez más no condujo á nada práctico tan importante
iniciativa.
Bien se comprende que un propósito tan laudable, no podía que-
dar indefinidamente como una noble aspiración de espíritus genero-
sos y progresistas, dada la importancia del pensamiento que envolvía
y el creciente desenvolvimiento del comercio en el antiguo Estado
de Buenos Aires. Nuevas iniciativas tendrían necesariamente que
producirse: y esta vez iban á ser seguidas del éxito más completo,
con la inmediata promulgación de un Código de Comercio del que
ha podido decirse con justicia, y nada más que con estricta justicia,
que en el momento de su aparición estaba muy arriba de la legisla-
ción existente en los demás pueblos de Europa y de América.
En junio de 1856 el gobierno del Estado de Buenos Aires encarga-
10 EDÜÁBDO ÁOEYEDO
ba á los doctores don Dalmacio Vélez Sarsfiold y don Eduardo Aoe-
vedo la redacción de un proyecto de código en materia comercial. La
Comieión debía expedirse en el término de un afifo, j esta vez, más fe-
liz que las anteriormente nombradas, daba fin á sus toreas y cum-
plía ampliamente el mandato recibido, un mes antes de expirar el
plazo que se le había señalado.
En presencia de un trabajo de codificación en ten breve tiempo
confeccionado, y que encerraba lo mejor y más nuevo en la materia,
se diría que los doctores Acevedo y Vélez Sarsfield, tenían ya en su
mesa de estudio, en la fecha en que recibían el nombramiento de co-
dificadores, el borrador del Código de Comercio cuya redacción se les
encomendaba dentro de un término angustioso y perentorio.
Verdad es que si ese código no se había escrito cuando se dictoba
el decreto que ordenó su redacción, estoba ya ^n preparación en el
privilegiado cerebro de quienes debían redactorlo, y tenía por mate-
riales adaptobles á tan magna obra, veinte afíos de estudios acumu-
lados.
£1 jurisconsulto argentino doctor don Manuel Obarrio ha modela-
do á grandes toques el busto jurídico de los eminentes legistos, pre-
cursores de la codificación civil en el Bío de la Plato.
He aquí los términos en que se expresa aquel distinguido jurista,
con respecto á los miembros de la Comisión redactora del Código de
Comercio argentino:
«14 o podía, dice, ser más acertodo el nombramiento de esto Comi-
sión. El doctor Vélez, que á la sazón desempeñaba el puesto de Mi-
nistro de Gobierno, era un jurisconsulto distinguido, una ilustración
notoria de nuestro foro, y cuya merecida reputoción vino á confirmar
para siempre su obra monumental del Código CHvil de la República.
El doctor Acevedo, más joven que su colega, pero con no menos
competencia jurídica, había consagrado la mayor parto de su vida al
estudio concienzudo del derecho. Durante el largo sitio de Montevi-
deo había preparado un proyecto de Código Civil para la República
Oriental del Uruguay, y en el cual no sólo reveló la amplitud de sus
conocimientos científicos, sino sus relevantes cualidades de codifica-
dor. La claridad, la corrección y la concisión en el estilo, eran una
de las dotes características de su inteligencia*
«El doctor Acevedo después de algún tiempo había vuelto á Bue-
nos Aires, donde se había educado hasto obtener su título profesio-
nal. Por una distinción merecida fué elegido presidente de la Acade-
mia teórico-práctica de Jurisprudencia en 1855, puesto que conservó
durante varios años por la voluntod reiterada de sus miembros. Allí,
en aquel centro de enseñanza que encerraba entonces un núcleo de
jóvenes inteligencias que debían descollar más tarde en el foro, en la
magistratura, en los parlamentos y en los altos puestos de la Admi-
mOUESAJE UNITER8ITARIO 11
nÍ8trací6n públii^a» allí mostró el doctor Acevedo su distinguido ta-
lento, su ^asta erudición científica y la justicia con que había con-
quistado su alta reputación en las dos repúblicas del Plata.»
El mismo doctor Obarrio, depositario hoy de los primitivos borrado-
res del Código de Comercio argentino, nos dirá cómo se consagraron
aquellas dos eminencias de la ciencia jurídica al lleno de la obra que
se les había encomendado:
«El procedimiento observado por la Comisión, dice, en el desem-
pefio de 8u mandato, fué el de dividir las funciones de sus miembros,
encargándose el doctor Acevedo de la preparación del proyecto y
ejerciendo el doctor Vélez la de revisador ó consultor. La Comisión
se reunía una ó dos vaces por semana. La orden del día, si podemos
llamarla así, era formada por el título ó títulos designados de ante-
mano. El doctor Acevedo presentaba sus trabajos á la consideración
de su colega, quedando aceptados ó modificados, según las conclu-
siones á que llegaban después de maduro y detenido examen.
«La exactitud de nuestros informes respecto á esta manera de pro-
ceder, agrega el doctor Obarrio, la encontramos confirmada por el
señor Sarmiento en la sesión de 30 de junio de 1859 del Senado de
Buenos Aires* Después de recordar la forma en que el gobierno de
Chile había hecho preparar el Código Civil, decía textualmente, ocu-
pándose del proyecto de Código de Comercio: «El gobierno de Buenos
Aires ha procedido por este mismo sistema, aunque con mucha más
sinoiplicidad, encargando al señor Ministro de Gobierno que lo era en-
tonces el doctor Vélez, que fuera examinando los trabajos confiados
al doctor Acevedo, poniéndoles el vistobueno y su aprobación con
las reformas que creyere oponer á cada uno de sus artículos, según
iba confeccionando el Código.»
A estar á esta exposición del doctor Obarrio, había que reconocer
que correspondió al doctor Acevedo la exclusiva redacción del Códi-
go de Comercio argentino^ y que el doctor Vélez Sarsfield fué única-
mente el miembro consultor de la Comisión á quien se había enco-
mendado esa codificación.
Pero ¿cuál fué en realidad la importancia de la colaboración del
doctor Vélez en los trabajos de codificación, que título por titulo le
presentaba, como base de estudio, el doctor Acevedo?
Existen antecedentes, á nuestro juicio irrecusables, de que el Có-
digo de Comercio argentino no recibió modificación alguna funda-
mental en los trabajos de preparación y redacción que fueron con-
fiados al doctor Acevedo.
El informe con que fué presentado el Código de Comercio del Es-
tado de Buenos Aires consigna las siguientes consideraciones al dar
una idea somera do las fuentes en que habían bebido los codifica-
dores, las doctrinas jurídicas qué formaban la parte fundamental de
sus trabajos de codificación.
12 EDUARDO ACEVEDO
«En el estado actual de nuestro Código Civil* dicen los doctores
Vélez Sarsfield y Aceyedo, era imposible formar un Código de Co-
mercio, porque las leyes comerciales suponen la existencia de las le-
yes civiles; son una excepción de ellas, y parten de antecedentes ya
prescriptos en el derecho común. No podemos hablar, por ejempJo, de
consignaciones, sino suponiendo completa la legislación civil sobre el
mandato; era inútil caracterizar muchas de las obligaciones mercan-
tiles como solidarias, si no existían las leyes que determinasen el al-
cance y las consecuencias de este género de obligaciones. Pero estas
y otras diversas materias no estaban tratadas en los Códigos civiles,
ó la legislación era absolutamente deficiente respecto de ellas, guián-
dose los tribunales por la jurisprudencia general. Hemos tomado en-
tonces el camino de suplir todos los títulos del derecho civil que á
nuestro juicio faltaban para poder componer el Código de Comercio.
Hemos trabajado por esos treinta capítulos del derecho común, los
cuales van intercalados en el Código, en los lugares que lo exigía la
naturaleza de la materia. Llenada esa necesidad, se ha hecho también
menos difícil la formación de un Código Civil en armonía con las ne-
cesidades del país».
Pues bien: esos treinta capítulos del Derecho Qivil que se incorpo-
raban á la legislación comercial, y que debían comprender más de
una tercera parte del Código de Comercio argentino, fueron tomados
del proyecto de Código Civil del doctor Acevedo, sin que la obra del
legista oriental recibiese del eminente jurisconsulto argentino reforma
ni ampliación de ningún género, respetándose no sólo el espíritu y la
letra de sus disposiciones, sino también el orden de colocación de los
artículos, la distribución de incisos, y hasta las palabras subrayadas
que el articulado contiene.
Y no es, señores, que las múltiples tareas que reclamaban la acti-
vidad del hombre público, obligasen al jurisconsulto argentino á ha-
cer acto de limitada confianza en el talento y saber de su colega de
codificación, aceptando sin mayor examen el trabajo de preparación,
que una ó dos veces por semana sometía al examen de su sabio y
alto criterio.
Precisamente, he tenido á la vista, con relación á esa parte de la
materia civil, incorporada transitoriamente al Código de Comercio ar-
gentino, una carta dirigida al doctor Acevedo por el doctor Vélez
8arsfield, la que no tiene fecha, pero cuyo argumento determina por
sí solo los momentos en que fué escrita.
Dice así:
«Doctor Acevedo: Le mando el título 2.o libro 2.o (contiene los ca-
pítulos del mandato y las comisiones y consignaciones). No le he he
cho observación. Creo que se podrá copiar sin numeración. Me quedo
con el título 1.® (el título de los contratos y obligaciones) porque todo
flOBtBNAJE ÜNTVBBSrtABIO ít
en él es nuevo y no podré entregárselo hasta el sábado. Viendo así
un título entero del Código Civil injertado en el Código de Comer-
do, me ocurre la idea que someto al juicio de usted, de poner por se-
parado, y precediendo ai Código de Comercio, los títulos que ha sido
preciso escribir del Derecho Civil. Es decir, sacarlos de aquel código,
como se han de sacar alguna vez, dándoles desde ahora, sin embargo,
una posición especial. No le diré que esto sea muy bueno, pero tam-
bién es muy impropio poner en un Código de Comercio títulos de
Derecho Ovil. Aparecen como si en un Código Civil se pusiese un
título de naufragio.»
£1 doctor Acevedo debió sin duda persuadir á su ilustre colega, de
que no existía la impropiedad que seSLalaba, y que en todo caso la
imponía la necesidad de que la nueva codificación comercial armo-
nizase con los principios generales de legislación civil que debían ser
sancionados con relación á la vasta materia de las obligaciones, el
día que se abordase la reforma de esa rama del derecho privado. De
otra manera no se explica que el título cuya colocación había sido
observada por el doctor Véiez Barsfieid, quedase allí mismo donde
el doctor Acevedo había creído conveniente colocarlo, y esto sin que
se alterase en lo más mínimo, el fondo de sus disposiciones ni la
forma de su redacción.
El doctor don Manuel Obarrio ha dicho que habría error en creer
que el doctor Vélez limitase su intervención á juzgar del mérito de
las disposiciones proyectadas, aceptando ó proponiendo á su respecto,
correcciones óenmieudas.— «No, --agrega;— algunas veces tomó la ini-
ciativa y preparó el trabajo, invirtiéndose entonces los roles» y cita
como principal ejemplo la parte del Código que se ocupa de los princi-
pios fundamentales de la letra de cambio.
El doctor don Amancio Alcorta ha sido todavía más explícito á ese
respecto, que su compatriota el doctor Obarrio:
«Cuál fué la doctrina que adoptó el Código, con relación á la letra
de cambio? se pregunta el doctor Alcorta. Las Ordenanzas de Bilbao,
dice, obedecían á las antiguas teorías que el Código francés había
aceptado con las antiguas Ordenanzas de Luis XIV, pero ios usos y
costumbres comerciales de la plaza de Buenos Aires, seguían las que
Inglaterra y los Estados Unidos consagraban y la ley alemana de
1848 había incorporado á sus preceptos, en mucha parte con la expo-
sición de Einert. ¿Se adoptarían aquéllas ó éstas?
«Los codificadores lo explicaron en la nota con que remitieron su
proyecto, y siguiendo en parte las doctrinas alemanas y las costum-
bres de Inglaterra y Estados Unidos, formaron una teoría mixta, que
después de más de veinte años se presenta por los jurisconsultos como
el desiderátum de la legislación sobre estas materias.
«No fué la teoría francesa, porque aceptó las letras de cambio como
14 EDUARDO ACEVEbO
documento de plaza, no obstante la existencia de los vales 6 pagarés,
el endoso en blanco, la no expresión del valor entregado como re-
quisito esencial, el giro al portador, etc.
«No fué la teoría alemana, porque legisló sobre la provisión de
fondos, no admitió el endoso después del protesto, y estableció é hizo
posible la letra al portador contra la expresa prohibición que aquélla
determina.
«No fué la teoría inglesa, porque confundió la letra de cambio
verdadera y la letra de plaza en un mismo nombre y con iguales
requisitos, y se apartó del formalismo que aquélla acusaba.
«La teoría del Código, concluye el doctor Alcorta, es una teoría
mixta como hemos dicho antes, y que responde á los principios más
adelantados de la legislación y de la ciencia económica, y compete al
doctor Vélez Sarsfield el honor de la doctrina por haber sido el ex-
clusivo redactor de esa parte del Código.»
Señores: abordamos con completa despreocupación de ánimo esta
parte espinosa de la cuestión de honores distribuidos con tan distinta
medida á los jurisconsultos igualmente ilustres que colaboraron en
la confección del Código de Comercio argentino.
Pero nos parece que hay absoluta falta de equidad en la manera
cómo se aprecia, según satisface más ó menos un mal entendido or-
gullo nacional, la distinta labor de aquellos preclaros legistas.
Cuando se reconoce que era el doctor Acevedo quien habitualmente
redactaba, título por título, el que iba á ser Código de Comercio ar-
gentino, á nadie se le ocurre desconocer la importancia de la colabo-
ración que ha debido llevar á la obra común la alta inteligencia y sa-
bia preparación del doctor Vélez, y entretanto cuando se supone que
fué este último jurisconsulto quien redactó exclusivamente el título
de la letra de cambio, tan justamente elogiado. . . ¡ah! entonces la dis-
tribución de honores se hace con distinta medida, adjudicándose por
entero al doctor Vélez Sarsfield el mérito de las doctrinas que se sus-
tentan en esa parte tan importante de la legislación comercial.
Hemos dicho que se ha supuesto^ y nada más que supuesto, que
fué el doctor Vélez Sarsfield quien tuvo exclusivamente á su cargo
el título de la letra de cambio, y podemos agregar que existen más
que presunciones vehementes, de que la suposición ha nacido y se
conserva en el ánimo de los jurisconsultos argentinos, cuyas opinio-
nes hemos mencionado, merced á informes muy precipitadamente to-
mados y aceptados sin mayor examen, y que corren como verídicos,
por no haber recibido hasta ahora la rectificación que se merecen.
El Código de Comercio que debía ser ley del Estado de Buenos
Aires primero, y de la República Argentina más tarde, estaba formu-
lado en los primeros días de mayo de 1857, y sólo se preocupaban los
autores de convenir en la forma de su presentación, y prepararse el
informe con que debía ser presentado.
"^
:ÉOHBHAÍE uniVbrbitarto 16
Eae informe es obra del doctor Vélez Sarefield, pero precisamente
porque el redactor del C&d\go no había sido otro que el doctor Ace-
vedo, le correspondía señalar las fuentes en que había bebido al ela-
borarlo, é indicar en términos generales aquellos códigos, doctrinas
de autores y usos comerciales que había tenido en cuenta en la pre-
paración de su laboriosísimo trabajo.
Obra en poder de uno de los hijos del doctor Acevedo, el que sea
dicho de paso lleva dignamente su ilustre apellido, un borrador de la
carta, que dirigió al doctor Vélez con fecha 16 de mayo de 1857.
I>e esta carta copiamos los siguientes párrafos:
«Le mando, como le prometí el sábado, los Códigos portugueses y
espafiol, por lo que puedan servirle las respectivas introducciones, y
el brasilero para que lo recorra^ ya que usted no lo conoce.
«El trabajo, como usted sabe, lo he hecho, teniendo siempre á la
visto los Códigos de Francia, Holanda, España, Portugal, Wurtem-
berg y Brasil, sin perjuicio de haber aprovechado las mejoras últi-
mamente introducidas en Francia sobre quiebras, la ley especial de
Alemania sobre letras, y muchas de las disposiciones vigentes en In-
glaterra y Estados Unidos.
«Desde entonces, sería muy difícil decir cuál de los Códigos ha
servido especialmente para cada título, pues la verdad es que para la
redacción de cada uno he tratado de tenerlos presentes á todos».
Los precedentes párrafos de carta, que según hemos dicho, toma-
mos de un borrador de puño y letra del doctor Acevedo, confirman
no sólo, como todos lo habían ya reconocido, que fué el jurisconsulto
oriental el redactor del Código de Comercio argentino, sino que no
es exacto que tomase el doctor Vélez Sarsfíeld á su cargo la redac-
ción del título de la letra de cambio, pues de lo contrario no se expli-
caría que, concluido el trabajo de codificación, le hiciese &aber el
doctor Acevedo que la preparación y redacción de todos los títulos
del Código había sido hecha teniendo á la vista, además de los múl-
tiples elementos que enumera, la ley especial de Alemania sobre le-
tras y muchas de las disposiciones vigentes en Inglaterra y Estados
Unidos sobre la misma materia.
El doctor Alcorta ha hecho la edición de un Código de Comercio
argentino, señalando las fuentes de que han sido tomados ó que
ha dado origen á cada uno de sus artículos. El examen que hemos
practicado del título relativo á la letra de cambio nos ha hecho saber,
que de los 150 artículos que comprende, 64 son tomados del Código
eí^^mñol de 1829, 10 del Código de Wurtemberg, 1 del portugués, 3
del de Francia, 2 del de Holanda, 8 del jurisconsulto Massé, 2 de
Fremery, 2 de Bravard Veyrrieres, 13 de la ley americana sobre la
letra de cambio y 38 del Código del Brasil, que ti doctor Vélez Sars-
field no conoto.
i6 isbUARbO AC£VEÍ>Ó
Todoe esos Códigos» autores y leyes existen entre los libros que
dejó á su fallecimiento el doctor Acevedo; y que los tenía ya en la
fecha en que redactaba el Código de Comercio argentino, lo pone en
evidencia la carta á que hemos hecho referencia.
Podemos, pues, opinar sin temor de ser desmentidos, que ese sabio
cuerpo de leyes fué exclusivamente redactado por el doctor don
Eduardo Acevedo, incluso el título relativo á la letra de cambio, y
que no fué alterado fundamentalmente en su redacción primitiva, no
obstante pasar por el control y censura de un eminente ciudadano
argentino, de renombre indiscutible en el mundo jurídico y que fa*
Ueció consagrado como el más sabio jurisconsulto de su patria.
Tal es la obra del doctor Acevedo como codificador del Derecho
Comercial en el Bío de la Plata.
En cuanto á su influencia en la codificación del Derecho Civil, si
no ha sido tan completa y efícaz, mereciendo ser reformada en gran
parte, debe tenerse presente que su proyecto estaba ya confeccionado
veinte años antes de nombrarse las Comisiones que debían redactar
los Códigos civiles oriental y argentino, y que, excepción hecha de
Solivia, es anterior á todos los códigos y proyectos promulgados ó
redactados en materia civil en las dos Américas.
Por lo demás, la reforma de la legislación civil del Río de la Plata
lo cuenta entre sus más ilustres precursores. «No deja de ser un con-
traste singular, decía el doctor Acevedo en la introducción de su pro-
yecto de Código que lleva la fecha del 10 de septiembre de 1851, ver
á la España desprenderse de sus viejas leyes, mientras que nosotros
conservamos religiosamente los harapos que ella tira para ponerse en
armonía con el espíritu del siglo. Desde el año 29 promulgó un nuevo
Código de Comercio en lugar de las Ordenanzas de Bilbao, que con
todos sus vacíos siguen rigiendo entre nosotros, y hace muchos años
que se ocupa de un Código Civil que muy pronto veremos publicado.
En tal situación, permanecer estacionarios es retrogradar, sobre todo
cuando el impulso se ha dado en otras de las secciones del continente
sudamericano. Bolivia tiene su codificación concluida veinte años ha.
El Brasil y Chile y algunas otras naciones americanas marchan en
la misma vía, y antes de poco, agrega el doctor Acevedo, seremos
nosotros quizá los únicos que habremos quedado velando las cenizas
que nos legó la España».
En el informe con que la Comisión codificadora elevó al gobierno
de la época nuestro actual Código Civil se consigna, que los Códigos
de América y con especialidad el justamente elogiado de Chile, los
sabios comentarios del Código Napoleón, y el proyecto del doctor
Acevedo, el de Ooyena, el de Freitas y el del doctor Vélez Sarsfíeld,
habían sido los antecedentes sobre que se había elaborado la obra
que la Comisión codificadora había revisado, discutido y aprobado.
tíOlCEKAlE ÚNlVBRSITAIttO 1t
Hay en esa sucinta relación de motivos una omisión que la verdad
histórica debe salvar, dando á cada eminencia la posición en que real-
mente ha estado colocada.
Los trabajos de codifícación del doctor Acevedo no sirvieron sólo
como uno de tantos antecedentes que tuviese en cuenta la Comisión
de distinguido jurisconsultos que redactó el notable Código Civil que
actualmente nos rige.
El decreto de 20 de marzo de 1866, que constituyó esa Comisión, es
muy explícito, en el sentido de reconocer la justicia y conveniencia
de utilizar los trabajos de codificación que había dejado redactados
el doctor Acevedo, vinculando así la reforma proyectada á la labor
jurídica que tanto dignifica al país á que pertenecía el ciudadano que
la había realizado.
El gobierno de la época, por el artículo 1.^ del decreto menciona-
do, dispuso que la Comisión nombrada con fecha 4 de junio de 1865
para la re visación del Código de Comercio argentino, reintegrase con
el doctor don Joaquín Requena y procediese á la revisación del pro-
yecto de Código Civil del doctor don Eduardo Acevedo, corregido
por el doctor don Tristán Narvaja, presentando á la brevedad posi-
ble sus trabajos concluidos, para su examen y correspondiente apro-
bación y promulgación.
Y que esa Comisión aceptó el mandato, cumpliéndolo en los térmi-
nos en que había sido otorgado, lo dice en primer término la declara-
ción inicial de su elocuente informe, en que manifiesta que tiene la
singular satisfacción de presentar después de revisado, discutido y
aceptado, el proyecto del Código Civil oriental redactado por el doc-
tor don Tristán Narvaja, y el que á su vez era revisación del que ha-
bía sido confeccionado por el doctor Acevedo.
Confirma esa manifestación implícita de la Comisión codificadora,
la circunstancia de haberse guardado en el Código actual una dis-
tribución de materias idéntica á la de aquel proyecto, sucediéndose
los libros, títulos y artículos en el mismo orden de dependencia, aún
cuando se dé el caso de traducir distintos principios y aún de res-
ponder á doctrinas completamente opuestas.
En cuanto á la parte fundamental de la legislación, el título pre-
liminar, el de la patria potestad, el de la ausencia, el de la prescrip-
ción y otros no menos importantes, y por último el título que com-
prende la vasta materia del derecho de las obligaciones, á que no es
ajena cuestión alguna de la ciencia jurídica, son pruebas irrecusables
de que el cuerpo general de nuestras leyes de derecho privado ha
echado raíces en suelo que desde muchos años atrás, había ferti-
lizado el surco de una inteligencia vigorosa y una voluntad inque-
brantable.
18 EDUARDO ACeVEDO
Lejos de mi la idea de desconocer el mérito indiscatible de los
jurisconsultos, que aunque venidos los últimos, supieron mejorar en
todo sentido el legado de saber y de experiencia que les transmitió el
pasado.
£/a reforma del sistema hipotecario, la abolición de la institución
de la muerte civil, la legislación sobre los derechos posesorios, el re-
conocimiento de la plena autonomía de los contrayentes y otras re-
formas de no menor importancia» sin aminorar la ruda labor de los
que les precedieron, ponen bien de relieve el mérito propio, y demues-
tran que dado el primer impulso, hemos sabido marchar siempre ade-
lante, aunque muchas veces el país no se diese cuenta de la verda-
dera importancia de las conquistas alcanzadas.
Entre el doctor Acevedo y los que hoy rendimos culto á su memoria
se han interpuesto más de dos generaciones. No es extraño, pues, que
haya habido mucho que reformar en sus grandes trabajos jurídicos.
Más de una vez sin embargo, en lugar de retardarse se adelantó mu-
chos afios á su época. No olvidemos que hace cuarenta afios consa-
graba ya en su Proyecto de Código la secularización de los registros
de estado civil, y determinaba sabiamente la separación de la juris-
dicción eclesiástica y civil, con relación á la institución del matrimo-
nio. Audacias son esas, que prueban el temple de alma del ciudada-
no y que inmortalizan al hombre de ciencia.
No debe ser título muy deleznable, el de codificador de pueblos
libres, cuando el primer capitán del siglo, encadenado á la roca de
Santa Elena, palpando la inutilidad de sus grandes batallas, y lo efí-
mero de sus glorias dealumbrantes, exclamó más de una vez, disputan-
do los últimos girones de su fama á la historia que tan infiexivamente
debía juzgarlo: «Lo perderé todo; pero al menos no se me puede
arrebatar ese Código de leyes que he creado y que pasará á la más
remota posteridad. >
Esa posteridad contempla hoy al gran coloso, con su figura de
guerra chamuscada por el fuego vengador que ardía en el corazón de
los patriotas españoles, y hundida en el hielo de las estepas de la
Busia, y si desfila indiferente ante su espada rota por las naciones
coaligadas, se inclina con respeto ante los famosos Códigos que man-
dó redactar para su patria, y con los cuales pretendía gobernar á los
pueblos conquistados.
Felicitémonos entonces de que una feliz inspiración del doctor Aza-
róla, haya sido motivo de que nos encontremos hoy reunidos en la
Universidad de la República, haciendo acto de presencia en el mo-
mento de colocarse en el aula de Derecho CSvil el retrato del ilustre
jurisconsulto uruguayo, y el que me ha cabido el honor de presentar
al señor decano de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales, en
representación de los abogados del foro nacional.
ttOMEHA^ üim^ITlfilO Id
Ea de desear, señoree, que se repitan estos actos de reparadora jus-
ticia postuma. Son verdaderos confortantes del espíritu, en épocas en
que el creciente hundimiento de todos los ideales, postra á los débi-
les, desconcierta á los más fuertes y entristece á todos.
Bea este un homenaje de forma transitoria con que rendimos culto
á la memoria del doctor don Eduardo Acevedo, mientras su busto,
tallado en el bronce 6 en el mármol, no se levanta en el futuro edi-
ficio universitario, como justa aunque tardía protesta, contra el olvi-
do verdaderamente suicida, en que nuestra proverbial indiferencia
por las ¿glorias propias y nuestro entusiasmo por las ajenas, envuelve
á menudo el recuerdo de los ilustres patricios que más nos han hon-
rado ante propios y extraños.
IMaenrso del doctor IMIoardo Brito del Pino.
Señores:
El Ck>n8ejo de Enseñanza Secundaria y Superior, en cuyo nombre
tengo el honor de hablar en este acto, ha considerado la memoria del
doctor don Eduardo Acevedo digna del homenaje que varios aboga-
dos y jóvenes estudiantes trataban de tributarle y que se realiza en
este momento.
Por eso, no sólo acepta complacido la donación de su retrato, sino
que contribuye á su adquisición, asociándose así al homenaje mere-
cido, en cuanto podía hacerlo dentro del límite de sus facultades re-
glamentarias.
No hago, pues, sino dar cumplimiento á una resolución plausible
del Consejo, recibiendo y dando un puesto de honor en esta sala al
eminente jurisconsulto y codificador que ilustró con su ciencia y
honró con sus virtudes el foro, la prensa, el parlamento, la judicatu-
ra y el gobierno de la República.
El señor doctor Ramírez, en el notable trabajo que acaba de
leer, ha hecho plena justicia á sus méritos.
Era, en efecto, el doctor don Eduardo Acevedo, por sus altas cuali-
dades intelectuales y morales, una personalidad descollante en nues-
tra patria, y en todo el Río de la Plata, y acreedora, bajo todos con-
ceptos, al honor que en este momento hacemos á su nombre.
En sus trabajos como legislador y codificador, en sus escritos co-
mo abogado y periodista, en sus fallos como juez y en sus actos de
ciudadano y hombre público, en todas las nobles tareas á que con-
sagró su fecunda vida, reveló siempre condiciones sobrecalientes de
inteligencia, de carácter y de corazón.
Era un pensador avanzado y una conciencia pura, una vasta ilus-
tración puesta al servicio del bien; un patriota desinteresado, un
juez íntegro, un jurisconsulto notable y un eminente codificador*
id fiDÜÁRÍ>0 ÁCETEhO
Pertenecía al número de aquellos hombres excepcionales que, lejos
de ambicionar las altas posiciones sociales como medio de elevarse en
el concepto de los demás, honran con sus méritos propios cualquier
puesto público que son llamados á desempefiar.
Merece, pues, en todo sentido el honor que se le tributa colocando
su jretrato al frente de esta sala, en donde el recuerdo de su grande
autoridad moral puede todavía seguir prestando servicios á la patria.
Pueda su ilustre memoria, evocada perpetuamente por su imagen
en este recinto, inspirar á los alumnos de la Facultad, y á toda la
juventud universitaria, su profundo amor por el estudio del derecho,
su culto austero por los principios que dignifican la ciencia, y esa no-
ble pasión del bien público que animó siempre su espíritu selecto, sin
la cual hasta la ciencia misma puede llegar á ser una calamidad so-
ciall
I>l8eiur80 del doctor CSnriqve Azaróla.
Señores:
Apasionado por el estudio de los anales de la humanidad, lo soy
tanto ó más, de la justicia histórica. Creo que el conocimiento pro-
fundo de los unos y el homenaje de reconocimiento sincero que se
debe á la otra, contribuyen en primera línea, á dar claridad á nues-
tras ideas sobre multitud de puntos de trascendental importancia; á
fijar nuestras rutas en numerosas ocasiones; á volvernos más bené-
volos de lo que pudiera permitirnos el embravecimiento de las pasio-
nes; á formar gradual y progresivamente nuestro carácter con los
datos abrumadores que nos proporciona la experiencia; á ilustrar
grandemente nuestros juicios en el vasto escenario que nos descubre
sin interrupción de continuidad la marcha incesante de las genera-
ciones á travéd de los tiempos que se suceden sin cesar, y por últi-
mo á convencernos del error profundo que padecen y de las espesas
brumas de que se ven rodeados los que pretenden explicar por el aca-
so ciego, inopinado ó imprevisto, ora las sabias leyes del universo
físico, ora las facundas enseñanzas del orden moral que llama á los
hombres al augusto cumplimiento del deber.
Abrid el gran libro de la Historia; reflexionad sobre las conclu-
siones que nos suministran generosamente sus páginas; desentrañad
las causas muy á menudo inaccesibles de los acontecimientos; exami-
nad el plan á que indudablemente obedece lo infinitamente grande y
lo infinitamente pequeño que opera en el espacio inconmensurable
donde la creación se mueve y se agita sin comprometer jamás ni su
unidad ni su variedad en la gravitación de sus armonías, y os per-
suadiréis que las sociedades como los hombres, las nacionalidades co-
HOMENAJE ÜNI7EB8ITARI0 2t
mo los individuos, traen siempre á la elaboración permanente de los
principios que presiden y constituyen los sucesos, el cumplimiento de
su misión sobre la tierra, la ejecución inesperada de un mandato des-
conocido hasta por ellos mismos.
Así la India ha dado en sus teogonias panteístas las formas más
acabadas déla naturaleza; las razas semíticas, los conceptos más a}-
tos de la divinidad; la Grecia, las ideas más perfectas sobre el arte
considerado bajo todas sus fases; Roma, el conocimiento del derecho;
las tribus teutónicas, la noción del individualismo; los anglo sajones,
las tradiciones del gobierno libre.
Y observad, señores, que cuando está decretado lo que tiene que
acontecen cuando suena la hora de la oportunidad en la esfera de los
tiempos, nada hay que consiga detener el desenvolvimiento natural y
avasallador de las ideas destinadas á triunfar, ó el crecimiento irresis-
tible de las personalidades elegidas, por una sabiduría verdaderamen-
te superior, para ser, á un mismo tiempo, como la forma y la sustan-
cia de un hecho, de un progreso, de una época.
Kos admiramos continuamente contemplando desde un sitio que á
la verdad no hemos buscado por nuestra propia voluntad, pero en el
cual nos encontramos colocados en el inmenso teatro de la vida, las
circunstancias y los pasajes más prodigiosos que guarda la memoria
de los hombres, como factores de importancia suma que han dado
carácter particular á los elementos componente& de la civilización,
que es la gran tarea impuesta á los humanos en su provecho, porque
en su realización práctica y completa va envuelta la solución posi-
ble de cuanto puede el hombre aspirar á poseer legítimamente en el
transcurso accidentado de su limitada existencia.
Volved la vista por un momento á las edades que pasaron, esmal-
tadas con los acontecimientos que presenciaron sus díai«, y escuchad,
como una voz que se aleja, la lección severa del genio tutelar que
guía á la humanidad en su marcha sin descanso por entre los esco-
llos y las sirtes de océanos tantas veces tempestuosos.
Arrojado Escipión de los valles del Tesino; desbaratado Sempro-
nio, á las márgenes del Trebia, cuando estaban lozanos todavía los
laureles conquistados en las campafias de Sicilia; puesto en fuga
Flaminio, con sus haces consulares á las orillas del lago Trasimeno;
erguidos á la sombra del vencedor los pueblos de las vertientes al-
pinas, agitando sobre la cabeza de los vencidos las iras de sus ven-
ganzas, Romfi, se estremeció. El peligro, tanto más pavoroso cuanto
más cercano acalló las disensiones internas; suprimió las luchas en^
tre las clases sociales: hizo callar la voz de la oposición, unificó los
pareceres, reconcilió á los ciudadanos, y fundiendo en un instante de
abnegación patriótica, su grande espíritu público, destinado á llenar
el mundo con la institución de sus tribunos, amalgamó en un abrazo
22 EDÜiLBDO ÁOBYEBO
de gigante, conmovido por el miedo, la salvación suprema de la Be-
pública como la unión entusiasta y firme de su patríciado y de su
pueblo, confíándola alternativa y sucesivamente á un noble y un
plebeyo, como lazo fortísimo de confraternidad nacional. Beconstí-
tuídos asf , en los altares de la patria, llevan los romanos diez y seis
legiones al combate. Varron, despliega arrogantemente sobre su tien-
da de campaña, su rico manto de púrpura, señal inequívoca de la
proximidad de la batalla. La acepta, radiante de gozo, el que había
jurado á Boma odio eterno desde niño. Gran capitán, estratégico
consumado, sublime intérprete del genio de la guerra, le basta una
mirada sobre la posición de las huestes adversarias para constituir
su línea sobre aquel suelo tan codiciado de la Italia» abierto por el
paso gigantesco de los Alpes á las ilusiones de su ambición. Los ga-
los y los españoles, en la vanguardia; la infantería cartaginesa, sóli-
damente establecida en el centro, los Númidas sobre Varron, desple-
gados en la llanura; Asdrúbal al frente de Pablo Emilio; los elefan-
tes guerreros en los extremos de las alas. Da la señal. Pablo Emilio,
dos veces cónsul, arenga á las legiones llevando en la mano su casco
y recordando que sus enemigos se encuentran á pocas millas de los
hogares romanos. Se acometen, se enlazan, se confunden. La tajante
espada de los Númidas que hasta entonces no había conocido barre-
ras desde el Ebro al Bódano, desde el Bódano á los Alpes, se estre-
lla una y mil veces ante el vigor de cuadros inexpugnables. Las lí-
neas vacilan, los cuerpos se destruyen y se rehacen, la sangre vertida
á torrentes, empapa el suelo de la comarca de Cannas. Se aplaza á cada
instante, en el fragor de tan horrible contienda, el momento decisivo de
la victoria, por que luchan las energías de dos atletas igualmente poder
rosos; pero el talento, contra el cual todo es impotente» pide á la inspi-
ración de la guerra uno de sus destellos para asegurar el triunfo: la
inspiración responde; y una evolución, un movimiento, una maniobra
sencilla, pero matemática y exacta, envuelve á las legiones que quedan
inmóviles, vigorosamente asaltadas por la espalda: los romanos no pue-
den ya resistir, y caen postrados como mole inmensa bajo la cuchilla
hambrienta de enemigos implacables. Pablo Emilio, acribillado de heri-
das, exhala su alma exhortando á Boma que cuide de su defensa.
Tres grandes medidas repletas de anillos arrancados á los cadáveres,
fueron arrojadas, como un despojo, á los pies de los senadores de
Cartago.
Y bien, señores: ¿Por qué no pudo Aníbal, cenar en la noche que
siguió á tan señalado día, en una de las salas del Capitolio?
¿Qué significado tienen, ante la filosofía de la historia, aquellas
palabras tan célebres de iVf aharbal: sabes vencer, Aníbal, pero no sa-
bes aprovecharte de la victoria?
¿Por qué el Senado Bomano, casi abandonado de • la Italia» que
HOMBHAJE ONIVERBITARIO 23
ofreció BU alianza al vencedor, en vez de desfallecer ante la infausta
nueva de la catástrofe que ponía á la República á merced del inva-
sor, á quien distinguían como atributos naturales, la fuerza y el ge-
nio, se irguió más altivo que nunca, y mandó ^que se organizara la
Victoria, cuando parecía que no había más tiempo que para llorar la
derrota?
Un sacudimiento eléctrico enardeció los ánimos rivalizando cada
uno en el amor á la patria. Las dama^ romanas, á quienes había he^
rido el infortunio, apiñadas ul pie del Capitolio, renunciaron á sus
lutos, para no agravar con su duelo las tristezas de la República. El
Senado oía una voz que le decía: adelante. Sobre las ruinas humean-
tes de la patria, percibía claramente un eco que le ordenaba la resis-
tencia. £1 Senado lo sentía, pero no sabía su nombre.
A más de veinte siglos de los sucesos, su explicación es bien sen-
cilla. Era que Roma tenía que cumplir una misión grandiosa: tan
grande como la de preparar con su genio asimilador y cosmopolita,
la realización de hechos trascendentales para hacer camino á la mar-
cha de la humanidad por el derrotero que se le ha trazado hacia lo
desconocido, que así como el sol, acompañado de todo su sistema, se
encamina en la dirección de lejanas constelaciones, según lo afirman
los astrónomos, penetrando de momento en momento por espacios in-
conmensurables é ignorados, así también las sociedades se engolfan
en el abismo de lo3 tiempos, que no se detienen jamás, para ejecutar,
entre días felices ó aciagos, el designio marcado por sus destinos.
Innumerables son los ejemplos que pudieran citarse en apoyo de
mi tesis; repetidas las lecciones que demuestran cuan cierto es que
los pueblos y los hombres superiores, dejan á su paso el sello de su
carácter ó la estela de su personalidad, como un factor poderoso de
sus desenvolvimientos ó de sus retrocesos, como un jalón que marca
una parada en la jornada de su vida.
Porque si pasamos, señores, del estudio de la filosofía de la histo-
ria, imparcial y justiciero, al examen de la influencia ejercida no ya
por toda una colectividad, sino por un solo hombre, nos encontra-
mos con que el individuo desde su posición y desde el medio en que
ha actuado, ha dejado, en profundo surco, la huella de su fisonomía
moral y de sus cualidades, en la época en que ha vivido y en que se
ha agitado como un elemento de primera magnitud para la práctica
del bien ó para la maldecida consumación del mal, según que su in-
teligencia, sus actos y su valer, hayan dignificado á la moralidad ó
vilipendiado sus leyes.
Sócrates, Solón, Cincinato, César, Colón, Lutero, Felipe de Aus-
tria, Bonaparte, Bolívar, Washington, están ahí encarnando en sus
ideales las aspiraciones nobles, ó sirviendo de portavoz y de ban-
dera para la perpetración del crimen.
24 EDÜABBO AOEVEDO
Y 81 de lo general descendemos á lo particular, y de esto último á
lo concreto, ¿qué otra cosa significa este acto que nos congrega, que el
homenaje que rendimos á una personalidad que se impuso á sus con-
temporáneos por el esfuerzo de su valimiento propio, y á las genera-
ciones orientales que se han sucedido después de sus días por la tra-
dición luminosa de sus talentos y de sus virtudes, que la razón públi-
ca ha guardado como un legado respetuoso?
Señores: £1 doctor don Eduardo Acevedo, fué un obrero del bien
público, que ganaba en el yunque de la labor cotidiana el pan con
que se alimentan los espíritus selectos.
Estadista, codificador, jurisconsulto eminente, dejó en su rápido
paso por la tierra la prueba completa de la fecundidad de su espíritu,
del criterio verdaderamente filosófico de que estaba dotado y de las
sobresalientes condiciones de administrador y de político de que su
país benefició durante su paso por el Gobierno.
Ahí está su proyecto de Código Civil para la Repúbb'ca» que reveló
al codificador erudito y delicado, que redujo á las proporciones de un
cuerpo perfectamente sistematizado, la inmensa legislación de Es-
paña, adaptándola á las costumbres y á las instituciones de su pa-
tria; trabajo de ingenio, de paciencia ilustrada, de laboriosidad cien-
tífica, que denunció á la inteligencia del autor disciplinada en el es-
tudio de los problemas sociales más complicados y espinosos; de con-
quistas liberales; demetodización racional y progresista de la ciencia
de la jurispru dencia. O bra que tiene el noble mérito histórico de ha-
ber sido casi la primera en su género en los Estados hispanoameri
canos, elaborada en medio de las calamidades sin cuento de una épo-
ca desgraciada, como una protesta valiente contra el desborde de las
pasiones y de las prepotencias contemporáneas de aquellos amargos
días, al propio tiempo que como una esperanza fugitiva en un futuro
á la sazón lejano, en que la majestad de la ley, proscripta por las
circunstancias, recobrara por una reacción generosa de las almas, la
austera rigurosidad de su imperio.
No es, señores, dudoso para los que se hayan iniciado en los oríge-
nes de nuestra legislación, que el Proyecto del doctor Acevedo sirvió
más tarde de modelo consultado con fruto, en las tareas ulteriores
de su índole; y que si la muerte no lo hubiera sorprendido, cuando
su existencia, bajo diversas fases, era tan útil á su país, habría lle-
vado indudablemente en lo que hubiese podido hacerlo de un modo
digno, el caudal de su ilustración, de su experiencia y de su templan-
za, á la honrosa y meritoria obra de la codificación nacional.
Bien merece, señores, la memoria del doctor Acevedo, el modesto
tributo que se le rinde en la Universidad nacional, precisamente en
el aula donde se inculcan los principios de orden social que demos-
tró poseer en su Proyecto de Código, con tanto lujo de conocimientos
HOlffEVAJE UNITER8ITAR10 26
eientífioos. A poco que se medite, se comprende y se alcanza la im-
portancia sociológica de su labor. Producciones de la naturaleza de
la que él acometió, librado á sí mismo, á sus esfuerzos propios, son
aiempre el resultado de épocas de relativa tranquilidad, del esfuerzo
colectivo de Comisiones especiales, de facilidades para la obtención
de los recursos que se hacen indispensables para llevar á feliz tér-
mino el coronamiento de la obra. Pues bien. De ninguna de esas ge-
nerosidades del destino y del poder, gozó nuestro ilustre juriscon-
sulto. La República se debatía en una lucha incruenta; los hombres
de consejo estaban dispersos ó reemplazados por los de acción; las
fuentes de la sabiduría sustituidas por la trompa de bronce que con-
vocaba á la lid; Y es entonces que el doctor Acevedo vincula su nom-
bre á los altos intereses sociales de su desgraciada patria, y lega co-
mo donación graciosa, la sustancia de sus reflexiones' y de sus vigi-
lias de sabio codificador.
Las catástrofes de su presente, se estrellaron contra las energías
de su espíritu y no consiguieron decepcionarlo: miró al porvenir como
Abelardo, el mutilado pensador de la edad media, y lo sondeó tran-
quilamente en las interioridades de su alma. Creyó en la aurora que
vendría tras la noche del huracán, y vislumbró como una concepción
deliciosa, á la imagen de la ley domeñando á la fuerza como el arcán-
gel de la leyenda al genio del mal. Como las esperanzas de los hom-
bres son minutos en la eternidad, el doctor Acevedo se forjó una ilu-
sión espléndida desde su bufete de filósofo, olvidando quizás, que los
humanos están condenados á eterno duelo desde la mañana de la
caída; pero sud* esfuerzos se levantan hoy, en la justicia de la histo-
ria, para enaltecer sus manes, como una apelación suprema á las es-
feras del deber. Así la lucha entre lo que es y lo que debía ser, entre
el ideal y la realidad, es la ley fundamental de la historia. Así la
cumplen los espíritus escogidos, así dignifican á los pueblos.
Pero no fué sólo bajo el cielo de su patria donde el doctor Aceve-
do dejó marcadas, en hondo surco, las huellas de sus talentos y de
sus servicios p úblicos, en el vasto escenario de la legislación. La tie-
rra argentina, vosotros lo sabéis, le es deudora del Códij^o que hasta
hace poco todavía regulaba las relaciones comerciales de sus ciuda-
danos, ün abogado ilustre, conocedor por su posición excepcional
cerca del codificador oriental de la verdad de lo ocurrido á ese res-
pecto, lo constató bajo su firma, y proclamada imparcialmente, como
cumple hacerlo cuando se la quiere honrar, la confirman con testimo-
nios irrefragables la conciencia de testigos fidedignos.
£n las riberas del gran río que baña las playas de dos nacionalida-
des jóvenes, destinadas, por múltiples motivos, antes á confraterni-
zar que á distanciarse, se destaca, pues, imponente y majestuosa, la
noble figura de nuestro distinguido compatriota, cuyo recuerdo hon-
26 EDUARDO AGEYEDO
ramos en estos instantes, colocando su efigie, debida al pincel de un
artista malogrado, en una de las aulas de este centro, refugio un día
de la virtud cívica en las deshechas borrascas que nos azotan, como
limitado tributo de reconocimiento y patriotismo.
Pero no fué exclusivamente en el teatro de la legislación nacional
y de la extranjera, donde el doctor don Eduardo Acevedo brilló co-
mo astro de primera magnitud. Su paso por el gobierno de la Repú-
blica, como ministro secretario de Estado, está señalado con los ca-
racteres distintivos del hombre superior que lo desempeñaba. La ad-
ministración de la época, una de las más honorables que guardan las
efemérides de la nación, está llena de sus inspiraciones de estadista
y de patriota. La República impelida por su habilidad de hombre de
Estado, conciliador y enérgico á la vez, entró en una era de repara-
ción y de progresos que aún se evoca, como una dulce reminiscencia,
cuando asaltan á la mente las remembranzas de otros tiempos.
Nuestra patria apareció entonces ante propios y extraños, como una
nación joven, vigorosa y honrada, que pugnaba por encuadrarse, á
despecho de todas las dificultades, en las formas tutelares de sus li-
berales instituciones. Tranquila en el interior, por los dictados del
convencimiento moral que exigía la clausura definitiva de la era de
las revolucioDCs, como medio práctico de perfeccionamiento social»
de consolidación de la libertad civil, y de afianzar la legitimidad de
los gobiernos; sustituyéndola, en cambio» por el ensayo sincero de los
principios adoptados por su Constitución política; respetada y acogi-
da con benevolencia en el exterior, al exhibirse con los prestigios de
una autoridad regular; organizada la administración; restaurada la
hacienda; dignificada la justicia por la generalidad de sus elementos
componentes; tendido con mano maestra, sobre el abismo de los an-
tiguos errores, el puente alentador de la esperanza, entre las postre-
ras opacidade s de la noche del pasado y los primeros destellos del
nuevo día, que anunciaba el porvenir, la elevada personalidad del
estadista á quien la opinión confiara en primer término el timón de
la nave, se destacó brillante en medio de las dificultades prácticas
que rodean siempre á los gobiernos, y hoy, transcurridos treinta años
desde aquella época, la justicia se levanta aquí, desapasionada y
tranquila, para agradecerle, por un decreto irrevocable, los preclaros
servicios que rindiera á los altos intereses de su país.
Aunque este acto sólo tiene por objeto honrar la memoria del doc-
tor Acevedo, antes como codificador y jurisperito, que como hombre
público, no me ha parecido inoportuno consagrar un ligero recuerdo
á ese ciudadano en su calidad de hombre de Estado, ya que señaló
con general aplauso su rápido paso por las esferas del Gobierno,
donde se aquilatan los caracteres, y desde donde se dispone de un
ancho campo para el desenvolvimiento de las más nobles ambiciones,
HOMENAJE UNIVERSITARIO 27
pero en el cual también las caídas pueden tranaformaree en hundi-
mientoS/ y escollar^ por lo delicado de la misión» los propósitos más
sinceros.
Nos encontramos, por consiguiente, en presencia de una figura tri-
plemente simpática: como legislador, como político, como carácter, é
incluyo este último porque es el más' noble talismán de los hombres,
el que más los levanta sobre el nivel de las multitudes y el que más
loe recomienda al aprecio de la posteridad, que está siempre, por ley
moral sapientísima, arriba de las miserias y de las claudicaciones ver-
gonzantes. £1 doctor Acevedo lo tuvo en alto grado, y si su persona
se nos ofrece al estudio de sus cualidades rodeado no sólo de talento
sino asimismo de autoridad, es, señores, porque á su inteligencia tan
nutrida y á su criterio tan despejado, unía, en lazo estrecho, el alto
atributo de la pureza cívica.
Fueron tan señaladas las condiciones que sus contemporáneos re-
conocieron, casi sin discrepancia, en el doctor Acevedo, que su in-
fluencia personal en el orden de sus trabajos jurídicos y en el de su
labor administrativa, ha venido perpetuándose en las generaeiones que
le han sucedido, mediante esa ley misteriosa y fecunda, que eslabona
el pasado con el presente, y que refleja, como una consecuencia ló-
gica de su encadenamiento, la severa solidaridad del porvenir.
Ya la Ck>misión encargada de revisar el Código Civil que nos rige,
expresaba, en el sucinto pero magnífico informe que lo precede, que
el autor de la obra doctor don Tristán Narvaja, había tenido muy
presente al confeccionarla, el proyecto redactado por el ciudadano
cuya memoria enaltecemos, arrebatado tan temprano, agregaba, á la
ciencia y á su país. Los que profesamos las ingratas tareas del foro,
escuela práctica, donde á la vez que se admira la justicia, se sufre
con su vilipendio, como si el hombre estuviese condenado por una ley
fatal á bastardear lo que toca, siquiera sea ello de lo más noble, sa-
bemos cuan verdadera fué la mención hecha por la Comisión á que
me he referido y cuan fundado el tributo que pagó al recuerdo que
invocaba.
Su paso por el Gobierno está constituido por la moralidad que im-
primió á la cartera que se le había conñado; por medidas oportunas
para regularizar la administración, por reivindicaciones para la auto-
ridad nacional, por rasgos de carácter, que decidieron al país á repu-
tarlo como el primer factor de la situación á que dio su nombre y su
prestigio»— y cuando en las horas amargas de las catástrofes naciona-
les, la colectividad social ha vuelto los ojos hacia épocas más felices,
la primera que ha invocado por las esperanzas que hizo concebir, ha
sido aquella á que dio su nombre y á la que consagró sus esfuerzos,
el preclaro ciudadano que nos ocupa.
Honremos, pues, su memoria, y que este retrato colocado como
28 EDUARDO AOETEDO
un homenaje á sa persona, en el aula donde se inculcan á la juven-
tud estudiosa los principios de la más vasta de las materias que
abarca la carrera de abordo, en la que el doctor Acevedo se hizo
tan notable, recuerde á los que le contemplen, los méritos de la in-
dividualidad que lo condensa.
Estos grandes pensadores, estos garandes jurisconsultos, estos ¿jan.
des hombres» son diseños de la gratitud de sus conciudadanos. Mien-
tras viven, suelen las pasiones desordenadas del momento, pretender
oscurecer su estimación, pero después que fenecen, es entonces que
se reconoce y aprecia toda la gravedad de la pérdida experimen-
tada.
Alejandro de Macedonia, en el apogeo de su grandeza y de su
poder, al verse privado por la muerte de su favorito Esfestión, man-
dó crucificar al médico que no había podido salvarle; apagar en el
ara el fuego sagrado, erigir en su honor una pirámide con los mu-
ros de Babilonia, y encargó á los egipcios de los funerales de su
amigo.
Nuestra grnn civilización cristiana, ha modificado y corregido los
extravíos y los rencores de la vieja civilización, levantando, por en-
cima de BUS delirios, las prescripciones de la ley moral» y hoy, sólo
reservamos la apoteosis á los que han dejado sobre la tierra una me-
moria que el tiempo no consume, como inmortal perfume del genio, de
la ciencia ó la virtud.
I>isearBO del doctor Juan P. Castro.
Señores:
Al colocarse en esta aula de Derecho Civil que, sin títulos, re-
genteo, la efigie destinada á rememorar día á día los méritos y las
virtudes de un esclarecido ciudadano, me he considerado en el deber
estricto de asociarme, aunque sólo sea con una frase, á este acto de
justicia postuma al autor del primer proyecto de Código Civil formu-
lado para nuestra República, y de la Ley Comercial sucesivamente
promulgada para ambas riberas del Plata: ho ahí por qué me atrevo
á tomar la palabra después de haber declinado de hacerlo uno de
nuestros más conspicuos oradores: el doctor don Juan Carlos Blanco.
Son de ello testigo, mis jóvenes compañeros de tareas universita-
rias que veo aquí presentes: no transcurre un solo día sin que en es-
te recinto se pronuncie, ya con respeto, ya con encomio, el nombre
del doctor don Eduardo Acevedo, en cuyo notable proyecto encuen-
tra el intérprete la fuente de infinitas disposiciones de la ley vigente,
que nuestro profundo jurisconsulto y codificador el doctor don Tris-
tan Narvaja consagró buenas prohijándolas.
fiOMENAJE ONirÉBSITARIO 29
Y estupor causa pensar que en medio del fragor de los combates y
el tiroteo de las diarias guerrillas de nuestra lucha homérica, hubiese
ánimo bastante esforzado para abstraerse en las especulaciones de
la ciencia y tender al maSana de la patria la vista solicitada de con-
tinuo por los peligros y los apremios del presente: ante hecho tal,
fuerza es que las generaciones postenores inclinemos reverentes la
cabeza j reconozcamos que aquellos, cualquiera fuese la bandera
que los cobijaba— sitiados y sitiadores— eran hombres de otra talla,
de otro temple, y también de otro patriotismol
A nadie sorprenderé, afirmando, como un momento antes lo hacía
en frase elocuente el doctor Gonzalo Ramírez, que don Eduardo Ace-
vedo fué un espíritu cuya ilustración se adelantó á su época, á mane-
ra de esos atrevidos exploradores que la civilización envía de heraldos
á regiones ignotas: de ello da cumplido testimonio su obra, en cuyas
páginas resplandecen ya» cual faros que marcan desde lejos el derro-
tero, principios tan avanzados como el de que el matrimonio, sa-
cramento para la iglesia, es para la ley contrato puramente civil,—
principios que recién treinta años más tarde, y no sin levantar resis-
tencias tenaces, han logrado abrirse camino, feliz y definitivamente,
hasta nuestra legislación positiva.
No podía ocultarse, señores, al clarísimo criterio de aquel varón
ilustre, una de las vitales y permanentes necesidades de la República;
la de reemplazar los millares de leyes vigentes á la sazón— Fueros,
partidas y recopilaciones, que reyes godos y reyes sabios promulgaron
para otros, pueblos y otros siglos— por un solo cuerpo de legislación al
alcance de todos, como á todos alcanza ó debe alcanzar el poder de la
ley en una democracia.— Nada más fácil le hubiera sido que traducir
ó adoptar uno de aquellos monumentos sapientísimos de la jurispru-
dencia europen: ¿por qué no aquel con que ya el enciclopédico genio
del primer Napoleón había dotado á su patria en el fugitivo intervalo
de dos batallas? Pero no; el doctor Acevedo comprendió que no era
ese el camino á seguir, que el primer paso debía ser otro: concretar,
uniformar, codificar, rejuveneciéndolas y colocándolas á la altura de
la época, las cincuenta mil leyes— valga el cálculo del mismo doctor
Acevedo— que regían hasta entonces eu la República— y así lo hizo,
en efecto, con erudición pasmosa.
Antes de llegar á su sabia y definitiva legislación, portento de las
edades, tuvo Roma la ley de las Doce Tablas, que pudiéramos llamar
su Decálogo, recopilación del derecho consuetudinario del Lacio. El
espíritu tan cultivado del doctor Acevedo, aleccionado por el desas-
troso ensayo de coástituciones políticas exóticas para estos pueblos
de la América latina inexperientes y recién emancipados de la tutela
colonial, se dio cuenta de que la ley es en cada país obra de los si-
glos, y de que por tanto, no puede ser la misma para naciones en dis •
iO EDUARDO AOEVIÉDO
tintos ciclos del progreso,— como en la escala zoológica, no se rigen
por iguales leyes el primero y el último peldaño, el rudimentario pro-
ieista que Hs&ckel llama paradojalmente «organismo sin órganos», y
el perfeccionadísimo vertebrado que, en la justa admiración de sí
propio, ha llevado en todo tiempo su orgullo hasta forjarse dioses á
su imagen.
Y admira aquella rara presciencia de un talento adivinando ya, en
aquellos tiempos de romanticismo literario, científico y político, esos
postulados de la sociología positiva que apenas columbraban entonces
los más eminentes pensadores de la docta Europa, como asombra ver
expuestas y aplicadas por' obra de misteriosa y genial intuición, en las
notables pájg;inas de un viejo y siempre releído libro, el «Facundo»
del gran Sarmiento, las leyes que otro genio logró más tarde arrancar
á la naturaleza y proclamar metodizadas tras largos aílos de investi-
gación paciente.
¿Será el caso de pensar, en un rapto de orgullo americano,
que en estas comarcas vírgenes del Nuevo Mundo, con su sol vivifi-
cante y su tierra saturada de savia, se desarrollan más poderosas las
inteligencias, como más gigantes los árboles en sus selvas seculares?
Señores:
En época tan carente de estímulos parala labor intelectual, no
está de más que cuando el estudiante pisa por primera vez el aula,
puedan sus compañeros decirle, mostrando ese retrato: «Es el de un
hombre que persiguió la ciencia por la ciencia misma, que sirvió á su
patria sin aspirar i otro premio, y á quien, después de varias décadas,
hicieron justicia sus conciudadanos »;*bueno es que la imagen del
doctor Acevedo con el recuerdo de su ejemplo, venga á confortamos
para el estudio, ese trabajo por excelencia rudo, á maestros y discípu-
los, como en la hora de terrible conflicto ó desfallecimiento supremo,
en la hora de prueba que para todos llega alguna vez en la vida, esas
veneradas reliquias de nuestros padres, ornato y orgullo de los hoga-
res, con su mirada cariñosa pero severa, no» deciden ó levantan, pa-
reciendo animarse en sus marcos y decirnos: ¡No vaciles: esa es la
senda, ese el deber!
He dicho.
Busto del doctor Aeevedo.
Antes de terminar el homenaje universitario á que se refieren las
páginas que anteceden, por iniciativa del señor doctor Fein se abrió
una suscripción con el propósito de adquirir un busto del doctor
Acevedo para ser colocado en la Universidad. La idea fué acogida con
aOMBVAjB ÜNIVfiBSiTÁRIO Éi
eniusiaaino, teniendo allí mismo principio de ejecución. Pocos meses
después, el busto era entregado á la universidad y colocado en el
salón de actos públicos.
Ampliando el mismo pensamiento, escribió lo siguiente El Siglo
varios aflos después de la ceremonia de entrega del retrato:
«Hoy hace cuarenta y tres años que lloró la patria la muerte de
un ciudadano ilustre, víctima de la implacable enfermedad contra
la cual se ha agitado la medicina, impotente, hasta llegar á la espe-
ranza que en estos momentos ofrece Behring.
«Era el doctor don Eduardo Acevedo; era el jurisconsulto eminen-
te que incorporó á nuestra legislación el Código Civil.
«Cuando esté pronto el nuevo y hermoso edificio de la universi-
dad; cuando en sus vastos departamentos resuenen las voces de los
maestros y los pasos de los jóvenes que acuden á oirías, ávidos de
luz intelectual, entonces debe estar allí, sobre la puerta del aula de
aquella enseñanza, el nombre del doctor Acevedo» grabado por la
gratitud de quienes sucesivamente han cosechado en los surcos que
él abrió con su saber en el campo augusto de la ciencia.
«Es noble y es alentado^ la faena de las generaciones que al es-
calar la cumbre del porvenir llevan sobre sus hombros un peñasco»
para depositarlo en homenaje á las virtudes y á los méritos de sus
predecesores. No caerá; no ha de reproducirse en este caso la fatiga
eterna de Sísifo, porque lo empuja el deber y se asienta en la justi-
cia aquilatada en el transcurso de los años.— Fénix.»
Aeto de Justicia pósti
De *La Bpoca*:
Como se venia anunciando, se efectuó el domingo en el espacioso
salón del aula de derecho civil de nuestra Universidad, la interesante
ceremonia de la entrega del retrato del doctor don Eduardo Aceve-
do, que había sido mandado hacer por iniciativa espontánea de un
núcleo de estudiantes, catedráticos y abogados del foro, y con el que
iba á ser obsequiado y honrado el primer centro científico y literario
de este país.
La ceremonia, aparte del significado que encerraba de premiar con
tan merecido recuerdo el talento, erudición y laboriosidad de un
hombre eminente en nuestra patria y fuera de ella, como lo había
sido el doctor Acevedo,— tenía el alcance de reconstituir una gloria
cuyo prestigio á todos nos interesaba, la que si no había sido oscure-
cida en el extranjero, se le había querido amen guar su brillo, deseo-
Sá EDUARDO ACEVeDO
nociéndolo en parte, 6 dándole indebida colaboración en notables
trabajos de codificación que le eran propios, y que han servido de
modelo á la diversa legislación positiva de estos países j constituyen
en la Argentina uno de sus códigos vigentes.
Se explicará, pues, con tales antecedentes» la atracción que debía
tener para el foro uruguayo y los hombres de letras la ceremonia
del domingo, congregándose en su mayor parte los abogados más
distinguidos, en aquel acto que presidió el rector de la Universidad,
doctor Vásquez Acevedo, para oír la palabra reposada, calma, con •
coptuosa, bien meditada, nutrida de verdad y ciencia, de los oradores
que habían de tomar parte en tan simpática fiesta académica.
Creemos innecesario dar una idea del completo trabajo á que dio
lectura el doctor don Gonzalo Ramírez, que fué quien hizo entrega
del retrato del doctor Acevedo, porque ese trabajo que reclama la
meditación de todos los hombres de ciencia y despierta el amor por
las glorias de casa tan injustamente olvidadas por las ajenas, lo in-
sertamos más abajo.
El doctor Ramírez probó hasta la evidencia que el doctor Acevedo
había sido el primer codificador de estos países; que fué un jurista
que supo adelantarse á su época; y que la confección del Código de
Comercio de la República Argentina tuvo en él el principal, y puede
decirse con verdad, el único autor, no obstante las injusticias en que
se ha incurrido en aquel país, pretendiendo reducirlo á segundo tér-
mino para hacer destacar la personalidad del doctor Vélez Sarsfield.
También recordó que nuestro Código Civil vigente no era más que
una revisación del Proyecto del doctor Acevedo, del año 1851.
£1 notable trabajo del doctor Ramírez fué contestado en términos
conceptuosos y bien concebidos por el decano de la Facultad de De-
recho, doctor don Eduardo Brito del Pino,— pues por razones de deli-
cadeza se había rehusado á hacerlo el rector de la Universidad, so-
brino carnal del doctor Acevedo.
Hicieron uso, también, de la palabra los doctores Enrique Azaro-
la y Juan P. Castro, que merecieron grandes aplausos-
El doctor don Alberto Palomeque hizo una larga improvisación, en
parte llena de rasgos tocantes, de recuerdos íntimos, que interesó vi-
vamente al auditorio-
Encaró la vida del doctor Acevedo por su lado íntimo, haciendo
resaltar el influjo moral del hogar, de la mujer, y en el caso concreto
de la esposa del doctor Acevedo, en la vida de éste, á quien supo
acompañarle con valentía. Nos hizo conocer el proyecto que había
concebido de escribir en libro un extenso estudio acerca de la perso-
nalidad del doctor Acevedo en sus diversas fases, hnbiéndose dirigido
ya á su distinguida viuda para que le suministrara datos#— la que ha-
bía correspondido á tan loable pedido.
tíOMENAiB UNIVBBBrTÁItlÓ i6
Con ese motivo leyó algunos pasajes de los apuntes que redactara
la señora viuda del doctor Acevedo, en los que se pintaban preciosos
rasgos de la vida de éste, despertando en el auditorio un interés in-
descriptible, pues se exhibía si eminente jurisconsulto, codificador y
hombre público, bajo una faz más simpática si cabe— bajo aquella
que transparentaba su firmeza de carácter, su conciencia inmaculada
y su rectitud inquebrantable.
La lectura de esos párrafos sencillos, llenos de verdad, escritos
con esa elocuencia que da la sinceridad y que no sobrepuja el artifi-
cio de la palabra, así como los arranques de verdadero orador que
tuvo el doctor Palomeque y la oportunidad con que trajo al caso las
citas 'aludidas, causaron profunda y ternísima emoción en el au-
ditorio.
El discurso del doctor don Alberto Palomeque fué brillante en
todo sentido. Por su oportunidad, por la notable fluidez y facilidad
de su palabra, y, especialmente, por el sentimiento delicado que supo
imprimirle.
Cuando hubo terminado su aplaudida improvisación, se le acerca-
ron muchísimas personas de significación á felicitarle calurosamente.
El doctor don Ángel Floro Costa, entre otras, dijo que el discurso
del doctor Ramírez correspondía á la cabeza y el del doctor Palome-
que al corazón.
Y á f e, que no dijo más que la verdad en eso.
De muchos años á esta parte nadie ha tenido la suerte de pronun-
ciar un discurso que tanto haya conmovido á un auditorio ilustrado,
competente, selecto, como el que llenaba los salones de la universi-
dad en la tarde del domingo.
Puede estar satisfecho el doctor Palomeque de ese último triunfo
oratorio, y por él le enviamos nuestras sinceras felicitaciones.
Habló por último el doctor Blanco, cuya palabra elocuente no pudo
fácilmente sustraerse al deseo que se tiene siempre de oirle. El público
le pidió que hablara, y el doctor Blanco improvisó unas bellas frases
que fueron calurosamente aplaudidas.
La ceremonia dejó en los asistentes gratísimas impresiones, á punto
de haber surgido la idea de una suscripción, que tuvo principio de eje-
cución allí mismo, para mandar construir el busto del doctor Acevedo,
en bronce, que sería puesto á la entrada de nuestra Universidad.
Aunque es tardío el homenaje recibido por el eminente pensador
que fué en vida el doctor don Eduardo Acevedo, hay que reconocer
que fué un acto de justicia el que se le ha hecho, digno de todo enco-
mio, y edificante por haber tenido la influencia de congregar en torno
del retrato del primer jurista y codificador del Río de la Plata á dis-
tingmdas personalidades de todos los partidos y de opuestas filiacio-
nes filosóficas y religiosas.
8
^ fiDUARlK) AOEVBDO
Aeevedo j Vélem Sanfleld.
£1 doctor Adolfo Deooad publioó el aíffaiento artículo en la prensa
de BuenoB Aires:
En la vecina orilla, dominada hoy por amar^aa inquietudes» ha te-
nido lugar una manifestación, modesta si se quiere, pero de signifi-
cado nobilísimo, en homenaje á una de las personalidades más escla-
recidas del Uruguay.
Hacemos referencia á una ceremonia, que todavía no ha alcanzado
las proporciones de la apoteosis, pero que es legítima reparación al
olvido contemporáneo. Es el tributo que se acaba de discernir á la
memoria del jurisconsulto y patriota doctor Eduardo Acevedo, en el
acto de la entrega y colocación de su retrato en el aula de Derecho
Civil de aquella Universidad.
El acto universitario se imponía por la justicia y por la simpatía
debidas á esa celebridad, que verdaderamente pertenece al Río de la
Plata,— y es oportuno, con tal motivo, que la prensa deje consignado
un recuerdo á la inteligencia vigorosa del hombre que no pasó por
Buenos Aires sin dejar la huella de su fecunda labor.
Del doctor Acevedo ha podido decirse que fué el más argentino
de los orientales de su tiempo, por su cariño á esta sociedad, por la
vinculación estrecha á sus hombres de pensamiento y por la tarea
que le cupo realizar en la reforma de la legislación de una y otra
orilla del Plata.
Como Juan Carlos GkSmez, como Magariños Cervantes que lo si-
guieron en la emigración, el patriota uruguayo pensaba que existía
íntima solidaridad de intereses y aspiraciones en la obra de la cul-
tura social de los dos pueblos.
De ahí sus conatos por el progreso, empeñado en la propaganda
política el uno, en el culto de las letras el otro, en la obra del juris-
consulto el último, que tanta importancia tuvieron entonces.
El doctor Acevedo venía de pagar tributo á la vida borrascosa y
accidentada de la política orientaL Espíritu elevado, fué actor en el
drama siempre doloroso de las contiendas civiles, y sucesivamente se
distinguió en las lides de la prensa, en el parlamento, en el gobierno
y en el foro, por la profundidad y ponderación de sus talentos, por
la moderación de sus miras y por aquella exquisita cultura que fué
rasgo distintivo de su privilegiado carácter.
Figura entre los hombres representativos de su país, no tanto por
las alturas que alcanzó su espíritu, como por la austeridad y la inde-
pendencia con que sirvió sus convicciones en la política. Fué por
eso— por la inflexible modalidad del carácter y por su respeto á los
nOMBSÁiR UinVBBBlTÁBIO 'dt
principios que s^oberaaban su vida, que incapaz de ciertas complacen-
cías, aún con sus propios amigos y á despecho de los tiempos de pa-
siones enconadas,— mereció se le motejase de porteño cuando detrás
ds las murallas del sitio, defendía también su religión, tal como la
concebía en sus ideales de patriota y de pensador.
Semejante carácter debía ejercer como ejerció, influencia vastí-
sima en la acción social de su época y de su país; pero debía tam-
bién alcanzar el lote común de amarguras y asperezas que dejaban
el roce de los hombres y da las pasiones. La emigración se impuso
para el ciudadano, y el apóstol trasladó sus penates al ancho seno
de la hospitalidad argentina.
La política perdió entonces en el doctor Acevedo un hombre de
acción y de consejo, pero fueron mejores las ventajas para la ciencia
del derecho— vocación de su espíritu y consagración de su vida,—
que le estaban reservadas en el destierro.
Fué en este teatro siempre abierto á las nobles iniciativas, donde
el nacionalista redactor de La GonstitwÁón, pudo poner de relieve
sus hermosos talentos. Extraño ya á las exigencias de la política que
devora la savia y las energías de tanta inteligencia entregada á sus
reclamos, el doctor Acevedo pudo consagrarse á su laboriosa obra
de hombre de estudio y de pensamiento; ilustrando el foro con sus
trabajos de indisputable valor jurídico.
£n el foro de aquel tiempo brillaban estrellas de primera magni-
tud que se llamaban Vélez, Ugarte, Tejedor, Irigoyen y otros, que
bien pronto, apreciando los méritos del jurista que se les incorporaba,
debían distinguirle con la presidencia de la Academia teórico-prác'
tica de Jurisprudencia,
£1 doctor Acevedo tenía títulos para tan merecido honor. Ya en
1851 había publicado un proyecto de Código Civil para la República
Oriental del Uruguay. Su preparación era reconocida; la notoriedad
de sus talentos le colocaban así en condiciones de dar cima á sus
grandes tareas, y explicaban también la confraternidad establecida
entre loe jurisconsultos de la época.
Debía presentarse muy pronto la oportunidad para contribuir efi-
cazmente á la reforma de la legislación comercial de Buenos Aires,
cuando separada de las provincias, se regía todavía por las viejas y
gastadas ordenanzas de Bilbao. Fué en 1856 que el Gobierno del
Estado confiaba á los doctores Dalmacio Vélez Sarcf ield y Eduardo
Acevedo la redacción del Código en materia comercial, y es cono-
cida la brevedad con que fué desempeñada tarea tan trascendental.
£1 ilustrado doctor Gk>nzalo Ramírez, en el discurso que acaba de
pronunciar, como homenaje al jurisconsulto uruguayo, se consagra
especialmente al examen de los trabajos que cupo á cada uno de los
codificadores, en la preparación y realización de la obra monumen-
tal.
té «DüARDO ACETADO
No ee nuestro proposito, y reputamos fuera de lugar, la distribu-
ción de los honores que corresponde á cada cual» convencidos que
la grande obra fué coman, como fué digna de las eminencias que la
realizaron. El doctor Obarrio que se dice depositario de los borrado-
res del proyecto, atribuía al doctor Acevedo el trabajo de preparación
6 redacción del Código, de acuerdo con las fuentes del derecho,
mientras que el doctor Vélez se encargaba de examinar y corregir;
consultándose ambos recíprocamente.
Para honra de los codificadoresi la posteridad que es conciencia y
justicia de los hombres en la labor intelectual de una época ó en la
realización de una obra que ha resistido á la crítica y á la ola inva-
sora iia las reformas inconsultas, —la posteridad intelectual de los
autores del Código, se ha pronunciado para discernir igual mérito al
argentino que al uruguayo, en ese trabajo efíciente de la ciencia.
Pertenece á dos personalidades de significación representativa en el
Río de la Plata, y la obra del uno no desmerece la del otro.
Juntos han podido abrir el paso para la inmortalidad, pensadores
de tan robusta acción pública. Ambos dieron cima á la tarea del
Código Comercial argentino; y cada uno para su país, el doctor Vé-
lez como autor del Código Civil y el doctor Acevedo como autor del
proyecto de un Código semejante, en 1851, han sido precursores y
autores de las innovaciones fecundas en esa rama de la jurispru-
dencia del Río de la Plata.
Es digno y merecido, pues, el tributo reparador que los orientales
han consai^do á la memoria del hombre de ciencia y de virtudes
patricias, que honró su patria y dejó huella imborrable de su labor
intelectual en la Argentina.
No es un simple retrato, sin embargo, lo que reclama en Montevi-
deo la memoria de Eduardo Acevedo y de Juan Carlos Gómez: ellos
deben ser modelados en el bronce.
A medida que avanzan las conquistas de la civilización, se mag-
nifican más los hombres de pensamiento que los hombres de guerra.
El sable con frecuencia se ha arrastrado dolorosamente en los cam-
pos de la contienda civil, mientras que la pluma y la acción de los
pensadores esperan todavía estimules y gratitud de la historia.
CAPÍTULO II
El doctor Eduardo Acevedo
POB EL DOCTOR ALBERTO FALOMBQUE
{De ^Mi Año Politicón, 1892)
En esta época de escepticismo, en la que la juventud, á veces
piensa más en las comodidades de la vida que en las reclamadas ne-
cesidades del patriotismo, fué de aplaudirse el nobilísimo pensa-
miento que tuvo el doctor don Enrique Azaróla, Secretario en la
Universidad, (^) de rememorar la personalidad del doctor don Eduar-
do Acevedo, uno de los espíritus sanos y elevados que honraron con
sa acción y pensamiento las páginas de la historia patria, ya lu-
chando en el ierrufio^ ya trabajando en la patria grande,
A esa resurrección, diremos así, de aquella personalidad, descono-
cida, en absoluto, por la juventud, á causa de nuestra indiferencia
por la vida de los hombres públicos, de verdadero mérito, mientras
conocemos al dedillo los sucesos de los caudillos ignorantes, san-
guinarios y ambiciosos del poder y mando, que nos legaron corrien-
tes malsanas, concurrió todo el elemento ilustrado del país, con ex-
cepción de los señores que desempeñan ministerios y del Presidente
de la RepúbUca. (2)
A nosotros no nos tomaba desprevenidos el noble pensamiento.
Mucho hacía que habíamos pedido á la familia del extinto, desde
tierra extranjera» los datos necesarios para escribir la vida de tan
conceptuoso personaje, al que vivíamos unidos, como lo dijimos en
ese acto, por lazos invisibles, desde tiempo atrás, desde que llega-
mos á penetramos del mérito intrínseco de sus obras como hombre,
dadadano, legislador y jurisconsulto. (3)
(1) Inició im» iOBcripción entre los elementos del foro para hacer un retrato al óleo del
doctor Aceredo, j colocarlo en el aula de Derecho Ciril. El joTen pintor don Julio Freiré
hiso el retraU>, muriendo á los muy pocos días.
(2) Asistió sólo el doctor don Manuel Herrero y Espinosa, Ministro de Relaciones Exte-
riores.
(8) Como una prueba de ello ahí está nuestra obrita: PoUm Jurfidatos, publicada el afio
pasado, dedicada á sn honrada memoria.
88 BDÜÁBBO ÁOETEDO
Recién ahora, ood motivo de esta rememoración de aquel espíritu
selecto, fué que pudimos conseguir los antecedentes indispensables
para formar un juicio completo sobre la tal personalidad, que nos
autorizara como para esbozarla en este Mi Año PoUíicOj libro con-
sagrado á la historia nacional, preocupación constante de nuestros
afanes, como medio poderoso de formar el carácter propio de un
pueblo, de una verdadera nacionalidad, que 6e anima, se agiganta ó
se empequefiece en la misma medida que sus figuras históricas se
destacan, se agitan ó se pierden en el cuadro de los sucesos huma-
nos.
De esos antecedentes resulta que la memoria de aquel ciudadano
es digna de perpetuarse en la historia, para ejemplo de todos y para
honra de la patria.
Consideramos nuestro deber dar á la publicidad esos antecedentes,
en las notas que van al pie, sin alteración alguna, porque en ellos se
resumen la vida de tan eminente compatriota, en los que se fundan
las consideraciones que se nos han sugerido y que van á continua-
ción.
En el importante estudio hecho por el doctor don Gonzalo Ramí-
rez, (1) leído en el momento de la fiesta en honor á la memoria del
jurisconsulto, se ha demostrado la eficacia de los estudios jurídicos
del doctor Acevedo« Su influencia se hizo sentir no sólo en el estu-
dio del Derecho Civil, en la patria, sino en el Código de Comercio de
la República Argentina (2) y aún en el Código Civil de Chile. En
(1) Publicado en los Anales de ¡a ühivergidadi junto con el conceptuoso díBcurso del doctor
don Enrique Azaróla, el sentido del doctor don Eduardo Brito del Pino j el jurídico del
doctor don Juan P. Castro.
(2) Doctor Acevedo: Le mando el título 2.<* libro 2.^. No le he hecho observación alguna.
Creo que se podrá copiar sin ponerle número alguno. Me quedo con el tftulo 1.* del mismo
libro porque todo él es nuero, y no podré entregárselo hasta el sábado. Viendo así un título
entero del Código Civil Injertado en el Código de Comercio, me ocurre la idea, que pongo ai
juicio de usted, de poner separados, y precediendo al Código de Comercio, los títulos que ha
sido preciso esarilKr del Derecho Civil.
Ea decir, sacarlos de aquel Código como se han de sacar alguna vez, dándoles desde ahora.,
sin embargo, una posición especial. No le diré que esto sea muy .bueno; pero también es muy
impropio poner en un Código de Comercio títulos del Derecho Civil. Aparecerá como .«i en
un Código Civil se pusiera un título de naufragios.- Su más affmo. amigo.— DolmooM) FSIm
Sarsfield
Sefior doctor don Dalmacio Veles Saisíield.— Mi querido amigo:— Le mando, como le pro-
metí e) sábado, los Códigos portugués y español, por lo que puedan servirle las respectivas
introdueciones, y el brasileño, para que lo recorra, ya que no lo conoce.
El trabajo, como se sabe, lo he hecho teniendo siempre á la vista los Códigos de Francia,
Holanda, España, Portugal, Wurtenberg y Brasil, sin perjuicio de haber aprovechado las
mejoi-as nuevamente introducidas en la legislación francesa sobre quiebras, Ja ley general de
Alemania sobre letras, y muchas de las disposiciones vigentes de Liglaterra, Estados Unidos,
DB «m AlVo poiirioo» 39
este pafs faé conocido el Proyecto antes de sancionarse el que el doc-
tor don Andrés Bello había redactado, según lo confirmaban los
doctores don Gabriel Ocámpo y don Demetrio R. Pefia en cartas que
hemos tenido á la vista, á las que hacía referencia el mismo doctor
Acevedo en su diario La Constitución^ en 1853. 0)
etc., ete. Deode entonces, serfa muy diffcil decir cuál de loe Códigos ha serrido especialmente
púa cada tftolo, pues la yerdad es que para la redacción de cada uno, he tratado de tenerlos
prcocntes A todos.
Por lo demás, insisto nuevamente en la conTenienda de que usted tome la Terdadera si-
tuación que le compete, indudablemente más alta que la de co-redactor, es decir, la de censor,
COTtector, adiclonpdor y mejorador en todos sentidos del trabajo que usted me encardó. Así
me libro de notas y representaciones; pues habiendo recibido un encargo yerbal cumplo con
dar á usted cuenta yerbalmente del resultado. A usted corresponde lo demás. Sin embar^,
si no fuese usted de mi opinión, y prefiriese aparecer como co-redactor, no vuWcré á hablar
una palabra más sobre eso.
Aceptaré con gusto la igualdad, que considero muy honorífica para mí, pero, en ningún ca-
so, la posición inferior que con buenas intenciones, me atribula Sarmiento lares pasada.—
Suyo affmo.— JStfMardo uleeMdb.— Marso 16 de 1857.
(1) Señor doctor don Eduardo Aceyedo.— Santiago, 20 de abril de 1854.— Mi nunca olyida-
do amigo: El 9 de marso llegaron á mis manos su carta del 16 de septiembre del afio pasado y
on ejemplar de su Código, pero hasta el día no ha llegado la que me dice escribió por el va-
por francés tDuroc». Esa carta y ese ejemplar fueron dejados en Talcahuano por el vapor
«Ucavali», y según me dijo Peña hablan corrido mil aventuras antes de venir á mi poder.
Iios demás ejemplares que traía ese buque pasaron con él; y en consecuencia Pefia se encargó
de escribir á Lima, reclamándolos. No sabemos aún el resultado de esta diligencia. Supongo
que aquél le habrá dado cuenta de todo esto, y por lo mismo me refiero á lo que él le haya
eomnnlcado sobre el particular.
No puede imaginar el placer que me ha dado su citada carta. Hacía algunos años que no
habla visto carta de usted, y al leer aquella la he devorado de contento, encontrándole siem-
pre el mismo nifio, el mismo hombre, el mismo amigo que yo había conocido y amado con la
misma ternura que á mis propios hijos. Ojalá que, sin echar de menos las comunicaciones de
BU cansado, enfermo y viejo amigo, se acuerde de mí en cuatro palabras que me lo recuerden!
Con el doctor Barros escribí á usted y le remití unos cuantos informes empastados. — Hasta
ahora no sé si ese pequefio recuerdo de su amigo ha llegado á sus manos, pues ni usted ni
Barros me han dicho nada á ese respecto. A fines del afio anterior le remití también, por
conducto de Barros, un ejemplar de mi último informe y también ignoro si ha llegado ó no
á su poder. Las tales piesas son un alimento muy ligero para un abogado que ha digerido un
Código; sin embargo, deseaba que usted los tenga como un recuerdo de mi amistad .
Orgullo he tenido al leer su Código, por mil motivos, pero mis extraordinarios trabajos y
más que nada las enfermedades habituales que me aquejan no me han permitido leer ni aún
la mitad. Cuando lo haya concluido, le daré mi pobre opinión. He sentido que no hayan ve-
nido los ejemplares que remitió, pues creo que habría sido fácil colocarlos en manos bien
entendidas, como lo haré si las diligencias de Pefia logran volverlos al país.
El Código de Bello se está revisando por una Comisión á que yo pertenezco, y el trabajo se
halla casi á la mitad; á pesar de esto, es seguro que no p«>drá ser presentado en las próximas
sesiones del Congreso. Yo cuidaré de remitirle un ejemplar luego que sea sancionado: no le
remito el proyecto, porque habiendo sufrido muchas enmiendas y supresiones, no le daria
sino nna idea imperfecta de lo que será después de su promulgación.
Estoy comisionado de la redacción del Código de Comercio, pero hasta ahora no he princi-
piado mis trabajos, porque espero el Código Civil sobre que necesariamente debo basarla.
40 KDÜABDO ÁCBVKDO
No 60 nuestro ánimo desconocer las elevadas cualidades que ador-
naban al jurisconsulto don Tristán Narvaja, pero nadie puede desco-
nocer que la obra del doctor Acevedo fué la materia prima con que
se elaboró el primer Código Gvil del Uruguay, en el que lucen los
Sé que hoy m halla en Buenos Aires 7 con este motiyo le recomiendo mi familia. Siento
por on lado que no haja aceptado el pobre alojamiento que ella le ha ofrecido, pero me ale-
gro que oited haya preferido cualquier otro, porque así le será más llevadera la ausencia de su
Tengo ya siete hijos de mi segundo matrimonio, y entre ellos tres mujeres, siendo los úl-
timos dos gemelos. Esto le confirmará en la idea de que los abogados no servimos paxa for-
mar líneas de rigorosa agnación.
Dé usted un fuerte abruo á Joaquinita y muchos besos á sus ocho nifios. A Estoves y Teje-
dor hágales una visita en mi nombre anunciándoles que siempre los recuerdo con placer y
usted disponga de cuanto pueda valer su invariable amigo.— Oahriel Oeampo,
Sefior doctor don Eduardo Acevedo.— Montevideo.— Valparaíso, octubre 14 de 1853.— Mi
sntiguo y muy querido amigo:- Por el cDuroc» tuve el gusto de recibir su apreciable re-
cuerdo del 14 de agosto, y el recomendable trabajo de usted en el Proyecto de un Código Ci-
vil oriental. Mi amistad por usted me ha hecho seguirle siempre los pasos en su vida pública
i averiguar cuánto he podido sobre su vida doméstica i de afecciones. Mis investigaciones
han si Jo siempre satisfactorias, si exceptuamos esos infortunios domésticos en la pérdida de
seres queridos que se nos van de este mundo, que son como sucesos ya ordinarios de la vida.
—Al fin vive usted i le vive su Joaquinita; i vive usted en su patria, apreciado, respetado
i dedicado á trabajos profesionales que le granjean honra i el provecho inmenso de ser útil
á su país.
£1 ejemplar del Código para el doctor Ocampo i el para Jacinto han sido remitidos á sus
títulos en Santiago, i espero para mafiana cartas suyas para usted que cuidaré de poner en
la balija de la cBahiana».
Con el comandante de este buque, el capitán Barroso, he hablado á menudo de usted i de
toda su apreciable familia. La señora de Vidal, doña Bernarda Crespo, á quien fué recomen-
dado por la señora suegra de usted, ha muerto, dejando un vacío inmenso en un círculo mui
estenso de amigos.
£^oi en víspera de partir para Santiago, á establecerme allí por algún tiempo, sin perder
nunca la esperanza de volver algún día si Río de la Plata, dar á us)«d el abrazo de amigo i
hacer que su Joaquina i mi Eugenia se conozcan i se quieran; i no sé si me alucine, pero
creo á la mía mui digna del cariño de la de usted i de usted mismo.
Pam entonces i hasta entonces me despido de usted: aunque no; pues me parece un plazo
demasiado largo, i ya que nos hemos empezado á escribir, bueno será que continuemos diri-
giéndonos una carta de tiempo en Üemjpo.
Chile se ocupa en el día en su codificación i me prometo remitirle cada Proyecto de Códi-
go, según los vsyan presentando los respectivos comisionados. En primera oportunidad le
enviaré el del Código Civil presentado por don Andrés Bello; el doctor Ocampo es el encar-
gado del de Comercio; elooroael Gano del Militar, y no recuerdo en este momento quién es
el encargado del de Minería. -En fín, le mandaré cuanto salga de interés,* i lo haría hoÍ, á no
ser que mi cambio de residencia tiene en un completo trastorno todos mis libros.
Adiós, mi querido amigo, no me olvide, i quiérame como quiere á usted su tkttmo.—Deme-
tfio R. PtOa.
DE «MI Álfo POLfriOO» 41
progresos modernos en materia de codificación. Fué el doctor Nar-
vaja un verdadero censor de aquella obra, expurgándola, á veces, de
loe defectos que tenía, y destruyendo, otras, ideas y principios libe-
rales, reclamados ya por las necesidades de la época.
El Proyecto de Código, redactado en época muy anterior á aquella
en que se imprimía, U) en las condiciones excepcionales menciona-
das por la señora viuda en los anteriores rasgds biográficos, no res-
pondía, en parte, á los progresos ya operados; y esto, que lo recono-
cía el autor, daba motivo para que él pidiera á sus conciudadanos la
ayuda «en una obra, decía, en su modestia, en que nada ponemos de
nuestra parte, sino el deseo bien sincero de ser útiles á nuestra Pa-
tria.»
Esperaba que antes de llegar la época de discutirse su trabajo en
el recinto legislativo se habría mejorado por el concurso de sus com-
pafieros, y que por imperfecto que «hoy sea, decía, servirá como an-
teeedente, en favor de la codificación que consideramos indispensa-
ble.»—De ahí que resolviera no presentarlo á las Cámaras sin las
observaciones de sus colaboradores.
Fué este antecedente, como llamaba el doctor Acevedo á su Código,
el que influyó en el ánimo de uno de nuestros hombres políticos de
más preparación— el doctor don Mateo Magarifios Cervantes— para
ingresar al Cuerpo Legislativo en 1856. En carta que tenemos á la
vista, de fecha 15 de marzo del citado afio, le dice al doctor Acevedo
que si ha ingresado al Cuerpo Legislativo, no obstante haber resuelto
renunciar, ha sido sólo por *el propósito de llevar á cabo el pensa-
€ miento que tuve, dice, cuando desempeñé el Ministerio de Gobierno,
< de hacer votar stn discusión del Ouerpo Legislativo tu Proyecto de
€ Código Civil», en cuyo pensamiento había encontrado ardientes co-
laboradores en la Cámara. «Pero, decía, como tengo la idea de que
« tú has hecho algunas modificaciones, después de impreso, desearía,
« si no tienes inconveniente, que me las comunicases, á fin de acon-
« sejarlas también, manifestando que te pertenecen».— «Considero,
« agregaba el doctor Magarifios Cervantes, que si consigo mi objeto,
« ese solo hecho indemnizará al país de muchas de sus desgracias,
« ocurridas desde la Revolución de Julio.» (2)
(1) Se imprimía en MoáteTideo ei 29 de a({Ofto de 1862, mientras su redacción se habla
terminado en el Paso del Molino el 10 de septiembre de 1861.
(2) Sefior doctor don Eduardo Acevedo.— Montevideo, marzo 15 de 1866.— Mi querido
amigo:— La separación y ia falta de correspondencia no son parte á aminorar los afectos
cuando éstos tienen la solides del tiempo j de la sinceridad.
Sabes que, cualesquiera que sean las circunstancias, te aprecio y distingo como amigo y
como ciudadano.
Te digo esto para que estimes bien la satisfacción que te doy por pertenecer A la Cámara
de Bq;>resentante8, sin embargo del propósito que traje de Buenos Aires, y te comuniqué, de
I»esentar mi renuncia.
42 BDüARDO AOETBIM
Como ee ve, ^a en 1853 el mismo doctor Acevedo reconocía que ese
antecedente neceeitaba eer depurado, iqaé «xtraiBo, paes, qne en aflos
poateñoree, despnée de loe decretos gubernativos de fecha 5 de junio
de 1865 7 marzo 30 de 1866, por Iob que se nombraron las Comluo-
nes para revisar el Proyecto de Código Civtt del doctor don Eduardo
Aeeveáo p corregido por el doctor don Tristán Narvaja, l^) se hayan
encontrando puntos que reformar, desde que el mismo autor as{ lo
decía en 1853, lo confirmaba en el Informe de 1857 sobra el C6digo
de Comercio para la República Argentina, ; también lo comprobaba
el doctor don Mateo Magariños Cervantes en 1856?
L* nidn que mt bx moTido i dMlttir d« mquel propdillo a U di IJenr 1 cabo el pau^
míenlo que uiie cuuido dnempeHí el HlnlMeiio de Ooblerao de buxr totar sis dlacoti As
del Cueipo Leglilaliio lo projecLo dn CAdigo Ciiil.
Cddigo pura j »\iBjilr,~prTO como Mngo !■ i
a, dedpuáe ñe ImpreBD» doemifi, b1 no ÜpitH I
ip BcontEjarlu Itmblán, muilfntando que le
I bisD que no «107 bablUtido pera eKrlblr ui
'Fe, así que d«de ahora le pido ÍDduIgenda, j baila doetirU, SÍ me füte«
me seAaUues algunas ind&cacloaee que jugues oportuno hacene para recO'-
dotar al país de un Cddlgo, ademii de lai que lao juJ-
Ic Julio,
íirecio induciendo á la Cimaia í im acio que airra
la ingrata (área de narrarte lo mucbo desagradable
que por aquí paia, limitándome al ob)eto que me puso la pluma en la mana.
Deseo qne tu familia goce salud j contento, j que, poniéndome á loa plea fq b) de Ul eepo*
sa, le roDsenes i Is amistad de tu allmo— if. MagariUm.
(l; iSnúltriodtOobünio^MoBKYiáeo. marro 20 de 1B66.— Habiendo eondufdo lUB líala-
joB la Comisldn Dombnula pus la rcvisacidn del Código de Comercio j que ba sido promul-
gada debldacnente, ecoildnando IH necesidad j {^anrenlenciH de completar loa trabajoi de
leglBlaciSn con la promaJgaciín de un c^ídigo Civil, que comprenda en un solo texto todaa las
disposiciones rigente*, con Ihh corrccrionee que Ta pr^tica j el estudio de los jurisconAultoa
aconsejen: consideíandü al mismo tiempo que es dp la msyipr urgencia simplificar el procedl-
CoDseJo de Minltmi ha acordado:
1.* La ComiBiltn nombrada con techa 5 de junio del afio pasado, á que se i^egart el doctor
don Joaquín Bequena, procederti i la rerisacii^ del Proveció de Código CítM del doctor don
Eduardo Aceiedo y corregido por el doctor don Triatáa Narraja, presentando í la breredad
posible ana trabajos concluidos paia su examen y correspondí en Te aprobación j promulgaddn.
2-^ L« nueva ComlslÓD queda encargada de la redacción de un proyecto de lej general de
procedí míen loa en los dlaÜntAS juicios tanto dvilee como mercantiles j <7lminalefl, eliminan-
do en lo posible de la legislación vigente las trabas que se oponen á la máa pronta j elicax
admliiietiacldn dejoillcla. Dicho proyecto seii igualmeaCe preseniado en oportuiüdad al flo-
hl4imo para loa ñnea á que se refiere el artículo anl^or.
í.- Lo* miembros de la Comisión nombrada, goarAn mientras dure su cometido, de la mis-
m» doladdu acordada á loa anteriores,
1,* Comnnlqueae, pubUqueae j déae al R, C— VIDAL— AMTomo H. llaa^OBE— Dimn.
1— Culos di CASiBO—Louno Batll>.
DE «MI Afto POLÍTICO» 4S
El doctor Acevedo quería concurrir á la discusión de su obra en el
Cuerpo Legidtatívo, «por lo que, decía, nos reservamos para la dís-
< cusíón que tendrá lugar en las Cámaras, si somos llamados á la
« Representación. Sin nuestra concurrencia, no querríamos que se
« discutiese el Proyecto ».
Esto decía en 1853, por lo que no es de eztrafíarse que en 1857 no
accediera á lo que le pedía el doctor don Mateo Magariños Cervan-
tes.
Hemos dicho que ese Proyecto, ó antecedente para la codificación
como lo llamaba el doctor Acevedo, contenía principios é ideas libe-
rales, como también que no respondía á los progresos ya operados,
cuando se discutía.
Entre los primeros se encontraba la institución del matrimonio ci-
vil, de acuerdo en un todo «con la propia opinión de la época, los
« principios más triviales de derecho y la propia disciplina de la
< Ifrlesia ». Es necesario, decía, no confundir el sacramento con el
contrato. Aquél queda enteramente sujeto á la autoridad eclesiástica:
éste á la civil- Be fundaba para ello no sólo en lo que la razón dicta-
ba sino en las opiniones de hombres nada parciales para la Iglesia,
como Carlos III y Benedicto XIV.
« Sirva eso de antídoto contra el olor á herejía que algunos han
« creído tomar en esa parte del Proyecto de Ciódigo C^vil», decía el
doctor Acevedo.
T fué ese principio adelantado, consignado en el Código redactado
entre el ruido de las balas y las pasiones humanas embravecidas,
cuya sanción indemnixariaj según decía el doctor Magariños Cer-
vantes, al paiSy de muchas de sus desgracias ocurridas desde la revo-
lución de Julio, el que se reformó más tarde, no por el doctor Aceve-
do, que, temeroso de lo que pudiera suceder, quería concurrir á su
discusión en el Cuerpo Legislativo, sino bajo los auspicios de los
ciudadanos que habían triunfado en la revolución nunca bastante
deplorada que encabezó el general don Venancio Flores en 1863,
triunfante, con el auxilio extranjero, en 19 de febrero de 1865.
Esos principios liberales, proclamados desde antes del año de 1851,
por el doctor don Eduardo Acevedo, fueron aceptados por los docto-
res don Joaquín Requena y Antonio L. Pereira, dos notabilidades
jurídicas, á cuyo juicio sometió el Proyecto el doctor Acevedo. Reco-
nocían que el matrimonio, para la ley, era un contrato de derecho
natural, cuyas formas se determinan por el derecho civil, y que con-
siderado como sacramento, es de las atribuciones del poder espiritual,
á quien competía reglamentar lo relativo á los sacramentos. (^)
(1) Artfcnlo 182 del Proyeeto.
H BDOABDO AOBVEDO
< JuriMODSoItos profnndOB habían demostrado, decía, que las insti-
< taciones cinleB y relís^osae que regían el matrimonio podían y de-
< bfan Beparane: que el caotrato civil j el sacramento eran dos oosaa
• dietíntaa, j que era preciso no confundir- pedían, j la opini6n pil-
• blica pedía oon ellos, que el estado civil de los hombres fuese inde-
• peodieode del culto que profesasen*. 0-)
Y esto respondía al elevado propúsito de restableoer la soberanía
del poder civil, relajada en lo que se refería á las pruebas del estado
civil de las personas. Esa reforma estaba calcada en el plan del Re-
gistro Civil creado en su Proyecto. '3)
■ En esta materia el vacío de nuestra le^slación es completo. No
• hay constancia alpina legal de los nacimientos, los matrimoDÍoe y
< las muertes; pues que ni puede calificarse así la que resulta de los
■ informalísimos apuntes de loe párrocos, ni es extensiva á los no c«-
• tólicos, & quienes la legislación no puede abandonar, en un país
• donde hay tolerancia de cultos. >
Así opinaba el doctor Acevedo desde las cumbres del Cerrito, res-
pondiendo, sin duda, á la tradición que nos legó el general don José
G. Artigas, según se demuestra por la correspondencia que éste man-
tuvo con el doctor Francia, dictador del Paraguay, y por la docu>
mentación que ha poco dio á la luz pública el seSor don Mariano B.
Berro; <3) progreso y adelanto de que aún ee resiente la propia ma-
dre patria según la Base 3.' de la ley de 11 de mayo de 1888 auto-
rizando al Gobierno espafiol para publicar un Código Civil, í*) no
obstante reconocer la legislación de España que al acto de la cele-
bración del matrimonio católico deberá asistir el juez mi*nvnpal ú
otro funcionario del Estado, con el solo fin de verificar la inmediata
inícripeián del Tnaírimonio en el Registro Civil'
La reforma aconsejada por el doctor Acevedo estaba inspirada en
lae propias resoluciones de la Iglesia, según se veía en la Pragmática
lie 1776 (ley 9, tít. 2, lib. 10, Nov. Rec.) sin que impidiera las bendi-
ciones nupciales, C^) á laa que no podría proceder el párroco sin que
Hntes se le hiciera constar la celebración del matrimonio civil.
Esta reforma, como la muy importante del procedimiento á seguir-
|1) V«ue U Pmgmitícm de 2S de mu» de 1776 (Jer 9, tlt. 3, llb. 10, Not. B«c.¡
(3) V<Be páglu 906 de •Ul Alio Polftico».
íi) Aufl 5>— SeeatiMeoerAn en et €Adlgtt doi femuA de nuCrímaDio: et tanÓDico, <]i»de-
bfíin conDmer todos los que profesen ta reLlgldn cari^Uca, J el cMl, que «e celelHBfi del me-
llo que detennine el nlgiDo Código en aniiaoli cnn lo pivicriplo en U CooItltucifiD dd EaU-
ilD.lVJueut. 42d«lC. aill EapuSol T ul. 2 ley pnrliloul de 18 de Junio de 1870 jd»-.
16) Arttmloi IBO j 170 del Proreito.
DB €]fl AlfO POLÍTIOO» 45
86 en el juicio de divorcio, en la que se trasparentaba al jefe de fa-
milia, celoso 7 recto, no fué admitida por el gobierno que había ve-
nido al poder en 1865, de una manera revolucionaria.
Es digno de consideración el estudio en materia de divorcio. Des-
pués de entregar su conocimiento á la autoridad civil, establece que
el juicio se seguirá en método verbal, en audiencias secretas, á las
que no asistirán sino las partes, sus abogados, los testigos que desig-
nen 7 el agente ó promotor fiscal; no admitía, en ningún caso, apode'
rados^ debiendo las partes comparecer siempre personalmente; las
partes, por sí, 6 por sus abogados, podían hacer á los testigos las ob-
servaciones é interpelaciones que juzgasen convenientes; el juez for-
maría tribunal con cuatro jurados sacados á la suerte de una lista
presentada anualmente por la Junta; el tribunal no estaba obligado,
en ciertos casos, á hacer lugar á la demanda, sino para autorizar á la
mujer para separarse de su marido por el tiempo de seis meses; el
marido, según los casos, podía ser condenado á pasar una pensión ali-
menticia á su esposa; 7 el tribunal estaba obli^i^o á juzgar confor-
me á su conciencia por la impresión de la necesidad ó inneeesidad de
la separación, sin que hubiera apelación de su fallo.
Era asimismo de gran importancia 7 utilidad la creación del conse-
jo de ¿imilia, como recurso para fortificar los vínculos del hogar 7
levantar su dignidad 7 respeto entre los miembros de aquélla, entre
los cuales estaba también la disposición que reservaba para los hijos
del primer matrimonio los bienes que hubiera recibido el c6n7uge
sobreviviente, (^) previsión de alta moralidad 7 que en más de un
caso contenía la suma libertad de acción de quien había heredado al
cóuTuge.
En su Pro7ecto daba solución á la cuestión de lo que debía enten-
derse por fecha cierta, tratándose del contrato de prenda, como tam-
bién á la de los gravámenes subsistentes sobre la cosa hipotecada, de
que tanto se ha ocupado nuestro Cuerpo Legislativo, en la actuali-
dad, con motivo de la prenda comercial 7 de las adjudicaciones que
se hacen en venta judicial de los bienes hipotecados que están arren-
dados fraudulentamente por el deudor. (^
Hemos hablado también de los vacíos de la obra, 7 justo es que al
lado del aplauso se encuentre la crítica, como medio de hacer resal-
tar su importancia jurídica 7 la imparcialidad del mismo escritor.
Es verdad que el propio doctor Acevedo 7a había reconocido esos
vacíos 6 defectos á que se refería el doctor don Mateo Magarifios
Cervantes; pero, esto no impide hacerlos resaltar, para que en este
(1) AxtfenlM34í6, 786, fnd. 4.*, r 876 r Ü26.
(2) AxtfcniM 681, 794, 1666 f 1789.
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46 KDbÁXDO A.C8VKD0
trabajo biográfico, aunque ligero, dadas las propoTciones de este libro,
aparezca también la importancia de los eafuenoe intelectuales del
doctor don Tríatán Narvaja y demás letrados que contribuyeron i
depurar la obra de los errores j defectos que no admitían la época
ni loa progresos operados en la ciencia.
El doctor don Eduardo Acevedo habla terminado au obra en el
aBo de 1851, lo que importa reconocer que su magna tarea había co
menzado algunos aSoa aCráa, utilizando aaí los vastos conocimientos
adquiridos durante su desempeño en la Magistratura, desde que fué
nombrado juez de intestadoa, interino, en Montevideo, hasta que pa-
só al Superior Tribunal de Justicia que funcionaba en el Cerríto du-
rante el SitJo á esta Ciudad por el general don Manuel Oribe.
La legialacifin romana, en la que estaba inspirada la legislación de
las ParlJdas, Recopiladas, Nueva j Novísima Recopilación, Fuero
Juzgo, etc., se habla avivado en su espíritu al soplo vivificidor de la
legislación francesa, de ese Código monumental, creado por el genio
de Napoleón, j que, inspirado también en la legislación de Roma,
encontró, no obstante cuanto en su contra se ha dicho, inteligencias
selectas que lo comentaran y lo divulgaran, dentro y fuera de la Pa-
tria.
América, y aobre todo eata parte de ella, la menos adelantada, en
la que no se han eacoatrado los vesUgios de civilización hallados en
el Perú, Méjico, Panamá, etc., sufría todavía, en lo económico, la )n>
fluencia de las Leyes de Indias, cuyas consecuencias las pintaba Mr,
Blanqui el mayor así: * Carlos V no conocía el partido que hubiera
• podido sacar de la rica conquista de América, ai la hubiese admi-
< ntstrado sabiamente en lugar de oprimirla sin miramientos: sus au-
< oesores acabaron de matar aquella gallina que ponía huevoa de oro;
* pero él empezó á abrirle las entiaflas<>
Fué, pues, en aquellas legislaciones en las que se inspiró el doctor
Aoevedo, tratando de adaptarlas á nuestra forma de gobierno, á
Duestraa costumbres y á las necesidades de la época.
Pocos eran loa ciudadanos ilustrados que por aquel entonces po-
dían ayudar at doctor Acevedo en tan ingrata tarea, por lo que,
fiado en sua aolaa fuerzas, acometió la obra, en momentos en que la
Francia y Bolivia eran loa únicos palaea que tenían sud Códigos,
mientras el Brasil y Chile estaban consagrados á la tarea.
Inspirado en esos antecedentes, como él lo diría, fué que inició la
obra, ilustrándola con la concordancia de loa códices y autores espa-
ñoles, expresamente, porque eso viene, decía, de la necesidad • que
■ nos habíamos impueato de dar á todo un carácter nacional, quitán-
< dolé el aire extranjero que se le reprocharía*. Y en su excesiva mo-
destia llegaba hasta estampar eatn frase: < Por lo demás, nadiopo-
> iría con pteticia acusamos de plagio, desde que nada reivindicamos
Bti «MI ÁÍiro poiirioo» 4?
« como de nosotros; noa presentamos como meros redactores y confe-
« samos francamente cuanto debemos á los autores nombrados, que
« no hemos dejado de las manos en todo el curso de nuestro tra-
« bajo ».
Podría decirse del doctor Acevedo lo que se ha dicho de Shakes-
peare, que compuso Hamlet tomando casi toda su versificación de
otros escritores» textualmente, en lo que consistía su genio. Dadle á
otro esos mismos versos y decidle que haga una obra por el estilo, y
escollará.
Ahora bien, una obra redactada, cuando menos el año 46 6 47, no
podía adaptarse á los progresos y adelantos de nuestra rápida ascen-
sión hacia la montafia después de la ruda jornada de los nueve años
inmortales. Esas mismas costumbres nacionales, esas mismas nece-
sidades de la época á que el doctor Acevedo se refería en aquellos
años, debieron necesariamente tenerse en cuenta por la Comisión Co-
dificadora, á cuyo frente se hallaba el doctor don Tristán Narvaja
cuando cerca de un cuarto de siglo después examinaba el Proyecto
de Código Civil del doctor don Eduardo Acevedo.
El doctor don Tristán Narvaja no podía desconocer esos progresos.
Los tuvo en cuenta, y fué así que al estudiar aquel Proyecto, aquel
antecedente para la codificación^ juntamente con los Códigos de Euro-
pa y América, comentadores del de Napoleón, el proyecto del señor
Groyena, el del señor Freitas y el del doctor Vélez Sarsfield, separó
del Código del doctor Acevedo todo aquello que no era reclamado
por las necesidades de la época y sí rechazado por los adelantos ju-
rídicos; no sin que, á nuestro juicio, como ya lo hemos demostrado,
cometiera la injusticia de hacer á un lado aquellas reformas liberales
que hemos elogiado y aplaudido. Pero, para llegar á este resultado
DO hubo necesidad de agraviar la memoria del doctor Acevedo ni
menos mistificar los hechjs. En esto hubo injusticia, á la que no
había para qué recurrir desde que los talentos jurídicos del doctor
Narvaja y demás colegas de revisación del Proyecto brillaban, si se
quiere, á la par de los del doctor Acevedo. No obstante, la Comisión
de Codificación (^) reconocía, en su Informe, que había estudiado el
Proyecto del doctor Acevedo, con toda minuciosidad, y que reprodu-
cía *do8 innovaciones que habían sido propuestas, decía, por el ilus-
tre périsconsulto oriental doctor Acevedo^ arrebatado temprano á la
ciencia y á su país>K
Sin embargo, en ese Informe se afirma que la Comisión tiene la
singular satisfacción de presentar el proyecto de Código Civil Oríen-
U) lACk>miBión se componía de los señores Manuel Herrera j Obes, Antonie Rodrfguet
OabaUero, Joaquín Bequena j Tristán Narvaja.
4ñ &Í>UARDO ACÉVElk)
tal, compuesto por el doctor don Tristdn Narvaja^ y en el decreto del
Oobemador Provisorio, general don Venancio Flores, se confirma
esa afirmación al mandar publicar y regir el Código Civil examinado,
discutido y aprobado por la Comisión de jurisconsultos nombrados de
acuerdo con los decretos ya citados.
Pues bien, en ese Informe de la (])omÍ8Íón, como en el decreto del
Oobemador Provisorio, general Flores, nombre inventado para encu-
brir una dictadura, de fecha 23 de enero y 4 de febrero de 1868, úni'
eos publicados al frente del Código Civil vigente, «$e padece un gra-
ve error ó una grave omisión, ó se produce á sabiendas una mistifíca-
ción para encubrir la verdad histórica.
Así lo dice el doctor don £lbio Fernández, Fiscal de Gobierno y
Hacienda durante esa época, en documento que lleva la fecha de 8
de julio de 1868.
En nota pasada al señor Ministro de Gobierno indicando la con-
veniencia de que se pidiera á la Asamblea la suspensión de la pro-
mulgación del Código Civil para proyectar algunas modificaciones,
decía: < Como V. E. comprenderá, por mucha que sea la competen -
« cia que el insfrascripto se complace en reconocer á los señores ju-
« risconsultos correctores del Proyecto de Código Civil del doctor Ace-
« vedo, sus opiniones no pueden resumir las de todo el foro y el país;
« y tal vez no es aventurada la suposición de que ellas fuesen con-
« venientemente modificadas por la discusión general y de las perso-
« ñas competentes» (^)
El mismo doctor Elbio Fernández, en su carácter oficial ya citado,
al evacuar una Vista, en julio 9 de 1868, á propósito de la vigencia
del Código Civil refiriéndose á la Comisión Codificadora, dice varías
veces: Los señores correctores del Proyecto de Código del doctor Ace-
« vedo* *Del Informe de la Comisión correctora del Proyecto de Códi-
« go del doctor Ácevedo* ^2).
Y, como un diario de la época— ^/ 6'i^¿o— afirmara lo mismo que
sostenía el doctor don Elbio Fernández, se publicó entonces un artí-
culo en el diario La Tribuna, ^^) que se atríbuyó al doctor don Trís-
tán Narvaja, en el que se decía que se habían hecho correcciones^ adi-
ciones y supresiones en el Proyecto de Código del doctor Acevedo,
lo que motivaba que El Siglo dijera, con justicia: «Pero, si el Código
«Acevedo ha servido de base ó principio para esos trabajos, debería-
« mos llamar al sancionado: Código Civil de Acevedo, reformado».
Ya antes el mismo doctor don José P. Ramírez había dicho en El
Siglo:
(1) Publicada en M Siglo de 17 de julio de 1868.
(2) Publicada tn M Siglo de 15 de Julio de 1868.
(S) Publicada ea La Tribuna el 29 de enero de 1868.
bÉ €Mi Alfo poiirido» 4é
€ Creemos que si algooo de nuestros hombres de letras podía aspi-
« rar al titulo que le niega el articulista x, era el doctor Acevedo, con-
« ceptuado en la opinión como el primero de nuestros hombres en su
« profesión y en la ciencia del derecho, respetado y aplaudido en las
« Academias, tanto en este país como en Buenos Aires, donde se dis-
« cute filosóficamente y se pone á prueba el talento y el criterio de
« los mejores abogados* <^)-
Todas estas afirmaciones están fundadas en los decretos de 5 de
junio de 1865 y marzo 20 de 1866 ya mencionados, en los que termi-
nantemente se dice que se nombraba la Comisión para que revisara
el Código M doctor Aeevedo.
De ese estudio surgió naturalmente que el doccor don Tristán Nar-
vaja, como lo habría hecho el mismo doctor Aeevedo. según lo hemos
demostrado, adicionó, suprimió y reformó lo que según su criterio ju-
rídico debió adicionar, suprimir y reformar, teniendo presente lo que
decía el eminente jurisconsulto argentino Vélez Sarsfield: «que un so-
« lo artículo de un Código puede decidir de todo el sistema que deba
« observarse en su composición ó hacer imposible guardar un orden
« cualquiera».
No es nuestro ánimo ni esta la ocasión de estudiar las mejoras in-
troducidas, pero debemos sí recordar que el sistema, método y orden
del actual Código Civil es el mismo sistema, método y orden seguido
por el doctor Aeevedo, con muy ligeras modificaciones; que su Pro-
yecto fué estudiado y reformado en puntos esenciales, como en el re-
lativo al Registro Civil, matrimonio, protutela, consejo de familia,
bienes reservables, legitimación de hijos naturales y herencia de és-
tos, ocupación bélica, testamento por comisario, sustituciones vulga-
res, pupilar y ejemplar, mejoras de tercio y quinto y herencia de los
cónyuges, como asimismo toda la parte de sucesiones, retracto, cen-
HO perpetuo, prisión de los deudores y reglas de derecho
En cuanto al orden de las materias se introdujo una modificación
colocando la prenda, la hipoteca, el anticresis, la cesión de bienes,
créditos privilegiados y graduación de acreedores en la sección co-
rrespondiente á las obligaciones que nacen de los contratos; mientras
el doctor Aeevedo incluía la prenda, la hipoteca y los privilegios en
el título de las cosas, después del uso y habiiadónj prescindiendo del
antícresís y de la cesión de bienes.
El doctor don Eduardo Aeevedo tuvo una influencia poderosísima
en la acción política de su país, cada vez que los sucesos y los hom-
bres le permitieron actuar con la independencia de ideas que en él
eran notorias.
(1) 18 de Mptiembra de 1866.
A
hO iBbuAttbo aoeVedo
« Tómese al más honrado y más ilustrado de esos escritores; tómese
« al primer jurisconsulto de estos países, al doctor Acevedo, y pón-
« gasele como redactor del Defensor de loa Leyes del Cerrito, frente
« á frente á don Florencio Várela, como redactor de El Comercio del
« Plata, el fundador de una escuela política, la tradición más noble
« 7 honrosa de la prensa en estos países, la liberalidad en la idea,
« la profundidad en el pensamiento, la probidad en el carácter, la
< cultura en el leng^iaje» . • .
« ¿Cómo podía el doctor Acevedo elevarse á la altura del doctor
« Várela, viviendo y escribiendo en el Gerrito? ¿Osó el doctor Ace-
« vedo contener al tirano? No, puesto que el doctor Acevedo sobre-
« vivió á aquella época; no, puesto que á haber levantado la voz con-
« tra el tirano, habría caído como Várela» (^)-
Los rasgos biográficos del doctor Acevedo, escritos por personas
fidedignas, ahí están para demostrar el error histórico contenido en
los párrafos que dejamos transcripto. Fué Acevedo, doquiera le llevó
el destino» un propagandista de ideas nobles y generosas, por las que
expuso su vida en frente del general don Manuel Oribe, de ese tirano
á que se refiere el articulista» no obstante lo cual sobrevivió á aquella
época para perpetuarse en el corazón de las generaciones venideras,
como ejemplo á imitar en todos y cada uno de sus grandes actos, por-
que en ellos siempre se destacó la sinceridad del móvil que le agita-
ba al moverse en el círculo de sus afecciones políticas y sociales.
Escribió en El Defensor de las Leyes, durante una parte del aSo
47, tratando en sus artículos la cuestión diplomática con la cultura de
lenguaje, profundidad de pensamiento, liberalidad de idea y probi-
dad de carácter en él notorios, discutiendo con el doctor don Floren-
cio Várela ó con el diario de Lafone, como entonces se llamaba á El
Comercio del Plata, las cuestiones políticas que los dividía, llegando
más de una vez á estar de acuerdo, en un todo, en el terreno de las
ideas.
Fué esa actitud franca, leal y levantada la que separó al doctor
don Eduardo Acevedo de los elementos del caudillaje, desde el Ge-
rrito; como fué esa misma actitud, en el orden de las ideas, predica-
das dentro de la Plaza de Montevideo, en El Comercio del Plata, las
que distanciaron á los que no podían en ésta soportar el yugo del
militarismo.
De allí, de aquella prédica del doctor Acevedo, hecha frente al ge-
neral Oribe, surgió el fundamento para el Partido Nacional, grande
y fuerte, que se ha perpetuado en las páginas de la historia patria;
1 1) 15 de julio de 1865 y 20 de julio de 1865 del diario El Siglo, del doctor don José P. Ra-
mírez.
bB «m AÍtro Foiinóo» 5i
como de aquí, del seno de la Plaza de Montevideo, de la prédica de
los Várela, Herrera j Obee y Lamas, surgió el Partido Conservador.
Aquél y éste buscando un mismo fin : el abatimiento del caudillaje,
del militarismo, para elevar bien en alto las grandes eminencias civi-
les de cada una de las colectividades.
Esa prédica del doctor don Eduardo Acevedo, para la que nece-
sitó una entereza á toda prueba, á fin de poder ver triunfantes sus
ideales, comenzada en el Gerrito,— liberalidad de ideas demostrada en
8U propio Proyecto de Código Civil que el caudillaje impidió triunfar,
como lo demostraremos en seguida,— no era conocida por la sociedad
que se hallaba encerrada dentro de los muros de Montevideo.
Pero cuando la Paz de octubre de 1851 fué un hecho, y el doctor
don Eduardo Acevedo, que sobrevivió á su época, entró á Montevi-
deo, después de nueve años de asedio, pudo apreciarse en iodo su
valor la amplitud de vistas que le dominaba, y amigos y adversarios
le rodearon para que llevara á término la obra iniciada, en la que,
como hemos visto, había expuesto su existencia desde los comienzos
de la lucha, como continuaría exponiéndola en el futuro.
Fué entonces que don Bernardo P. Berro publicó también sus Idecís
dé fusión, y que la prensa uruguaya, animada de sanos criterios, pre
dicaba el olvido del pasado, la desaparición de los partidos tradicio-
nales, para dar vida á la nueva evolución política que se había ope-
rado en el país. Así opinaban todos los cerebros bien organizados,
que deseaban concluir con el caudillaje, levantando sobre éste el im-
perio de la ley, hermanando el orden con la libertad.
Fundó entonces el doctor Acevedo su diario La Constitución. Iba
por primera vez á hablar, desde la ciudad de su nacimiento, á
8UB connacionales, con la triple autoridad de su talento, de su expe-
riencia de treinta y seis años de edad y del elevado puesto de legis-
lador para que había sido electo por el Departamento de Montevideo,
ese mismo afio de 1852.
Fiel á sus propósitos, combatió en las Cámaras y en la prensa toda
reacción hacia el pasado luctuoso, abriendo un cauce nuevo para las
ideas del porvenir. Buscó para compafiero de tareas á otro adalid del
pensamiento, que, como él, aspiraba, aunque por medios distintos, á
la organización de la República. Ese adalid era el joven don Juan
Carlos Gtómez, (^) de quien se separó, á última hora, en momentos de
(l) Aon no en abogado el sefior GKSmex.— Respecto de la Intenrendón del doctor Gómez,
quien, según tenemos conocimiento, corrió con todo lo relativo á la instalación del «stableci-
miento, retirándose, á última hora, he aquí los párrafos de una polémica entre los doctores
don Mateo Magarifios Cervantes 7 don Juan Garlos Gómez:
«El partido blanco había 'Conseguido majorfa en las Cámaras, siendo su Jefe el doctor don
Sdiiardo Acevedo, 7 contando, en su seno, con oradores como el doctor don Jaime Estrásu-
las, don Cándido Juanioó 7 otros de menos fueraw.
5¿ IBDÜABIK) ACSVeDÓ
dar á luz La Canatüueióih porque éste pretendía en su inexperien-
cia de la vida pública, levantar las divisas viejas, los partidos tradi-
cionales, contrariando así las tendencias bien diseftadas del doctor
don Eduardo Acevedo, que era todo un carácter de los pies á la ca-
beza.
El país estaba desquiciado. Salía de una s^uerra incruenta, en la
que, después de declararse que no había habido vencidos ni vencedO'
rM, se organizó un Cuerpo Legislativo compuesto de lo más ilustrado
é independiente que tenía el país, perteneciente á las viejas colectí-
cEl j«;fe de la minoiía en don Joaé Mari» Mofioi y no contaba oon mia orador qao con don
Francisco Hordefiana.
cAbI las cosas, ocurrió una Tacante en la Asamblea, siendo necesario nombrar un diputado
por el I>epartamento del Salto.
cBon Juan Garlos Qómes, amigo de la infancia del doctor don Eduardo Aoeredo, á quien
Y^ casi todos los días, desde su arribo á Monterideo, se presentó solicitando el puesto vm-
cante en la Asamblea.
«Acevedo, con el tono sarcástico que le era característico, preguntándole cuáles eran sus tí-
tulos para reincorporarse en el partido blanco, de una manera tan espectable, le dijo que
empezase por hacer méritos, consagrándose al periodismo, para lo que le ofrecía su periódico.
«Fué entonces que, herido en su amor propio, se decidió O^mex á plegarse á la minora,
7 desde aquel momento se hlso ufia 7 carne con don José María Muños; quien de acuerdo
oon el doctor Castellanos (Ministro de Gobierno 7 de Relaciones Exteriores) hicieron triuníar
su candidatura en el Salto, á favor de la influencia oficial». {Btetifieaeúmt histúrieat, por el
doctor don Mateo Magariños Cervantes).
«El doctor don Eduardo Acevedo, el hombre culminante de la situación, con quien me
habían ligado, además del respeto que profesaba 70 á sus talentos, á sus luces 7 á su carácter,
el odio que durante la presidencia de Oribe me había manifestado contra Bocas, cuyas atio <-
oidades sabía 70 por él, que estudiaba entonces en Buenos Aires, 7 las mismas afinidades
que me unían á don José María Mufios, al coronel Tajes 7 otros que habían combatido el
caudillaje de Rivera 7 defendido las instituciones en la presidencia de Oribe; 7 de quien me
separaba la falta de cumplimiento á la palabra que me había dado en 1842 de no ir al Gerrito
ni á Buenos Aires, en prenda de cu7a actitud había aceptado una magistratura de los enemi-
gos de Rozas en Montevideo; (a) el doctor Acevedo, se apresuró á visitarme, recién llegado, y
me hizo las más tentadoras ofertas. Propúsome asociamos en un estudio de abogado, que era
el más fuerte de Montevideo, 7 en su diario, que iba á fundar, dándsme la mitad de todo. Me
asedió durante un mes, para convencerme que nada nos separaba, que ambos queríamoa ^
afianzamiento de las mismas institucienes, la aplicación de los mismos principios, el dea-
envolvimiento de las mismas ideas, 7 conclu7Ó por renunciar á «convencerme, cuando le dije
mi última palabra: -que sólo aceptaría á condición de que empezáramos por declarar en el
diario que la Defensa de Montevideo seria nuestra tradición 7 nuestro punto de partida de la
nueva en^.—Oueationes orientaba, por el doctor don Juan Carlos Qómez, publicado en El Si-
glo á» 20 áe diciembre de 1872.
(a) Esto es un garrafal enror histórico.
DE «MI Af^OFOLfriOO» 53
vídadesen lucha (x)- Había que hacerlo todo, encontrándose además
con las dificultades provenientes de esa guerra civil que nos dejaba
por herencia los tratados con el Brasil.
Desde el Parlamento y de la prensa comenzó á ilustrar las cuestio-
nes referentes á los tratados del Brasil, considerados ya como he-
chos consumados, para no dificultar la marcha del país,— cooperando,
con su influencia, á que ellos se aprobaran, con la salvedad de que
no quedaba cerrada la puerta para una modificación en el futuro.
Ck>n un estilo familiar» claro, sencillo, en el que no abundaba la
frase sino el pensamiento, como lo habla prometido en su Programa^
huyendo así del dogmatismo, como también de la polémica personal
y de tradición partidista á que más de una vez fué provocado, levan-
tó la dignidad del periodista como había sostenido ya la del letrado
y la del magistrado. En La Oonstittieión estudió la política que de-
bía seguirse con nuestros países vecinos, aconsejando la más perfecta
neutralidad, á fin de romper con esas vinculaciones partidistas que
tan explotadas han sido, para nuestro mal, en las personas de caudi-
Iloe ó de políticos ambiciosos; emitía el pensamiento de la creación
de Comisiones Auxiliares de los señores Ministros de Estado, para
evitar á éstos la pérdida de tiempo en sus tareas públicas; bregaba
por la organización pronta y perfecta de l>i Guardia Nacional, como
única garantía de las instituciones contra el caudillaje y el militaris-
mo; aconsejaba las mayores economías para salir de la situación di-
fícil por que se atravesaba; combatía el aniieconómico derecho de al-
cabala, en unión con los señores Juanícó y Velazco; daba á la publi-
cidad su Proyecto de Instrucción Primaria; estudiaba la cuestión de
la ciudadanía de los extranjeros; exponía sus ideas prácticas sobre la
importación de ganado al Brasil; llamaba la atención del Gobierno
sobre el estado de los caminos en campaña; estudiaba el problema
de las rentas de aduana, exponiendo su opinión sobre el puerto fran-
co, para lo que abolía paulatinamente los derechos de aduana á me-
dida que aumentaba el valor del impuesto sobre el capital ó la renta,
teniendo en cuenta los progresos del país; la creación de la Junta de
Crédito Público, de acuerdo con los tratados del Brasil, era una de
8U8 constantes preocupaciones; trataba de evitar los inconvenientes
opuestos por los deudores en los juicios ejecutivos, por medio de me-
4l) He aquí ia nómina de los representantes y senadores:
Bernardo P. Berro, Presidente; José Benito Lamas, Vicepresidente; Doroteo Garcfa, Anto-
nio J>. Costa, Cándido Juanioó, Ambrosio Velazco, Francisco Solano de Antufia, Antonio M.
Pérez, Apolinario Gayoso, José Muñoz, Plácido Laguna, Jaime Estrázulas, Pedro Bustamante,
José M. Silva, Bafael Zipitrfa, Joaquín Errázquin, Bernabé Caravia, Juan J. Yictorica,
Eduardo Acebedo, Bernardo Suárez, León Zubillaga, Santiago Sayago, Francisco Araúcho,
José Martín Aguirre, Enrique Muñoz, Mariano Haedo, Atanasio Cruz Aguirre, Bruno Mas,
Antonio Luis Pereira, Francisco Hordeñana, Salvador Tort, Juan Carlos Blanco, Tomás Go-
raetisnro, Tomás José Rodríguez, José Antonio Zuvillaga, Juan Fmncisco Giró, Manuel José
Enácquin, Joan Miguel Martínez, Dionisio Coronel.
54 SDUABDO AOETSDO
didas previsoras; recordaba la necesidad de la estadística y del cen-
so, como recurso indispensable del bombre de estado; proclamaba la
necesidad de un Código Rural para dirimir nuestras graves dificul-
tades de campafia; abogaba por la creación de una Comisión de Colo-
nización; estudiaba, con espíritu algo restrictivo, el derecho de los
extranjeros para ser escritores ó periodistas políticos en el país; con
espíritu previsor aconsejaba, desde luego, consecuente con resolucio-
nes anteriores, la reforma militar; aplaudía el pensamiento de la
creación de sociedades de Socorros Mutuos, de publicación y fomen-
to, de Asociación de Señoras^ Oranja EaperimentcU de Berro, y es-
cuela de dibujo para artesanos adultos; reconocía la absoluta y ur-
gente necesidad de una buena ley de elecciones que garantizara el
sufragio libre; honraba los méritos del fundador de la taquigrafía en
nuestro Parlamento, el señor don José Masini; se adelantaba pre-
viendo la importancia de los privilegios de invención y la necesidad
de reglamentar el uso de los rios; (^) y se esforzaba por reglamentar
el principio de la expropiación pública.
Estos y otros tópicos estudió durante su propaganda periodística,
ilustrando las cuestiones con antecedentes históricos, como sucedía
en las referentes á la interpretación de la Constitución, al palxonato
nacional y á la propiedad de la Isla de Martín García.
En el Cuepo Legislativo, como representante, presentó proyectos
sobre Reglamento de Administración de Justicia, Instrucción Prima-
ria, naturalización de los extranjeros, caja de amortización y rescate
de deudas; defendió los fueros parlamentarios en la cuestión de las
medallas conferidas á los vencedores de Caseros y creación de im-
puestos, y estudiaba lo relativo al patronato de la gente de color
para arrancarla á la leva.
El país iba saliendo de su postración, tratando el doctor Acevedo
de hacer triunfar su idea del establecimiento de la Capital de la Re-
pública en punto céntrico del país; defendiendo siempre el principio
de autoridad; y difundiendo la educación en las masas, á lo que con-
tribuía como maestro de una escuela de adultos, enseñando á leer y
escribir. C^) —Así enaltecíase día á día su personalidad, hasta el punto
de llegar á ser el Jefe de la mayoría parlamentaria en las Cámaras
del 52-53 i\ Su personalidad se destacaba de tal manera, que ta-
(1) Véase Memoria del Ministerio de Belaciones Exteriores del actaal bAo 1892 reepeeto de
esta seria cuestión.
(2) En esta tarea era acompañado por el doctor don José G. Palomeqae j por los padres
Capuchinos.
(8) «En 1858 teníamos una Asamblea compuesta de los hombres más eminentes de la
República, pertenecientes al partido colorado y al blanco. Entre esas entidades, que sola
largo enumerar, se encontraban el doctor don Eduardo Acevedo y el doctoi don Juan Carlos
Gomes, que podían considerarse con)o los jefes de cad« fiiicción> — (JEl Sigto del 19 ié ftbrent
d$ Í867).
DE «HI AlfO POLÍTICO» 55
lentos como los de los doctores don José Ellaurí (Constituyente) y
don Alejandro Magariños Cervantes, residentes ambos eu Europa, lo
jazgaban tan favorablemente que el primero llegaba basta atribuir
ffron eficacia <ü dtario *La C onsiiiuci&n* para la felicidad del país, y
el segundo se bonraba con ser corresponsal de esa publicación, que
ilustró con sus notables artículos políticos, científicos y literarios <^\
La situación financiera, sin embargo, «se ponía difícil en abril del
53. Los créditos por perjuicios, que era la magna cuestionen la que se
pretendía explotar al país por gentes desal madas, ya clasificados,
alcanzaban á pesos 3:614,495-^^, quedando aún por liquidar, según
se decía» 14*000,000! El número de inmigrantes entrados, hasta enton-
ces, alcanzaba á 344, á la espera de otros, se afirmaba. Las rentas de
aduana en marzo de ese año habían alcanzado á % 130,274-^ . La mi-
tad de la renta de aduana estaba vendida, y ésta, en mayo, subía
apenas á 109,762-s , mientras la liquidación de la deuda, á fines de
este mes, llegaba ya á $ 1:6<)4306 ^^ ct. Mientras tanto, el Presupues-
to ascendía á pesos 2:059,854-^29. (2) Se habían reconocido % 3:534,000
de la deuda de Gounouilhou y otros, á la vez que se rescataban la
Iglesia Matriz, edificios y plazas públicas que habían sido afectados
por el Grobierno de la Plaza de Montevideo para atender á las nece-
sidades de la Ouetra Grande.
Mientras esta era la situación por la que se atrevesaba, el doctor
Acevedo» que se preocupaba de las necesidades generales del país,
creyó llegado el momento oportuno para dar cima á su gran obra del
Código Civil. Fué entonces, en la sesión del 21 de mayo de 1853, una
vez que estuvo convencido de su verdadera inñuencia en el seno de
esa mayoda parlamentaria, que presentó su Proyecto de Código Ci-
vil, que debSa dormir, sin embargo, el sueño de los justos, durante
afios y años, por obra de la anarquía y de los caudillos.
Los elementos que aún pensaban en los partidos tradicionales re-
solvieron agitar las pasiones. Aprovecharon la ocasión para ello cuan-
do se discutía la actitud inconstitucional del Poder Ejecutivo en la
cuestión de las medallas á los soldados de Caseros, grados conferidos
sin la venia del Senado y prerrogativa de la Cámara para imposición
de impuestos, continuando en su tarea partidista en el momento de
tratarse del proyecto sobre la Guardia Nacional Esta actitud traía
(1) Véase núm«ro 268 de La OonatüuoAn^ en el que se encuentra una carta del doctor
Ellaurl.
(2) La ley de Presupuesto sufrió alteraciones, llegando primeramente á $ 2:6áI.B19.7l7 ct.
con más dos partidas por $ 498,223-&63 y 964,887.619 por pagos hechos extrapresupuesto por
los Ministerios respectiTos, con lo que se había agravado más la situación, de donde dima-
naba que la mayoilá parlamentaria sostuyiera la doctrina de la duoonfumxa dtl Ministerio y
no la del Pnoident» de la BepúbHea.
56 BDDABDO A.CETflI>0
desoonfiftnsa. j loa ramores públicos »e aoentiMban, Í lo que contes-
taba el doctor ¿cevedo, en La Corutitución, diciendo que < eran ru-
mores absurdos dé revolución >, catifioando de locura W esos üuño-
nt* de los vUjoa partidos; situación agravada en presencia de la re-
nuncia del general Flores, del Ministerio de la Guerra, que fué
BUBtituído por el general Brito del Pino. Coincidían estos rumorea
con el anuncio del próximo arribo del general don Fructuoso Rivera,
que estaba confinado en el Brasil desde los sucesos del 47, lo que
motivaba que el doctor Acevedo, en vez da opinar como se ha opina-
do en las épocas actuales respecto del coronel Latorre j general
Santos, dijera en su diario, rflfiríéndoae á aquel caudillo: qus venga,
que buen cuidado tendrá de sujetarse á la Constitución y á las le-
yes ». iS)
Todo esto venía á ag^var la situación; pero, era tal la confianza
que el doctor Acevedo tenía en las fuerzas del país, en el impeno de
la lef y en el respeto al principio de autoridad, que, no obstante las
amenazas á an vida, sostenía que cou el importe de la Contribución
Directa, la venta de tierras públicas y el subsidio brasilello para mar-
char adelante, pero con la paz para pagar las deudas, se salvarla todo,
y el crédito se desanollaria.
El Poder Ejecutivo de la República, d&ndose cuenta de la situa-
ción presentó entonces sus proyectos finsncieros, proponiendo la
creación de la Caja Nacional, la venta de las tierras públicas, el censo
perpetuo de los montes públicos, el 6 "/o sobre el alquiler de las pro-
piedades en Montevideo, y desde el aBo 55 la Contributáón Directa
en (oda la República, que no existía aún, pagando el primer aSo, ef
4-" "h; el 2.» aHo, el 6." "/o y el 3." y siguientes el 8." "¡a.
Con motivo de la discusión sobre el aplazamiento de este asunto,
los doctores Acevedo y Jaime Estrázulas, que no estaban de acuerdo
con la actitud del Ministerio de Hacienda, tomaron la ofensiva, sos-
teniendo más tarde la doctrina, que combatieron don Juan Carlos
Gómez y don Joeé María Muñoz, de que no se Unía confianza en el
Ministerio pero si en el Presidente de la República, lucha que se re-
veló bien á las claras en el proyecto de amortázacióu de la deuda,
dada la resolución adoptada por el doctor don Juan Carlos Gómez. <3)
El resultado de la jornada fué la renuncia de don Florentino Caste-
llanos, uno de los buenos ciudadanos del país, quien, no obstante,
vivía divorciado del doctor Acevedo, nombrándose en su reemplazo
(3) V£ue Dúmero 216.
(3) EiM dudsdua, qus hubo de ur fuDdador di
t[TD por obra del podrr oflditl, «n el Salto, defendido j aoiMnldo por el Wnlitro di
Florqitína CHUIIanoa, qvlea, en loi momeotoi i que noi referímoi, abuidoub* au
DE cMi aSo POliXIOO» 67
al doctor don Bernabé Garavia, que no aceptó. Tampoco aceptó el
sefior don Vicente V. Vázquez, deaignando entonces el Presidente
de la República á don Bernardo P. Berro su Ministro General, en
julio 4 de 1853, después de haber agotado sus recursos ofreciendo esa
cartera á los señores don Manuel Herrera y Obes, Pereira, Mas,
Martínez y Batlle. (^> Todo esto sucedía en medio á la mayor penuria
y al empréstito de un millón de pesos ofrecido al Gobierno por el
señor don Fernando Menck. . .
En estas condiciones se discutía en la Cámara de Representantes
el proyecto sobre venta de la mitad de las rentas de aduana, cuando
precipitadamente se alejaron los que acababan de ser vencidos al
discutirse ese proyecto: Muñoz, Gómez, Bustamante, Hordeñana,
Muñoz (E.), Zubillaga (G. A.) y Tort; (3) pero, reaccionando, volvie-
ron á la sesión siguiente* en la que se discutía el otro proyecto del
Gobierno sobre contribución directa. Fué la sesión de la parálisis de
la lengua^ como creemos dijo el doctor Acevedo en uno de &us dis-
cursos, en los que se revelaba un hombre distinto al que escribía en
la prensa. Era el silencio precursor de la tempestad. Ese silencio sí
que pudo calificarse de ealamidad pública. Con este motivo decía el
doctor Acevedo, rebatiendo los rumores públicos: «con llamar al
« bueno, al capaz, así concluiría el Poder Ejecutivo con los antiguos
« partidos ». t^)
La atmósfera se puso cada día más candente. Los señores Gómez
y Muñoz interpelaron al Poder Ejecutivo con motivo de la organiza-
ción de la Guardia Nacional, y el doctor Acevedo, cada día más con-
vencido de que el sentimiento revolucionario era una ilusión, una
quimera, una locura^ afirmaba en su diario» el 12 de julio de 1853, que
eran pamplinas^ cosas de vieja^ los rumores que se hacían circular I
Acababan de sancionarse las últimas leyes, -el Reglamento de la
Administración de Justicia, el rescate de la deuda y Caja de Amorti-
zación,—cuando aquella parálisis de la UngtMíi que era la de la com-
plieidad, precursora de la calamidad pública^ se desató, y estalló en-
tonces la inicua revolución del 18 de julio de 1853.
(1) Coa motivo de este nombramiento entró al Senado don Iaüs de Herrera, suplente del
Bcfior Berro.
12) Sesión del 1.» de jnUo de 1B63.
(8) Merece recordarse respecto de la extinción de los riejos partidos el decreto de fecha 17
de septiembre de 1858, firmado por Giró, Herrera y Obes, Flores y Berro. Debemos hacer
presente que este trabajo es muy dificienie, á no ser asf entraríamos á la cuestión de la Pre-
sidencia de 1852, la que, á nuestro juicio, debió corresponder al doctor don Manuel Herrera y
Obes.
58 BDÜABDO AOEYEDO
Así el oaudillaje impidió que la República continuara bu marcha
hacia la montafta. Asi las pasiones tradicionales derrocaron al go-
bernante honrado y bondadoso^ al seftor don Juan Francisco Giró.
Y así impidieron que se sancionara en 1853 el Código CítíI de la Re-
pública, en el que estaba inscripto el principio liberal del matrimonio
civil y del Registro Civil. Afios más tarde, en 1885, esos mismos que
asi impidieron la sanción de ese Código, que indemnixaría muchas
desgracias á la pair%a después de la revolución de Julio, según decía en
1856 el doctor don Mateo Magariños Cervantes, se darían el lujo de
decirse autores de la ¡dea liberal, como únicos depositarios de ese
credo, con olvido absoluto de que ellos habían sido los que, por obra
del caudillaje y del tradicionalismo personal, habían impedido su
realización en 1853 y en 1868! Sí, ese mismo caudillaje que impidió
en 1865 la sanción del Código de Comercio, ya aprobado en la Cá-
mara de Diputados y que estaba por serlo en la de Senadores U).
Pero, la hora ha llegado de restablecer la verdad histórica, y pode-
mos con orgullo decir: esa gloria pertenece al doctor don Eduardo
Acevedo y al Partido Nacional, en cuyas filau militó, y fundó, abo-
gando siempre por la extirpación de los partidos tradicionales.
Queda así reivindicada esa gloria para el elemento civil, demos-
trando, histórica y científicamente, que no es patrimonio exclusivo de
los dictadores y de sus servidores La confección y sanción de los Có-
digos en esta República.
Ella pertenece á un ciudadano modesto que en horas de tribula-
ción pensó en el porvenir y bienestar de su Patria!
Fué así, que, pudiendo ser nosotros la República del Plata que re-
solviéramos primeramente el problema en materia de codificación,
desde 1853, el caudillaje y el militarismo dominantes impidieron la
realización de la obra, siendo abatido el elemento civil.
Los esfuerzos intelectuales del doctor Acevedo ya no fueron utili-
zados por su patria, hasta 1860. Emigrado á la República Argentina,
allá, aunque extranjero, desterrado, se utilizaron sus talentos, ya ma-
duros, siendo el verdadero autor del Código de Comercio, en cuya
obra desempeñó el doctor don DaLmacio Vélez Sarsfield la misma
tarea que había desempeñado el doctor don Tristán Narvaja en su
Proyecto de Código Civil, como lo ha demostrado abundantemente
el doctor don Gonzalo Ramírez en el trabajo á que nos hemos refe-
rido al comienzo de este Jigero estudio.
Y fué ese mismo Código de Comercio, sancionado en la Provincia
de Buenos Aires, el que en 1865 y 1866 se estudiaba por la Comisión
Codificadora, en nuestra patria, reformándolo, lo mismo que se había
hecho con el Proyecto de Código Civil.
(1) Informe de I» Comisión del Código de Comercio, página ti.
DE «Hl AUfo poiinoo» 59
Así ha sucedido que la materia prima con que se han elaborado los
G6diffos que nos rigen perteneció al doctor don Eduardo Acevedo,
velando con su nombre ilustre la codificación de la República en eu
cuna jurídica-
LfOs talentos yerdaderos siempre sobrenadan, notan, por más que
las medianías pretendan abatirlos y oscurecerlos. Es que tienen en-
tre sí una fuerza intrínseca que los sostiene: el carácter. Por eso, la
personalidad del doctor Acevedo se engrandecía á medida que los
años corrían, y su nombre, al aproximarse la lucha presidencial del
60, surgió, espontáneamente, como digno de tan alto honor, que trae
consigo aparejadas tantas y tan graves responsabilidades.
No fué electo, pero en cambio fué llamado á desempeñar el puesto
de Ministro de Gobierno por el señor don Bernardo P. Berro, Minis-
terio que no había creído deber aceptar en 1852 cuando se lo ofreció
el señor don Juan Francisco Oiró, y que rehusó entonces por razo-
nes de delicadeza personal.
Vamos á asistir á la última etapa de su vida pública, en la que, al
fin, después de tanto luchar, conseguirá ver coronadas sus ideas de
extirpación de los partidos tradicionales.
El doctor Acevedo encontró preparado el terreno por la prédica
que habían hecho hombres como Andrés Lamas, Manuel Herrera y
Obes, Mateo Magariftos Cervantes, Francisco X. de Acha, Luis Ma-
gariños Cervantes, general don Anacleto Medina, Joaquín Requena
(padre), Carlos San Vicente, general don Antonio Díaz, Florentino
Castellanos, Luis Botana, José G. Palomeque y otros más, ya en la
prensa, ya en la tribuna, ya en el club, ya en el seno del Gobierno
de don Gabriel Antonio Pereyra,— administración que terminaba, de-
jando expedito el camino para concluir la obra que ella había tenido,
desgraciadamente, que verla envuelta en una ola de sangre en el Pa-
so de Quinteros. Otro tanto sucedía en cuanto á administración hon-
rada. Se hallaba con la resolución definitiva del escandaloso asunto
de los perjuicios de guerra, en cuyo moral fallo tanta participación
tomó el autor de nuestros días, el doctor don José G. Palomeque.
La guerra al caudillaje y el respeto á la libertad del sufragio fueron
su preocupación constante. Buscó la extirpación de los partidos tra-
dicionales, condenando los medios revolucionarios y calificando hasta
de erimenes algunos de los hechos que su propio partido había reali-
zado, contrariando así los ideales buscados y apetecidos, (i) De esta
(1) Puede rene al respecto nuestro folleto: JuMo eriüeo á la obra d$ JoéS Adro Várela,
60 IBDüABDO ACEVEDO
manera servía los propósitos oonstítucionales del austero jefe del Es-
tado, don Bernardo P. Berro, no sin que, desgraciadamente, dejara
de cometer errores gravísimos, llevado de sus sanas intenciones. Era
tal su empefio por llegar cuanto antes á la extirpación de los partidos
tradieioncUes, que llegó hasta atacar la libertad de imprenta, man-
dando cerrar la del diario El Pueblo sólo porque se levantaba la
bandera de uno de esos partidos personales. '^)
Fué así que mandó á los departamentos de campaña á hombres
civiles, de ideas adelantadas, convencidos, enérgicos y dispuestos á
la lucha contra el mal, para que las hicieran fructifícar en las ba-
tallas libradas á nombre, diremos así, de la civilización y del
progreso.
Como una prueba de ello recordaremos ligeramente que al Depar-
tamento de Cerro-Largo mandó, no sin tener que luchar mucho para
conseguirlo, á un ciudadano que estimaba en más su título de Secre-
tario de la Universidad de la República que el de Jefe Político de
campaña, de donde era vecino. C^)
Era necesario darse cuenta de lo que era ese Departamento para
saber también las energías viriles que se necesitaban para la lucha
contra el caudillaje. Por el momento baste decir (por no ser esta la
ocasión oportuna) que ya se habían usado varios ciudadanos en esa
tarea ingrata sin conseguir el objetivo anhelado. La talla del hombre
que mandaban para abatirlo, como efectivamente lo abatió, y como
lo hicieron los demás funcionarios en sus respectivas localidades, se
revela, entre otros, en uno de los documentos publicados en el Juicio
crítico á la obra de José ledro Várela^ ya citado en la nota anterior
con motivo de la libertad del sufragio, que garantió debidamente el
jefe del Estado, don Bernardo P. Berro.
(1) Era Un arraigado el pensamiento de concluir con loa partidos viejos, que, para los hom-
bre de aquella época, el fin justificaba los medios.
Y lo original era que no rehusaban la responsabilidad para ante la historia. Tales eran Uts
aspiraciones de los hombres rectos de esa época. No usaban de la mentira y del engafio. Ha-
blaban con franqueca, singo inequívoco de su lealtad de procederes é idess sanas; j en los
Mensajes del Presidente y en las Memorias de ios Ministros de la época así se declaraba,
preguntándose, de una manera que honraba al ñmcionario: ^u6 ea mejor, violar la Oonttíiueióñ
ó permitir que la anarquía noa devore?
He aquí lo que el mismo doctor Palomeque le decía al doctor Acevedo:
« Debo dirigirle un brayo á su linda nota pasada á mi colega el de la Capital. —Doctor y
« amigo: estamos de acuerdo. ¿Qué pretenden mis majaderos...? Obre así que tendrá usted á
c su lado á todo el pueblo sensato, y entre ellos á mí.— Energía, prudencia y palo en mo-
€ mentos dados, y habremos dado en tierra con los partidos y las pretensiones de los que
c sólo pueden medrar á la sombra de las rcTueltas y de la disolución social. — Lo felicito
« de veras > .
(2) Hacemos presente esta circunstancia, porque por la pronsa se ha asegurado que el dec-
tor Palomeque ne era vecino de Cerro-Largo. Estimaba tanto su título de Secretario de la
Universidad, que puso como condición la retención de ese empleo, por lo que quedó át>interino
el sefior don Martín Berinduague .
bS cltl AÍfo FOLÍTtOÓ» 6i
Y esa talla moral é intelectual se confÍTma cuando se revisa la
correspondencia del doctor Acevedo con sus Jefes Políticos. Para
ejemplo de los £^bernantes y de los ciudadanos damos á conocer los
siguientes :
«Señor don Eduardo Acevedo.— Cerro-Larfi^o, mayo 14 de 1860.—
Muy señor mío :
El jueves de la semana pasada ofrecí á usted, en la antesala de
la Cámara de Representantes, escribirle, el lunes de la presente, y
lo hago con tanto más gusto cuanto que, comprendo lo que ansiará
por conocer algo de estas regiones.
Tres días y medio han bastado para constituirme en el sacrificio,
y ya que estoy en 61 obraré de corazón tan luego como abra mis ope-
raciones administrativas.
Debo prevenir á usted que no me recibiré de la Jefatura hasta de
aquí dos 6 tres días; pues no hallándose en la villa don Dionisio, he
creído político y de conveniencia que él asista á mi recepción, pues
en ella me propongo algo en el sentido de fraternidad.
Para alcanzar mi pensamiento he escrito hoy á don Dionisio, lla-
mándolo, y creo que mañana, á más tardar pasado, lo tendremos
aquí, pues se me asegura encontrársele en la Costa de Tacuarí y á
siete leguas de este punto.
Mientras la. recepción no se hace, me ocuparé de conocer cuál es la
verdadera situación de los hombres de este pueblo, cómo piensan,
cómo viven, qué pretenden los unos y los otros, y hasta dónde se
puede contar con ellos para uniformar las opiniones y matar la divi-
sión tan funesta para los pueblos como el nuestro, que aún no ha sa-
lido de la infancia.
El Departamento, doloroso es decirlo, es un centro de disolución y
de anarquía; todo cuanto ahí se ha dicho es menos de lo que en rea-
lidad existe.
Aquí no hay dos opiniones uniformes; no hay autoridad moral ni
material; no hay respeto, no hay garantías para nadie. En una pala-
bra, las leyes se desconocen; el vandalismo impera.
Tal es la perspectiva del Departamento adonde usted me ha man-
dado á que gaste mi vida y mi tiempo. No obstante, debe usted per-
suadirse que ello no me arredra, y que, por lo mismo que es ardua la
empresa, pondré todos mis conatos para llamarme venturoso, si tengo
la suerte de que la patria le agradezca á usted mi nombramiento.
Por el próximo correo creo adelantar en detalles; cuente con ellos
y con la verdadera distinción y aprecio de que es de usted atento
tí. S. Q. S. M. B.^José Gabriel Palomequs**
é3 fiDtTABM ÁOBVBDO
«Señor doctor don Eduardo Acevedo.— Montevideo.— Muy seftor
mío y amigo :
8u silencio oficial, me tiene con cuidado por su salud. (Dios quiera
que otra sea la causa!
Digo á usted, en comunicación de esta fecha, que confidencialmente
explicaría una de las causas que me forzaron á constituirme aquí
arrancándome precipitadamente del punto donde me encontraba ejer
citando mi misión, y voy á hacerlo, aunque de un modo particular,
con tanto más gusto cuanto que tengo la persuasión de que usted se
complacerá al saber é imponerse de la conducta que he observado.
La adjunta carta instruye, más que nada, del asunto, pero no ex-
plica lo que yo explicaré á usted.
Inmediatamente que me hice cargo del contenido de la expresada
carta, traté de ponerme en marcha hasta esta villa, adonde llegué el
14, y en ese mismo día, ante los iniciadores de mi candidatura, decli-
né de una manera muy seria del alto honor con que se proponían fa-
vorecerme los que en ese sentido trabajaban.
Ahora réstame decir á usted las razones en que apoyé mi negativa.
Decliné de ese honor, porque no quiero que, ni remotamente, se
pueda creer que acepté el penosísimo cargo que desempeño, para con-
quistarme, con él y la influencia de mi autoridad, un puesto tan ho-
norable. Decliné de ese honor, porque el Gobierno me encarga y or-
dena no tomar parte en la lucha electoral, y mi candidatura y elec-
ción, seguras, probaría una de dos cosas: O que el Gobierno engaña-
ba al pueblo con sus circulares oficiales y confidenciales, ó que yo
ejercía un acto de desobediencia. Lo primero sería lo más probable.
Y, ¿habría, amigo querido, gente tan buena que hiciera la merecida
justicia de creer que mi elección, en tal caso, era la obra pura, sim
pie y espontánea del pueblo? ¿Habría alguien que pudiese creer que
mis desvelos por el bien de este departamento, mis afanes y abnega-
ción, me daban esa digna posición? No; nadie vería en ese hecho sino
la mano oficial; y, en tal caso, el Gobierno, después de sus prevencio-
nes, haría un malísimo papeL que quiero evitárselo aún á costa de
la pérdida de un destino que en otra situación lo habría pedido al
pueblo,— porque me place y porque lo ambiciono. Pero, en las cir-
cunstancias en que estoy colocado, lo arrojo sin ningún remordi-
miento, porque estimo más mi lealtad en el cumplimiento de lo que
he prometido como empleado y como caballero.
Todas mis verdaderas conveniencias, mis positivos intereses, mi
tranquilidad mental y material, mis negocios, el amor á una mujer y
á mis hijos, mis comodidades y hasta mi reputación misma, están por
la aceptación del puesto que espontáneamente me ofrece la parte sen-
sata y honrada de Cerro Largo. Pero, otros intereses, aquellos que
dejo enumerados, se oponen á ello, y esto es lo que prefiero.
í>¿ cMi AJfo poiindo» 6á
-*'*—* ,M j I i_M
Ademad, uctfcad sabe que la habilidad del hombre público está en
elegir dos momentos: el primero, para entrar á la vida pública; el
segundo, para abandonarla.
En mi situación, yo no elegí el primero, fué el Gobierno; el segun-
do, está en mi mano; y si yo hubiera de elegirlo, sería hoy mismo: tan
proficua y ventajosa me es la situación para dejar un buen nombre
que puedo perder si permanezco por más tiempo en esta ingrata ta-
rea, lo que poco importa, si consigo obtener el restablecimiento del
orden para este departamento.
Concluyo, pues, repitiéndole que no aceptaré mi candidatura^ y que
así lo he declarado alto y enérgicamente, no obstante todas las ins-
tancias y reflexiones que se me han hecho. No puedo más, estoy
muerto de escribir.
Escríbame — su silencio me mata.
Su atento servidor y amigo verdadero Q. 8. M. B —José Oabriel
PcUameque.—MelOi octubre 16 de 1860.»
El doctor Acevedo no pretendía exclusivismos en el Gbbiemo.
Buscaba los hombres buenos, doquiera ce encontraran, respondiendo
así al ideal del Partido Nacional. Por eso, durante la administración
del sefior don Bernardo P. Berro, que era el jefe del Estado que lo
representaba» se vio al doctor don Manuel Herrera y Obes desempe-
fiando elevados puestos públicos, y al mismo doctor Acevedo buscan-
do, más tarde, á un ciudadano como José Pedro Ramírez, para que
fuera á la Repref^entación NacionaL
Decía el doctor don José Pedro Ramírez: U)
«Lo único que recordamos á este respecto, es una conversación
que tuvimos con el doctor Acevedo, en la cual, para probarnos la
simpatía de nuestra actitud en El Siglo, nos dijo que éramos uno de
sus candidatos favoritos para las próximas elecciones, á lo que con-
testamos que jamás aceptaríamos un puesto público en el país, á
que no fuéramos elevados por nuestro propio partido.
«Nos habló de un acuerdo para esas mismas elecciones entre el
elemento culto y civilizado de ambos partidos, y nosotros le contes-
tamos que no queríamos pactos ni fusiones, sino garantías para el vo-
to elctoral, para lo cual no estábamos preparados ni sabíamos todavía
si decidiría el partido prepararse».
Y así, persiguiendo siempre ese ideal, abandonó el Ministerio de
Gobierno, con el sentimiento público por compafíero, (?) yendo á bus-
(1) Esta referencia en 6 propátíto de las elecciones generales que debían celebrarse en 1868|
la que era recordada por el doctor don José P. Ramírez en El Sigh del 9 de julio de 1866.
(2) Era tal la simpatfa que inspiraba el doctor Aceredo, que, yendo, solo, por los subur-
bios de la ciudad, después de haber abandonado el Ministerio, se encontró con el batallón
1.* de Ouardias Nacionales, ooomndado por don Javier AlTares; j los soldados, al Terlo, ins-
tintiTa 7 espontáneamente, le presentaron las armas, rindiendo así un tributo 6 sus excelsas
Tirtudes republicanas. *
64 KDDABDO AOEVSDO
car un reposo para su aalud ya quebraatada, en la ciudad del Salto,
desde donde volvió, para entrar al Senado, de cuyo Cuerpo fué Presi-
dente, como lo habfa sido de la Comisión Permanente en 1852.
Fuó eotonces que, cousecuente con la opinióu ya emitida poi el
general don Antonio Díaz, en 1859, iD descendió del puesto de Pre-
sidente del Senado para fundar el proyecto de que el empleo de ge-
neral y el de coronel efectivo, acordados por la C&mara de Senado'
res, no inhabilitaban á los que los obtuvieran para optar a) oargo de
repreaentantee ó senadores de la nación, pensamiento que demos-
traba que en 61 no dominaba la intención de abatir la muy noble ca-
rrera de las armas sino de dignificarla por su contacto con el elemen-
to civil, encaminándola por el sendero de la Constitución. (^)
Pertenece, (3> at, el doctor A.Gevedo i la razs de loa que dejan mar-
cado el tiempo en que vivieron con el relieve de su personalidad y
de sus obras,— fuerte, acentuada, vigorosa, la primera, inventívaa y
trascendentales, las segundaa.
<No ea, por tanto, una figura que demanda nuestro asenso la del
jurisconsulto uruguayo. — Dos generaciones la iian destacado en todo
su vigor y han pronunciado ese juicio definitivo que se impone & la
posteridad con los caract«Tes de la verdad irrecusable y de la sanción
histórica.
•I<as opiniones de los contemporáneos la elevaron por el común
sentir sobre el pedestal en que hoy aparece á nuestra vista, y si qui-
aier&moa intentar una revisión del proceso, las obras del estadista y
del legislador estarían ahí con su resistencia de granito para decimos
que fueron ellas mismas las que formaron ese pedestal, como fueron
La integridad del aarácter y la anidad de una vida consagrada por
entero á los más nobles finea, las que suscitaron un respeto y una
admiración que han llegado hasta nosotros.
• En legislación, como en las artes bellas, como en las ciencias ex-
periménteles, hay dos épocas que presiden su formación y encadenan
au desarrollo: la primera, de espontaneidad, de creación, de intensas
ÍDspiracioDes; la segunda, de critica, de coordinación metódica, de
estructura acabada y perfecta.
«Al doctor Acevedo tocóle actuaren la primera de eaaa épocas por
que ha pasado el régimen legal de los países del Plata, como el de
todoa los puebloa en su evolución del derecho tradicional al derecho
autónomo.
(1) V«ue UemotUdel Uiniatn M Interior, ganas! don AatoDlo DUi (1869), pi^M TV.
(2iVteKpágiiimt6T deJ DiBrío de SfsloaM dcISeiudo, umo 9.
(S) Lo que n en acguids, eotre nomlllM, peruiw» i un diitlnsuido «•crlwr, qua ht qut
rido (uudar el íneífaU».
DB «mi AJfO POLÍTIOO» 65
«No hay necesidad de trazar el cuadro que ofrecía la jurispruden-
cia y la legislación de la República, al par de las demás naciones de
Sud América» hace apenas medio siglo, pero abrid el Código Civil re-
dactado por el doctor Acevedo y veréis todavía las señales de la sel-
va enmarafiada que acaba de franquearse, del terreno trastornado por
toda clase de sedimentos y de obstáculos que acaba de surcarse con
fuerte paso y mano segura.
«Sobre ese terreno, en que debía asentarse una nueva vida social,
distinta por sus fines y por sus ideales políticos de aquella que la
engendró, arrojó el doctor Acevedo los nuevos moldes jurídicos y la
luz de su pensamiento creador.
«Pasan seguramente de cincuenta mil, dice el gran jurisconsulto,
las disposiciones que á diverso título se invocan en nuestros tribuna-
le8>, y esta sola referencia basta para formarse una idea del estado
en que se encontraba la legislación en nuestro país, cuando el doctor
Acevedo emprendió la obra de redactar un Código y de legislar para
un pueblo, cuyas necesidades y tendencias no tenían precedentes es-
critos y obligaban á erigir la doctrina sobre la observación inmediata
de los hechos que ofrecía el presente, buscando su lógica progresión
en el tiempo.
«Ko fué, sin embargo, engañosa la visión que tuvo del porvenir y
de la sociabilidad que había de formarse en nuestro suelo, porque
sobreponiéndose á las prácticas tradicionales, á las teorías dominan-
tes y á las formas de un derecho escrito que arrancaba sus orígenes
de profundas desigualdades en la organización de la sociedad y de la
familia, proclamó sin temor, desde los comienzos de »u Código, sin
duda el primero en Sud América, que la determinación del estado ci-
vil de las personas era función de los jueces nacionales, sujeta á su
autoridad y competencia; que la patria potestad no era atributo ex-
clusivo del padre, sino extensivo á la mujer, á la madre, sobre sus
propios hijos, y que el matrimonio, ese acto trascendental de la vida
que afecta tan hondamente al ser humano y envuelve tan profundos
problemas de creencias y de cultos, era para el Estado un contrato
de derecho natural, sujeto solo en stut formas á la ley civil, dejando
á los contrayentes la facultad de ir á buscar la sanción del sacra-
mento ante el poder espiritual que obligara sus conciencias, á fin de
que la libertad religiosa y el derecho natural fueran las égidas tutela-
res de la constitución de la familia en la República.
«Veinte años más tarde, estos principios formulados con la conci-
sión de estilo que caracteriza al doctor Acevedo, pasaron á ser pre-
ceptos de nuestra legislación positiva, aunque alterados en algunos
de sus elementos esenciales, pero ya la época de crítica había llegado
y la tarea de formar un Código, si demandaba siempre competencia
especial, erudición y aptitud técnica, esta ba allanada con la multitud
66 fibÜARiK) aobvédo
de modelos y de trabajos jurídicos que acudían de todas partes y nos
ofrecía la legislación moderna de los pueblos de Europa y América.
« No sucedía así en 1848, época en que el doctor Acevedo escribió
BU importante obra.
« Entonces, era necesario forjar la idea y el concepto sobre el cam-
po mismo de experimentación, como se forja el metal sacado reciente-
mente de la mina, buscando en el propio pensamiento y en el estudio
directo de los actos y conflictos civiles, los moldes que neg^aban al
legislador la confusa estructura del organismo social y los preceden-
tes históricos de su formación; entonces, era necesario crear para el
porvenir, sorprendiendo en las primeras manifestaciones de un pue-
blo BUS proyecciones de futuro, su desenvolvimiento en la mezcla de
razas y de hombres con que había de confundirse, pero crear sin des-
conocer á la vez la realidad viviente y los gérmenes étnicos y heredi-
tarios que llevaba en su seno y se habían impreso en sus hábitos y
costumbres desde los tiempos del derecho de los reyes y de las leyes
para indios y colonos.
« A la altura de la magna empresa, estaba el talento excepcional
del doctor Acevedo.- -Tenía la concepción profunda del derecho, la
ciencia acabada del jurista y la paciente elaboración del artífice, que
demanda el ajuste de los íntimos resortes de una ley para que surja
adaptable al conflicto que esclarece, como las formas orgánicas á la
vida del ser interno que envuelven.
« Y sobre estas múltiples aptitudes del jurisconsulto, había en su
espíritu, con la amplitud y la intuición de la justicia, la fuerza crea-
dora de la fórmula en la complicada trama de la relaciones jurídicas.
« Así salió de sus manos el Código que lleva su nombre.
« Una obra de ciencia y de saber, de invención y de arte admirable.
« Con la celebridad que su aparición daba al ilustre autor, fué el
doctor Acevedo á las Cámaras del 53, congreso de las primeras inteli-
gencias del país, tomando en ellas la posición que cuadraba á sus
luces y estatura, como fué más tarde á extraño escenario, á la Repú-
blica Argentina, á ser también allí codificador de leyes y á profesar
el derecho que escuchaban respetuosos de sus labios los hombres del
foro de la época, algunos de los cuales, hoy mismo, llegados ya á la
notoriedad de la fama, proclaman el timbre de legislador argentino
que corresponde al jurisconsulto oriental ».
Cerca de 30 años (i) habían transcurrido, y aún no se había cum-
(1) Eita parte del estudio biográfico, que ya en seguida, fué la que pronunciamos en el
acto de la fiesta en la UniTersidad, juzgada por la prensa en estos términos:
« La lectura de esos párrafos sencillos, llenos de yerdad, escritos con esa elocuencia que da
la sinceridad j que no sobrepuja el artificio de la palabra; así como los arranques de verdadero
DÉ <M1 A^O político» 6?
piído la aspiración formulada por la Universidad de la República en
el mometito de su muerte.
Toca á nosotros, hijos de una generación nueva, nacida á la vida
cuando él expiraba, cumplir los votos formulados por una generación
que casi se ha extinguido.
Está aún por escribirse su vida literaria, jurídica, política y privada,
que fué encomendada, en el momento de su muerte, á la pluma vi-
brante y cerebro pulido del doctor don Vicente F. López.
Eslá aún por esculpirse en el mármol la fisonomía austera del le«
gislador, para ser colocada en los salones del Cuerpo Legislativo.
Y está aún por fundirse en el bronce la personalidad templada del
hombre público, para colocarse en la plaza de la ciudad que le vio
nacer y en la que tanto se agitó.
Pero, si nada de esto se ha hecho para conservar en el seno de la
gente que piensa y siente, el culto por uno de los grandes hombres de
esta patria, su memoria ha resistido al tiempo, y se ha transmitido, de
orador que tuvo el doctor Palomeque j la oportunidad con que trajo al caso las citas aludidas i
causaron profunda j ternísima emoción en el auditorio.
« El discurso del doctor don Alberto Falomeque fué brillante en todo sentido: por su opor-
tunidad, por la notable fluides y facilidad de su palabra, 7, especialmente por el sentimiento
deUcado que aupo imprimirle.
« Cuando hubo terminado su aplaudida improvisación, se le acercaron muchísimas personas
de significación á felicitarle calurosamente.
« El doctor don Ángel Floro Costa, entre otras, dijo que el discurso del sefior Bamíres eo-
rreapondla á la cabeca 7 el del doctor Falomeque al corasón.
« Y á fe, que no dijo más que la verdad en eso.
« De muchos afloe á esta parte nadie ha tenido la suerte de pronunciar un discurso que
tanto ha7a conmovido á un auditorio ilustrado, competente, selecto como el que llenaba los
salones de la Universidad en la tarde del domingo, decía el doctor Costa, agregando que sería
de desearse la repetición de estas escenas.
« Puede estar satisfecho el doctor Falomeque de ese último triunfo oratorio 7 por él le en*
TiamoB nuestras sinceras felicitaciones >.— ¿a Época,
€ Después se levantó el doctor Falomeque j dijo que 7a que se habíu tratado bajo tan múl-
tiples aspectos la personalidad del doctor Aoevedo, él, que le rendía culto ferviente por sus
virtudes 7 altos méritos, iba á tratar esa personalidad en su aspecto íntimo, iba á revelar lo
que era en el hogar para que se supiese 7 valorase cumplidamente.
< Cumplió su propósito con tanto acierto el doctor Falomeque, que llegó á causar una emo-
ción profunda entre el concurso, una emoción tan viva que ana gran parte de los 07entes sin-
tieron desusarse las lágrimas provocadas por las nobles acciones que evocaba el orador, sacu-
dido también por una emoción sincera 7 comunicativa que daba singular expresión á su voz
7 poder irresistible á sus palabras.
c Los hechos que invocaba, el testimonio de la propia viuda del doctor Acevedo en esos
hechos, la sendlles 7 verdad con que oran expu^tos, revelaron á la concurrencia otro hom-
bre desconocido en el ilustre codificador, un hombre de corasón, sencillo, valiente 7 grande,
digno del mármol 7 del bronce, digno de vivir en la posteridad como ios hombres de Flu-
tarco.
< For largo rato fué aplaudido el doctor Fabmeque 7 muchos de los presentes fueron á
estrecharle la mano 7 á abrasarlo >.— Jm 3igh.
é8 M>üARbO AOEVEBO
generación en generación, engrandeciéndose á medida que los años
transcurrían.
Está aún por hacerse todo aquello, como tributo que debe rendirse
¿ la memoria de quien reveló virtudes y talentos en todas las esferas
de su vida.
Ya que hemos narrado la vida del noble campeón del pensamiento
queremos aquí olvidamos del jurisconsulto, que enriqueció la legisla-
ción de tres países, con su ciencia; prescindir del escritor científico,
para exponer algunas observaciones sobre la infuencia del sentimien''
to del hogar, de esa gran fuerza económica de las sociedades moder-
nas, civilizadas, sobre el bienestar nacional.
El doctor Acevedo, que á su severidad reunía un espíritu de niño
alegre como lo llamaba el doctor don Gabriel Ocampo, aún en sus
37 años de edad, conocía la fuerza del sentimiento para las defensas
judiciales. La juventud no debiera olvidarlo, teniendo presente lo
que ha poco nos ha dicho Durier.
Mr. Durier, decano de la Orden de los abogados, acaba de clausu-
rar la conferencia de los Estrados, en París, con un discurso muy
aplaudido.
Transcribimos ese pasaje en el que el eminente abogado hace notar,
con profunda melancolía, una tendencia muy generalizada entre los
jóvenes abogados: la de valerse en la discusión de los áridos princi-
pios del derecho y rechazar con una afectación de pariipris lo que con
desdén llaman: « razones de sentimiento ».
Mr. Durier quisiera ver en los abogados jóvenes menos escepti-
cismo y más entusiasmo.
« La juventud, dice, ambicionando afirmar su criterio y mostrar una
< madurez precoz, desconfía demasiado de su corazón y más de una
« vez ha recordado esta frase singular de Michelet: en Francia no se
« nace joven, se llega á ser joven.
« Pero, al hacerme esta reflexión no he dudado, no, de la bondad
«de vuestras almas ni de la generosidad de vuestros corazones.
< Sólo la vida nos da esta grande y á menudo dura enseñanza, que
< despierta y desenvuelve la compasión hacia las miserias y debilida-
4 des del hombre. Este sentimiento generoso, que no debe jamás
« hacernos olvidar los principios del derecho, porque así en nuestra
« jurisprudencia francesa como en la de los pretores romanos, tiende
< á aplicarlos de una manera cada vez más extensa y humana. Abo-
< gados ó futuros magistrados, no olvidéis que la fuerza más fecunda
« y más pura del derecho es la equidad, y que las grandes inspiracio-
« nes de la elocuencia nacen del corazón ». (^)
(1) Véase página 148 d«l tomo I de cMi Áfio Político».
DE «MI A^O POLfnOO» 69
De los escrítorea, de los artistas, de los hombres públicos que han
ocupado el muudo con sus nombres, no puede hablarse sin prescin-
dirse de la atmósfera próxima que los ha circundado toda su vida, y
que ha sido, puede decirse, el escudo que les ha servido para librar
las grandes batallas.
Por eso, al estudiarse la vida de esos luchadores, se analiza la de los
seres que le han rodeado en el hogar. De ese poderoso sentimiento
surge la gran fuerza de carácter del hombre público. Es la influencia
del hogar, fuerza que los economistas califican de poderosa fuerza
nacional, la que decide de las actitudes del hombre, en ese movi-
miento incesante de ideas, nacidas al calor del más puro de los senti-
mientos humanos: el amor, en sus múltiples y diferentes fases.
No tuvo la dicha de conocer los halagos de la madre, en la edad
de su madurez de juicio, pero, muerta ésta, encontró en- un corazón
honrado lo que la naturaleza le había arrebatado. Hijo adoptivo, tuvo
desde entonces el sino con que la Providencia señala á esos niños á
quienes les falta el calor materno. Desde luego, su vida se deslizó
entre el estudio y el amor á esos seres que le hicieron conocer la vida
por el lado de la bondad y de la honradez. Por eso fué que á la me-
moria de ese padre adoptivo dedicó el fruto sazonado de su inteligen-
cia, su monumental estudio sobre la vetusta legislación del coloniaje,
de donde surgió su Proyecto de Código Civil.
Y así, al aroma de esa flor de la gratitud, sentimiento revelador de
su exquisita delicadeza humana, se unía el suave perfume del amor
de una mujer modesta, hermosa de espíritu, bella de físico y fuerte
para la lucha, que tomaba una participación activa en sus tareas.
Así, allá, en la soledad de la campaña, de cuando en cuando in-
terrumpida por los ecos del soldado ó el silbido de las balas, en
medio á las pasiones agitadas, se confeccionaba aquella obra; y al
lado de ese genio de la patria, que así pensaba en su porvenir, había
una mujer, bella, hermosa, llena de frescura en su tez, con vivaces
aspiraciones para su amante y los frutos de su amorl
La amante compartía esa vida de las letras. Despertaba en esa
mujer pensamientos científicos. Ella en cambio regaba su corazón con
dulce lenitivo, dándole así esa fuerza de donde nace el carácter
humano.
De esa comunión de ideas, envueltas en el incienso del cariño y
del respeto mutuos, surgían las más bellas acciones del hombre lla-
mado á perpetuarse en las páginas de oro de nuestra historia.
Así, en el hogar, se dulcificaban las pasiones; la política se huma-
nizaba; los horrores de la sangre aterían el alma buena; y era de un
hogar santificado por el genio tutelar de la mujer que salían los pen-
samientos elevados que luego se traducían en hechos elocuentes en
la vida real de la política, de la ciencia y de la literatura.
70 SDÜABDO ACETIDO
Fué de ese sentimiento del hogar que nacieron tas grandes ideas de
tolerancia, de olvido, de conciliación, í favor de la familia uroguaya,
dividida 7 ultrajada. De ese arroyo de sangre se elevaba un incienso
de pai, de olvido mutuo de odios y miserias pasadas, que tanto dallo
hacían i la Patria. Y era la voz del doctor Acevedo la que se o!a j
se escuchaba. Pero, ella no encontraba entonces el eco debido en los
corazones que vivían agitados por las pasiones guerreras. ¡Nada im-
portaba! La idea habla'de fructificar en el futuro- No era, sin duda, de
la época. Por eso hubo de perecer quien la predicaba en momentos
tan anfcuBtiosoB.
Oid cómo describe esa escena, la que, bella y joven, conserva toda-
vía vigor de espíritu, poesía de coraión, como una prueba de la forta-
leza de aquella generación:
• En aquel entonces Acevedo redactaba El Defeneor de las LeyMj
sostenía en esos momentos una polémica con Florencio Várela, redac-
tor de Eí Comereio del Plata de Montevideo, sobre la manera cómo
harían las elecciones una vez terminada la guerra. Acevedo decía en
un artículo que don Manuel Oribe no sería nombrado Presidente j
que ni siquiera figuraría como candidato. Este artículo, del qne se
tuvo noticias en el Cuart«l General antes de salir, caus6 gran impre-
sión. Indignados los hombres que le eran hostiles se aprovecharon
para gritar contra él y trataron de arrebatarle toda la influencia que
tenía. Algunas personas estuvieron á pedirle á Acevedo que retirase
el artículo, pero él no accedió, drciéndoles que él pensaba así 3 que
nunca escribía sino con sus ideas.
< Acevedo vivía en una casita en el Paso de las Duranas, mal
construida, con malísimos herrajes, y sin ninguna seguridad.
< Esa noche, que era la del 11 de octubre de 1846, se encontraba
Acevedo, comotenfade costumbre, leyendo á su esposa, ante una
débil luz. La lectura versaba sobre un fragmento de Víctor Hugo,
titulado: El último día de un condenado.
< La lectura era triste y parecía predisponer los Ánimos para las
amargas horas que iban á pasar. De pronto se sintió un estremeci-
miento, como un t«mb]or de tierra, y en seguida se v¡6 llegar un escua-
drÓD de caballería y formar alrededor de la casa; la fuerza parecía
ser de línea y compuesta de oficiales, i, juzgar por la profudón de
plata de que estaban adornados los caballos; y formando como á
aesenta metros de la casa empezaron i, gritan
> ¡Muera el Salvaje Unitario Acevedol
• [Muera el redactor de El Defensor!
' Era una lindísima noche de primavera; la luna llena iluminaba
'a tierra, como si fuera el propio día; podían distinguirse loa objetos
míe distantes. En esa posición permsnecieron los oficiales algunos
minutos, gritando siempre, pero sin que nadie se acercara á la casa'
DB «MI A»0 POLfriOO» 71
en seguida tocaron retirada y se alejaron del mismo modo que habían
venido.
« Acevedo permaneció todo ese tiempo de pie en la puerta, con una
pistola en cada mano.
« Tranquilícense, dijo ¿ su familia, cuando estos miserables no
« me han muerto, es porque no tienen orden de hacerlo.* (^)
Así luchaba el doctor Acevedo; así sostenía sus ideas de confra-
ternidad, exponiendo su existencia, teniendo á retaguardia las fuerzas
del general Oribe, y al frente la Ciudad de Troya, donde se encon-
traban sus adversarlos. Así se colocaba en el terreno neutral, buscan-
do la conciliación de los hermanos orientales.
Era el sentimiento del hogar^ esa gran fuerza nacional, el que en-
tonces hablaba, predicando siempre, dentro deesa atmósfera de amor
y de carifio, la idea grande, la idea madre: la del amor á la Patria.
Y esa influencia mutua de la mujer en el hombre nunca cesó.
£ran dos aros de una misma cadena, perfectamente entrelazados. No
se romperían ni aán con la muerte, como culto que rinde toda mujer
de alma levantada al hombre grande que la legó su timbre de gloria
en apellido ilustre por el esfuerzo de ambos.
Más tarde esa misma influencia se revela en el alma del periodista.
Allí está siempre la prédica de ese senlirntento del hogar. Anoja al
pasado, como Frías lo hiciera en la Argentina, los nombres de una
tradición triste, y levanta, sobre las cabezas de las nuevas genera-
ciones, el oriflama de la Paz, del olvido de mutuos agravios, deste-
rrando para siempre, de la prensa, la polémica que degrada y el in-
sulto que envilece.
Así luchaba el doctor Acevedo. Así revelaba su consecuencia con
las ideas nobles y generosas.
Y él, que habla levantado la dignidad del Poder Civil en el Pro-
yecto de Código, soporta siempre esa influencia del hogar al presen-
tar más tarde su Proyecto de Educación Primaria. Reconoce la indis-
cutible necesidad de ensefiar la religión y la moral en las escuelas
públicas, como una demostración elocuente de que el principio liberal
no está reñido con la religión.
Y es esa misma compañera de su vida, la que, en su edad madura,
(1) El doctor Aceredo estuvo complicado en nn moTimiento rerolucionajio, junto con el
•efior don Avelino Iierena j otros, que fnicMÓ, ya porque se descubriera, ya porque no estu -
TÍeran de acuerdo en la persona que debía dirigirlo. Parece que el doctor Acevedo quería que
o fuese el general Lasala, mientras los otros opinaban por el general Brlto del Pino. £1 fln
era prescindir de los elementos argentinos en el Cerrito y entenderse los orientales con los
de la plasa. El elemento ultra! ntransigento, combatía tanto al doctor Acevedo, que hasta el
afio 60-68, en la barra del Cuerpo Legislatiro, le gritaban al Ministro de Berro: Sahofé unir
UtriOj troMorí
72 EDUARDO AOBVEDO
después de haber formado unos hijos á semejanza de aquel austero
ciudadano, perpetuando asi su memoria en el seno de un pueblo, hoy
reconocido á aquella noble personalidad, la que, uniendo recuerdos^
escribe, de su pufio y letra, los rascaos biog^ráficos de aquel que fué su
buen amigo, y con amor nos relata, en estilo sencillo, pero pintoresco,
lo siguiente:
< Otra causa muy interesante fué la de la sublevación de los pre-
sos de la cárcel, los cuales mataron oficiales y soldados, tomaron las
armas y se escaparon en medio del día por las calles de Buenos Ai-
res. Todo se cerró, creyéndose que había una complicación política;
se puso el ejército sobre las armas; la guardia nacional y todos los
jefes fueron á ocupar sus puestos en el Cabildo y se juramentaron
para no moverse de allí hasta que fueran castigados los criminales.
El jefe de la sublevación fué muerto en la calle. Era un militar Aguí-
lar; y su compañero un capitán Sosa, entrerriano. Este último fué
tomado y sentenciado á muerte. Debía ser fusilado al día siguiente.
Se le nombró como defensor á Acevedo. Algunos jueces le escribie-
ron pidiéndole que aceptara; entre ellos el doctor Carreras, presi-
dente del Tribunal, diciéndole que deseaban que el reo tuviera un
defensor hábil y entusiasta. Acevedo estaba enfermo y dudaba en-
cargarse de una causa tan difícil; pero, vino la esposa de Sosa, lloran-
do, á pedirle que defendiera á su marido; que todos le decían que él
le salvaría la vida. La mujer lloraba amargamente, y al fín Acevedo
se decidió á aceptar la defensa. Lo primero que hizo, fué recusar al
Tribunal del Crimen, en masa, por las cartas que le habían escrito
sus miembros, diciendo que el reo iba á morir al día siguiente; y si-
guió recusando á todos y á la Sala de lo Civil. Entonces hubo que
nombrar un nuevo Tribunal. Mientras tanto, tomaba un carácter más
tranquilo la situación; las tropas volvieron á sus cuarteles y la guardia
nacional se disolvió. Nombrado el nuevo Tribunal, Acevedo fué á
informar ante él. Ese díala mitad de la plaza estaba llena de gente.
Cuando Acevedo empezó á hablar, sintió que una persona le quitaba
los anteojos que llevaba; era el poeta Mármol, que le decía: «le quito
los anteojos, doctor, porque tiene usted una arma poderosa en sus ojos.»
Después que concluyó su informe, salió y encontró en la escalera á
la mujer de Sosa, que tenía unas flores en la mano, y echándolas en
el suelo dijo: «mi marido me manda que arroje estas flores en el ca-
mino de su defensor.» El reo fué absuelto.» (^)
Honremos, pues, la memoria de aquel gran ciudadano, sí, pero no
olvidemos de hacer destacar en ese cuadro el sentimiento del hogar ^
para ejemplo de las generaciones que aspiran á servir á la Patria.
(1) Efte fucMO acontecía en Bu«aoB Airee.
DE «MI AJSfO POLfriOO* 78
En ese cuadro, deoíamos en el acto de la apoteosis, hay un fondo
oscuro. Miradlo bien, parece, ahora que habéis oído la palabra de la
amante, que de allí se destaca un áng^el, en forma de mujer, no para
coronar la frente del gran escritor, sino para juntarse á 61 y acompa-
fiarlo en su trayecto, asistiendo ambos á la apoteosis hecha á la me-
moria de aquel eminente ciudadano.
¡Mujer digna de un hombre tan grande! Madre afortunada de tan
dignos y virtuosos hijos!
Imitarla es saber rendir culto á la memoria de los grandes hombres
muertos, levantando el sentimiento del hogar, de esa gran fuerza na-
cional puesta al servicio de la economía de los pueblos. (^)
Por eso fué que la recordamos en el momento solemne de su apo-
teosis.
Así se unía, en el pasado, el presente y el porvenir de un pueblo,
para recordar que si bien es efímera y vana esa palabra glorien ahí
estaba un hombre ilustre que después de tanto trabajar por su patria
no había pensado en otra recompensa, quizá, sino en el amor de la
(1) Solieitado este discuno pare ser publicado en los Ánalés d$ la IMotinidad, contestamos
k> siguiente:
Distinguido amigo j sefior:
He oído hablar de una planta unericana que no produce una flor sino cada den afios, repo-
sando en seguida, durante un siglo, agotada de ese gran esfuerzo; j he leído, ha tiempo, un
hermoso artículo tendiente á demostrar que las grandes impresiones no se reproducen, por lo
que deben conservarse intactas á fin de que la ilusión del pasado no desaparezca ante la amar-
ga realidad del presente.
Sn el caso actual me sucede lo que á aquella flor: necesito el reposo, después de aquel
gran esfuerzo pare producir unas frases que no tienen otro mérito que las pronunciadas por el
nifio, en el seno de la familia, alrededor de la gren mesa, al saludar á la madre en el día de
sn natalicio. Es discurso de hogar; no tiene mérito pare el rulgo, pare el público. Es necesario
prepararlo en otre forma, pare que lo comprenda. No es discurso pare publicarse, tal como
estaba, en una Berista Científica. Conserremos, pues, aquella impresión, y no la agotemos re-
novando el placer que á todos nos embaído al oÍr las sentidas frases de la esposa al evocar el
pasado del hombre de pensamiento. De todos modos nada se pierde. Acabo de saber que el
doctor don Juan Carlos Blanco tiene un esbozo admirable de* doctor Acevedo, presentándolo
como un modelo de hombre de hogar, hog&r que debemos levantar en la patria si aspiramos
á ser una verdadero nacionalidad. Ese trebajo tiene el prMtigio del talento j del estilo de su
autor. Es necesario arrancarlo del olvido pare enriquecer las páginas de nuestre literetiuv.
Ocurre á él. Olvídeme á mí, que no soy literato, que carezco de las dotes de escritor, por más
que tenga, como Federico Lemaltre, la voz de trueno pare hablar á las multitudes; y, como
la flor aquella, por una sola vez, una nota simpática, suave, que no se vuelve á reproducir.
Disculpe, perdone y mande, en cualquier otro sentido, á quien se honre en saludarle con
afecto y respeto.
Siñor doctor don Álfndo Vdtqu$x Áegvedo.
74 EDUARDO AOETEDO
Nación. (1)— Por eso se perpetuaba su recuerdo, no obstante lo que
aseguraba el escritor Caro de que «había académicos á los que podía
prometérseles veinticinco años de renombre después de su muerte:
que esos eran los grandes, los felices; y otros que durarían difícil-
mente cinco atioB».
La muerte de un ciudadano de tales condiciones tenía naturalmen-
te que conmover ¿ las sociedades donde había actuado.
Fué así que inmediatamente que se tuvo noticia de tan desagrada-
ble suceso, el Poder Ejecutivo decretó los honores fúnebres al doctor
don Eduardo Acevedo, mandando que una embarcación del Estado
condujera sus restos ¿ la Capital; que en la Universidad de la Repú-
blica se reunieran los magistrados, abogados j practicantes de dere-
cho y miembros de la Academia de Jurisprudencia, á invitación del
Presidente del Superior Tribunal de Justicia, don Cándido Joanicó,
entre los cuales estaban Ildefonso Oarcía Lagos, Lindoro Forteza,
Cristóbal Salvafiach, Alejandro Magariños Cervantes, Jaime Estrá-
zulas, Benito Baena, Vicente Fidel López, Joaquín Requena y Ore-
gorio Pérez Oomar, y resolvieron dirigir una carta de pésame á la
viuda de tan ilustre ciudadano; que el Colegio de Abogados de Bue-
nos Aires resolviera dirigir igualmente una carta de pésame ¿ la es-
posa viuda, hacer un retrato al óleo del doctor Acevedo para ser co-
locado en el salón de sesiones del Colegio y un número dado de re-
tratos para repartirse entre sus miembros y otras personas íntimas
que el Consejo designase, construir una urna cineraria para que sus
restos fueran trasladados en ella, una vez exhumados, y nombrar una
Comisión, que se compuso de los señores doctores don Miguel Este-
vez Saguí, don Carlos Tejedor y don Manuel Quintana, para que
acompañara los restos al lugar de su destino; que la prensa nacional
y argentina le consagraran sentidos artículos haciendo resaltar sus
eminentes cualidades; que en el Paraná, en el momento de su entie-
rro, fuera elogiada su memoria por los oradores» doctores don Ense-
bio Ocampo y don Alberto Cabarnet; que en Chile se le reconocie-
ran sus méritos y se confesara en la prensa que el doctor don Gabriel
Ocampo había aprovechado los trabajos de su alumno el doctor Ace-
vedo en la redacción del Código de Comercio que en ese momento allí
se discutía.
Por eso, amigos y adversarios que le habían combatido, que reco-
nocían las altas prendas del ciudadano, del político, del jurisconsulto,
del hombre privado, que, como decía el doctor don José P. Ramírez,
(1) La Nación nunca pagó el trabajo del doctor Acevedo, como tampoco la República Ar-
gentina. Pero ésta, á la muerte de Aceredo, resolTÍó costear la educación de su hijo Eduardo,
lo que la sefiora viuda agradeció pero no aceptó.
DE «MI AfIfO FOLÍTIOO» 75
en la hora de su muerte, no se manchó como hombre politieo á pesar
de la apoca ominosa en que figuró su nombre^ rodearon su féretro, en
ese momento solemne, acofi^iendo « la patria con veneración las ceni-
« zas de uno de sus hijos más distinguidos y honorables ». El Tem-
plo fué pequefio para contener el número de personas de todas las
nacionalidades que concurrieron al acto, siendo cantada y elogiada su
memoria por los poetas Alejandro Magarifios Cervantes, Manuel R*
Trístán y Fermín Ferreira y Artigas, y por el elocuente escritor ar-
gentino don Vicente Fidel López.
« Ni los pueblos ni los individuos, dice un escritor, viven exclusi-
vamente de voluntad é inteligencia; viven también con la fantasía
que agiganta la realidad, purificándolos, y más que nada con el senti-
miento, que se compenetra con los grandes sucesos, se hace sangre y
carne con los personajes extraordinarios, á cuyo alrededor, como el
misticismo en la cabeza de los bienaventurados, coloca nimbos lumi-
nosos.
« Pero los que estiman grande y bella á la historia sin verdad; los
amantes de la ficción fuera del arte, combatiendo á los que en la es-
fera del arte mismo, sin aparienci.^ verdadera desechan el artificio,
contradicen el espíritu resueltamente investigador, analítico y práctico
que preside á nuestra edad, alentando insaciable deseo de penetrar
todo misterio. Hoy, que se mide la altura de las cordilleras por milí-
metros y la paralaje de los astros por milésimas de segundo, se reco-
mienda la anatomía moral de los hombres; se hace más escrupulosa
y detenida cuanto el objeto más se elevó, y no por curiosidad pueril
6 satisfacción vanidosa, porque la operación analítica procura mejor
conocimiento de la época, de la región del hombre, sobre todo, nunca
bastantemente estudiado.
< Por esta labor ímproba del siglo se corrigen errores de los otros;
caen del pedestal estatuas erigidas por la lisonja; se alzan las que
abatió la pasión. Unos descienden, otros se rehabilitan, presidiendo
la justicia á la inspección retrospectiva que por turno y tiempos trae
muertos conspicuos á la mesa de disección, á fin de que los Vesalios
modernos de la filosoña preparen á su vista lecciones provechosas.
Los demoledores de consejas rancias y de reputaciones inmerecidas,
edifican la verdadera historia con materiales sólidos, que son los do-
cumentos, por regla que ya sentó nuestro Mariana al preceptuar que
no se asiente en las cuentas partidas sin quitanza >.
Y esto es lo que hemos tenido presente al narrar, en nueietra insu-
ficiencia habitual, la vida de este hombre extraordinario, que está
esperando su historiador digno y elocuente. Nosotros no hemos hecho
sino recordar sus sucesos capitales, citar sus documentos, para que
otros la escriban; y si hemos lanzado á la publicidad estas considera-
ciones, así imperfectas, es porque en la vida vertiginosa que se lleva
76 EDÜABDO AOBVEDO
en este país apenas si tenemos el tiempo para la crónica y la correc-
ción en las pruebas de los apuntes escritos en medio á la lucka por
la existencia.
Queda asi honrada la memoria del que no tuvo en menos conver-
tirse en maestro de escuela para enseñar á los hombres de color ¿ leer
y escribir, á fin de que pudieran ejercitar sus derechos cívicos, eterno
suefio de los buenos ciudadanos, en lo que fué más grande aún por la
idea que personificaba ese acto que por el rol de maestro que desem-
pefiaba, imitando de esa manera al país que en nuestros días, con la
oariiüa en la mano, pudo vencer al coloso de la humanidad civili-
zada.
¡ Qué satisfacción, decíamos en el acto de colocar el cuadro en la
Universidad, para el setior Rector de ella, el doctor don Alfredo Vás-
quez Acevedo, quien, en su calidad de tal, presidía la apoteosis del
que fué su deudo y su Mentor en la vida de la ciencia y del derecho I
Á PROPÓSITO DE UNA RECTIFICACIÓN
(De *Mi Año Político*, del doctor PtUomeque, 1892).
La historia está por hacerse en nuestra tierra. El que desee estu-
diar á fondo una época tiene que realizar una verdadera obra de ro-
manos, porque lucha con la falta absoluta de elementos compilados.
Todo está por ahí, diseminado, ya en los diarios, ya en los folletos,
ya en los manuscritos, ya en las tradiciones orales, sin que pueda
decirse dónde se encuentra la verdadera verdad histórica» sino des-
pués de estudiados todos esos antecedentes y confrontádolos para
deducir la consecuencia justa y razonada. Verdadero servicio presta-
ría al país aquel ciudadano que no hiciera más que indicar los títu.
los y las fechas de los opúsculos políticos y libros históricos dados
á luz, para así poder ocurrir á esa fuente en busca de nuestras tra-
diciones, sin odios y sin preocupaciones partidistas. Existe entre nos-
otros una manera original de amar á la patria, y es la de ocultar
su historia á las generaciones futuras, prefiriendo, las familias que
conservan manuscritos ó archivos útiles, que desaparezcan apelilla-
dos ó en manos del pulpero antes que enriquecer con ellos nuestra
biblioteca pública ó la de algún hombre dedicado á las letras.
Entre esos archivos importantes recordamos la existencia del del
doctor Solano Antuña, que dejó, según nuestro recuerdo, memorias
de gran valor histórico, llamadas á ilustrar más de un suceso oscuro;
bS «MI A^O POL^TIdO» ii
encontrándose en su archivo documentos de hombres públicos que
iluminan sus personalidades. Podemos aseverar que allí vimos, un
día» una carta fechada del afio 27, dirigida por el general don Ma-
nuel Oribe al general don Juan Antonio Lavalleja» que levantaba
bien alta, en el suceso á que se refería, la personalidad histórica del
primero, digna, en ese caso, de ponerse como modelo de austeridad
republicana.
<Ah! mi amigo,» nos decía entonces el doctor Antufia, «estudiando
< esos documentos se vería de qué triete manera se amasó la leva-
« dura de nuestra patria! ¡qué división en los hombres de la épocal
« ¡qué anarquía j qué desorden!»
¿A dónde habrá ido á parar ese archivo? ¿habrá caído en manos
que sepan apreciar su mérito histórico? ¿no se perderá ó no será
ocultado por mano interesada, si fuera á poder de algún ciudadano
fanático, capaz de sobreponer su partidarísmo á los intereses bien
entendidos de la historia?
Sabemos de otro archivo de familia, en el que hay algunos docu-
mentos interesantes sobre el fraile Monterroso, relacionados con los
comienzos de nuestra dramática nacional, que, por un egoísmo in-
disculpable, ó por razones que no nos explicamos, nunca hemos po-
dido conseguirlo, para esttuiiarlo, no obstante las vinculaciones que
nos unen á sus felices poseedores.
Quizá mañana suceda con ese archivo lo que ha muy pocos días
aconteció con una producción literaria de Luis Magaríños Cervan-
tes, uno de esos tantos talentos sacrificados en aras de nuestra po-
lítica personal. Ha muy poco apareció en poder de un tercero un
manuscrito de aquel inteligente escritor, conteniendo la primera parte
de una novela, titulada: Arturo y Elisa, adquirida en uno de esos cen-
tros adonde afluye el pobre en el último trance de su vida. La es-
posa del escritor tuvo conocimiento del hecho, y la novela fué resca-
tada al precio de una libra esterlina! ^ . .
No debe extrañarnos nada de esto, porque en la misma Francia se
ha perdido, quizá apelillada ó por la acción de las manos de los ni-
ños, jugando con ella, la célebre bandera que el Grobierno de la épo-
ca había ofrecido á Bonaparte en recuerdo de la acción librada en
el puente de Areola y que él había transmitido al jefe que realmen-
te se destacó en ese difícil trance de la vida militar: á Lannes!
De todo esto se deduce que es llegada la hora de llevar adelante
el pensamiento que tuvo su principio de ejecución, allá por los años
83 á 85, de organizar una sección de historia con los documentos que
se le donaran al Ateneo del Uruguay, cuyo pensamiento pertenecía
al doctor don Carlos María Ramírez, y que nosotros aplaudimos, de
todo corazón, desde el extranjero, enviando, como una muestra de
nuestra adhesión, los originales correspondientes á la fundación de Be-
?8 ÉDÜAÉDO ACBtfiD(>
lén por Jorge Pacheco, y una partida de bautismo del general don
Juan Antonio Lavalleja, de la que resultaba que se ignoraba el día del
nacimiento del jefe ilustre de los 33 Orientales. Por esta razón inci-
tábamos al doctor Ramírez á que iniciara on expediente para acredi-
tar la fecha precisa de ese nacimiento, por medio de las declaraciones
de los miembros de la familia. (^)
Para realizar esa obra es necesario herir el sentimiento patrio, inte-
resar á la familia uruguaya, para que se penetre del mal que hace á
la nacionalidad al ocultar la existencia de archivos que pertenecen á
la historia, para bien de sus jóvenes generaciones. Sí> á ella debemos
dirigirnos, para que se desprendan de esos archivos, donándolos á
quienes puedan utilizarlos en beneficio de la nación y de las letras.
Un pueblo sin historia, sin tradición, carece de alma para los grandes
sacrificios. £d cual un templo sin prosélitos que le adoren y le visi-
ten, levantado en medio del desierto.
Se nos han ocurrido estas consideraciones con motivo de unas
reetificadanes históricas hechas por el doctor don José María Mufioz,
á consecuencia de los rasgos biográficos del doctor don Eduardo
Acevedo, publicados en esta obra, y escritos por la señora viuda de
tan ilustre ciudadano, i^i
(1) Gomo esto no ae hiciera, nosotros nos preoeupamos del hecho, j supimos que el genenU
Lavalleja festejaba su natalicio el día aniversario de la taballa de Sarandf. Pero, eñ el caso de
preguntar: ¿ y antes de Sarandf cuándo se fratejaba 7 Sin embargo, recordamos que el 24 ¡U
junio de 1826^ Rivera pidió al general Lavalleja la libertad de Isaac Calderón, por 9er el día d$
su eumpleañoa,
^2) Tftmbién las hicieron en El Día los señores don León Palleja y don L. Machado y
Bitencourt. He aquí los puntos rectificados:
c La formación tuvo lugar en rata forma : en la calle del Rincón la guardia nacional; á la
izquierda, del lado de la plaza, el batallón Palleja, y á la derecha el del coronel Solsona; es
decir, la primera entre los dos grandes batallones de línea, repletos de municiones ».
c La noche antes en una reunión que tuvo lugar. Pacheco y Obes le dijo al coronel don
José María Solsona que le encargaba que fuese él quien hiciera la descarga sobre la guardia
nacional; pero él no aceptó, diciendo resueltamente que no,— que él nunca haría fuego sobre
una agrupación de hombres desarmados. Entonces Palleja se ofreció á hacer el fusilamiento ».
El otro recorte dice así:
«En un viaje que hizo Acevedo á Montevideo, se le presentó una señora, didéndole que iba
á pedirle en nombre de su hermano, el oficial Pagóla, que era el que le había salvado la vida
el 18 de julio en la calle del Cerrlto, que tratase de mejorar su situación— que era muy des-
graciada—que estaba preso en la Unión y que era prisionero de Quinteros. Acevedo inmedia-
tam^ite tomó un coche y se trasladó allí. £1 siempre había deseado saber quién era aquel ofi-
cial al que le debía la vida, y en ese momento lo acababa de saber: era el oficial Pagóla, que
después fué general Pagóla».
« Al entrar en el calabozo se reconocieron y se dieron un abrazo afectuoso. Entonces le
refirió Pagóla, que cuando lo encontró el 18 de julio Uemiba «n su btAailld la orden esarita y /ir-
mada ficñr BudieaOt eomo la tenUm loa demás ofieialeaj de matarlo en omaiquiBr parte que lo sneon^
trasm] pero, al verlo tomar aquella actitud tan valiente, poniéndosele delante, con los brazos
cruzados, esperando ser fusilado, le interesó, y admirando su valor, mandó guardar la orden
á sus soldados y le hizo un saludo ».
DlB cifr aI^o poiirioo» ?d
No fueron éstas las únicas reotiíicacíones históricas. Sabemos que
un deudo del señor Bernardo P. Berro se dirigió á uno de los seño-
res bióg^rafos del doctor Acevedo dándole antecedentes muy intere-
santes, y haciéndole indicaciones de sumo valor, que ahí quedarán
tpiardadas, é ignoradas, quizá, causando un perjuicio á la historia na-
cional, hasta que se apelille la carta 6 algún pulpero la use para en-
volver azúcar 6 maíz. . .
Hubiéramos deseado que esa carta se publicara ó que se nos hubie-
ra dirigido á nosotros, para incluirla en esta obra, ya que teníamos
alguna responsabilidad en el hecho, prestando así un verdadero ser-
vicio á la historia del país.
Niega el doctor Muñoz el contenido de los dos párrafos de la bio-
grafía escrita por la señora viuda, que insertamos en la nota anterior,
calificándolos de < un conjunto de afirmaciones tan absurdas y fal-
< sas^ como calumniosas ».
Entre la palabra del doctor don José María Muñoz, actor en los
sucesos, parte interesada, por consiguiente; y la de la señora viuda
del doctor don Eduardo Acevedo, que habla de los sucesos que su
esposo le ha comunicado, que se han producido en el hogar, refirién-
dolos de una manera concreta, con pelos y señalesy diremos, como
aquello de la visita de la señora hermana de Pagóla al doctor Ace-
vedo, de la entrevista en el calabozo entre el salvador y el salvado,
del abrazo y reconocimiento de ambos y hasta de la libertad y pro-
tección á Pagóla llev índole á Buenos Aires con recomendación del
doctor Acevedo para el general Mitre, por cuya influencia ingresó en
el Ejército Argentino, — se queda perplejo el espíritu.
¿Quién relata hechos absurdos, falsos, y, por añadidura calumnio-
sos? ¿puede esa relación de la señora viuda obedecer á un espíritu de
partido? ¿habrá flaquealo la memoria de uno de los dos cronistas,
con el transcurso del tiempo? ¿puede la pasión política hablar aún
en el corazón del doctor Muñoz llevándole hasto ser injusto con la
memoria del que fué su íntimo amigo, pero decidido adversario po-
lítico?
La señora viuda del doctor don Eduardo Acevedo no ha relatado
hechos absurdos, en primer lugar, porque absurdo es lo contrario y
opuesto á la razón, ó un dicho y hecho repugnante á la razón; y na-
die podrá asegurar que aquello sea opuesto y repugnante á la razón,
tratándose de militaras indisciplinados, sin amor á las instituciones
y sin respeto á la autoridad pública, que se resuelven á cometer un
delito de lesa patria, previsto en la Constitución, produciendo un mo-
tín militar, en la misma plazo, en el acto de solemnizarse la Jura de
aquélla, que así afrentaban. Obedecían á esa escuela militar linár-
quica de que más de un ejemplo dieron los soldados, jefes y oficia-
les del sitio de Montevideo, prontos á seguir el espíritu levantisco
¿o ISDÜARbO AOfiVBbO
de loB directores de las fracciones personales que allí actuaban y
que en muchas ocasiones pusieron en conflicto al Oobiemo de ella
derramando, no ya la sangre de sus enemigos, sino la de sus propios
amigos, como sucedió con Estivao y otros.
Sí, ese espíritu UvantiscOy que en más de una ocasión se manifestó
entre los elementos militares, dentro de la plaza de Montevideo, po-
niéndola en serios conflictos, hasta el punto de amenazarse de muer-
te á hombres como Lamas, era el que conducía á jefes y oficiales y
ciudadanos como Palleja, Pacheco y Obes, Muñoz y Solsona, á pro-
ducir el movimiento criminal del 18 de julio de 1853; cuyo desenlace
final, á favor, no de sus iniciadores, en lo que fueron víctimas de sí
mismos, sino del general Flores, del caudillaje, en una palabra, tuvo
lugar en septiembre del mismo año, respondiéndose así á esa ley de
dinámica social que había producido á Artigas, Otorguez, Andresito«
Rivera, Oribe, Flores y Medina, en épocas anteriores, y á Latorre y
Santos en la época presente; mientras, en la actualidad, incubaba á
otros que habrían de pasar á la historia por obra de los mismos hom-
bres de pensamiento de ese llamado partido liberal.
No, no repugna á la razón el hecho afirmado por la señora viuda
del doctor Acevedo como acaecido con el capitán Pagóla, en presen-
cia de sucesos más graves atestiguados por los cadáveres de los
guardias nacionales; por el delito de lesa patria; por la persecución
tenaz llevada al hermano del doctor Acevedo, hasta herirlo dos ve-
ces; por el motín militar triunfante; por los elementos creados en esa
falla de respeto á la autoridad y de la ninguna educación política de
los que, acostumbrados á luchar contra un gobierno constitucional,
no alcanzaban á comprender cómo no tenían la dirección del gobier-
no de la sociedad, después de la jornada del Sitio de los nueve años,
y de los elementos de fuerza que ahí estaban á su disposición por
obra y gracia del propio gobernante que iban á derribar.
Consideraban que era una irrisión de la suerte la de encontrarse
con un Presidente como Oiró, ellos que habían llevado triunfantes
las armas orientales al palomar de Caseros y de Santos Lugares, y
que aún las tenían en sus manos para abatir el poder de la ley y el
principio gubernamental en nombre de la fuerza bnita y de perso-
nalismos indignos de ciudadanos que aman su país y que se dan
cuenta de los resultados fatales de las revoluciones, cuando éstas se
hacen contra gobernantes que no se pueden calificar de déspotas ni
de tiranos, como no lo era el distinguido patricio don Juan F. Giró, pa-
ra gloria y honor de nuestra nacionalidad.
La afirmación de falsedad no es tampoco fundada, porque si el
señor Pagóla no se lo comunicó años más tarde al señor Muñoz,
tor en esos sucesos, y hasta de quien pudo, así encarado el asu
dimanar también la orden, y encontrarse ahí la explicación del '
Eduardo Acevedo y Joaquina Vásquez de Acevedo
en la Cpoca d« su matrimonio il840>
1>É fiii Affo POLfnoo» 81
cío lielica lo de Parola para coa el suílor Muíloz, eáo uo quiere de-
cir que no 96 la comunicara al doctor Acevedo á quien salvó la vida
en ese dia nefasto para la causa de las instituciones libres, (^)
£1 doctor Aoevedo no se iba á dar el placer de entrar á su casa el
18 de julio de 1853 y decir á su familia: tlebo la vida á un adversario^
cuyo nombre ignoro. £1 doctor Acevedo no iba, aftos más tarde» á re-
cordar á su familia el suceso, para vincularlo, y decirle: acabo de sa-
ber que m% salvador se llamaba Manuel Pagóla y que tenia la orden
escrita de Pacheco para matarme donde me encontrara.
£1 doctor Acevedo no era un farsante, ni tenía para qué hacer far-
sas en esos dos momentos tan solemnes para el país, en que el espí-
ritu estaría entristecido y anonadado.
Lo que relata la señora viuda no es una falsedad ni una parciali-
dad. Más aún: no puede desmentirlo el doctor Mufloz, porque él no
ha estado en el interior del hogar cuando aquel ilustre ciudadano
comunicaba tales hechos á su muy digna esposa. — No hay parciali-
dad^ porque la propia biografía escrita por la señora viuda revela
que no la guía el ánimo de abatir á ningún partido. £1 relato de lo
sucedido en el Gerrito prueba su imparcialidad . . .
Si se quisiera argumentar con que la edad ha podido debilitar los
órganos de la memoria, contestaríamos que el doctor Muñoz no se
encuentra en mejores condiciones que la señora viuda, la cual goza
de una perfecta salud y se halla en el completo dominio de sus fa-
cultades mentales.
Después de lo dicho queda sin base la afirmación de que lo relatado
por la señora viuda de Acevedo sea calumniosoy pues no se trata de
una «acusación falsa, hecha maliciosamente para causar daño», que es
lo que importa la palabra calumnia- Se trata de la relación de un
hecho histórico, transmitido á la posteridad por la relación oral de un
hombre ilustre y honrado, cual lo era el doctor Acevedo, incapaz de
inventar lo que no le había acaecido. Y, en presencia de la afirma-
ción de éste, revelada por su viuda, y C^) de la negativa del doctor Mu-
(1) El afio 1876 á 77 el ffeneral Pftgola se lo relataba al mismo doctor don Juan Garlos
Blanco.
(2) He aquf lo que recientemente dice Jorge Herelle en su artículo Oavroehs eanonnier: cHa
locado el tumo á los humildes, á los peqneQos: ahora no desdeñamos ningún testimonio, y,
después de haber recogido la declaración de los generales y de los diplomáticos, escuchamos
aún con curiosidad, con simpatía, aquella, más modesta, de un capitán, de un suboficial, de
un simple soldado. ¿Por qué no? Una nación no es una máquina en la que un mecánico pon-
'-^~ en Juego los rodajes ciegos; ella se compone de hombres que tienen también sus senti-
tos, sus ideas y sn alma. Nos hemos apercibido de que esta alma popuUr no es menos
a de estudio que las intrigas de la política y los planes de campaña de los Jefes miüta-
Las memorias de un Cotgnet, de un Curely, de un Fricasse, han tomado para nosotros
iDortaada de documentos morales».
8¿ iBbUARDO AOBVEDO
fioz, actor en eaos sucesos, toca á la crítica histórica averiguar el grado
de verdad que una y otra revisten. No hay documento escrito que
pruebe que existió la tal orden, como tampoco existe el que compruebe
que el general Palleja, de origen español, se comprometía á fusilar á
la Guardia Nacional, que, indefensa, fué á la Plaza Constitución, el
18 de julio, á festejar el aniversario patrio, con ramos de flores en los
cañones de los fusiles, á falta de municiones.
Si ese documento escrito no existe, como lo añrmaba Pagóla, ahí
están esa afirmativa dal doctor Acevedo y esa negativa del doctor
Muñoz, que valen tanto la una como la otra, aun en el peor de los
casos.
No eería el momento de entrar á exponer esa crítica histórica. De-
beridiiios limitarnos á lo expuesto para demostrar que, cuando la se-
ñora viuda de Acevedo aseveró aquéllo, no dijo nada absurdo^ falso
ni calumnioso, sino que relató un hecho natural^ verdadero é kisto'
rico. Ahora, si el señor Pagóla faltó á la verdad, eso no importaría
demostrar que lo afirmado por la ilustre dama haya sido un hecho
malicioso, inventado por ella, para dañar la memoria del señor gene-
ral don Melchor Pacheco y Obes. Si éste era un hombre digno y ho-
norable, no menoH lo era el ilustre ciudadano doctor Acevedo, quien,
en más de una ocasión, supo prestar verdaderos servicios, de esos
que no se olvidan, á sus peores enemigos, que ahora no han tenido
una palabra, no ya para enaltecer sus virtudes políticas, pero ni si-
quiera para recordar sus cualidades elevadas de hombre y juriscon-
sulto, bien notorias hasta para los mismos que han creído de su de-
ber guardar silencio al respecto.
Si no fuera que tomaría demasiado vuelo el asunto, para un libro
como éste, con placer trazaríamos los perfiles de la alta personalidad
del general don Melchor Pacheco y Obes, hombre de gran corazón,
de donde nacían sus propios defectos, explotados por sus amigos, de
palabra elocuente, de alma valiente, de espíritu abnegado, y de quien
dijo Juan Garlos Gómez, en el acto de inhumarse sus restos : «La
« manifestación que rodea esta tumba, hija del amor y de la gratitud
< del pueblo, era merecida por el hombre que mejor personificaba la
« Defensa de Montevideo, salvada por él dos veces: la segunda,
« echando sobre si la responsabilidad de un suceso que ac^tó cu-
« briendo con su persona á sus propios amigos, y escudando con su
« prestigio las garantios de sus adversarios^, (^)
Sí, con placer haríamos ese estudio, para demostrar todo lo que he<
mos adelantado en culto á la patria, y el error de aquéllos que creían
hallar la solución del problema en las revoluciones, sólo porque sus
(1) VéMe El OmBnio del Ptaía, del 22 de junio de 1866.
i>£ €Mi áHo poiirioo» 8á
ideas personales iio habían triunfado en loa comicios ó en los parla-
mentos, trastornándolo todo, de esa manera, sin obtener beneficio al-
guno para la causa del bien. Demostraríamos, con la crítica histó-
rica, que de esas revoluciones inútiles, y especialmente de la del 18
de julio de 1853, han surgido todos nuestros males, y que lo que le
faltó á Pacheco y Obes, como á César Díaz y á todo su círculo, fué
penetrarse de lo que hoy se ha penetrado el distinguido ciudadano
doctor don J(yié María Muftoz : de que la mejor de las revolucionea no
es preferible á la peor de las elecciones.
Si, eso demostraríamos, haciendo resaltar que el criterio de los
hombres de la época no se limitaba á combatir ideas, sino que aspi -
raba á abatir enemigos, á hacerlos desaparecer j á matar partidos^ para
que no se volviera á hablar d^ ellos^ como decía el doctor don Pedro
Bustamante en 1856, en carta dirigida al sefior Barrios y que tenemos
en nuestro poder.
Con ese criterio erróneo era que el general César Díaz mandaba en
1853, que se fusilara á don Bernardo P. Berro, donde se encontrara,
y quienquiera que lo encontrara; sí, con ese mismo criterio que afios
antes se había cometído el asesin(xto legal del honrado vecino don
Luis Baena por el mismo general don Melchor Pacheco y Obes, en
momentos supremo?, para inspirar miedo y terror, (^) crimen de que
se arrepentía el doctor don Andrés Lamas en las confidencias que
más de una vez nos hizo y á que se refería en su Manifiesto de 1855
cuando decía: no me dejaré salpicar de la sangre del crimen; harto he
llorado, harto lloro la que en otro tiempo me salpicó; si, con ese mismo
criterio que años más atrás, más remotos, se había asesinado á Dorrego»
no por el abnegado Lavalle, no, sino por el círculo que luego se re-
f Ulpo en Montevideo, del que formaba parte Pacheco y sus amigos, y
que con el ilustrado doctor Carril sostenía, aplaudiendo el crimen en
la persona del malvado Dorrego: « que si para llegar siendo digno de
un alma noble es necesario envolver la impostura con los pasapor-
tes de la verdad, se embrolla; y si es necesario mentir á la posteri-
dad, se miente y se engaña á los vivos y á los muertos, dice Ma-
quiavello: verdad es, que así se puede hacer el bien y el mal; pero
es por lo mismo que hay tan poco y grande en las dos líneas. . . la
posteridad consagra y recibe las deposiciones del fuerte ó del im-
postor que venció, sedujo y sobrevivió, y sofoca los reclamos y las
protestas del débil que sucumbió y del hombre sincero que no fué
creído». ^)
(1) VéuiM páginas 143 á 168 de la SMoriapom» y mUiiar detaa Rapúblioas del PUUa, por
don Antonio Días, tomo 6.*. El doctor Acevedo fué nombrado defensor de Baena, pero no
pudo defenderlo por ei mai ufado de tu eaimd,
(2) SI §mwral Lavalíe anie la ptatMa pótiuma, por Ángel Justinlano Garrama, página 69.
9i ÉDUARlH) AOEVBDO
Sí, demoBtraríamos que esa escuela de la mentira, del espíritu de
las revoluciones, de la doctrina de abatir al enemij^o, sin tener en
cuenta los fines de los partidos políticos en el equilibrio del gobierno
de una sociedad, como lo recuerda Lanirey en sus estudios biográ-
ficos, es la que aún domina en el escenario del país y la que nos ha
producido la hecatombe del 11 de octubre de 1891, y con ella el ase-
sinato del doctor don Pantaleón Pérez y demás víctimas de esa no-
che nefasta.
La crítica histórica no se califica de calumnia. Para la historia no
hay calumnia, cuando el hecho afirmado se apoya en documentos 6
en la tradición oral. Lo que hay es que una prueba puede ser des-
truida por otra nueva, desconocida; y entonces lo que se tenía por
exacto no transmitirse desde luego como tal á la posteridad, una vez
que la crítica las estudia y las compara. Pero, como decimos, en his-
toria no hay calumnia. Sólo hay crítica más ó menos mejor fundada,
según los antecedentes viejos ó nuevos, y aún hasta según la escuela
histórica á que se pertenezca. Todos estos antecedentes, á falta de
documentos, que no siempre se dejan para la historia, salvo esas sen-
tencias que destilan sangre como la de Baena ó como la formulada,
por la nobleza de Lavalle, que la dejó para con Dorrego, son las que
utilizaría la crítica histórica para sostener que lo que el capitán Pa-
góla comunicó en 1858 al doctor Acevedo, y que repitió cuando ya
era general, en 1876, al doctor don Juan Carlos Blanco, y á cuantos
quisieran oirlo, según él lo decía, no era sino un hecho verosímil,
consecuencia natural de todas aquellas causas y de la guerra á que
fatalmente era arrastrado el país en esas épocas tristísimas, en que
no había tiempo para reflexionar fría y desapasionadamente.
Pacheco y O bes, como Lavalle, eran hombres de corazón. Por eso
en el día de la muerte del primero el autor de nuestros días iniciaba,
en el Parlamento, el proyecto de premiar en la persona de la viuda
del guerrero los méritos del muerto, acompañado en esa tarea por el
mismo doctor don José María Mufíoz, que pedía las honras fúnebres
que se merecía el que, siendo argentino, optó en los tristes y difieiles
trances para nosotros, por la nacionalidad uruguaya, y eso, en los mo-
mentos en que los horizontes de la tierra argentina aparecían espíen-
didos y en la que se le ofrecían altos puestos públicos en homenaje á
sus elevadas cualidades,
Pero, ponemos punto final á estas rectificaciones históricas, para
sostener que la crítica, dados estos antecedentes, no podría conside-
rar falso, absurdo y calumnioso, que quien se ponía al frente de un
motín militar, que era lo más grave, no se preocupara de la cabeza
del jefe contrario, como lo era el doctor Acevedo en esos momentos,
y que no se pretendiera hacerlo desaparecer, en el acto de la lucha,
recomendándoselo así á los soldados. Otro tanto sucedió en 1875, en
DE «MI AUfO POLfnoo» 85
esa misma Plaza Constitución, con otro hombre de pensamiento, re-
dactor del diario La Democrada'-^l doctor don Francisco Lavan-
deiral
Pero, basta! y exclamemos como Dorrego, quien, al comunicársele
que dentro de una hora sería fusilado, dijo, dándose un fuerte golpe
en la frente:
«I SANTO DIOS I»
Y, ya que nos ocupamos del doctor Acevedo, queremos recordar al- ,
gunos antecedentes nuevos, que han llegado á nuestro conocimiento
al estudiar el punto histórico que motivó la rectiñcación del doctor
Muñoz.
Después de la revolución del 18 de julio del 53, que tuvo su desen-
lace recién en septiembre del mismo año, fundada en el fútil pretex-
to de que el señor Presidente de la República no nombraba tres je-
fes poiiitcos que designaban los colorados, y no en ninguna tiranía
del Poder Ejecutivo, los autores de la revolución se vieron entonces
como se habían visto en julio: con que en vez de trabajar para ellos
habían trabajado para el general don Venancio Flores, á quien más
tarde le habían de hacer también, ellos mismos, otra revolución, cu-
yos resultados finales igualmente le serían fatales, como demostra-
ción irrefutable de que los medios violentos sólo sirven para dar im-
portancia al caudillaje, sin remediarse ninguno de los males existen-
tes, sino agravándolos.
Pues bien, después de septiembre de 1853, vino la célebre Cámara
doble, en la que los conservadores como don José María Muñoz fue-
ron vencidos por los elementos ultras^ yendo á la Presidencia de la
República el general Flores, caudillo que surgió de la anarquía, por
obra de los mismos autores de tanta revolución inútil.
£1 Ministro omnipotente entonces, doctor don Mateo Magariños
Cervantes, nombrado inmediatamente después de la célebre sesión
legislativa de marzo de 1854» lo primero que resolvió fué dictar un
decreto, con fecha 21 de abril de ese año, nombrando una Comisión
competente á cuyo examen sometió el Código Civil del doctor Ace-
vedo, compuesta de los doctores Castellanos, Requena, Estrázulas,
Herrera y Obes, Rodríguez, Gómez, Vilardebó, Pedralbes, Costa,
Domínguez, Mezquita, Solano Antuña, Eguia, de las Carreras y San-
turio, cuya Comisión, organizada bajo la presidencia del doctor Cas-
tellanos, siendo secretario don Antonio de las Carreras, sancioaaba
su reglamento interno, que se publicaba en los diarios del 13 y 14 de
julio de 1854, de fecha junio 14 del mismo. Esta Comisión quedó re-
ducida, más tarde, á los señores Castellanos, Solano Antuña, Herré-
86 EDÜABDO AOEYEDO
ra y Obes, Domínguez, Requena, Estrázulas y de las Carreras, 0-)
abogando la redacción de El Comercio del Plata por la inmediata
sanción del Proyecto, tal cual estaba, para evitar mayores dilaciones;
mientras el Grobiemo, viendo las dificultades que se presentaban, li-
mitó la tarea de la Comisión informante sólo al examen del libro I.®
y título 7.0 del libro 2/ del Proyecto del Código Ovil. c2)
Era tan estimado el doctor Acevedo, por sus virtudes y talentos,
que en 1855 los estudiantes de la universidad de Buenos Aires se
sublevaron al tener conocimiento de que en la terna de catedráticos
de jurisprudencia no se había incluido el nombre del doctor Aceve-
do. Así lo manifestaron y así lo pidieron, por lo que se sustituyó por
el nombre del doctor Alsina, siendo nombrado catedrático el doctor
Acevedo. (8)
El Código, que tanto había de preocupar la atención pública, ya
no sólo no se sancionaba, sino que, un diario de Río Grande, por una
de esas confusiones naturales en la vida del periodismo, decía que su
autor era el sefior Menck, confundiendo al autor de un proyecto eco-
nómico de aquella época, con el autor de un Código Civil— es decir—
á un acto desinteresado y abnegado, con un negocio de interés y de
lucro!
(1^ Véanse números de El Cámereio del Plata del 13 y 20 de Beptiembra 7 28 de diciembre
de 1864 y 17 y 20 de mayo de 18&5.
(2) La encargaba á la ves del estudio del Código de Comercio Español pan adaptarlo á nos-
otros.
(8) Véase SI Oom^reio M PUUa del 13 de abril de X855,
DATOS BIOGRÍFICOS
(De «ilft Año Político*, del doctor Piahmeque, 1892).
Loe rasgos biográficos que van en seguida pertenecen, los prime-
ros, á la señora viuda, los segundos, al doctor don Alfredo Vásquez
Acevedo, y los terceros, á una persona muy íntima amiga del ilustre
muerto y que ha querido conservar el incógnito por razones de una
delicadeza extremada. Los rasgos escritos por la señora viuda fueron
entregados por ésta á su digno hijo el doctor don Eduardo Acevedo,
para quien los escribía, á fin de que de ellos entresacara lo que creye-
ra conveniente y nos lo facilitara. Nuestro amigo, el citado doctor
Acevedo, á nuestro pedido, nos los entregó, tal cual estaban. Asi se
explica que nosotros los publiquemos, sin alterarlos en nada, tratando
de conservar para la historia la sencilla y sentida biografía que escri-
bía la esposa de tan eminente ciudadano con el propósito de que sólo
fuera algo así como el Manuscrito de una madre para sus hijos, ínti-
mo, animado, destinado á vivir en el seno de la familia que sabe ren-
dir culto severo á la memoria del autor de sus días, y cuyo recuerdo
está perpetuado de una manera perenne en las páginas de la historia
patria.
Oe la seftora viuda del doetor Aeevedo.
Eduardo Acevedo nació en Montevideo el 10 de septiembre de
1815. Fueron sus padres el doctor don José Alvarez de Acevedo, na-
tural de Santiago de Chile, y doña Manuela Maturana, natural de
Montevideo. Sus abuelos paternos don Tomás Alvarez de Acevedo,
español, y doña María Rosa Salazar, peruana. Sus abuelos maternos
don Pedro de Maturana y doña Josefa Duran y Pagóla, oriental, ca-
sada en segundas nupcias con don Luis Goddefroy, de nacionalidad
francesa*
Eduardo Acevedo perdió sus padres en temprana edad» y quedó al
cuidado de sus abuelos matemos que eran sus padrinos de bautismo.
88 EDUARDO ACEVBDO
El señor Goddefroy, que no tenía hijos, lo recibió con mucho carifto»
y fué para él un padre extremosísimo. Notando en su ahijado una
inteligencia superior, se propuso darle una educación brillante; y no
encontrando buenos los colegios de Montevideo, lo llevó á Buenos
Aires cuando hubo cumplido los doce años y lo puso en el mejor es-
tablecimiento de educación de aquella ciudad.
Más tarde ingresó en la Universidad, donde obtuvo siempre las
clasificaciones más honrosas, figurando entre los primeros de su cla-
se. Allí concluyó sus estudios recibiendo el grado de doctor en am-
bos derechos En seguida entró á practicar en el Estudio del doctor
don Gabriel Ocampo, distinguido abogado argentino, hasta el día
que recibió su título de abogado. Embarcóse en seguida para Mon-
tevideo, su patria, por la que tenía adoración.
Al llegar á Montevideo se encontró con la agradable sorpresa de
que el sefior Goddefroy, su padre adoptivo, le había preparado un
magnífico Estudio, con tres mil volúmenes de los mejores libros, traí-
dos para él de Europa. Encantado de verse en su país y rodeado de
su familia, instalé su Estudio de abogado y se puso á trabajar. Poco
tiempo después fué nombrado Juez Letrado de lo Civil é Intestados,
cargo que aceptó y desempeñó durante algún tiempo.
En este puesto lo encontró el año 43, cuando vino el general Ori-
be y puso el sitio á Montevideo.
Entonces su situación empezó á hacérsele difícil.
Pertenecía él, en la Universidad de Buenos Aires, á la opinión de
todos sus compañeros y amigos; era, pues, enemigo de Rozas. Así es
que le causó una malísima impresión la presencia de las fuerzas de
Rozas en el Sitio de Montevideo, por lo que resolvió no tomar parte
en la política y encerrarse en su Estudio. Acá vedo tenía entre los
partidos orientales más simpatías por el partido blanco. A pesar de
su retiro, Pacheco lo hostilizaba de todos modos y le hacía imposible
su vida en Montevideo.
Cierto día, hablando con el doctor Andrés Lamas, con quien man-
tenía amistosas relaciones, se quejaba éste de que una persona cono-
cida le había pedido pasaporte para el Brasil y se había desembarca-
do en el Baceo, engañándolo, por lo que le dijo: «quizá usted, mi ami-
go, me hará una cosa igual». Acevedo le contestó que él no lo haría,
y, que al contrario, que cuando se fuera, se lo avisaría. Así fué; el
día que decidió irse le escribió esta líneas:
< Señor don Andrés Lamas. —Querido amigo:— Esta noche me em-
< barco para Buenos Aires. Yo cumplo mi palabra prometida dando
< el aviso, y usted cumpla su deber tratando de impedir mi salida. --
« Suyo afectísimo.— Firmado— -KáMardo Acevedo**
Habla pena de la vida para los orientales que salieran fuera de
Montevideo.
DS «MI AftO FOliriCX)» C9
A las 8 de la noche Aoevedo atravesaba la calle 25 de Mayo, dis*
frasado de oñcial de marina, y llegaba al muelle donde lo esperaba
una embarcación de la fragata portuguesa Don Juan /, mandada
por el comandante Suárez Franco. Al llegar al muelle, se di6 vuel-
ta, sorprendido de que nadie lo detuviera, y vio todo su alrededor
completamente solo; comprendió entonces que Lamas había hecho
retirar las guardias para dejarle franca la salida. Lamas era, después
de Pacheco, la figura más culminante de la situación, y Acevedo lo
babfa conocido cuando formaron parte de la Comisión que la juven-
tud oriental de aquellos tiempos nombró para levantar el sepulcro á
la memoria de Adolfo Berro.
Acevedo llegó á Buenos Aires á fines del afto 43; pasó algún tiem-
po sin ocuparse de nadi^ esperando que pronto se concluiría la gue-
rra y que podría volver á su país; pero, viendo que ésta continuaba
y que se complicaba cada vez más, se decidió á establecer su Estudio
en aquella ciudad. Allí se abrió para él un porvenir brillante. Como
extranjero no tenía los peligros de los hijos del país. En aquella
época de terror los hombres de valer estaban alejados. Como Aceve-
do era abogado argentino, se encontraba en una posición brillante
para comenzar sus trabajos. En poco tiempo se encontró al frente de
un Estudio de primer orden, pero, cuanto más ventajosa era su posi-
ción, más tristeza le daba el verse alejado de su país, en momentos
tan desastrosos como los que estaba pasando.
Llegó un día la noticia de que la Inglaterra y la Francia declara-
ban la intervención armada en los negocios del Plata, y que ya ha-
bían salido de Europa las escuadras para bloquear todos los puertos,
exceptuando el de Montevideo.
Las dos grandes potencias ponían á disposición de Montevideo sus
escuadras, sus soldados y sus tesoros; entonces ya la guerra tomaba
un carácter distinto.
Acevedo pensó entonces que todos los orientales debían ponerse
de pie y correr á ocupar sus puestos, ante los peligros de la Patria,
unos, en Montevideo, y otros, en el Cerrito, para contrarrestar las
fuerzas extranjeras que do todas partes se dirigían á la República,
poniendo en serio peligro la suerte del país.
En estos momentos dio la casualidad que Acevedo recibiese una
nota de don Manuel Oribe nombrándolo miembro del Tribunal de
Justicia que iba á establecer en la Unión, y en la situación de espí-
ritu en que se encontraba no vaciló en aceptar Al principio de la
guerra la presencia de las fuerzas argentinas en el Cerrito le era an*
tipática; pero, en momentos que se hacía general la presencia de
fuerzas extranjeras en todas partes, la posición de Oribe era la mejor >
porque si tenía fuerzas extranjeras, también tenía casi todos los
orientales con las armas en la mano á sus órdenes. Desde los limites
90 EDUARDO AOBVEDO
de la ciudad hasta los confínes de la República, en todas direcciones,
los hombres ceñían la divisa blanca, como símbolo del iMurtido á que
pertenecían. — Oribe como general oriental era jefe de todas las fuer-
Acevedo cerró su magnífico Estudio de Buenos Aires y se embar-
có para el Buceo, temiendo que se estableciera el bloqueo y se impi-
diese su llegada.
Cuando llegó al Gerrito fué perfectamente recibido por Oribe; me
diaba la circunstancia de que las familias de Oribe y Maturana habían
sido íntimas amigas, y que durante la guerra con el Brasil habían pres-
tado grandes servicios á la causa de los de la Patria. Este recuerdo
fué, sin duda, el que medió para que Acevedo, descendiente de los
Maturana, fuese recibido tan amigablemente, como lo fué.
Desde el primer momento concibió Acevedo la esperanza de poder
ser útil en aquel punto. Sobre todo, pensó en tratar de trabajar para
humanizar la guerra, que hasta entonces había sido tan cruel. Muy
pronto se le presentó la ocasión de realizar sus deseos. Llegó la noti-
cia de que don Venancio Flores había invadido el Departamento de
Maldonado, llevado allí por uu vapor de guerra francés, y que al
desembarcar había sido atacado y vencido por la División del Depar-
tamento mandada por el coronel Barrios, quien lo derrotó y tomó pri-
sionero el batallón de Guardias Nacionales que llevaba. Recibida la
noticia, Acevedo se fué á ver á Oribe, inmediatamente, para pedirle
por la vida de los prisioneros. Y obtuvo una orden en ese sentido.
Entonces Acevedo concibió la idea de ir á llevarla, personalmente,
temiendo que después de él pudieran venir otras personas de los con-
sejeros de antes, y pedirle lo contrario. Be fué en seguida á encontrar
la columna que venía en marcha, y la encontró en Solís. El jefe del
batallón prisionero era don Pantaleón Pérez, que había sido su amigo
de infancia, por lo que tuvo mucho gusto en avisarle que sus vidas
estaban aseguradas y que él los presentaría á Oribe, quien les pondría
en libertad y podrían marcharse el mismo día para Montevideo. Ape-
nas llegaron fueron muy bien recibidos; Oribe les propuso que se que-
daran allí, ó si querían que regresaran á la ciudad; los oficiales pre-
firieron irse, pero el comandante Pérez dijo que él se quedaría, agra-
decido por la manera cómo había sido recibido, y que mandaría buscar
á su familia.
Este hecho, y otros po/ el mismo estilo, lo indispusieron á Acevedo
con los malos hombres que habían prevalecido antes en aquel sitio.
En aquel entonces Acevedo redactaba El Defensor de las Leyes y
sostenía en esos momentos una polémica con Florencio Várela, re-
dactor de El Comercio del Plata de Montevideo, sobre la manera cómo
se harían las elecciones una vez terminada la guerra. Acevedo decía
en un artículo que don Manuel Oribe no seria nombrado Presidente y
DE cMI LSo POLÍTIOO* 91
que ni siquiera figuraría como candidato. Este artículo, del que se
tuvo noticia en el Cuartel General antes de salir, causó gran impre-
sión. Indignados los hombres que le eran hostiles se aprovecharon
para gritar contra él y trataron de arrebatarle toda la influencia que
tenia. Algunas personas estuvieron á pedirle á Acevedo que retírase
el articulo, pero 61 no accedió, diciéndoles que 61 pensaba así y que
nunca escribía sino con sus ideas.
Eee día estaba todo conmovido, parecía un día de revolución, rei-
naba gran agitación.
Acevedo vivía en una casita en el Paso de las Duranas, mal cons-
truida, con malísimos herrajci?, y sin ninguna segundad.
Esa noche, que era la noche del 11 de octubre de 1846, se encon-
traba Acevedo, como tenía de costumbre, leyendo á su esposa, ante
una débil luz. La lectura versaba sobre un fragmento de Víctor
Hugo, titulado: El ÚUimo día de un condenado.
La lectura era triste y parecía predisponer los ánimos para las
amargas horas que se iban á pasar. De pronto se sintió un estremeci-
miento, como un temblor de tierra, y en seguida se vio llegar un es-
cuadrón de caballería y formar al rededor de la casa; la fuerza parecía
ser de línea y compuesta de oficiales, á juzgar por la profusión de
plata de que estaban adornados los caballos; y formando como á
sesenta metros de la casa empezaron á gritan
¡Muera el Salvaje unitario Acevedo!
iMuera el redactor de M Defensor/
Era una lindísima noche de primavera; la luna llena iluminaba la
tierra, como si fuera el propio día; podían distinguirse los objetos más
distantes. En esa posición permanecieron los oficiales algunos minu-
tos, gritando siempre, pero sin que nadie se acercara á la casa; en
seguida tocaron retirada y se alejaron del mismo modo que habían
venido.
Acevedo permaneció todo ese tiempo de pie en la puerta, con una
pistola en cada mano.
< Tranquilícense, dijo á su familia; cuando estos miserables no me
« han muerto, es porque no tienen orden de hacerlo».
A pesar de las súplicas que se le hicieron para que no saliera de
su casa, á la una de la tarde del día Riguiente ensilló su caballo, le
colocó sus pistoleras, engarzadas en plata, y los demás adornos que
tambión él usaba como si fuera un oficial, y montó en cuerpo, con un
ponchito de vicuña doblado en el brazo, y se dirigió al Cuartel General.
Entró á galope por la calle ancha, y fué á sofrenar su caballo á la
puerta de la tienda de don Manuel Oribe, haciéndose anunciar por el
edecán de servicio
Cuando entró, vio á Oribe con una rueda de gente, casi todos ciu-
dadanos mal inclinados.
92 BDUABBO AOBVflDO
Su primer mirada la dirigió á Oribe para darse cuenta de la impre-
sión que le causara su presencia, y notó una gran alteración en su
fisonomía como si una nube negra hubiera teñido su rostro. Enton-
ces lo saludó y le dijo, desdoblando unos diarios que llevaba: que
iba á leerle unos artículos muy interesantes que traían los diarios de
Europa, recién recibidos, y que contenían las sesiones de las Cámaras
Francesas y del Parlamento de Inglaterra sobre las cuestiones del
Plata. A la mitad de la lectura el semblante de Oribe ya había su-
frido un cambio, interesándose cada vez más por lo que escuchaba,
hasta que al final estuvo completamente natural y lo más amable con
Acevedo, como lo era siempre.
Entonces, éste, doblando los diarios, se puso de pie, y le dijo :
« sefior Presidente, yo venía á pedir á usted una satisfacdón por el
« insulto que he recibido anoche por cien oficiales de su ejército, que
« han ido á mi casa y me han gritado:
« ¡Muera el Salvaje unitario Acevedo!
« ¡Muera el redactor de El Defensor/ »
Oribe, poniéndose de pie, dijo: «Yo no sé nada»; y llamó á sus ede-
« canes, ordenándoles que averiguasen qué oficíales habían salido del
« campo esa noche, y ofreciendo castigar el hecho; pero Acevedo le
« dijo que él no iba á pedirle que lo defendiera, pero sí quería de-
« cirle que si alguno de sus oficiales, al salir del campo, ó en cualquier
« otra parte, lo insultaba, él le daría un balazo Oribe contestó suma-
< mente alterado: que si alguno se atreviera á insultarlo, él haría rodar
< su cabeza al frente del ejército >, y lo dijo en voz alta y delante de
algunos oficiales».
Dos días después fué Oribe á casa de Acevedo á decirle que no
había podido descubrir nada; que todos se habían completado para
ocultar el hecho, pero que no se preocupara ni le diera importancia;
que habían sido algunos locos; que no valía la pena ocuparse de ellos.
Le pidió, con mucha instancia, que siguiera redactando El Defensor,
pero él se negó completamente á continuar.
La relación quedó cortada, hasta que^ muchos afíos después,
cuando tuvo lugar la conclusión de la guerra, el último día Oribe le
escribió á Acevedo pidiéndole que fuera á verlo, que tenía un encar-
go que hacerle. Fué en seguida, y le dijo que lo había llamado para
pedirle que fuera en comisión suya al campo de Urquiza y arreglase
la entrega de las tropas argentinas. Él aceptó la comisión, buscando
alguno que lo acompafiara, y fué en seguida. Una vez concluido el
arreglo, volvió á dar cuenta de su comisión y se despidieron Oribe y
Acevedo para no volverse á ver más.
Eq los últímoa afíos del Sitio, Acevedo emprendió la difícil tarea de
redactar el Proyecto de Código Civil, empresa sumamente difícil por
la falta absoluta de libros y la imposibilidad de procurarlos.
£1 Sitio era rigurosísimo y difícilmente podía pasarse nada. El tenía
casi todos sus libros en la ciudad y necesitaba tener muchos á su
TÍsta para consultar la inmensidad de las leyes que regían. Empezó
con los que poseía, contando con su prodigiosa memoria, que
recordaba muchas veces los libros y las fojas en que estaban las
leyes que necesitaba, reservándose el confrontarlas una vez que tu-
viera los libros á la vista.
Esto trabajo lo concluyó antes del fin de la guerra, y una vez en
Montevideo lo hizo imprimir en su imprenta, y lo presentó á las Cá-
maras del 53. Entonces el doctor don Juan Carlos Gómez, que for-
maba en las ñlas contrarias á las suyas, hizo moción para que se san-
cionara sobre tablas, y se diera un voto de confianza al autor; pero
Acevedo pidió que se nombrara una Comisión de abogados que lo re
visara, pues deseaba que fuese un trabajo perfecto para bien del país.
Así se hizo; se nombró una Comisión, pero ésta no se reunió sino una
vez, quedando parado el asunto.
Altos de^jpués, en tiempo de Flores, el doctor don Mateo Maga-
riños Cervantes tomó coa mucho empeílo la sanción del Código y vio
á Acevedo para decirle que iba á trabajar en ese sentido; pero aquél
no estuvo luego en condiciones de poderlo hacer, y quedó otra vez
parado el asunto, hasta que algunos afios después fué entregado al
doctor Narvaja, quien le hizo algunos cambios presentándolo como
trabajo suyo. Entonces fué sancionado como Código del doctor Nar-
vaja.
Elste trabajo tuvo el mérito de ser el primero en la América del
8ud.
Más tarde Chile hizo el suyo, y con mucho retardo fueron siguien-
do las otras repúblicas americanas.
Una vez hecha la paz, Acevedo se instaló en Montevideo, y desde
los primeros momentos de llegar empezó á recibir visitas de muchos
hombres de la Defensa. Entre ellos : el doctor don Manuel Herrera
y Obes, el doctor don José María Muñoz, el doctor Magarifios y mu-
chos otros. También los agentes diplomáticos brasilefios lo visitaban
con mucha frecuencia, y con ellos tenía continuas y acaloradas dis-
cusiones sobre los tratados.
Una vez Carneiro Lieao, hombre irascible, de muy mal carácter, le
decía en medio de una diicusión : •^EL señor doctor se figura que el
« Brasil entra en sus cuestiones por su linda cara, y se engaña, el Bra-
« stl entra para sacar tajada^. Acevedo le decía entonces : «tenga
« cuidado, sefior Ministro, que usted está traicionando los secretos
« de la política de su Oobiemo revelando tan grandes verdades».
44 ÉDUÁBtK) ÁCB^EDO
Muy pronto empezó Aceyedo á ocuparse de las elecciones, y vio á
algunos de sus amigos políticos, díciéndoles que 61 no tenía ningún
interés personal y que prometía que no ocuparía ningán puesto en
el Gobierno que se estableciera .
Bolo el día del escrutinio fué peligroso; los legionarios se amonto-
naron en la calle en actitud amenazante, y Acevedo, para entrar,
tuvo que hacerlo por la casa inmediata. Había dos listas, una colo-
rada, de los hombres de la Defensa, y otra mixta, que pertenecía á
los del Sitio. Esta áltima triunfó. Se reunieron las Cámaras y la lista
mixta resultó estar en mayoría. Se eligió para Presidente á un hom-
bre de su círculo político, que fué don Juan Francisco Oiró, quien
llamó ese mismo día á Acevedo para encargarle de la organización
del Ministerio, pero él no aceptó por el compromiso contraído con
sus amigos de no tomar parte en el nuevo Gobierno.
Las Cámaras del 53 fueron las más brillantes que ha tenido la Re-
pública. Estaban allí las primeras ilustraciones del país; cada par-
tido llevó sus hombres más distinguidos y las discusiones eran nota-
bilísimas por su cultura y distinción. Acevedo decía que eran tan
elevadas y caballerescas que parecían ser las Cámaras francesas, en
las que se luchaba con el sombrero en la mano.
Los diarios colorados decían que el doctor Acevedo era el jefe de
la mayoría. Si no era así, tenía gran influencia en ella.
El 18 de julio se decretaron las fiestas para conmemorar la Jura
de la Constitución, y entonces se tuvo la idea de organizar la Guar-
dia Nacional; pero, para ese día faltaba poco y era casi imposible po-
derla organizar. A pesar de todo se decidió que se presentara como
un adorno para la formación. Se supo, desde el principio, que no se
le darían municiones, pero á los jóvenes poco les importaba. Si no
las tenían, tendrían flores para las cartucheras, que les arrojarían las
niñas desde los balcones.
Así marchaban, sin tener ¡dea de quién los mandaba ni de nada:
pero iban muy contentos, pensando sólo en llevar bien puestos sus
uniformes, bien colocados los fusiles y kepis, rizados sus cabellos,
para pasar elegantemente por los balcones de las niñas.
La formación tuvo lugar en esta forma : en la calle del Rincón la
Guardia Nacional; á la izquierda, del lado de la plaza, el Batallón
Palleja, y á la derecha el del coronel Solsoua; es decir, la primera en-
tre los dos grandes y bizarros batallones de línea, repletos de muni-
ciones.
La noche antes, en una reunión que tuvo lugar. Pacheco y Obes
le dijo al coronel don José M. Solsona, que le encargaba que fuese
él quien hiciera la descarga sobre la Guardia Nacional; pero él no
D£ €]ii AÑO poiinoo» éS
aoeplóy diciendo resueltameale que no, que él nunca haría fuego so-
bre, una agrupación de hombres desarmados. Entonces Palleja se
ofreció á hacer el fusilamiento. En medio del fuego, el coronel Sol-
sena cruzaba por la calle del Rincón, en dirección á la plaza, y el
caballo del ayudante Ríos resbaló y. éste cayó en la esquina de Trein-
ta y Tres. Entonces fué atacado por algunos guardias nacionales,
que querían matarlo, indignados por el fuego que se hacía. Ace-
vedo, que formaba con éstos corrió á defenderlo, y pidió á sus com*
pañeros que lo dejasen; lo levantó y lo encerró en una casa que ha-
bía abierta. El oñcial Je rogó le alcanzase la espada que se le había
caído en el centro de la calle; él atravesó á buscársela, en medio de
las balas que llovían en aquella ocasión, y cerca ya de las bayonetas
de los soldados de Palleja que venían rozando las espaldas de los
guardias nacionales le entregó la espada al oficial. Pidió á sus ami-
gos que defendieran á Bolsona y así fueron salvados los dos.
Entonces tuvo lugar el desbande de la Guardia Nacional, siendo
perseguida en todas direcciones y muertos en todas las calles de la
ciudad. Felizmente el ejecutor de ese crimen no fué un oriental.
Acevedo se refugió en una casa. Una hora después salió y se fué
á la suya. En su camino cruzó por la calle del Cerrito, y al llegar á
la esquina de Cámaras sintió venir una fuerza de línea. Be detuvo y
miró á su alrededor. Todo el pueblo estaba cerrado; no podía salvar-
se, pero tuvo la esperanza de no ser conocido. Cuando desembocó el
piquete vio que venía en orden y con un oficial al frente. Al llegar
donde él estaba un sargento gritó: Capitán, el doctor Acevedo/ Enton-
ces, creyéndose perdido, se paró en el borde de la vereda» cruzó los
brazos y esperó ser fusilado; pero el oficial se dio vuelta hacia sus
soldados y los llamó al orden, y al pasar frente á él le hizo un gran
saludo* Acevedo creyó que era un saludo burlesco.
«He salvado un oficial colorado, exponiendo mi vida; y otro oficial
colorado me ha salvado la mía, con una hora de diferencia». Esto lo
dijo al entrar á su casa.
En presencia de los sucesos del 18 de julio, Acevedo cesó en la re-
dacción de La Constitución, diario que había fundado para sostener
el Gobierno de Giró. Unos meses después fué desterrado por Flores,
y se fué á Buenos Aires con la idea de establecerse por algunos
años. Permaneció allí hasta que fué llamado por don Bernardo Be-
rro, para que le organizara su Ministerio.
Acevedo trabajó en su estudio, en Buenos Aires, con mucha feli-
cidad. Tuvo algunas causas importantes, muy ruidosas, entre ellas la
de cuatro ladrones condenados á muerte y salvados por él. Esta de-
fensa le valió un espléndido triunfo, recibiendo manifestaciones y
ovaciones de todos. Desde ese día puede decirse que su Estudio se
llenó de gente.
d6 toÜABDO AOB^EÜO
Oura causa may interesante fué la de la sublevaolón de los presos
de la cárcel, los cuales mataron oficíales y soldados, tomaron las
armas y se escaparon en medio del día por las calles de Buenos Ai-
res. Todo se cerró, creyéndose que había una complicación política;
se puso el ejército sobre las armas; la g^uardia nacional y todos los
jueces fueron á ocupar sus puestos en el Cabildo y se juramentaron
para no moverse de allí hasta que fueran castig^ados los criminales.
£1 jefe de la sublevación fué muerto en la calle. Era un militar
Afilar; y su compañero un capitán Sosa, entrerriano. £ste último
fué tomado y sentenciado á muerte. Debía ser fusilado al día si-
g^uiente. tíe le nombró como defensor á Acevedo. Algunos jueces le
escribieron pidiéndole que aceptara; entre ellos el doctor Carreras,
presidente del Tribunal, diciéndole que deseaban que el reo tuviera
un defensor hábil y entusiasta. Acevedo estaba enfermo y dudaba en
encargarse de una causa tan difícil, pero, vino la esposa de Sosa, llo-
rando, á pedirle que defendiera á su marido, que todos le decían
que él le salvaría la vida. La mujer lloraba amani^mente, y al fin
se decidió á aceptar la defensa. Lo primero que hizo fué recusar al
Tribunal del Crimen, en masa, por las cartas que le habían escrito
sus miembros, diciendo que el reo iba á morir al día siguiente; y si-
guió recusando á todos y á la Sala de lo Civil. £ntonces hubo que
nombrar un nuevo Tribunal. Mientras tanto, tomaba un carácter
más tranquilo la situación; las tropas volvieron á sus cuarteles y la
guardia nacional se disolvió. Nombrado el nuevo Tribunal, Acevedo
fué á informar ante él. £se día la mitad de la plaza Victoria estaba
llena de gente. Cuando Acevedo empezó á hablar, sintió que una
persona le quitaba loa anteojos que llevaba; era el poeta Mármol,
que le decía: «le quito los anteojos, doctor, porque tiene usted un
« arma poderosa en sus ojos». Después que concluyó su informe, sa-
lió y encontró en la escalera á la mujer de Sosa, que tenía unas flo-
res en la mano, y echándolas en el suelo dijo: «mi marido me man-
« da que arroje estas flores en el camino de su defensor.» £1 reo fué
absuelto .
Años después, se le presentó Sosa á Acevedo, en el Salto, á agra-
decerle el que le hubiera salvado la vida.
£n un viaje que hizo Acevedo á Montevideo, se le presentó una
señora diciéndole que iba á pedirle, en nombre de su hermano, el
oficial Pagóla, que era el quo le había salvado la vida el 18 de julio
en la calle del Cerrito, que tratase de mejorar su situación, que era
muy desgraciada, que estaba preso en la Unión y que era prisionero
de Quinteros. Acevedo inmediatamente tomó un coche y se trasladó
allí. Él siempre había deseado saber quién era aq uel oficial al que le
debía la vida, y en ese momento lo acababa de saber: era el oficial
Pagóla, que después fué general Pagóla.
DS «in AÍtO POLÍTKK)» fi?
«AI entrar en el calabozo se reooaocicrou y se dieron un abrazo
afectuoso. Entonces le refirió Pagóla que cuando lo encontró, el 18
de julio, llevaba en su bolsillo la orden escrita y firmada por Pache-
co, como la tenían los demás oficiales, de matarlo en cualquier par*
te que lo encontraran; pero, al verlo tomar aquella actitud tan va-
liente, poniéndosele delante, con los brazos cruzados, esperando ser
fusilado, le interesó, y admirando su valor, mandó guardar orden á
sus soldados y le hizo un saludo.
«Acevedo le prometió que no se iría sino después de obtener su
orden de libertad, la que consiguió sin esfuerzo. Le aconsejó que se
fuera con él á Buenos Aires, que allí lo presentaría á Mitre pidién-
dolé que le diera un puesto en el ejército argentino- Aceptó el conse-
jo y fué presentado á Mitre y dado de alta, saliendo en una expedi-
ción contra los indica pocos días después.
«Cuando Acevedo llegó á Montevideo á formar parte del Gobierno
de Berro, encontró á su país en un estado de gran desorden y des-
moralización; el militarismo entronizado; la renta pública en malísi-
mo estado, y el país entero en desorden completo. £n un año de mi-
nisterio hizo cambiar la faz del país. Se hicieron grandes economías
en el presupuesto; se rescataron las propiedades que durante el Sitio
el Gobierno había enajenado. £stas propiedades eran: el Fuerte, el
Mercado, las manzanas de la Plaza, etc. £1 militarismo fué someúdo.
£1 país prosperaba asombrosamente. Don Bernardo Berro, hombre
muy patriota y honrado, se sintió herido por los elogios que se ha-
cían al Ministerio, ya que sólo éste era vitoreado por el pueblo, y
tuvo celos de su Ministro de quien siempre había sido amigo. Re-
solvió, en un momento dado, sin ningún motivo, porque siempre
habían marchado de completo acuerdo, destituir al Ministerio, en
masa, para que así recayese sobre él toda la gloria de la prosperi-
dad del país.
Acevedo se retiró dejando al país completamente organizado, y se
fué al Salto, buscando la mejoría de su salud. Los pueblos del Uru-
guay le hicieron honores de Ministro, al pasar, como una protesta
contra la conducta del Presidente.
Algunos días después de llegar al Salto, se le presentaron los tres
Jefes Polítícos del Norte de Bío Negro. Pensaban bajar á la Capital
á pedir al Presidente la reposición del Ministerio destituido. Acevedo
los recibió mal, y les pidió que desistieran, diciéndoles que el Presi-
dente podía destituir sus Ministios, pues eran simplemente sus secre-
tarios, y cambiarlos cuando quisiera, sin intervención de nadie, y que
si ellos y sus demás colegas hacían alguna locura en ese sentido, él
se iría á Montevideo y tomaría un fusil para defender al Gobierno.
Los Jefes Políticos eran Trillo, Pinilla y Azambuya. £xcusado es
decir que desistieron.
98 ÉDltARbO ÁCifiVfibO
Dos afios después, Acevedo volvió á Montevideo siendo nombrado
Presidente del Senado. Un afio más tarde se embarcó para el Para-
^ay, aconsejado por los médicos que le asistían, viaje desgraciado,
pues al llegar á la Asunción se sintió tan mal que decidió empren-
der viaje de vuelta, embarcándose en el vapor paraguayo Igurey^ fa-
lleciendo dos días después, frente á Gk>ya. En el momento de su
muerte el vapor echó sus anclas y fondeó, cruzando sus vergas y ele-
vando sus banderas á media asta. El fallecimiento tuvo lugar el 23
de agosto de 1863.
Al llegar al Paraná, las personas que le acompañaban pidieron
hospitalidad á la tierra argentina para bajar el cadáver, y lo llevaron
ai Cementerio de la ciudad, acompañados de todo el pueblo.
Los diarios del día siguiente le dedicaron muy sentidos artículos.
I>e un aml^o íntimo.
CO El doctor Eduardo Acevedo era en la vida privada un hombre
sencillo á la vez que distinguido y atrayente por sus cualidades inte-
lectuales y morales. Unía á la autoridad, el trato de un hombre de
mundo. Era afable y jovial, al par que profundo y agudísimo en sus
juicios y observaciones sobre las cosas y los hombres: conquistábase
por eso, de prime aborda las simpatías y la estimación de cuantos le
trataban.
Poseía el don singular de nivelarse con las personas y de adaptar
sus conversaciones á la altura de las facultades do sus interlocutores,
—y usando de aquella flexibilidad y claridad de expresión que tanto
le distinguía, interesaba y se granjeaba la admiración de los amigos
de su tiempo como de los jóvenes de la nueva generación, entre los
que gozaba de grande prestigio.
Recuerdan todavía sus amigos y discípulos en ambas orillas del
Plata la severidad de sus principios, templada á veces por una dis-
creta indulgencia con el error; y su espíritu elevado, generoso y co-
municativo. Hasta sus mismos adversarios en la lucha reconocían
frecuentemente tan nobles prendas de carácter, y en ellas se basaba
la consideración y el respeto con que lo miraban.
El doctor Acevedo casó en el año 1840 con la señorita Joaquina
Vásquez, distinguida joven de nuestra sociedad de la época por su
belleza y esmeradísima educación. El hogar que formaron fué mo-
delo de virtudes, cuna y ejemplo de sus hijos.
(1) Aquí comieniaa los rasgos biográficos del amigo íntimo del doctor Aceredo, que ha
dsaeado oooserrar el incógnito.
Difi «MI aíiío político» 99
Aqaella pareja sufrió bien pronto los vicisitudes consiguientes al
estado político reinante desde 1843 á 1851; pero en la mala como en
la buena fortuna, en la tranquilidad del hogar como ante los dolores
de la emigración, Acevedo continuó cultivando su espíritu, preocu-
pándose de la educación de sus hijos, tarea en que le ayudaba efi-
cazmente su digna oompafiera»— y cumpliendo al mismo tiempo sus
deberes de ciudadano y de patriota con aquella probidad y desinte-
rés que todos le reconocían.
Como abogado y jurisconsulto, el doctor Acevedo era considerado
como que poseía en más alto grado las dotes necesarias. (^)
Versadísimo en el derecho romano y la Legislación Española y
patria, cultor asiduo del Derecho moderno comparado y de la educa
ción clásica forense de principios del siglo en Francia, que ilustraron
los d'Aguessan, Cochin y otros maestros, nadie le superaba en estos
países para la discusión y defensa de las causas más arduas, así co-
mo para los trabajos de codificación.
Para lo primero contaba con un golpe de vista certero, que todos
admiraban en 61, y que le permitía herir sin vacilación alguna el pun-
to capital de la cuestión y formular la acción y los medios de defen-
sa. Agregábase á esto la corrección del estilo, la claridad en la ex-
posición, la influencia persuasiva de su alocución, la energía y la al-
tivez de la frase cuando lo requería la naturaleza del asunto, la au-
toridad de su competencia— y hasta algo que no ha escapado á la
observación del auditorio siempre que Acevedo inforn\aba en Estra
dos, — quiero referirme á su actitud distinguida y al brillo penetrante
de su mirada. . .; todo este conjunto de saber, de habilidad jurídica
y de condiciones personales se imponía al propio adversario, arras-
traba á loa magistrados, y concluía por propiciarle el triunfo en la
causa junto con el aplauso de los que le rodeaban,— aplauso que más
tarde resonaba en su propia casa donde se reunían jueces, abogados
y practicantes á felicitarle y repetir las peripecias más saltantes del
debate judicial.
La opinión dada por él en consulta, su juicio vertido como magis-
trado en las sentencias que dictaba, eran considerados como la ex-
presión clara é indiscutible de la verdad legal controvertida.
Elegido primer Presidente del Colegio de Abogados de la Provin-
cia de Buenos Aires, tuvo el doctor Acevedo una ocasión más de acre-
cí) Lamentendo su fallecimiento pocos días después, el doctor Joanicó nos deda de él:
Eduardo eia por su ilustraoién j condidones de curicter un yerdadero jurisconsulto en toda
ia extensión de ia palabra; habrfa figprado con honra en el Foro más adelantado del mundo.
loo fiDUABDO AGSYBDO
ditar BU competencia jurídica y la autoridad de que gozaba en el foro
argentino, contribuyendo á la vez á formar é iniciaren la carrera de
abogado á multitud de bombees jóvenes que boy fíguran allí en pri-
mera fila.
A mucbos de ellos, así como á los de nuestra Academia de Juris-
prudencia, bemos oído recordar con cariño al distinguido maestro (^)
y encomiar la empeñosa dedicación con que dictaba sus lecciones y
dirigía sus ejercicios académicos, tratándolos como verdaderos ami-
gos, pero sin permitir que decayese en ellos la emulación y el interés
científico, y mucbo menos que se habituasen á talen tear ó perder el
tiempo en esas discusiones estériles ó de mero amor propio tan fre-
cuentes en nuestras aulas.
En los exámenes de fin de carrera que generalmente presidía el
doctor Acevedo, se observaba invariablemente toda la severidad de
los reglamentos. Nos decía no ba mucho uno de sus discípulos: «pe-
ro, el momento verdadero de prueba llegaba cuando, después de las
preguntas de los examinadores, le tocaba su turno al doctor Acevedo.
Tenía el hábito de interrogar á cada uno de los examinandos sobre
los puntos en que había estado flojo ó cometido equivocaciones; era
preciso, según nos lo explicaba, que en la Academia no pasasen por
doctrinas verdaderas lab que no lo eran; entonces provocaba nuevas
explicaciones sobre los puntos en que habíamos estado deficientes, y
nos proponía prácticamente el caso para dar lugar á que confirmáse-
mos ó rectificásemos la solución, y aún cuando el doctor Acevedo ha-
cía esto con marcada indulgencia y aún cuando todos lo conocíamos
y confiábamos en la rectitud de su juicio, no quedábamos tranquilos
respecto del éxito del examen hasta que él se d eclaraba satisfecho.»
Entre sus trabajos de leg^islación y codificación puede mencionar-
se el Proyecto de organización del juicio por jurados, en el cual co-
laboró con el notable jurisconsulto doctor don Antonio L. Pereira.
Este trabajo, si mal no recordamos , fué publicado en el diario La
Constitución,
El Proyecto de ley de Administración de Justicia, de Mayo de
1S56, fué tambiéa obra del doctor Acevedo, así como el Manual de
procedimientos de los Jueces de Paz, que todavía sirve boy de guía
á los funcionarios judiciales de esta clase.
(1) En naettn Academia de Jurisprudencia fueron sus discípulos los doctores Kontero, Pe-
dralbes, Vaesa, Antufia, Peres, Arrascaeta, Baena, Lapido, Süra, etc., etc. En la de Buenos
Aires, los doctores Quintana, Araujo, Basariibaso, PereTra, Palacios, Obanio, Moreno, Teire-
ro, Qarcía, etc., etc.
DE «MI AÍlfO POLÍTICX)» 101
Aunque anterior en fecha á estos trabajos, mencionamos al final
de estos apuntes la obra de mayor aliento y que demuestra más
acabadamente la elevada competencia del doctor Acevedo en mate-
rias jurídicas,— es decir,— su Proyecto de un Código Civil para la
República.
Además de las circunstancias en que Acevedo preparó este impor-
tantísimo trabajo, es de mencionarse principalmente la reforma que
propone sobre dos puntos: la secularización del matrimonio y la crea-
ción del Begistro de Estado Civil, que constituyen hoy otras tantas
conquistas de la moderna legislación europea y de nuestro país.
El doctor Acevedo se había anticipado de treinta años, en este como
en otros tópicos, á la legislación vigente entre nosotros á la época
en que trabajaba el Proyecto de Código (1847-48). Respecto de sus
Ideas en materia de codificación, así como á los fundamentos de la
reforma proyectada, puede consultarse la introducción al referido
Proyecto en que se hallan expuestas sucintamente.
Puede quizás atribuirse á lo avanzado do esta reforma, más que al
desconcierto producido por nuestras luchas políticas, el que no fuese
dicho Proyecto adoptado como ley por nuestra Legislatura de 1853.
Entretanto, no podía pasar inapercibida la importancia de obra se-
mejante y la indiscutible preparación de su autor. Bien pronto la
República Argentina, aprovechando la circunstancia de hallarse el
doctor Acevedo emigrado en Buenos Aires, le llamó para encargarle
la redacción de un Código de Comercio que fué terminado en menos
de ocho meses de constante labor y presentado conjuntamente con el
doctor Vélez Barsfield, Ministro de Gobierno, á la sanción legislativa
en el año de 1857.
Sobre el mencionado Código, que fué adoptado por aquella y esta
República, y ha regido por el espacio de más de 25 atios, dice el ju-
risconsulto italiano Vidari lo siguiente:
«Estos dos códigos (el de Buenos Aires y del Uruguay) que figuran
entre las obras legislativas más notables de nuestros tiempos y que
es lástima que por nosotros casi sean ignoradas, deberían ser toma-
dos como modelo por los que se ocupan de legislar sobre el derecho
comercial, tanto por el método legislativo, como por el acopio y la
bondad de las disposiciones que contienen.» Vidari sigue luego dan-
do idea de la distribución de materias, y agrega:
«En esta disposición y distribución de materias nuestra mente se
halla complacida: allí la idealidad orgánica responde adecuadamente
á la realidad orgánica; allí sentimos que tenemos delante una obra
armónicamente modelada en todas sus partes; allí la ley es verdade-
ramente un organismo jurídico. En vez de eso nosotros nos propone-
mos mantener aquí más ó menos la distribución de materias que ya
siguieron los códigos franceses y el albertino, y la nueva obra ha
102 SDÜAKDO ACEYEDO
salido, por esta razón, tan imperfecta como los modeloB de que fué
tomada.» (i)
Los relevantes méritos del doctor Acevedo y sus senrícios al pro-
greso del derecho en ambas orillas del Plata le colocarán con justicia,
ante la posteridad, en el rango de los hombres más dignos de su
alabanza.
Como orador parlamentario, el doctor Acevedo era metódico, so-
brio y en extremo insinuante. Bu elocuencia se asemejaba á la de los
oradores ingleses que sin duda había tomado de modelo. Salpicaba
algunas veces sus discursos con cierta ironía punzante que manejaba
con habilidad;— tenía siempre pronta la frase para replicar á una
interrupción maligna, y á pesar de su discreción y templanza cuando
el calor de la lucha lo exigía, sabía usar de acentos de una energía y
virilidad admirables, que imponían el respeto de sus adversarios.
Entre las manifestaciones de duelo de que fué objeto el doctor
Acevedo, al conocerse aquí el hecho de su fallecimiento, mencionaré
la reunión que tuvo lugar en la Universidad y á que asistieron los
abogados y académicos de nuestro foro con el propósito de honrar
su memoria.
Varías fueron las resoluciones que se propusieron. Entre ellas fi-
gura la de dirígir una carta de pésame á la señora viuda del doctor
Acevedo, firmada por todos los asistentes á aquel acto; la de encar-
gar al doctor don Vicente F. López para que escríbiese la biografía
del ilustre finado; erigir un busto en mármol para ser colocado en la
Academia, y otras demostraciones por el estilo.
En Buenos Aires tuvo lugar también una reunión con idéntico
propósito por parte del colegio de abogados, en la que se resolvió co-
locar su retrato en el local de sus sesiones, mandar construir una
urna cineraria para sus restos y nombrar á los sefiores doctores Es-
toves Saguí, Tejedor y Quintana para que asistieran á la inhumación
que debía verificarse en esta ciudad. (2)
(1) Vidari. «Sul Projetto per la riíorma del Cod. de Com.», página 19.
Véase Alcorta. Concordancia del Código de Comercio. Introducción del doctor Obarrio, que
también se ocupa de su Código Comercial.
(2) Puede verse la relación que sobre el particular, trae el Ftís de Monterideo del 6 de
septiembre de 1863.
DE «MI A!(fO POLfriOO» 108
Del doctor Alfredo Vásquez Aeevedo.
El doctor Eduardo Acevedo nació en Montevideo el afto 1815. Era
hijo del doctor don José Acevedo Salazar, y nieto del doctor don
Tomás Alvarez Acevedo, ambos abogados distinguidos, que ocupa-
ron puestos importantes durante el Gobierno colonial. (^)
El doctor don Eduardo Acevedo hizo con brillo sus estudios de
Derecho en la Universidad de Buenos Aires.
Terminada su carrera en 1839, regresó á la patria, donde abrió su
Estudio, y muy luego fué llamado á ejercer la judicatura, que desem-
peñó con inteligencia, ilustración, rectitud y una excepcional energía,
que todavía se recuerda con admiración por sus colegas de aquel
tiempo.
(1) Don Jóte Aoenedo y Salaxar, nombndo Oidor pan U Audiencia de Chile, en viaje á ese
pafe, tQTo que detenerse en Monteyideo, á causa de la reyoludón de 1810. Elfo y Vigodet
utíüzafon sus servidos en distintas misiones á Buenos Aires, y muj particularmente en la
negociación sobre entirega de Montevideo. Mereció distindones muj honoríficas de su Oo-
biemo. (De-María— JKsftyria dé ¡a BepúMiea OriMtcU dd Uruguay— tomo l.«— páginas 99 j
122— página 23 de La Dominaaán Etpañola en él Rb dé la Plata, por Francisco Baucá).
Don TxmUu Aivarex Acévedo, fué fiscal de la Real Audiencia de Lima, Regente de la Audlen-
da de Chile, j Gobernador de este país en dos ocasiones. Barros Arana en el tomo 6.® de su
Historia dé OuU hace gnuides elogios de él como jurisconsulto j como estadista. Copiamos
de allí estos párrafos: «El 6 de julio de 1780 recibió la Audienda de Santiago las comunica-
ciones en que don Agustín de Jáuregui le avisaba su partida para el Perú á tomar d mando
dd Virreinato. En cumplimiento de la ley, el Regente de aquel Tribunal tomó ese mismo día,
con las solemnidades de estilo, el gobierno interior de Chile. Don Tomás Alvarez de Aceve-
do, así se llamaba el nuevo mandatario, era un letrado adusto y serio, dotado de una inteli-
genda clam y de una prodigiosa laboriosidad, que en dies años de servicios en el Perú se
habla eonquistado una hermosa reputación en la magistratura colonial. En su juventud
adquirió una sólida instrucción juridlca y la posesión del título de licenciado en ambos dere-
chos. Nombrado por el rey Fiscal de la Audienda de Charcas pasó á América en 1766 y
dnempefió tan satisfactoriamente ese cargo, así como una comisión juridica que se le enco-
mendó en la Provinda de Buenos Aires, que mereció que el Soberano le demostrase su satis-
faedón por una cédula espedal. Por nombramiento del Virrey del Perú ejerdó durante un
afio 1 1773- 1774) el Gobierno del Distrito de Potosí, donde arregló las desavenencias susdtadas
entre los Ministros de la Real Hacienda y el vecindarie, con motivo de las reformas que se
iniciaban en la percepdón de los impuestos. Trasladado á Lima en 1774 con el carácter de
Fiscal de la Real Audienda, desplegó allí su natural laboriosidad, y mereció la confiansa del
visitador dun José Antonio de Areche, que en junio de 1777 llegaba al Perú provisto de las
más amplias facultades que el Rey solía conceder á alguno de sus delegados en las colonias
de América. Alvarez de Acevedo había sido condecorado con la cruz de la orden de Carlos
m cuando redbió el título de Regente de la Real Audienda de Chile. Recibió, además, una
comisión no menos delicada. Don José Antonio de Areche, que llegó entonces á Lima con
d carácter de visitador general de los Tribunales y de la Real Hadenda en toda esta parte
de la América, le delegó sus poderes para que lo reemplazase en Chile en el desempefio de
esas fundones. Alvarez de Acevedo llegó á Santiago en noviembre de 1777, revestido de las
más amplias atribudones y las ejerdó con la firmeza, la laboriosidad y la prudenda que iba
á demostrar en el Gobienio.9
104 EDÜABDO ACEVEDO
Los sucesos políticos del año 1843 lo obligaron á salir de Monte-
video y á establecer su residencia primero en Buenos Aires y después
en el Cerrito, donde permaneció hasta la conclusión de la gfierra
grande. En el Cerrito tuvo á su cargo durante algún tiempo la redac-
ción de un diario político <^) y formó parte del Tribunal de Apelacio-
nes (3). Bus ideas moderadas, su amor á las instituciones y su probi-
dad política le acarrearon en esa época hondas contrariedades que
soportó con entereza, exponiéndose más de una vez á las iras de los
palaciegos del general Oribe (3). No obstante ser amigo político de
éste, tuvo siempre el valor de condenar sus faltas y de aconsejarle
las soluciones más dignas y patrióticas, aunque no fueran las más
convenientes para las aspiraciones personales del mandatario.
Abatido por la prolongación de una contienda fratricida, que arrui-
naba á la República, y por los desencantos de una lucha apasionada
que entronizaba el desorden y la desmoralización, buscó un alivio á
los pesares de su alma patriota, en el servicio de los intereses perma-
nentes de la sociedad, consagrándose á la redacción de un Proyecto
de Código Civil, urgentemente reclamado, que le absorbió varios
años de meditación y de estudio. Ese trabajo, notable por los exten-
sos conocimientos y el criterio jurídico que revela, por su correctti re-
dacción y por su espíritu liberal, y otros del mi«mo género que realizó
después, elevaron al doctor Acevedo á la categoría de primer juris-
consulto nacional. (^)
El Tratado de Paz de 1851 colmó sus aspiraciones patrióticas, como
las de todos los buenos orientales.
Fundó entonces un diario llamado La Constitución^ que se carac-
terizó por la altura de sus ideas, por su moderación y por el empeño
constante con que sostuvo la necesidad de olvidar las rencillas pasa-
das y de trabajar con anhelo.por el afianzamiento de la paz, la repa-
cí) El D^enDOf de las leyes, que redacUS desde mediados del año 1846 hasta 1847.
(2) El Reglamento de Jueces de Faz, dictado en el Miguelete, con fecha 13 de febrero de
1849, fué obra suya.
(8> Con motivo de haber sostenido en el Defensor que el general Oribe no podía perpetuarse
en el poder j que estaba obligado Á dejar el mando como Presidente de la República, así que
terminase su período constitucional, la quinta del doctor Aceyedo fué rodeada una noche por
una turba de exaltados que fueron á amenazarlo, llamándole á gritos ¡salvaje unitariol Al día
siguiente el doctor Acevedo se presentó en el Cuartel General & pedir explicaciones al general
Oribe, quien desautorizó la tropelía d&ndole todo género de satis&cciones.
(4> Cuando el doctor Acevedo redactó su Proyecto de Código Civil eran raros los trabajos
de la misma clase que existían en el mundo. En América sólo existía el Código Boliviano,
casi desconocido, y en Europa sólo regía el Código Francés.
El Código Civil que actualmente rige en la República tiene muchos capítulos y numerosas
disposiciones tomadas del Proyecto Acevedo.
DE «MI AffO FOLÍnOO» 105
raciÓD de los males causados por la fi^uerra y el predominio de la
GonstítuciÓD y de las leyes. Se recuerdan siempre con placer estas
nobles palabras de uno de sus artículos, dirigidas á sus adversarios
políticos: « En el porvenir nada nos separa. Abandonemos, pues, las
acusaciones y recriminaciones que nos llevarán directamente á la
anarquía. Si es necesario rivalizar, rivalicemos en amor y respeto á la
Constüiición, en el franco deseo de practicarla y de hacerla practicar.
En ese campo nos encontrarán siempre prontos todos aquellos á quie-
nes anime el sincero amor á la patria >. O-)
Llamado en esa época de grandes horizontes políticos á ocupar un
puesto en la Cámara de Representantes, ofreciósele nueva oportuni-
dad de ser útil á su país. Su talento y su ilustración, unidos á una
palabra elocuente y á una energía inquebrantable, le asignaron un
lugar prominente y una legítima influencia en la Asamblea General,
que encerraba en su seno hombres de mérito de todos los viejos par-
tidos. (^) Contribuyó en primera línea á la sanción de leyes importan-
tes y benéficas <3) y á la elección de don Juan Francisco Giró parala
Presidencia de la República. (^)
El país parecía encaminarse entonces por el sendero de la paz y
del progreso, i^)
Desgraciadamente, contra las esperanzas concebidas y los esfuerzos
patrióticos de algunos ciudadanos, entre los cuales estaba el doctor
Acevedo, el 18 de julio de 1853 estalló una sangrienta revolución lle-
vada á cabo por los batallones de línea, que dio en tierra con todas
las conquistas alcanzadas y abrió una era dolorosa de anarquía y de
desórdepes que se prolongó por muchos años. (^)
(1) Palabras del Programa de La OonaíOuei^ en el que se Inicia tineeramente la idea de
la extinción de loe partidoe tradicionales.
La Oimatíhufáñ se fnndó el 1.* de jallo de 1852 j dejó de aparecer el 18 de julio de 18S8.
1 2) Acevedo era considerado en las Cámaras de 1862 como el jefe de la mayoría.
(H) Con motivo de la ratificación de los tratados celebrados con el Brasil,— que se juagó
obra patriótica aceptar, á pesar de sus vicios, -Acevedo sostuvo con elocuencia j firmeía el
preámbulo de la ley relativa, que importaba una reservr salvadora contra esos vicios, consi-
guiendo hacerlo triunfar.
(i) Don Juan Francisco Gbró, que apreciaba los méritos del doctor Acevedo j la reputadón
que tenia, quiso llevarlo al Ministerio en repetidas ocasiones; pero Acevedo se rehusó siempre
á aceptar el cargo, por el temor de que se atribuyese á un móvil egoísta el empefio con que
babfa trabajado para elevar á aquel ciudadano á la Presidencia de la B<*púbUca.
(6) En esa época, ansioso de propagar el conocimiento de la Constitución, en cuya estricta
observancia veía el remedio de nuestros males, redactó un pequefio catecismo constitucional
para la vulgarización de aquélla (primeros números de La OomtUueián) y fundó ima escue-
la de adultos, de acuerdo con otros amigos, en la que él mismo daba lecciones á los hombres
del pueblo, pardos y morenos, para habilitarlos al ejercicio de la ciudadanía.
1 6) Durante la revolución y en los días anteriores á ella, lo mismo que en los momentos
de las grandes discuaiones pariamentarias, Acevedo fué objeto de amenazas y persecuciones,
que él supo despreciar con enterea, sin cejar jamás en sus propósitos patrióticos.
106 SDÜARDO ÁOEVEDO
El doctor Acevedo y otros prohombres del partido nacional fueron
desterrados de la República á consecuencia de esos sucesos, viéndo-
se aquél obligado á establecerse de nuevo en Buenos Aires.
En esa ciudad permaneció hasta el año 1860, dedicado al ejercicio
de su profesión de abogado. Su competencia, su laboriosidad y sus
virtudes hicieron de su Estudio el primero quizá de Buenos Aires. El
foro argentino y las mismas autoridades de esta ciudad lo colmaron
de distinciones. Fué nombrado Presidente de la Academia de Juris-
prudencia, Presidente del Colegio de Abogados, y el Gobierno de
Buenos Aires lo encargó, no obstante su calidad de extranjero, de la
redacción de un Código de Comercio, trabajo que ejecutó, con alguna
participación del doctor Vélez Barfield, de una manera completamen-
te satisfactoria. (^)
El año 1860, hallándose todavía el doctor Acevedo en Buenos Aires,
se levantó su candidatura para la Presidencia de la República, en
competencia con las de don Bernardo P. Berro y del general don
Diego Lamas.
Cuando ya parecía asegurado su triunfo, por una combinación de
última hora se resolvió, en una reunión de diputados y senadores, la
elección de don Bernardo P. Berro. Esta solución tuvo por causa la
resistencia que por razones de excesiva delicadeza opuso siempre el
doctor Acevedo á intervenir personalmente en los trabajos electora-
les, y á trasladarse, con tal objeto, á Montevideo, donde su presencia
habría vencido las oposiciones á su candidatura, seg^n lo juzgaban
las personas más interiorizadas en los trabajos presidenciales.
Elegido el señor Berro Presidente de la República, fué llamado por
éste para compartir las tareas de su administración como Ministro de
Gobierno y Relaciones Exteriores, con facultad para organizar todo
el Ministerio.
El doctor Acevedo, • abandonando la situación ventajosa que se
había creado en Buenos Aires, aceptó sin vacilaciones la nueva oca-
sión que se le presentaba de servir á la República. (^)
Conociendo los trabajos revolucionarios, que trató de contrariar en la medida de sus fuer-
zas, no quiso faltar el 18 de julio á la formación de la guardia nacional, y asistió á ella en
calidad de soldado, á pesar de estar señalado entre las primeras víctimas por su alta repre-
sentación política. En medio de la revolución, y de la dispersión de la guardia nacional, tuvo
ocasión de mostrar su serenidad y la nobleza de sus sentimientos, salvando con otros ami-
gos al coronel Solsona y á su ayudante Ríos, amenazados de muerte por un grupo de guai-
dias nacionales indignados por el crimen cometido contra ellos
(1) Fué el primer Código sancionado en el Río de la Plata.
En 1867 el Gobierno del general Flores lo adoptó para la República, con ligeras modifica-
ciones,—y es el mismo que rige ea la actualidad.
(2) La importancia que su Estudio de abogado tenía entonces era considerable. En pocos
años más Acevedo habría podido redondear una gran fortuna, á pesar de su carácter despren-
dido.—Dejó sin embargo, todo, por venir á Montevideo, con riesgo de encontrarse después en
una situación difícil, como le sucedió al salir del Ministerio en 1861. Apenas tenía dos ó tres
pequeñas propiedades en Montevideo, adquiridas con los abonos realizados en Buenos Airea.
DE «MI ASÍO POLÍTIOO» 107
Los aarTÍoiod | que entonóos prestó el doctor Acevedo fueron de
¿ran trascendencia. Bin amenguar los grandes méritos del señor
Berro, puede asegurarse que á su talento» á su ilustración y á su
energía, se debieron principalmente las grandes conquistas de aque-
lla prestigiosa administración, que abatió y anuló la influencia del
caudillaje prepotente en campaña, llevando á las Jefaturas Políticas
ciudadanos rectos y progresistas de todos los partidos, como Palome*
que, Castellanos, Pinilla, Fregeiro, Bodriguez, Trillo, eto.; (^) — que
regularizó y moralizó la administración en todas sus ramas (^);que
ordenó la hacienda pública (9); que levantó á una grande altura el
crédito nacional en el interior y exterior; que en las relaciones exte-
riores supo mantener bien alta la dignidad de la República, (^) y que-
brar por primera vez las vinculaciones tradicionales con la política
argentina, causa de tantos males para el país (^) y que reivindicó con
energía los fueros del Patronato Nacional. (^)
£n junio de 1861« sin que mediara motivo alguno á no ser el pres-
tigio y gran crédito que el doctor Acevedo había adquirido por la
importancia de sus servicios y la natural y legítima influencia que su
talento y sus cualidades le daban en el Gobierno, el señor Berro le
escribió una carta pidiéndole su dimisión.
El doctor Acevedo se negó á presentor su renuncia, fundándose
en que no tenía razón para ello; y entonces el señor Berro decretó
su cese y el de los otros Ministros señores Villalba y Lamas.
(1) Los caudillos más importantes del partido blanco, Olid, Coronel, Burgueflo, Carnes j
otros, eran duefios j sefiores de la campafia. Su yolimtad habla pesado durante la adminis-
tiación del seflor Pereira de oua manera abrumadora, j continuaba haciéndose sentir en el
gobierno del país. Aceyedo supo quebrar la influencia de esos caudillos en todos los Depar-
tamentos, resistiendo á sos exigendas, sin consideraciones de ningún género.
(2) Los Ministerios 7 todas las oficinas públicas estaban llenas de empleados inútiles, que
fueron suprimidos.
Ei tiabajo de los empleados fué ordenado, estableciéndose que éstos debían asistir i sus
ocupaciones desde las 10 de la mafiana hasta las 4 de la tarde, con toda puntualidad.
(8) Todos los serridos j gastos públicos fueron ajustados á la Ley de Presupuesto, con una
escnipnlosidad rigurosa,— consiguiéndose de ese modo abonar los sueldos de los empleados j
las obligadones de la Nadón, con toda puntualidad; y lográndose un sobrante en las entra-
das que permitid rescatar ana multitud de propiedades públicas que hablan sido enajenadas
por los gobiernos anteriores.
Se establedó asimismo la descentralixadón de las rentas departamentales.
(4) Véase las notas del doctor Acevedo, con motíTo de la célebre reclamadón Anglo-Fran-
oesa, por perjuidos de guerra. (Memoria del Ministerio de B E., de 1862).
(6) Durante la guara de 1860 y 1861 de la Provinda de Buenos Aires con d Gobierno Fe-
deral, se guardó la neutralidad más estricta, á pesor de las sugestiones partidarias y de la in-
fluencia de cierta parte de la opinión en fayor de uno de los beligerantes.
(6) Conflicto con la Curia Edesiástica, con ocasión de la resistencia de ésta á admitir en
d oemoiterio público el cadáyer del masón Jacobsen,— que diópor resultado la secularisa-
ción de los cementerios.
Decretos sobre provisión de cargos sdesiástioos, de 27 de Julio de 1860, 24 de didembre de
1860 y otros.
108 EDUARDO AOEVEDO
La conducta del sefior Berro fué duramente censurada por la opi-
nión.
El doctor Aoevedo, que sentía avanzar la enfermedad de que fa-
lleció dos afloB después, trasladó su residencia á la ciudad del Salto,
buscando en el cambio de clima un alivio á sus molestias.
Nombrado senador por el Departamento de Montevideo, regresó
en 1862, para renovar sus tareas públicas. El Senado le confirió su
Presidencia.
« Habiéndose agravado sus dolencias, por consejo médico bizo un
viaje al Paraguay á mediados' del afto 1863,— y á su regreso de la
Asunción, falleció á la altura de Qojsl el 23 de agosto.
« La noticia de su fallecimiento causó una honda impresión no sólo
en Montevideo sino en Buenos Aires ».
Complementaiido lo que anteeede.
Bajo el título «Página que falta en el manuscrito sobre la vida del
doctor Acevedo», escribió las siguientes líneas una distinguida se-
ñora, después de publicado el importante libro del doctor Palomeque:
«En 1840, Acevedo se casó con Joaquina Vásquez, preciosa joven
dotada de relevantes cualidades, realzadas por una educación muy
superior á la que se daba entonces. Hablaba correctamente el inglés,
el francés, conocía la música muy á fondo y tocaba el piano con rara
perfección.
En la vida agitada que llevó Acevedo, siempre encontró á su com-
pañera dócil á todos sus proyectos. Nunca tuvo una queja y una ob-
servación que hacer, cuando tenía que andar con sus hijos de un lado
para otro.
Una vez tuvo que venir de Buenos Aires al Cerrito á reunirse
con su marido, sin más compañía que una sirvienta, en un pobre bu-
quecito de vela llamado «La Luisa», cuyo comandante, el capitán
Barboso, recordaba en sus últimos tiempos, á aquella joven que se-
rena y tranquila en medio de un temporal, subía sobre cubierta á ad-
mirar el espectáculo que presentaba la Naturaleza.
En aquel largo y triste período del Sitio, encontró medio de hacer
una vida agradable.
Acevedo y su familia pasaron casi todo el tiempo de la guerra en
la quinta de Maturana, que quedaba entre líneas. Por la noche las
guardias se retiraban y no se podía entrar ni salir de la casa.
Joaquina se pasaba largas horas tocando el piano al mismo tiempo
que con un pie movía la cuna de su hijita.
De cuando en cuando caía una bala en el jardín. Ella suspendía
su música y corría á ver si había hecho daño á alguna planta. Des-
pués volvía á sentarse tranquilametíte al piano.
Dfi «MI AÍfO POLÍTIOO» lOd
Por la noche tomaba bu costura y se sentaba á coser al lado de la
lámpara, mientras su marido leía en alta vosr Y así durante aftos en-
teros.
£sta intimidad nunca interrumpida, con un hombre superior y de un
carácter comunicativo como el de Acevedo, acabó de formar su juicio
y hacer de ella una mujer de un criterio y de un espíritu elevado.
De nuevo en Montevideo después de concluida la ^erra, Acevedo,
encantado con su mujer, la presentaba á su amigos.
£n cuanto recibía una visita de una persona de distinción, la ha-
cía entrar á la sala para que la saludasen.
Pasaron entonces una temporada de vida de sociedad.
Acevedo tenía su casa llena de amigos y partidarios que lo rodea-
ban, y figuraba con mucho brillo en las Cámaras y en la prensa.
Fué este un tiempo feliz para Joaquina, que veía que hacían justicia
al hombre que adoraba y admiraba.
Pronto, desgraciadamente, todo pasó. Vino la revolución del 18 de
julio. El doctor Acevedo fué desterrado y se embarcó para Buenos
Aires.
A los pocos meses mandaba buscar su familia. En Buenos Aires
pasaron seis años recibiendo toda clase de distinciones. Agobiado de
trabajo como estaba Acevedo» su esposa, aprovechando su linda le-
tra y la facilidad que tenía para escribir, le servía continuamente de
secretario.
El afto 1860 volvía otra vez la familia Acevedo á Montevideo.
Joaquina abandonó Buenos Aires con el corazón partido. En aquel
país había pasado una vida tan tranquila, lejos de las agitaciones de
la political Nada observó, sin embargo. Su marido decía que un hom-
bre se debe á su país y que debe sacrificarle hasta su bienestar.
Acevedo sólo vivió tres años después que salió de Buenos Aires.
Joaquina dominando su inmenso dolor, se ocupó de la educación
de sus hijos y de la administración de sus rentas con tan buen sen-
tido y un juicio tan recto, que ha merecido los mayores elogios de sus
amigas.
«Hoy es la elegante y culta matrona que tudos saludan con respeto.
€>onserva su espíritu entusiasta por todo lo bello y lo patriótico, y no
hay progreso ni adelanto que no encuentre en ella una admiradora».
(Diciembre de 1892).
CAPITULO 111
En el periodismo
« El Oefeaaor de las Ijejem »•
£1 doctor Acevedo tuvo á su cargo U sección editorial de «El De-
fensor» durante doce meses. La colección que figura en su archivo,
demuestra que desde mediados de septiembre de 1845, empezó á pu-
blicar algunas notas, que llevan sus iniciales manuscritas, juntamen-
te con don Bernardo P. Berro, don Carlos J. Villademoros y otros
cuyas iniciales figuran en la misma forma. Pero es recién á mediados
de octubre que empesEÓ á escribir con regularidad, hasta mediados de
octubre de 1846, en que tuvo que abandonar la prensa por el atrope-
llo militar á que lo expuso uno de sus artículos sobre la celebración
de la paz. Del incidente ocurrido, se ocupa el manuscrito de la seño-
ra viuda del doctor Acevedo, que va en otro lugar.
Dos temas absorben casi exclusivamente la sección editorial en ese
año de labor: la intervención anglo-francesa que había llegado á su
período álgido á mediados de 1845 con el bloqueo de los puertos
orientales dominados por el ejército sitiador, y las negociaciones de
paz iniciadas primeramente por los Ministros Ouseley y Deffaudis, y
posteriormente por Mister Hood. Sólo un paréntesis se produce en
la propaganda contra la intervención y á favor de la paz, y ese pa-
réntesis corresponde á uno de los temas do más palpitante actuali-
dad para el país en todas las épocas: «Las vías de comunicación»,
con motivo de la construcción de un puente en el río Santa Lucía.
Pertenecen los siguientes extractos á diversos editoriales que refle-
jan impresiones relativas á períodos culminantes de las fracasadas
negociaciones de paz:
«Septiembre 1.» de 1846. Si alguna duda existiera sobre el verda-
dero espíritu que anima á los orientales en general, la habría desva-
necido el cuadro que ha presentado estos días la línea del asedio.
Los odios aparecían extinguidos; y en la reunión de los individuos
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de la misma familia, nadie hubiera podido distinguir á los sitiados de
loe sitiadores, á no ser la diferencia de las divisas. En el fondo eran
idénticos los sentimientos de unos y otros; todos ansiaban por la épo-
ca afortunada en que aseg^urada la independencia y la libertad de la
República, pudieran deponer las armas para atender á las necesida-
des de la patria, que tan urg^entemente reclama los esfuerzos de sus
hijos».
«Septiembre 8.— Lá paz es hoy una necesidad generalmente senti-
da por todos los que aprecian en algo el porvenir de estos países, y
cuanto mayores son los vínculos que ligan á un hombre á la tierra
de su nacimiento 6 de sus afecciones, mayores son también los deseos
que abriga de una paz honrosa que, coronando los esfuerzos de los
buenos, ponga á estas Repúblicas en el sendero de prosperidad á que
han sido -destinadas. De ahí nace principalmente la ansiedad con que
se fijan los ojos de todos en el curso de las negociaciones de paz, que
ya completamente concluidas con arreglo á los sentimientos de los
ilustrados Gobiernos de Inglaterra y Francia, y á los que siempre
han abrigado los de las Repúblicas del Plata, penden ahora de cir-
cunstancias que en nada tocan al fondo de las cosas. £1 mismo de-
seo que nos anima de ver pronto arregladas las dificultades que no
debieran haber nacido si se hubiera atendido al espíritu de la hono-
rable misión confiada al señor Hood, hace que nos abstengamos de
determinar el origen de esas dificultades y los medios que se han
puesto en práctica para sostenerlas».
«Octubre 8.— Torpísimo y muy malicioso es el empeño de los pe-
riodistas de Montevideo de hacer creer que la prolongación de la lu-
cha se debe á la permanencia de las fuerzas argentinas en la Repú-
blica ó á pretensiones personales del Excmo. Presidente Oribe. ..
Sepárese el elemento extranjero que usurpa en Montevideo el nom-
bre oriental, y se separarán también de la lucha nuestros valientes
auxiliares ... El pueblo Oriental no exige ni defiende otra cosa, que
el derecho de gobernarse por sí y para sí... Respecto de las ten-
dencias personales, es más absurdo todavía el etnpeño de los perio-
distas de Montevideo. Cualquiera que los oiga, sin estar en antece-
dentes, se figurará que la cuestión actual versa exclusivamente sobre
la presidencia del Excmo. General Oribe... Esas insinuaciones son
las que hemos llamado torpísimas y muy maliciosas. El Excmo.
Presidente de la República no sostiene ahora ni ha sostenido nun-
ca nada que le sea personal. . . No sólo ha declarado, al aceptar las
bases, que estará por el resultado de una nueva elección constitucio-
nal, cualquiera que ella sea; sino que, conformándose á las disposi-
ciones de nuestra ley fundamental que prohibe la relección inmedia-
ta del Presidente, ni siquiera figurará como candidato en la próxima
elección».
112 EDUARDO ACEVfiDO
Las uuuifedUciones coutenidas en el editorial de 8 de octubre, á
que corresponde el extracto que antecede, provocaron una protesta
militar frente á la quinta del doctor Acevedo en la noche del 1 1 de
octubre de 1846, víspera de la aparición de «El Defensor» (este diario
se publicaba cada tres días). La factura de los editoriales de la se-
gunda quincena de octubre, debió llamar la atención de la prensa de
Montevideo. De las transcripciones que hace el mismo «El Defensor*,
resulta que «El Comercio del Plata» se había dado cuenta exacta del
cambio operado en la redacción y por consiguiente de la salida del
doctor Acevedo.
>Iia ConuBtltaelón».
Pero su actuación principal en el periodismo, corresponde á la época
de resurgimiento cívico y de grandes anhelos patrióticos que corre
desde el 8 de octubre de 1851, en que terminó la Guerra Grande me-
diante un pacto < sin vencidos ni vencedores », hasta el 18 de julio
de 1853, en que una nueva revolución obligó al país á desandar el
camino recorrido á expensas de sacrificios de todo ¿"enero.
« La Constitución >, diario de su propiedad, empezó á publicarse el
1.0 de julio de 1852 y siguió sin interrupción hasta la víspera del mo-
vimiento revolucionario del año siguiente.
Marca ese diario un proceso incontestable en el periodismo nacio-
nal, por su selecto y abundantísimo material extranjero de educación
política, social y literaria; por el estudio constante y concienzudo de
las necesidades de nuestro país y de los medios de remediarlas; por
la proscripción tenaz de todo personalismo; por la lucha contra el
caudillaje; por su idea directriz de que arriba de los hombres están
las instituciones; por su declaración de todos los momentos de que
los antiguos partidos colorado y blanco, con iguales programas polí-
ticos, no tenían razón de ser y debían dar lugar á agrupaciones de
principios; por su culto á la carta fundamental que trató de arraigar
en el pueblo mediante la práctica y el ejemplo de su cumplimiento;
por su franca y continuada colaboración en el progreso económico al
que se vinculó desde el primer día con eotusismo notable.
Pueden señalarse dos etapas en la breve marcha de « La Constitu-
ción ». Durante la primera, la pluma del doctor Acevedo llenaba to-
das las secciones, á despecho de la enormidad de la tarea, si se tienen
en cuenta las demás atenciones del redactor en jefe, principalmente
en la Cámara de Diputados donde era considerado como el jefe de la
mayoría, y en su Estudio de abogado que era el de mayor importar ^'-^
de Montevideo. La atmósfera estaba muy oxigenada, el país ente
harto de guerras, se inclinaba con enorme decisión lá la reorganizac
de las fuerzas destruidas, y el que hubiera hablado de guerras hr'
El doctor Acevedo en I852
r
EXTRACTOS DE cLA CONSTITUCIÓN» 113
•sido lapidado por la execración pública. Durante la segunda, en cam*
bio, la tarea periodística se resiente de la transformación operada en el
medio ambiente político, que vuelve á envenenarse con las pasiones
de partido, deteniendo los progresos del país y empujando otra ves
á soluciones de fuerza que el patriotismo impotente no podía conju-
rar. A la fecundidad del primer período, sucede una especie de pa-
réntesis periodístico, interrumpido de vez en cuando con notas de
concordia que ya no respondían al entusiamo de los primeros días, y
notas económicas saturada^^ también del desaliento que los sucesos
de la época debían producir en corazones libres de sedimentos partí*
distas.
En la imposibilidad de reproducir íntegramente todos los editoria-
les, haremos conocer por orden cronológico el argumento de los prin-
<;ípales, manteniendo en lo posible las mismas palabras del doctor
Acevedo.
Tendencias de <Ija Conatltaelón».
Nuestro desgraciado psAa, después de una larga y encarnizada lu-
cha, necesita, para reponerse, de todos los esfuerzos de sus hijos.
IN'adie puede permanecer indiferente, sin cargar ante sí mismo coa
una responsabilidad inmensa.
Al decidimos á escribir para el público, con el objeto de contribuir
por nuestra parte á cegar el abismo de las revoluciones, no hemos
podido menos de recordar las siguientes palabras de Víctor Hugo,
que muchas veces, en otras épocas, nos han hecho abandonar la Idea
de escribir para el público sobre asuntos que en nada tocaban á la
política: < ¡A cuántos desgraciados, dice el célebre poeta, que hubie-
ran podido ocuparse más útilmente, se les ha puesto en la cabeza es-
cribir, porque al cerrar un hermoso libro, se han dicho á sí mismos:^
otro tanto podría yo hacer! —y esa reflexión nada prueba, sino que el
libro es inimitable. En literatura, como en moral, cuanto más hermo-
sa es una cosa, más fácil parece. Hay algo en el corazón del hombre
^ue le hace algunas veces tomar el deseo por el poder. Así es que
«consideran fácil morir como d'Assas ó escribir como Voltaire ».
Sostendremos, pues, la necesidad de la extinción completa y abso-
luta de los antiguos partidos; pero para conseguirlo, sosten<lremos
iambién la igualdad de esos partidos ante la Constitución de la Re-
pública, y la necesidad en que todos estamos do abjurar nuestros pa*
sados errores, de tirar las antiguas divisas y de trabajar por el bien-
•e:>tar futuro del país, sin que nadie tanga facultad de enrostrar á
K con el pasado y sus consecuencias. En el porvenir nada nos
Ara. Abandonemos, pues, la^ acusaciones y recriminaciones que
llevarían directamente á la anarquía. Bi es necesario rivalizar^
8
114 EDUARPO ACEVEDO
rivalioeipos en amor y respeto á la Constitución— en franco deseo de
practicarla y hacerla practicar. En ese campo nos encontrarán siem-
pre prontos todos aquellos á quienes anime el sincero amor á la
patria.
Consideramos un deber nuestro cerrar las puertas de nuestro diario
á los remitidos políticos, sin nombre de autor, que han sido la lepra
de nuestra prensa periódica. No consideramos que la libertad de 1%
prensa nos imponga el deber de franquear nuestras columnas á los
que quieran hablar al público, escondiendo sus nombres, ni tampoco
aquellos que, dándose á conocer, quieran sostener ideas que se opon-
gan á las que tomamos el encargo de sostener. La libertad de la
prensa les dará el derecho de pnbliciir sus opiniones; pero no el de
hacernos instrumentos de esa publicación.
Mucho ha que obtuvimos el convencimiento de que el país sólo pue-
de salvarse por la observancia estricta de la Constitución de la Repú-
blica—de esa desgraciada Constitución que todos invocan y que muy
pocos conocen y practican. Hacerla popular, demostrando su conve-
niencia: oponerse con todas sus fuerzas á cuantos quieran infringirla^
sean los que fueren; y trabajar siempre por la unión de los orientales,
bajo el estandarte constitucional, será el objeto primordial de los re-
dactores de «La Constitución». En esas pocas palabras se encierra
todo nuestro programa. Sosteniendo la Constitución, se sostienen las
autoridades por ella establecidas, la libertad política, la libertad civiU
la libertad industrial, y todos los principios que ha conquistado la
humanidad en su desarrollo progresivo.
Para que podamos cooperar todos los orientales al afianzamiento só*
lido de la Constitución, se necesita tender un velo sobre el pasado;
pero un velo que no humille á los unos á la presencia de los otros»
Un velo que nos habilite á todos para trabajar con nuestras frentes er-
guidas en el sólido afianzamiento de las instituciones de la Repúbli-
ca. Este será el objeto constante de nuestros esfuerzos.
Trataremos de no decir, en cada caso, sino lo que sea absolutamen-
te indispensable para la expresión de nuestras ideas. Hablaremos muy
poco. Estamos convencidos de que el periodista no debe tener la pre-
tensión de dogmatizar. Loí^ que quieren aprender, no vienen á los
diarios. Tienen los libros. Nuestro propósito es de hablar á nuestros
lectores, como hablamoá á una docena de amigos en nuestro Estudio.
Ni más, ni menos.
LfOs tratados con el Brasil.
Al tratarse de intereses nacionales callan siempre los mezquinos
intereses do partido. El pueblo oriental ha demostrado prácticamen-
te que así lo entiende, lo mismo en lo relativo á nuestras relacione»
EXTRACTOS DE cLA CONSTITUCIÓN» 115
con el Brasil, que en los demás sucesos que han tenido lugar desde
el 8 de octubre. Para juzgar de los tratados de 1851, nunca ha habi-
do antiguos blancos y antiguos colorados. Todos han sido unánimes
en el sentimiento de reprobación que hizo nacer el conocimiento de
esos documentos. Ck)ntra ellos levantaron el grito los hombres más
notables del antiguo partido colorado. Fué mucho después que» tra-
bajándose por algunos con cierta habilidad, logró complicarse con la
cuestión de los partidos que ya no existían, ni podían exif^tir, la cues-
tión de los tratados. Pero asimismo nunca se dividieron los hombres
públicos de este país en el sentimiento de reprobación á los tratados.
Se dividieron únicamente en la conveniencia ó inconveniencia de su
repulsa, atenta la situación de la República. Hoy estamos todos con-
formes en la conveniencia de aceptar los tratados y de ejecutarlos
franca y lealmente, con la esperanza que todos tenemos de ulteriores
modificaciones en que se consulten los verdaderos intereses de la Re-
pública. En lo único que parece dividida la opinión, es respecto de la
conveniencia de expresar en la resolución la esperanza que le sirve
de fundamento.
(Véase el extracto parlamentario que va en otro lugar).
Prlvilegloa exelaslvos*
Se pronuncia contra los privilegios, en nombre de la libertad indus-
trial, sin desconocer el derecho del inventor, que juzga tan respetable
como cualquier otra propiedad.
Comisiones aiKXlllares de IMUnlstros.
Prestigia la idea de que en cada Ministerio funcione una Comisión
de peraonas competentes para el estudio de los asuntos que le sean so-
metidos por el respectivo Secretario de Estado.
(La idea lanzada por «La Constitución» fué recogida durante la
administración Pereira por el constituyente Ellauri, y durante la admi-
nistración Berro por don Tomás Villalba).
El pasado»
Firmes en la convicción de que en el porvenir nada nos separa, no
tocaremos el pasado, sino cuando sea absolutamente indispensable
para ilustramos sobre el porvenir y aclarar la senda que debemos se-
guir en provecho común.
116 EDUABDO ACEYKDO
121 pasaporte.
Abofl:a por la supresión del pasaporte, que como medida de policía
no tiene eficacia y como impuesto es una traba á la libertad de loco-
moción que al país interesa suprimir en absoluto.
(Al año siguiente, la idea abolicionista se tradujo en un proyecto
de ley del doctor Juan Carlos Oómez, que la Cámara de Diputados
YOtó inmediatamente. El informe favorable de la Comisión de Peti-
ciones, está suscrito por el doctor Acevedo).
Rentas nmiileipales.
Las Juntas no marchan por falta de fondos. En la época de la
Constituyente todos estaban de acuerdo en que tuvieran las rentas
conocidas por «arbitrios de los Cabildos». Pero eso fué dejado á la ley
que todavía no se ha dictado. Se ha presentado un proyecto, que debe
sancionarse, destinando á las Juntas la recaudación é inversión del
derecho de corrales. El presupuesto afecta varias cantidades á escue-
las y esas cantidades habría que entregarlas también á las Juntas.
LfOS eamlnos»
Una de las principales atenciones de todo gobierno ilustrado, debe
ser la de facilitar, en general, los medios de comunicación, no sólo
con las naciones extranjeras, con quienes esté en relación, sino muy
principalmente en el interior del país.
Oereebos diferenciales.
£1 Gobierno Argentino mantiene un derecho de 25 % sobre las
mereancías procedentes de Montevideo, para hostilizar á este último
puerto. Ese derecho tiene que dar base á represalias y debería su-
primirse, sin perjuicio de que nuestros vecinos, puesto que se consi-
deran perjudicados por el puerto de Montevideo, traten de mejorar
su situación.
Ija publicidad»
, Estimula á todas las reparticiones públicas á que publiquen regu-
larmente un estado de su movimiento, que es freno para unos, salva-
guardia para otros y garantía para todos.
EXTRACTOS DE «LA CONSTITUCIÓN» 117
Hartín Garcf a«
La ley de 37 de octubre de 1829, dictada por la Asamblea Consti-
tuyente, decretó una aduana central para el comercio del Uruguay
en Martín García. Hállase ahora la isla en poder del Gobierno Ar-
gentino. ¿A quién pertenece el mejor derecho? La República Orien-
tal alega que Martín García forma parte de su territorio: cuando un
río separa dos nacionesy cada una de ellas tiene el dominio de la mi-
tad del ancho de ese río sobre toda la ribera que ocupa. La República
Argentina invoca la posesión, pero una posesión que ha sido descono-
cida y contradicha, según lo revelan la ley de la Asamblea Constitu-'
yente y las reservas que hizo el Gobierno Oriental en febrero
de 1852. Por otra parte, no se ha ajustado el Tratado definitivo de
paz entre la Argentina y el Brasil que habría de determinar los ver-
daderos límites del nuevo Estado, y en consecuencia la posesión ar-
gentina no puede servir de base á prescripción alguna. Existe una
solución que satisfaría todos los intereses: la que apunta el artículo
18 del Tratado de comercio y navegación entre el Uruguay y el Brasil.
(Que se declare la neutralidad de Martín García en tiempo de guerra;
que la isla no sirva para embarazar la navegación de los otros ribere-
ños; y que se admita en ella los establecimientos que fueran necesarios
para la seguridad de la navegación interior de los mismos ribereños.)
liOB debates poliileos.
Las discusiones políticas empiezan á ocupar cada día, menos lugar
en la vida de los hombres públicos de este país. Todos están conven-
cidos de que, sean cuales fueren las pequeñas divergencias que toda-
vía nos separen, la patria exige, ante todo, á sus hijos, que se consa-
gren á cicatrizar las llagas de la lucha pasada. Un poco de tolerancia
de una y otra parto, y nada habrá que pueda detener al país en la
senda de progreso que empieza á recorrer.
]IIiiiilei]MUldade« 6 Cabildos.
Para que la Constitución no sea simplemente un papel sin vida, es
necesario que existan leyes secundarias en armonía con sus disposi-
ciones y que se orienten las costumbres de la nación en el mismo
sentido. Nuestros constituyentes indicaron algunas de las leyes se-
cundarias que podían hacer fructíferas las disposiciones del pacto
fundamental: organización departamental y municipal, juicio por ju-
rados en las causas criminales y aún en las civiles, reforma de la le-
118 EDUARDO ACEVEDO
gislación en todos sus ramos, se encuentran desarrolladas ó en ger-
men en la Constitución. Al discutirse en la Constituyente la sección
relativa al gobierno 7 administración de los departamentos, se aper-
cibieron los legisladores de que haciendo mucho con la creación
de las Juntas Económico- Administrativas para la organización del
departamento, no hacían nada para la organización munici-
pal. Uno de los diputados, el señor García, propuso que entre las
atribuciones de la Junta figurase la de «cuidar de que se establezcan
ayuntamientos, donde corresponda que los haya, conforme á lo que
se previene en el artículo de esta Constitución». Pero se consideró
que tal declaración era inútil; que sin ella se crearían ayuntamientos
ó cabildos en todos los lugares donde debieran existir. Hay que res-
tablecer, pues, las municipalidades, para que los ciudadanos se acos-
tumbren á confiar más en sus fuerzas y á esperar menos de la auto-
ridad y también como medio de que desaparezca el caudillaje. Las
Juntas deberían ocuparse del asunto, determinando los puntos más
indicados para el establecimiento de los cabildos. Mientras eso no
sucede, podría formarse espontáneamente en cada pueblo una Comi-
sión popular encargada de reunir los datos necesarios para que las
Juntas puedan cumplir el artículo 126 de la Constitución.
Espíritu de asociación»
Una de las circunstancias que más han contribuido á prolongar
nuestras desgracias y á detener nuestros progresos, ha sido la falta
de espíritu de asociación. Todo lo esperamos de la autoridad y nada
de nosotros mismos. Es necesario reaccionar contra ese mal, estimu-
lando el espíritu de asociación para la realización de todo aquello
que importe un adelanto ó una necesidad.
Política partidista.
Elsentimiento general de que todos hemos errado y de que nadie tie-
ne derecho á tirar la primera piedra, hace que exista una tolerancia
recíproca respecto de lo pasado; y que todos nos entreguemos con
ansia á trabajar por la consolidación del orden y de las instituciones.
El recuerdo del pasado no nos sirve, sino como servía á los jóvenes
espartanos, la presencia de los ilotas ebrios que se hacían circular
por las mesas comunes— para apartarnos de todo aquello que pudiera
conducirnos á la situación desgraciada de que acabamos de salir.
Empedrado de calles.
Hay que preocuparse de este asunto, combinando las iniciativas y
recursos del vecindario con las iniciativas y recursos de la policía.
EXTRACTOS DB «LA CONSTITUCIÓN» 119
TVmIos bemoa errado»
Estamos convencidos de que lo único que puede salvar al país de
ulteriores desgracias, es la tolerancia mutua, el respeto de los unos á
las opiniones de los otros. Dejando que cada uno siga creyendo en el
fondo de su corazón que ha estado en la buena senda, sostengamos
loa verdaderos amigos del país que todos hemos errado, y no nos ocu-
pemos sino de los sucesos posteriores al 8 de octubre, en que Urquiza
proclamó que no había vencidos ni vencedores. Nosotros colocándo-
nos en el punto de vista de la Constitución y de la justicia, rechazamos
toda solidaridad con los actos malos de los dos partidos en que ha
estado dividida la República; pero aceptamos todos los actos buenos
de los unos y de los otros. Recogemos el bien donde se encuentra,
sin preguntar su origen, sin averigjiar si se debe á los antiguos colo-
rados ó á los antiguos blancos. En nuestro empeño de formar un todo
nacional, compacto, sólo excluímos lo malo, ya veng^a de los unos ó
de los otros. Lo bueno nos pertenece: es la herencia de los orientales.
tSoeledad de beneficencia.
Emite la idea de organizar una sociedad de beneficencia de seño-
ras, con extensas ramificaciones en toda la campaña, por iniciativa del
gobierno, con cometidos amplios para distribuir premios á la virtud y
al trabajo, y organización de hospitales y escuelas de niñas.
(Este pensamiento fué acogido por el Poder Ejecutivo y dio origen
al decreto de I.® de abril de 1853 que organizó la «Asociación de Ca-
ridad* con superintendencia sobre las escuelas de niñas, casas de
expósitos, hospitales de mujeres y otros establecimientos relacionados
con las personas de su sexo).
Administración de Josticla»
Publica el prólogo del Proyecto de Código Civil para la República
Oriental y sostiene la necesidad de que otros abogados se preocupen
del Código Penal, del Código de Comercio, del Código de Procedi-
mientos civiles y criminales. Agrega el redactor de «La Constitución»
que por su parte ya ha presentado también á la Cámara de Diputa-
dos un reglamento provisorio de administración de justicia.
Intereses s^anaderos.
Dos males se han desarrollado por efecto del abandono en que
permanecieron las estancias durante la guerra: el alzamiento de los
120 EDUARDO ACEVfiDO
ganados que da origen á la destrucción de las crías, y la práctica de*
cuerear que conduce rápidamente á la extinción de los ganados. Lo*
primero podría combatirse, señalando á los estancieros un plazo de
dos años para la sujeción de los ganados, bajo apercibimiento de ha-
cerlo las Juntas á costa délos morosos. Contra lo segundo, bastaría la
prohibición de cuerear el ganado alzado. Sería un complemento in-
dispensable de estas disposiciones, la proscripción de las pulperías
volantes de campaña, que sólo han servido para fomentar los desór-
denes y encubrir los robos que se hacen á los propietarios de las es-
tancias.
Bajo la denominación de «marcas desconocidas», se entendía ori-
ginariamente aquellos animales cuyo dueño era absolutamente igno-
rado. Después de corridos algunos trámites, el producto de esos ani-
males debía aplicarse según la ley á construcción y conservación de-
caminos. Alguna autoridad departamental extiende ahora la deno-
miaación á todos los animales ajenos que se encuentren en cada
estancia, aún cuando los dueños de las marcas sean vecinos, y eso
representa verdaderamente un despojo.
(Con el propósito de regularizarla condición de la campaña á este-
respecto, propone «La Constitución», entre otras medidas, un regla-
mento sobre cosas extraviadas, que forman parte del Código Civil).
A proposito de reuniones para ors^anizar la Bolsa.
Nosotros aplaudimos siempre la idea de la reunión. Somos de aque-
llos que piensan. como un publicista francés, que la instrucción pú-
blica está en todos los lugares en que el pueblo se junta.
Instmcelón primarla.
Es un hecho justificado que el progreso de la instrucción en el pue-
blo, no induce siempre progreso en lo moral. Como dice F. Léroux, la
instrucción sin moral es más perjudicial que útil, y en consecuencia •
es necesario hermanar la instrucción y la educación.
La educación primaria debe ser gratuita, en virtud de un derecho
tan sagrado como los otros de que guza el hombre en sociedad, y obli-
gatoria por cuanto la Constitución suí>pende la ciudadanía en contra
de los que no saben leer ni escribir, y es necesario tratar por medios-
indirectos de que ese caso sea lo menos frecuente posible.
liOs inconvenientes que ha habido hasta ahora para el desarrollo de
la instrucción primaria, entre nosotros, emanan principalmente de la
negligencia de los padres, que desaparecerá lentamente ante la pro-
paganda benéfica de las Juntas y Comisiones Auxiliares; de la defi-
ciencia del cuerpo de preceptores, por efecto de la exigüidad de loa
EXTBACT03 BE «LA 00N8TITUC1ÓN» 121
aneldos y de la falta de una escuela normal; y de la deficiencia de -
loe métodos y textos. Es necesario combatir esos males. Hay que es-
tablecer también escuelas de adultos en todo el país. Más adelante
habrá que crear escuelas superiores. La carencia de medios lo impe-
dirla hoy.
(Muchas de estas ideas habían sido planeadas en 1850 por el redac-
tor de «La Constitución» en el proyecto de Reglamento de instruc-
ción pública que va extractado más adelante).
Juntas arbitrales.
Por decreto de 25 de octubre de 1851, sometió el gobierno la reso-
lución de todas las contiendas entre los primitivos dueQos de los bie-
nes y sus poseedores, á un jurado, que primero se componía de vecinos
bajo la presidencia de los jefes políticos, y que luego quedó constituí-
do por las Juntas. La idea era buena como medio de evitar pleitos
cuando todavía el país no había vuelto á su régimen constitucional.
Pero, como el Poder Ejecutivo no tiene facultades judiciales que
transmitir á las Juntas, la solución sólo podría existir á favor de los
particulares que aceptaran el procedimiento y de las Juntas que qui-
sieran secundarlo.
Alambrado púbUeo.
Estimula los trabajos de la empresa de iluminación á gas, que se
está constituyendo.
Hospital de Caridad.
Hay un déficit mensual de importancia que la Junta Económico-
Administrativa no puede cubrir. La Junta debe reivindicar las ren-
tas que antes de la guerra estaban afectadas á ese servicio. Entre-
tanto, el déficit podría enjugarse mediante una suscripción mensual
que el público llenaría. Asciende el presupuesto mensual á tres
mil pesos.
CüvdadanoB j extraía eros.
Reclama el cumplimiento de la ley de 28 de julio de 1830 que or-
dena la formación de registros departamentales en que se inscriban
todos los individuos que tengan las calidades proscriptas por la Cons-
titución para ser ciudadanos y quieran serlo y de los que se nieguen
á ello, debiendo el gobierno pasar á las Secretarías de las Cámaras
122 EDUARDO ACEBEDO
Legislativas copia de todo lo obrado. Esta ley que nunca se cumplió,
fué dada por los mismos constituyentes y debe considerarse como una
interpretación auténtica de la duda que envuelve el artículo 8.* de la
Constitución. Por la Constitución, el ciudadano naturalizado tiene
iffuales derechos, salvo en lo que respecta á la elección presidencial,
que el natural, y hay que destruir mediante el cumplimiento de dicha
ley, las malas tendencias sobre nacionales y extranjeros que existen
actualmente.
(Del mismo tema se ocupan otros extractos que se leerán más ade-
lante.)
lia Bltuaclón de los saladeros.
Habría que iniciar la modificación sustancial del tratado de co-
mercio entre el Brasil y el Uruguay, procurando que en cambio de la
supresión de nuestros derechos de frontera sobre el ganado en pie, se
establezca que las carnes orientales quedan igualadas á las de Río
Grande en todo el resto del Imperio. El mencionado tratado ha con-
vertido á nuestro territorio en una especie de sucursal ó invernada de
la provincia de Río Grande, sin compensación alguna, y las cordiales
relaciones con el Brasil exigen que desaparezca ese germen de dis-
gusto y mala inteligencia.
Introdaoelón de granado»
Prestigia un proyecto presentado al gobierno para la introducción
de quinientos mil animales vacunos, sobre la base de una garantía
hipotecaria proporcional al número de cabezas adquiridas por cada
estanciero. Todo el ganado del país se reduce actualmente á dos mi-
llones de cabezas. Hay conveniencia en repoblar las estancias para
fomentar la riqueza y asegurar la estabilidad de la paz.
lia capital de la República.
Hasta ahora no ha habido disposición legislativa alguna que dé á
Montevideo el carácter de capital de la República. Durante la guerra
de la independencia, los Poderes públicos residieron alternativa-
mente en Florida, Canelones y tían José. Por resolución de 6 de fe-
brero de 1829 se suspendieron las sesiones en Canelones para conti-
nuarías en la Aguada, y el 14 de marzo siguiente se determinó que
luego de evacuada la plaza por las tropas brasileñas, se trasladase á
Montevideo la representación nacloaal. Es la única resolución en
cuya virtud se ha considerado á Montevideo como capital. Y de ella
EXTRACTOS DE cLA CONSTITUCIÓN» 123
han emanado muchas de nuestras desgracias, por el descuido en que
ha quedado la campaQa. Para la capital^ todas las mejoras y la ob-
servancia práctica de la Constitución; para la campaña, el abandono
y el despotismo de los jefes militares. Debe tratarse de que la vida
anime igualmente á todas las partes del cuerpo social, y el medio de
conseguirlo serla la traslación de la capital de la Bopáblica al punto
de la campaña que se considerase más apropiado. Estableciéndola en
un punto central, como el Durazno, la acción del gobierno se sentiría
eñcazmente en toda la República; se construirían los puentes, los ca-
minos de hierro y todos los medios que se reconocen para acortar las
distancias; se haría posible la administración de justicia en todo el
psÁs; adquirirían un valor inmenso los terrenos próximos á la nueva
capital y los comprendidos en el tránsito entre ella y Montevideo» cuya
importancia como primera ciudad no desaparecería absolutamente por
la traslación de la capital.
(La Cámara de Senadores recogió esta iniciativa de «La Constitu-
ción», sancionando por fuerte mayoría de votos un proyecto del señor
Antonino Domingo Costa, modificado por la Comisión de Legislación,
que ordenaba la traslación de la capital al centro del territorio. La
aprobación del proyecto tuvo lugar en junio de 1853. Por efecto de
los sucesos políticos que se desarrollaron poco después, quedó el
asunto paralizado en la Cámara de Diputados).
Familias menesterosas de eampafta.
En la campaña hay numerosas familias que viven en el mayor des-
amparo. El abatimiento de la riqueza rural, limita considerablemente
la demanda de brazos, y los desocupados tienen que buscar su ali-
mento por medios ilícitos. Habría que reconcentrar esas familias en
los arrabales de los pueblos, arbitrándose los gastos de transporte y
de instalación por las Juntas, sobre la base de una suscripción pú-
blica á la que todos contribuirían, los estancieros para evitar las con-
tinuas carneadas y los pueblos para aumentar el número de sus ha-
bitantes. La traslación sería especialmente beneficiosa para esas fa-
milias desamparadas, porque al aproximarse á un centro encontrarían
mil medios de hacerse de recursos por el trabajo.
(Fué atendida esta indicación por el gobierno y se dio comienzo á
la reconcentración en los alrededores de los pueblos, de las familias
que sin tener medios de subsistencia se hallaban dirpersas en la cam-
paña. «La Constitución» consagró al tema diversos editoriales, estimu-
lando la ejecución de la medida y complementando su primera inicia-
tiva con otras destinadas á facilitar su realización.)
Se engañan, decía en uno de esos editoriales, los que consideran
124 EDUARDO ACEVEDO
que á la gente del país repugna la agricultura; pero aún cuando fuera
cierta la acusación, habría que tratar de que nacieran en ella hábitos
de trabajo.
Una de las primeras exigencias nacionales, decía en otro editorial,
consiste en hacer efectiva en la campaña la garantía de las propie-
dades. Mientras no se atienda esa exigencia, inútiles serán todos los
esfuerzos que se hngan para el desarrollo de nuestra principal indus-
tria, la ganadería. Hay que infundir hábitos de trabajo y de morali-
dad entre las familias que viven á costa del prójimo en las orillas de
los establecimientos de campo, y hay que aplicar inexorablemente las
leyes vigentes contra los vagos. Los ciudadanos deben rodear á las
Juntas, dándoles el apoyo moral que necesitan para el cumplimiento
de su misión. Podrían cotizarse los vecindarios para facilitar la re-
concentración de los menesterosos, sobre la base de un reparto de tie-
rras municipales y la adquisición de elementos de labranza, exten-
diendo luego su iniciativa á la repatriación de las familias emigradas,
para lo cual sería fácil constituir una Comisión popular.
Mientras haya tantas familias menesterosas en las costas de los
arroyos, concluía otro editorial, el desarrollo de la campaña estará
trabado. Las matanzas de reses no pueden ser impedidas por medios
policiales directos. El concurso popular es ya muy eficaz en algunos
departamentos. Sólo falta el concurso oficial, bajo forma de reparto
de los terrenos municipales y manutención en los primeros meses.
Los estancieros proveerían de lo demás, como lo prueba la suscripción
levantada en el Durazno, para la reconcentración de familias, donde
figuran cuatrocientos animales vacunos destinados á faenas agrícolas
y un millar de pesos en efectivo.
Ijtíñ Juntas j la Instracclón primaria.
Un decreto vigente confiere al Instituto de Instrucción Pública
funciones que constitucionalmente corresponden á las Juntas. No im-
provisa opiniones el redactor de «La Constitución», pues en un Pro-
yecto de Reglamento que suscribió en 1850 sostuvo la misma doc-
trina. Es neceaario que la instrucción pública quede centralizada, y
como medio de armonizar tal exigencia con el artículo constitucional
relativo á las Juntas, el proyecto daba á estás corporaciones la ins-
pección y dirección de las escuelas en cada departamento, atribu-
yendo á un Consejo Nacional ia inspección y dirección general de
las escuelas en toda la República.
(Véase más adelante el Proyecto de Reglamento).
EXTRACTOS DE «LA CONSTITUCIÓN» 125^
Ija deuda nacional.
Es neceenrío abortiar de una vez la liquidación y claaificación ge-
neral de la deuda del Eafcailo. Para que la Asamblea pueda tomar
la intervención que le corresponde en el magno asunto, el Poder
Ejecutivo debería preocuparse de la fonnación del estado general de
créditos, absteniéndose entretanto de reconocimientos y pagos par-
ciales que significan una violación del presupuesto y una positiva
injusticia. El arreglo de la deuda, que tiene sus raíces en la guerra,
es un medio eficaz de hacer olvidar el pasado y empezar vida nueva.
Lia deuda es inmensa pero no nos asusta, desde que, bajo una buena
administración, el país hará prodigios.
Vii^e del Presidente á los departamentos.
Ha resuelto el Presidente recorrer los departamentos. Es una exce-
lente idea. La campaña tiene necesidades que no pueden desde la
capital apreciarse en toda su extensión. El mandatario podrá cono-
cerlas directamente. Podrá excitar el espíritu de asociación, contribu-
yendo en unos casos con sus consejos y en otros con fondos, dejando
aquí una escuela, allí un camino ó un puente, fortaleciendo los hábi-
tos constitucionales con actos y huellas duraderas. Hasta ahora sólo
han salido los Presidentes al frente de fuerzas de guerra y es bueno
^ue ee destaque la diferencia de estas giras de progreso.
diaeras modelos.
Entre las funciones más importantes de las Juntas figura el fo-
mento de la instrucción; la conservación de los derechos individua-
les, lo cual importa nada menos que la facultad y el deber de denun-
ciar ante la Asamblea General todas las infracciones de la Constitu-
-ción que se cometan en sus respectivos departamentos, ya vengan de
los agentes del Poder Ejecutivo ó de los dependientes del Poder Ju«
dicial; y el fomento de la agricultura. ¿Cómo pueden las Juntas rea-
lizar esta última función? Removiendo obstáculos é ilustrando á los
agricultores. No pueden forzarse las cosas : la agricultura nace des-
pués que se produce exceso de capitales en la ganadería, como las
industrias fabriles surgen después que abundan mucho los capitales
•empleados en la agricultura. Deberían las Juntas someter proyectos
apropiados á la Legislatura. £1 medio de ilustración 6 propaganda
más eficaz, es el del ejemplo. Habría que promover el establecimiento
•de «chacras modelos» para la aplicación de los instrumentos y proce-
126 EDUABDO AOEVEDO
dimientos más perfeccionados. Y si no hay recursos para establecer
chacras modelos públicas, podrían las Juntas utilizar para su propa-
ganda las partioularesi poniendo á contribución la experiencia de los
buenos agricultores.
(Las indicaciones de este editorial de «La Constitución» escrito en
septiembre de 1852, dieron origen al decreto gubernativo de 1853,
que creó una Granja Experimental, á cargo de tres ciudadanos com-
petentísimos en cuestiones agrícolas, con los siguientes cometidos :
hacer ensayos sobre cultivo de variedades de plantas, ó de plantas
no conocidas en el país; ensayar la aplicación de los productos agrí-
colas; averiguar los lucros líquidos; experimentar el uso de instru*
montos, máquinas y procedimientos agrícolas; probar las fuerzas pro-
ductivas de las diversas calidades de tierra y el mejor destino que
puede dárseles; descubrir los mejores métodos de cultivo, y verificar
por medio de la aplicación práctica todo lo relativo á la economía de
la casa de campo).
Administración de Correos.
Debe abaratarse el porte como medio de suprimir el contrabando
y estimular la renta; darse seguridad á la correspondencia, me-
diante el establecimiento de un agente que la conduzca desde los bu-
ques; y aumentarse la actividad de las distribuciones postales. Son
las tres reformas más urgentes: reducción del porte, seguridad y ac-
tividad.
Navegación del llmgaajr.
Pendiente todavía la cuestión relativa al dominio de Martín Gar-
cía, ha dictado el Gobierno argentino un decreto que regla-
menta la navegación del Uruguay é impone condiciones y gabelas
que se pretende aplicar á la República Oriental. A nadie se le ha
ocurrido negar que el río Uruguay pertenezca en común á los dos
países, á quienes sirve de límite. Ni el mismo Rozas lo desconoció ja-
más, habiendo, al contrario, numerosos documentos suyos en que re-
conoce la comunidad. Admitida, como no puede dejar de admitirse,
esa comunidad del Uruguay entre las dos Repúblicas, ¿qué importa
la facultad que se arrogara una de las partes, de dictar por sí sola
reglamentos para la navegación? Concediendo por un momento que
de tal facultad gozara, ¿á quién se le puede ocurrir que tuviera el de-
recho de tratar como extraña á su misma condómina y sujetarla para
el uso de su cosa á las condiciones que hubiere querido imponer á
los de afuera? Si esta cosa es nuestra y de Juan, ¿coa qué derecho
EXTRACTOS DE cjLA CONSTITUCIÓN» 127
Juan dispondría de ella por sisólo? ¿De dónde sacaría facultad para
establecer que nosotros mismos, sus comuneros 6 copropietarios, no
habríamos de poder entrar á la cosa común sin pagar la entrada que
él quisiera establecer?
(Algunos meses más tarde, tocó el turno de los reclamos á la Lega-
ción argentina, con motivo de ciertas medidas aduaneras impuestas
por las autoridades de Higueritas á los buques argentinos, dando ello
mérito á que «La Constitución» aplicara esos mismos principios y re-
cordara una vez más que ninguno de los dos países tiene el derecho
de proceder por sí solo en asuntos que le son comunes).
liOB f mpaestos directos j la Aduana.
Dice con razón Christián, que el contrabandista es lo mismo que el
hombre que después de haber tomado parte en un banquete se esca-
pa, dejando que su escote lo paguen los compañeros de mesa. Una
vez generalizado el verdadero concepto del impuesto «la necesidad
de que todos contribuyan, en proporción á sus facultades, al sostén
de los cargos públicos», podrán realizarse reformas importantes en
nuestro viciosísimo sistema económico. Estableciendo el impuesto di-
recto sobre el capital, vendría la abolición de las aduanas que cons-
tituyen la más desigual de las contribuciones y que arrojan una car-
ga diez veces más considerable que la que correspondería en el im-
puesto sobre el capital. La reforma supone la previa organización de
las municipalidades, que han de ser un auxiliar poderoso para la
repartición y recaudación del impuesto y el levantamiento del censo
de la población y de las propiedades. Tomadas estas medidas, ee es-
tablecería la contribución directa en una muy pequeña escala, dis-
minuyendo proporcionalmente los derechos de aduana, y así se se-
guiría por algunos años hasta conseguir gradualmente la abolición
de las aduanas y el establecimiento de una contribución directa que
nos diera medios fijos para atender á nuestras necesidades. La deba-
tida cuestión sobre el capital y la renta, puede considerarse resuelta
á favor del primero. 8i se toma por base la renta, se ataca la produc-
ción en su origen y se grava más al que por su habilidad ó sus bue-
nas costumbres gana un salario ó estipendio mayor. En cuanto á la
recaudación, sería f«cilísima por medio de la descentralización. En
vez de ejércitos de empleados, las Juntas y las Municipalidrdes re-
partirían equitativamente A impuesto y cuidarían de su recaudación.
La contribución directa sobre el capital debería por ahora dedicarse
exclusivamente á la amortización de la deuda general.
(Dos délas ideas fundamentales de este editorial escrito en sep-
tiembre de 1852: la creación de la contribución directa sobre el capi-
128 EDUARDO AGBVKDO
tal y la afectación de bu producto al pago de la deuda, fueron reco-
gidas y aceptadas plenamente por el Gobierno á mediados del afio
•igui6iite y dieron origen á las dos leyes de julio de 185) relativas á
esos dos puntos.)
Reglamento de Instnieelón primaria.
Publica «La Constitución» el proyecto de Reglamento para la ins-
trucción primaria y la enseüanza superior que presentaron en 1850 al
Gobierno que existía fuera de Montevideo los señores Eduardo Ace-
▼edo, Juan Francisco Giró y JoséM. Reyes. Por decreto de 16 de fe-
brero de 1850 integró el Gobierno de Oribe la Comisión de InstrucciÓQ
Pública con aquellos tres ciudadanos. Poco tiempo después presenta-
ba la Comisión los trabajos que se extractan á continuación (los bo-
rradores son de putíoy letra del doctor Acevedo y obran en su archivo).
La instrucción primaría será gratuita y obligatoria.
La concurrencia de veinte alumnos bastará para el establecimien-
to de una escuela pública. 8e establecerán asimismo y con igual asis -
tencia asegurada, escuelas de adultos.
En la capital, funcionará una escuela normal en que se cursará,
lectura, escritura, aritmética, gramática, historia y geografía del país,
doctrina cristisna con desarrollo de historia sagrada, pedadogía teó-
rica y práctica, examinando las cuestiones gene rales de enseñanza,
los diversos métodos conocidos y ejercitando á los alumnos en la
práctica de los métodos más simples y más favorables á la instruc-
- ción.
En las escuelas públicas se enseñará lectura, escritura, elementos
de aritmélica ó sea las cuatro reglas primarias sobre enteros, quebra-
dos y decimales, y doctrina crístiana, agregándose en las escuelas de
ni Das costura y corte. <i^
£1 método adoptado es el de la enseñanza mutua. El reglamento
indica los procedimientos que deben emplearse. Así por ejemplo, pa-
ra la enseñanza de la arítmética, habrá una pizarra de tamaño pro-
porcionado, en la que se harán ejecutar lae operaciones por cualquie-
ra de los alumnos, eplnndo los demás atentos para enmendar los
errores ó responder á las preguntas que el preceptor les haga. Para
enseñar á leer, se utilizará entre otros libros, algunos de buena moral
y un catecismo constitucional.
Uno de los principales de beres de los preceptores, será formar de
ios alumnos de má^ capacidad y juicio, instructores para cada una
de las clases en que está dividida la escuela.
(1) No debe olrldane que este plaa de estudios He redaetoba en plena guerm grande 7 qne la
« oarencia absoluta de maestros imponía á la Comisión excepcionales restricciones.
EXTRAOTO0 DE «LA OONSTITUCIÓar» 129
Los medios de que deben valerse flos preceptores de las escuelas
públicas, para la dirección de sus alumnos, son las recompensas j
castígos. Consistirán las recompensas, en buenas notas que se darán
i los que mejor cumplan sus deberes, haciendo especial distínción
del alumno que en la semana haya conseguido mayor número de no-
tas. Tal distinción consistirá en que su nombre se ponga sobre fondo
blanco con letras notables en el testero de la escuela, donde perma-
necerá toda la semana siguiente, con aviso á los padres ó guardado-
Tes. Cuando un alumno baya conseguido por cuatro semanas segui-
das esa distinción, su nombre será comunicado á la Junta para su
publicación. En los castigos, se exige mucha prudencia y cordura de
parte de los preceptores. Queda absolutamente prohibido asf en las
escuelas públicas como en las particulares, todo castigo que, como los
azotes, palmetas, penitencias públicas, tienda á envilecer y degradar
•el carácter de los niños. Los castígos se reducirán á malas notas,
avisos á los padres, doble tarea, encierro y publicación de su nombre.
En los lugares en que no pueda lograrse el número de niflos 6 né
fias que prescribe el reglamento, podrán las Juntas Económico->Ad*
ministrativas facilitar los útiles necesarios á persona idónea, que quie-
ra hacerse cargo de enseñar por su cuenta bajo la responsabilidaá
consiguiente de los útíles y una gratificación proporcional al número
de alumnos pobres que reciba.
La inspección y dirección de las escuelas públicas pertenecerá en
<;ada departamento á las Juntas Económico- Administrativas, y ia
inspección y la dirección general de todas las escuelas del país, aun
Consejo nacional de instrucción pública. Las Juntas visitarán las mh
cuelas por sí ó por alguno de sus miembros, dos veces á lo menos
por mes. Al Consejo nacional corresponde examinar los libros, ¡jpro-
yectos y n^étodos de enseñanza, proponiendo al Gobierno los «nás
ventajosos, así como cualquiera otra mejora que considere asequible
en instrucción primana. Le corresponde asimismo velar por el exacto
cumplimiento del reglamento de enseñanza.
ISnseftaiiza secundarla j superior.
La misma Comisión formuló un reglamento de enseñanza secunflía-
ria y superior, ignorando en absoluto, según dice «La Constitución»^ lo
que en esa misma época se había proyectado y ejecutado dentro de
los muros de Montevideo.
He aquí el extracto de algunas de sus disposiciones (los borrado-
res originales son todos de puño y letra del doctor Aceveda)^:
Los estudios de la Universidad se dividen fundamentalmenlie en
preparatorios y de Facultades mayores.
9
130 EDUARDO ACEVEDO
Los estudios preparatorios abarcarán por ahora las siguientes ma*
tenas: latín, inglés y francés, filosofía, retorica» geografía, historia^
elementos de historia natural, matemáticas elementales, nociones de
física y de química, dibujo lineal y descriptivo, economía industnal y
estadística.
Durará esa enseñanza seis años con el siguiente horario: l.o y 2.*
años: latín, cuatro horas diarias; francés 6 inglés, una hora diaria; 3.«^
año: metafísica, lógica y gramática general, dos horas diarias; geogra-
fía civil y política é historia, una hora diaria; elementos de historia
natural, dos horas diarias; 4.» aüfo: gramática razonada del idioma y
retórica, dos horas diarias; geografía é historia con desarrollo espe-
eiales sobre la América y muy particularmente de la República, una
hora diaria; elementos de historia natural, dos horas diarias; 5.o año:
aritmética con aplicación al comercio, álgebra y geometría plana, dos
lloras diarias; dibujo lineal y descriptivo, una hora diaria; nociones de
física y química, dos horas diarias; 6.<* año: geometría sólida, aplicacio-
nes del álgebra á la geometría, geometría plana y esférica con sua
aplicaciones á la topografía y agrimensura, nociones generales sobre
las máquinas y cosmografía, dos horas diarias; economía industrial y
estadística, una hora diaria; nociones de física y de química, dos ho-
Tas diarias.
A las Facultades mayores corresponden las ciencias sagradas, la
jurisprudencia, la medicina y las matemáticas trascendentales.
La Facultad de Ciencias Sagradas comprenderá las siguientes mate-
nías: teología dogmática, escritura sagrada, moral evangélica, historia
eclesiástica, derecho eclesiástico, derecho de gentes y derecho consti-
tucional, durando la enseñanza tres años.
' La Facultad de Jurisprudencia comprenderá las siguientes materias:
'derecho civil y penal, derecho eclesiástico, derecho comercial, derecho
de gentes, derecho constitucional. Durará la enseñanza teórica tres
años con este horario: L-®' año: derecho civil y penal, dos horas diarias;
derecho eclesiástico, dos horas diarias; derecho de gentes, una hora
diaria; 2-o año: derecho civil y penal, dos horas diarias; derecho priva-
do eclesiástico, dos horas diarias; derecho de gentes, una hora diaria;
3.®r año: derecho civil y penal, dos horas diarias; derecho constitucio-
nal, dos horas diarias; derecho comercial, una hora diaria. Habrá un
complemento de tres años de práctica en la Academia. Para los que
aspiren á la carrera de escribano serán obligatorios los tres años de
jurisprudencia, además de los otros requisitos que las leyes exigen.
La Facultad de Medicina comprenderá las siguientes materias: ana-
tomía, fisiología, física y química médicas, historia natural médicat
higiene, materia médica, terapéutica y farmacología, patología gene-
rali patología médica y quirúrgica, anatomía patológica, operacionea
y aparatos, partos, enfermedades relativas y medicina legal. Se efec^
EZTBA0T08 DE cLA OONBTITUCIÓN» 131
toará su estudio en cinco afios, con el siguiente horario: 1.^ año: ana-
tomía descriptiva, general y comparada, dos horas diarias; física y
química médicas, dos horas diarias; fisiología, una hora diaria; 2,^
afSo: anatomía, dos horas diarias, historia natural médica, dos horas
diarias; fisiología, una hora diaria; 3.^^ afio: patología interna, dos
horas diarias; higiene, materia médica, terapéutica y farmacología,
dos horas diarias; medicina operatoria, una hora diaria; 4.<> año: patolo-
gía interna, dos horas diarias; anatomía patológica, dos horas diarias;
medicina operatoria y patología externa, una hora diaria; 5.* año: clí-
nica interna y externa, alternadamente, dos horas diarias; medicina le-
gal, una hora diaria; partos, enfermedades relativas, una hora diaria.
La Facultad de Matemáticas trascendentales abarcará las siguien-
tes materias: complemento del álgebra, geometría descriptiva, seccio-
nes cónicas, cálculo diferencial é integral, física y química indus-
trial, mecánica general, arquitectura en sus diversos ramos, historia
natural é industrial, geografía matemática y elementos de astronomía.
Se realizará el estudio en cuatro años con el siguiente horario:
1.^ año: complementos del álgebra, geometría descriptiva y sus apli-
caciones, dos horas diarias; física general é industrial, dos horas dia-
rias; secciones cónicas y cálculo diferencial é integral, una hora día*
na; 2.^ año: mecánica general y sus diversos ramos, dos horas diarias;
física general é industrial, dos horas diarias; descripción, construc-
ción y establecimiento de las máquinas, con ejercicios prácticos» una
hora diaria; 3.^ año: arquitectura general, dos horas diarias; -química
general con aplicaciones á las artes que dependen de la química or-
gánica é inorgánica, dos horas diarias; descripción, construcción y
establecimiento de las máquinas, con ejercicios prácticos, una hora
diaria; 4.® año: geografía matemática y elementos de astronomía, una
hora diaria; ejercicios prácticos del diseño y trazado en los diversos
ramos de los trabajos civiles, industriales y públicos, dos horas dia-
rias; historia natural é industrial, dos horas diarias.
Los estudios preparatorios y de Facultad están distribuidos en un
horario discontinuo que abarca generalmente tres horas por la maña-
na y dos horas por la tarde.
Para el estudio de la física experimental habrá un gabinete de ins-
trumentos y máquinas; para el estudio de la química un laboratorio
en que puedan practicarse los experimentos convenientes; para el es-
tudio de la historia natural, un gabinete de producciones zoológicas,
botánicas y mineralógicas. Con destino al aula de cirujía se dotará
una sala separada con los instrumentos, aparatos y útiles necesarios
para que puedan los alumnos aprender el uso y aplicación de cada
uno de ellos. En el aula de obstetricia habrá una sala separada para
el estudio práctico de esta ciencia, provista de estatuas, fetos y figu-
ras articuladas. Para la enseñanza de la materia médica, clasifícación
132 EDUARDO AOEVEDO
de todas las enfermedades y arte de recetar, estará afecto á esta aula,
otro gabinete que contenga una colección de oritog^osia con la de un
herbáreo botánico y demás sustancias usuales en medicina. A la clí-
nica médica estará igualmente afecta una sala que contenga por lo
menos cuarenta enfermos para el estudio práctico que presenten loa
diverso? casos de esta ciencia, debiendo en el mismo local existir un
anfiteatro aparente para las autopsias cadavéricas.
El reglamento establece textos determinados para todas las asigna-
turas, pero declara que los profesores podrán valerse de textos auxi-
liares, y en sus explicaciones separarse de la doctrina de los textos
y aún impugnarlas. Agrega que se invitará á los profesores á que
dicten textos que stirán oportunamente impresos.
£1 tiempo libre del curso, después de recorrido el programa, se des-
tinará á repasos y conferencias.
Habrá un Rector que será el jefe de la Universidad, encargado
del cumplimiento del Reglamento y de visitar las aulas siempre que
lo juzgue conveniente, y un Consejo Nacional de instrucción pública
encargado de la dirección y administración de la U^iiversidad, com-
puesto de dos personas caracterizadas que designará el Gobierno, del
Rector y de un catedrático de cada uno de los cinco departamentos
de estudios ó Facultades, designado también por el Gobierno, teniendo
en cuenta la preferencia de los servicios y demás circunstancias. El
Rector será el Presidente del Consejo.
Los cursos se abrirán anualmente el !.<> de marzo y durarán hasta
la conclusión de los exámenes de la asignatura respectiva. El 1.^ de
noviembre empezarán en todas las aulas los repasos de las materias
del año, sin alteración en los días y las horas en que se daban las
lecciones ordinarias. Nin^^una aula cesará en sus tareas, ni alterará
sus horas de enseñanza hasta que llegue por su turno el tiempo de
exámenes de su Facultad.
Para ser matriculado en el 1.®' año de estudios preparatorios, bas-
tará acreditar que se poseen los conocimientos de las escuelas de pri-
meras letras, siendo prueba suficiente el certificado de examen. Nin-
gún alumno podrá matricularse en Facultades mayores sin que acre-
dite haber obtenido el grado de bachiller en ciencias y letras.
Los exámenes serán siempre públicos y con asistencia obligatoria
de todos los alumnos de las Facultades á que pertenezcan. Los cate-
dráticos presentarán el 20 de noviembre al Rector los programas de
BU enseñanza, con todas las cuestiones de más trascendencia y grave-
dad en número suficiente para servir de base á un verdadero examen
de curso. La duración del examen será de media hora en prepárate*
ríos y de cuarenta minutos en las Facultades. Los exámenes genera-
les serán de una hora en preparatorios y de cinco cuartos de hora en
las Facultades. Los examinadores pronunciarán su fallo previa oon-
EXTRACTOS DE cLA CON6TlTUOIÓN> 183
ferencía sobre el mérito del examen, otorgando las siguientes notas:
sobresaliente, bueno, mediano y malo. La clasificación se fijará en
público en la, sala de examen. En todo examen deberá haber cin-
co vocales.
Habrá premios: los de preparatorios consistirán en obras útiles; en
las Facultades superiores el que obténgala nota de sobresaliente será
felicitado en el acto solemne de los premios por el Rector, por el ho-
nor que hace á la Universidad y los bienes que promete á la patria.
El que habiendo ganado dos notas de sobresaliente, á lo menos, la
mereciese de nuevo en la disertación 6 examen general para grados,
será honrado con el premio de un grado de doctor de gracia, á nom-
bre de la Universidad. La distribución de premios será hecha el IB
de julio con toda solemnidad.
Para obtener el grado de bachiller en ciencias y letras, debe ren-
dirse un examen general de las materias, con asistencia de los cate-
dráticos y alumnos de esas asignaturas. Para obtener el grado de
doctor habrá que rendir con iguales formalidades un examen gene*
ral de la respectiva Facultad, que para los médicos será teórico y
práctico en un hospital, exigiéndose, además, á todos los alumnos la
presentación de una tesis con debate público de sus conclusiones.
Informe sobre la enseftanza.
No publicó «La Constitución» la nota de presentación de los pro-
yectos que anteceden. He aquí algunos párrafos de ese documento,
cuyos borradores originales son también de puño y letra del doctor
Acevedo:
La difusión de- la instrucción en el pueblo es hoy una necesidad
generalmente sentida, como dijo acertadamente V. £., y hasta puede
considerarse un derecho tan sagrado como los otros de que goza el
hombre de sociedad.
El primer paso para esa difusión, es que la instrucción primaria
sea gratuita y obligatoria.
La Comisión habría querido hacer efectiva esa obligación, compe-
liendo por medios indirectos á la asistencia á las escuelas; pero en el
deseo de respetar la libertad de cada uno» ha considerado que no pue-
de, por ahora, establecer otra sanción penal que la declarada por el
articulo 11 de la Constitución de la República.
Los inconvenientes que ha encontrado hasta ahora entre nosotros
la instrucción primaria, nacen principalmente de la negligencia de los
padres de familia, sobre todo en la campaña, de la ignorancia de ios
preceptores, la exigüidad de sus sueldos, la deficiencia de los méto-
dos de enseñanza y la falta de uniformidad en los libros de que han
tenido que valerse.
184 BDUABOO AOETEDO
La negligencia de los jefes de familia desaparecerá lenta, pero
necesariamente, ante la acción benéfica y las suaves exhortaciones
de las Juntas 6 Comisiones inspectoras, y ante la misma necesidad de
la instrucción primaría que el buen sentido del pueblo no puede por
mucho tiempo dejar de comprender.
La ignorancia de los preceptores, en gran parte debida á la exigüi-
dad de sus sueldos y á la poca consideración de que gozan en la so-
ciedad que retrae á los hombres más capaces para la enseñanza, se
remediará por el establecimiento de una buena escuela normal, la
determinación de sueldos que pongan á los preceptores á cubierto de
las necesidades con la esperanza fundada de una jubilación, y la im-
portancia que se dé al ejercicio de un ministerio, que es casi un sa-
cerdocio. La deficiencia de los métodos y falta de uniformidad en los
libros de enseñanza, puede remediarse con instrucciones breves y
sencillas, y la impresión de las obras más adecuadas, sin perjuicio de
las mejoras que puedan introducirse sucesivamente en la práctica.
En esa línea, puede también la escuela normal dar resultados muy
satisfactorios, haciéndose en ella el ensayo de los nuevos sistemas y
pudiendo juzgarse de las ventajas de su aplicación.
La educación del bello sexo no ha podido dejar de llamar sería-
mente la atención general. Las mujeres son uno de los elementos más
poderosos de sociabilidad, ya que son ellas las que infunden al hom-
bre en su niñez esas prímeras ideas que le acompañan toda la vida,
decidiendo fuertemente de su porvenir.
La instrucción prímaria para las mujeres debe, pues, concederse
bajo las mismas condiciones que para los hombres, salvas las modi-
ficaciones que exige la diferencia del sexo; pero la Comisión cree que
para obtener los resultados que se apetecen, nada sería más á propó-
sito que las mismas mujeres. La Comisión cree que debería entregár-
seles la inspección y dirección de las escuelas de niñas.
En el deseo siempre de difundir la instrucción primaria, la Comi-
sión piensa que deben establecerse escuelas de adultos, en todos los
lugares donde haya suficiente número de alumnos. Las Comisiones ó
Juntas determinarán los días y horas de la enseñanza, encargando á
los mismos preceptores de las escuelas públicas, con un sobresueldo,
del desempeño de esa nueva función.
En la campaña, donde atentos los trabajos á que generalmente se
consagran los niños, debe dejárseles libres para sus deberes domésti-
cos una buena parte de la mañana y otra de la tarde, será fácil que
el preceptor destine una parte de su tiempo á los adultos.
En las ciudades, caso de que sean incompatibles las dos funciones»
se crearán preceptores especiales para las escuelas de adultos de am-
bos sexos.
La Comisión habría querido, á imitación de países más adelantados,
EXTRACTOS DE cLA CONSTITUCIÓN» 135
establecer, además de las escuelas primarias elementales, otras supe-
riores en que se diese mayor ensanche á los ramos de enseñanza; pero
ha temido por ahora estrellarse contra la imposibilidad.
Se ha limitado, pues, á las escuelas primarias elementales.
Para llenar ese vacío en lo posible, daría acceso en la escuela nor-
mal á los jóvenes que quisieran adquirir más conocimientos de los que
proporcionan las escuelas primarias, y abriría las puertas de las dife-
•rentes aulas universitarias á todos los que quisieran frecuentarlas.
Hasta ahora la Comisión se ha ocupado únicamente de las escuelas
costeadas por los fondos públicos; pero las particulares no han llama*
do menos su atención.
La Comisión no puede considerar la enseñanza como una industria,
ni aplicarle, por consiguiente, las liberalísimas doctrinas constítuciona*
les. Mira en ella una especie de magistratura, casi un sacerdocio,
decía poco ha. De aquí deduce que nadie puede abrir escuela sin ha-
ber acreditado previamente su idoneidad, y que deben todas estar su-
jetas á la inspección pública en cuanto al orden y moralidad.
Lia Comisión juzga que debe dejárseles en plena libertad, respecto
al método y materias de la enseñanza; pero espera que las amonesta-
ciones suaves y amigables de las Juntas ó Comisiones inspectoras,
aervirán poderosamente para corregir los malos métodos y prácticas
perniciosas que se hubieran introducido.
Lia Comisión no considera que hoy sea posible establecer todos los
estudios preparatorios y las cuatro Facultades mayores; pero juzga
indispensable trazar el plan general, para fijar acabadamente los pri-
meros pasos que deben darse en la instrucción secundaria y superior.
Esa necesidad es tanto más evidente, cuanto que tratándose de una
institución duradera, no sólo debe tenerse en vista nuestra situación
actual, sino muy principalmente aquella en que ha de entrar el país
cuando vuelva á la senda de progreso en que fué interrumpido.
La Comisión ha procurado que los diversos ramos de instrucción
sean tan prácticos como su índole lo permite, abundando en las ideas
•de la nota de V. £.
£lla cree que por ahora sólo podrán establecerse las cátedras de los
primeros años de estudios preparatorios, reconociendo por lo demás,
'que el gobierno es el mejor juez de la oportunidad y posibilidad, con-
forme á los recursos del país, tan disminuidos por la prolongación de
la malhadada intervención extranjera.
En la imposibilidad de encontrar textos apropiados para las diver-
sas asignaturas, la Comisión ha creído que debía invitarse á los di-
versos profesores á que redactasen sus cursos, valiéndose provisoria-
mente de los textos que señala ó de otros que designe el Consejo Na-
cional de Listrucción Pública^
Ese Consejo cuya creación considera conveniente la Comisión, sería
186 EDUARDO AGEVEDO
un elemento poderoso para la difuaiAn de la ¡nstracción en todos sus
ramos. La unidad de impulso daría resultados inmensos, y la cali-
dad de las personas que lo compusieran seria una garantía para el
porvenir de la instrucción en la República.
tebre métodos.
En unas tablas sinópticas incorporadas al informe que acabamos de^
extractar y otros borradores originales no publicados, se establece que
en las escuelas primarías se usará el método de Lancáster, y se agre-
ga que la Comisión se ha ocupado del estudio de los métodos indivi-
dual, simultáneo y mutuo.
Cateeiamo Constltacloiial.
La obra á que se refiere la siguiente «advertencia preliminar» fué-
publicada en «La Constitución», por su autor el doctor Eduardo Ace-
▼edo, y luego reimpresa en un folleto de extensa circulación:
«En un trabajo sobre instrucción pública que hicimos en años pasa-
dos, por encargo de la autoridad, en colaboración con otros seflores,.
recomendábamos que uno de los primeros libros que se diera á los
nifios en las escuelas, para ejercitarlos en la lectura, fuera un catecis-
mo político sobre la Constitución del Estado, que debería publicarse
tan pronto como fuese posible.
Al decir estas palabras, recordábamos el catecismo político publi-
cado en España para explicar la Constitución del año 12; y contábamos
con que, siendo tantos los puntos de contacto en las dos constitucio-
nes, sería empresa muy fácil hacer servir para nosotros el catecismo
arreglado para la España.
Hablamos á algunos de nuestros amigos, para que se hicieran car-
go de ese pequeñísimo trabajo; pero las dificultades de la época, han
hecho que nuestras palabras no encontrasen eco.
Persuadidos siempre de la conveniencia de la publicación de ese
catecismo, tomamos entonces sobre nosotros arreglar la publicación^
y lo hemos hecho en la forma que verán nuestros lectores.
No se busque nada original; porque no se encontrará. No se bus-
quen tampoco desarrollos de las grandes cuestiones constitucionales,
porque se sufrirá otra decepción.
No nos hemos propuesto decir nada al que ya conoce la Constitu-
ción, al que está en estado de leerla y meditarla. Hemos querido sim-
plemente que la Constitución quedase al alcance de los niños de las
escuelas, valiéndonos ai efecto del trabajo del publicista español.
Por eso se notará, que, deteniéndose á veces en materias de muy fá-
EXTRACTOS DE «LA C0N8T1TU0IÓN» 137
cQ mtelígencia para la generalidad, pasa rápidamente sobre otras que
exigirían un análisis detenido, pero que sería fuera de lugar. El que
eche la vista sobre este pequeño trabajo no olvide que se dirige ex-
doíiivamenteá la juventud. Y sobre todo, la alabanza 6 el vituperio,
defiéralo al autor sin acordarse de nosotros que nada 6 muy poco nues-
tro hemos introducido*
De todas maneras, cumplimos con un deber, al contribuir por nues-
tra parte á la difusión de los principios constitucionales, y esperamos
que alguno de nuestros amigos, con más tiempo á su disposición, per-
feccione este trabajo que, bien preparado, puede dar frutos excelen-
teB>.<— Montevideo, mayo 15 de 1852.
IjS aedóii de la propaganda.
Be nos acusa de decir «siempre lo mismo», y sin embargo es necesa*
rio caer en el supuesto defecto hasta que las ¡deas queden acepta-*
das. Queremos, por ejemplo, la organización de las municipalidades,
convencidos de que la centralización administrativa ha producido en
todas partes la ruina de la libertad individual; la capital fuera de
Montevideo, porque es indispensable que la vida se sienta en todas
partes del cuerpo, que no haya sombrero de gigante en cuerpo de
pigmeo, y que se establezca en la campaña un centro de donde irra-
die la instrucción á las masas que hoy sale sólo de Montevideo; la
organización del sistema de impuestos directos sobre el capital, que
nos habilite para conseguir la abolición de las aduanas, porque así
se consultan los principios de justicia y de conveniencia.
Estas ideas que en nuestra mente están completamente ligadas^
Becesitan propaganda constante, lo mismo que la administración de
justicia, el establecimiento de sociedades de beneficencia que se ocu-
pen de las mejoras de las cárceles, de la educación y de los hospita-
les, la policía de la campaña, etc. Nosotros entendemos que no es
tanto decir cosas nuevas lo que importa, como sostener los buenos
principios y aprovechar todas las ocasiones de introducir la Constitu-
ción en las costumbres del pueblo.
laapartaetóii de bramos j eapltales.
Todos estamos de acuerdo en que debe fomentarse el aumento de
la población. Pero ¿de qué manera? El Gobierno sólo debe remover
obstáculos, asegurar el orden y las garantías para las personas y las
propiedades, dejando lo demás á los extranjeros ya vinculados al
país, cuyas cartas á los parientes y amigos surten más efecto que las
palabras de los empresarios de colonización y de los cónsules. Para
138 BDÜABDO ACEV£DO
remover algunos de esos obstáculos es que hemos indicado el des-
arrollo de la seguridad en campafia, la traslación de la capital, la or-
ganización de la administración de justicia, el fomento de la instruc-
ción primaria, la organización de las municipalidades, el progreso del
espíritu de asociación, la contribución directa y la abolición de las
aduanas. Necesitamos capitales y necesitamos hombres. Para traer-
los, no podemos, sin embargo, ofrecer primas ó dinero, sino remover
los obstáculos que se oponen actualmente á su introducción : que la
Constitución se cumpla, que la justicia sea pronta y eficaz, que cada
uno pueda gozar tranquilamente de su propiedad, sin temor de re-
vueltas ni de atentados. Lo demás lo hará la feracidad de nuestro
suelo.
dlab de extrai^JeroB.
£1 reglamento del Club de extranjeros, recientemente fundado,
establece que los nacionales no podrán ser socios. Es un resabio del
coloniaje, y también de la época de guerra en que la comunidad po-
día acarrear responsabilidades ó disgustos.
Ijentltad de los JoIcíob.
En su proyecto de reglamento para la administración de justicia,
presentado á la Cámara de Diputados, se propuso el redactor de «La
Constitución», principalmente estos dos objetos : primero, retiñir en
un solo cuerpo todas las disposiciones de procedimiento que corren
sueltas; segundo, acelerar en cuanto fuere posible la marcha de los
juicios sin disminuir las garantías que deben presentar las últimas
resoluciones de los tribunales. La lentitud de nuestros procedimien-
tos es una circunstancia que asusta á todo el que quiere litigar entre
nosotros. Se sabe cuándo principia un pleito, pero no puede preverse
cuándo concluirá. Eso basta para detener á un país en su progreso.
Véase uno de sus efectos : mientras que el interés comercial es del
9 al 12 */o, el interés hipotecario oscila del 18 al 24 o/o. La escritura
de hipoteca es un pleito que puede durar uno ó más años. Lo que
hoy se llama por una especie de burla «juicio ejecutivo», es necesa-
rio que lo sea de verdad para que el capital afluya á nuestro país.
£1 Presidente del Senado j el Poder EJeentlvo.
Es innegable el derecho del Presidente á moverse de un punto á
otro del territorio nacional. La Constitución sólo le prohibe salir del
país, sin el consentimiento de la Asamblea. Por consiguiente, el viaje
BXTRAC7I08 DE cLA OONSTITUCIÓM» 189
qae el señor Presidente Oiró proyecta realizar á la campaña, no da
logar á que sea paesto en el ejercicio el Presidente del Senado. Pero
han surgido opiniones contradictorias y como quiera que con motivo
del yiaje puede paralizarse el despacho, nada impediría el cumpli-
miento del artículo 77 de la Constitución.
lia mislóii de la prensa*
No hay consideración alguna que nos haga decir lo contrario de lo
que sentimos. Profesando siempre respeto á las opiniones concienzu-
das de los otros, hemos logrado hasta ahora que se tenga considera-
ción á las nuestras. Seremos inyariables en nuestro propósito de no
tratar á nadie en nuestras columnas, sino como le trataríamos en su
sala ó en nuestro Estudio. Nunca nos olvidaremos de las considera-
ciones que se deben los hombres en sociedad; y como no nos hemos
propuesto divertir al público por dos pesos mensuales, trataremos de
dar en nuestro periódico el menor lugar posible á todo aquello que
no interese de cerca á la prosperidad del país. Firmes en los princi-
pios que han servido siempre de norma á nuestras acciones, ¿egaimos
imperturbables el camino que nos hemos propuesto recorrer. No nos
distrae la vocinglería ni los denuestos. Tampoco nos distraerán los
alñlerazos.
£1 «proTlfiorlo».
Están paralizadas las gestiones relativas á la construcción de edi-
ñcios para el Casino y la Bolsa, en razón de que las necesidades de
esas dos instituciones se llenan provisoriamente en otros locales. El
provisorio es nuestra enfermedad. Acaba con las mejores ideas.
lia J aventad en laa tiestas patrias.
Las primeras impresiones que se reciben en la infancia, nos siguen
en todas las épocas de la vida y deciden muchas veces de nuestro
porvenir. La educación de la juventud debe ser un objeto preferente.
Pero esa educación no se recibe exclusivamente en la escuela. Em-
pieza en el hogar doméstico y se extiende á todos los lugares en que
la juventud se reúne. Es una triste educación la que se limita á en-
señar á leer y escribir al pueblo. Se necesita algo más. Se necesita
imprimir en el ánimo de los niños esos principios que sirven de base
para todas las grandes acciones. La familia, la patria, la humanidad,
son ideas que deben hacerse comprender á los niños desde los pri-
140 EDUARDO ACEYBDO
meros momentos. Así se logra impedir que cunda ese miserable
egoísmo que es el cáncer de las viejas sociedades. Cuando las ideas
de conveniencia individual empiezan á sobreponerse á los principios
de la justicia y de la conveniencia general, cuando el «qué me im-
porta» ocupa el lugar del patriotismo, de la humanidad y de todos
los sentimientos nobles, poca esperanza puede depositarse en el por-
venir de un país. En ese sentido hemos aplaudido la idea de hacer
que los niños tomen parte en la solemnización de la& fíestas nacio-
nales.
En el anlTeraarlo del S de octubre*
Una guerra civil no debe ni puede concluir nunca por el extermi-
nio de uno de los partidos. Así lo entendió también el general Ur-
quiza, al proclamar como base de la unión que no había vencidos ni
vencedores, que todos los orientales tenían iguales derechos, iguales
servicios y méritos. Quedó establecida la perfecta igualdad entre los
diversos partidos, y fué posible que unos y otros abjuraran sus pasa-
dos errores^ tiraran sus divisas, tomaran por estandarte y por norma
la Constitución, y se entregaran á trabajos x>or el bienestar futuro
del país, sin que ninguno conservara la facultad de enrostrar al otro
con el pasado y sus consecuencias.
121 Jurado.
Lo dijo don Alfonso: «el fazer es grave cosa y el desf azer muy li-
jera». Siempre que se diga tal artículo es malo, tal proceder es in-
eficaz, conviene apuntar el que ha de sustituirle. No se debe trabajar
en la destrucción, sino cuando están prontos los materiales para la
reedificación. Nuestro sistema de administración de justicia es pési-
mo. ¿Pero cómo reformarlo sustancialmente desde ya?
Be comete un delito á cien leguas del Juzgado del Crimen. Los
jueces locales levantan un sumario muy informal y lleno de morosi-
dades por la distancia á que se encuentran los testigos, la falta de
medios de comunicación y la inhabilidad de los agentes secundarios.
Viene luego el plenario, con la ratificación de los testigos y nuevas
declaraciones. Y finalmente, el sorteo de los hombres buenos que
han de acompañar al Juez para formar tribunal.
Tomar de sus casas algunos propietarios, comerciantes ó artesanos:
embutirles trescientas ó cuatrocientas hojas de autos en que se hace
uso de lenguaje extraño para ellos y en que se han agotado quizá to-
dos los recursos de la chicana; y preguntarles después si está ó no
EXTRACTOS DE «LA OON4TITÜCIÓN » 141
está probado el delito de que se trata, es una verdadera burla de la
institución del jurado, que excitaría la risa si no fuera asunto tan se-
rio. ¿Qué puede quedar á los hombres buenos de esa lectura que con
voz monótona hace el escribano y que se prolong;a á veces por mu-
chas horas? Absolutamente nada. Y no es extraño. Tenemos trece ó
<»toree aflos de ejercicio del foro, y confesamos que no solamente no
nos atreveríamos á fallar después de una de esas lecturas soporífe-
ras, sino que no hemos fallado nunca causa alguna, en que no haya-
mos sentido la necesidad de leer más de dos veces el proceso.
Un tribunal semejante, además de todos sus inconvenientes noto-
rios, tiene el de alejamos cada día más de la benéfica institución del
jurado tan recomendada por nuestra ley fundamental, en que los
liombres buenos ven y oyen al acusado y á los testigos y adquieren
los datos indispensables para pronunciar su juicio. Ahí empiezan las
dificultades, dada la despoblación de la campaña y el funcionamien*
to de todos los Juzgados en un rincón de la República. Y es uno de
los principales motivos que tenemos para desear el establecimiento
de la capital en un lugar más central del territorio. Habría así dos
Í0006 principales de instrucción y dos puntos de partida para un buen
arreglo de la administración de justicia.
Ampliando Ideas jra sostenidas.
a) Necesita el país brazos y capitales. Todos convenimos en ello.
Pero diferimos en los medios. Nosotros no aceptamos las medidas
directas que convierten al Estado en empresario, sino las indirectas»
las que consisten en remover los obstáculos que encuentran la impor-
tación de capitales y la inmigración. El interés individual, apoyán-
dose en el espíritu de asociación, puede hacer más que todos los me-
dios directos que el Gobierno quisiera emplear. [Tno de esos obstá-
culos, es la existencia de numerosas familias desocupadas que viven
á expensas de los estancieros y nos desacreditan como país de inmi-
^[ración. Y á las Juntas corresponde la tarea de distribuirles las tie-
rras de que disponen.
b) Se ha pretendido que por la Constitución no existe el régimen
municipal, y que la vida departamental queda servida exclusivamen-
te por las Juntas Económico-Administrativas. Ya hemos demostrado
^n otra oportunidad lo contrario. En concepto de los Constituyentes
debían marchar á la par la administración del Departamento y la
del Municipio, y es por ello que sostenemos la necesidad de orear es-
tos últimos, persuadidos de que el vecino que tiene inconvenientes
en pagar dos pesos mensuales para rencas generales, pagaría gusto-
■samente cuatro para ser invertidos ante sus ojos, en beneficio del
142 EDUARDO ACEBEDO
pueblo que habita con su familia. De ese modo se fomentarían las es-
cuelaS) los hospitales, las cárceles y se daría impulso al espíritu de
asociación; cada pueblo se consideraría como una gran asociación en
que todos contribuirían con un contingente en relación con sus fa-
cultades; sería mayor el número de los que se interesan en la cosa
pública; y acabaría por desterrarse ese egoísmo miserable que ha em-
pezado á invadirnos.
c) Los derechos de aduana son desiguales en su distribución, fo-
mentan la inmoralidad y la corrupción, son inconvenientes para el
comercio honrado y para el progreso del país.
d) Al sostener la idea de que la capital se establezca en un punto
de la campaña, hemos demostrado la necesidad de que la población
llegue á ser un todo homogéneo, que cese la desigualdad en los dere-
chos de que gozan los vecinos de Montevideo y los que han cabido á
los demás Departamentos, en que la Constitución es letra muerta, la
justicia ineficaz, la instrucción pública nula y la acción del Gobier-
no no se hace sentir suficientemente, proviniendo de estas causas
nuestras desgracias. Se ha objetado que faltan caminos en la campa-
ña, que faltan edificios en los pueblos del interior, que la capital que-
daría expuesta á un golpe de mano, que el centro de civilización y de
riqueza es y debe ser también el asiento de la capital. Pero, los ca-
minos y los puentes se harán después cuando sean necesarios; la
traslación de la capital arraigaría, sobre sólidas bases, el respeto á la
persona y á la propiedad, promoviendo en consecuencia la importa-
ción de brazos y capitales; la edificación vendría á su tiempo; y en
cuanto al golpe de mano, es tan posible en campaña como en Mon-
tevideo. Precisamente para que no haya golpes de mano, para cortar
de raíz el espíritu personal y de caudillaje, es necesario que además
de Montevideo haya un foco de donde irradie la instrucción á las
masas.
Ha^^amos babltable la easa.
Que haya orden, que haya garantía para las personas y las propie-
dades, que la instrucción se difunda: tal es la principal necesidad de
la campaña. Lo demás vendrá por sí mismo. Hágase agradable la
casa» recíbase bien á las gentes y no faltarán huéspedes. Si la casa
es incómoda y hasta peligrosa, bien puede convidarse á voz de pre-
gonero, los salones estarán desiertos. Esto parece haberlo compren-
dido el Gobierno en sus recientes circulares sobre reconcentración de
las familias indigentes en las proximidades de los pueblos y sobre la
conveniencia de que las Juntas y Jefaturas estimulen el espíritu de
asociación.
EXTRACTOS DE «LA OOHSTITÜCIÓN» 148
Polítlea brasilefta.
(A propósito de una frase de la prensa de Río Janeiro, lamentando
que en Montevideo hayan sido restaurados los hombres, las ¡deas y
los sentimientos hostiles á la intervención del Imperio), dice «La
Constitución» que si la gran mayoría del país se pronunció contra los
tratados de 12 de octubre, eso no importa una hostilidad, sino un
sincero deseo de que bajo la base de la justicia y de la conveniencia
recíproca se estableciesen relaciones que ofrecieran garantías de es-
tabilidad y permanencia. Los intereses orientales him sido sacrifica-
dos y con ellos los del Brasil á quien conviene más de cierto núes*
tra simpatía, que unas leguas de terreno, unas pocas ventajas comer-
ciales y algunas mortificaciones á nuestro amor propio nacional. Así
mismo fueron admitidos los tratados con la esperanza de ulteriores
modificaciones en el deseo de estrechar relaciones con el Brasil.
Uqnidaelón de la deada«
Prescindiendo del deber que todos reconocen de que el Estado pa-
gue sus deudas, los créditos actuales son hoy un capital muerto que
la liquidación pondrá en movimiento, vinculando á todos los acree-
dores á la estabilidad de la paz y á la suerte del país, una vez que
la liquidación esté pronta y que la Asamblea la reconozca y consoli-
de, se podrá contratar un empréstito extranjero con la afectación de
la contribucite directa á su servicio.
Cuarentenas.
Los hombres de ciencia se deciden generalmente en Europa con-
tra las cuarentenas, y buscan en otra parte los medios de prevenir la
invasión de ciertas enfermedades. Pero nuestros reglamentos de i>o-
licía sanitaria prescriben dicha medida, y mientras estén en vigencia
deben cumplirse mediante el aislamiento efectivo de los buques y
pasajeros, cosa que actualmente no se hace.
lias Ifilas de Sandwlcli.
Al mirar el atraso en que bajo el punto de vista militar se encuen-
dan las islas de Sandwich, que necesitan de un capitán de marina
de los Estados Unidos para que les disciplinen las tropas, no
144 BDUABIK) ACEVEDO
dejará de asomar en algunos labios la sonrisa del desprecio. A esos
recordaremos que las islas de Sandwich tíenen 535 escuelas, concu-
rridas por más de quince mil alumnos. Be les puede dispensar la falta
de táctica militar.
Una reaeelón rápida*
La ociosidad, la miseria, la relajación de los yínculos de familia,
los rencores tanto más profundos cuanto más intensas las relaciones
que precedieron, hacen de la guerra civil la fuente de todo linaje de
crímenes. Tal es la .regla general, lo que se ve en todas parten. Por
^so sorprende el cuadro que presenta nuestro país al día siguiente de
una guerra crue^ que ha asolado por espacio de diez años: la seguri-
dad es completa, el orden y el trabajo reinan en todo el territorio, y
los soldados se han transformado en obreros, uniéndose por vínculos
de compañerismo los mismos que militaron en campos opuestos.
Onardla naelonal.
En casi todos los departamentos está organizada la guardia nacio-
nal. En Montevideo, todavía se conserva en estado de proyecto. En
la organización de la guardia nacional existe el cumplimiento de un
deber y el ejercicio de un derecho. El derecho de armarse, que debe
ser tan querido para un ciudadano como cualquiera de los otros de-
rechos políticos que le garante la carta constitucionaL ün pueblo que
tiene la facultad de reunirse y armarse, en defensa de sus derechos,
no puede mantenerse indiferente sin abdicar. Las asambleas de la
guardia nacional, en vez de concen erarse en las capitales, lo que re-
presenta un sacrificio para muchos, podrían y deberían realizarse en
los distritos.
JB^rntas de sebiento*
(Combatiendo la propaganda de la prensa francesa, en favor del
establecimiento de una monarquía en los países del Plata, que pu-
siese fin á la anarquía en que viven é impidiese su absorción por el
Brasil y por los Estados unidos), dice «La Constitución» que los eu-
ropeos, que no han visto de cerca estos países, se engañan extraordi-
nariamente. Quieren atribuir el malestar que nos ha aquejado y que
es en parte el lote de todas las naciones nuevas, á la forma de go-
bierno que elegimos. Es un error. Fuera cual fuere la forma de go-
4)ieno, no podría impedirse que nuestra falta de educación política
EXTRACTOS DE cLA OONBTITUGIÓN» 145
BUS iratos. Los hechos sucedidos en otras partes de la América
▼ienen en apoyo de esta aserción. Si los gobiernos europeos quieren
realmente contribuir á nuestro bienestar, es otro el camino que deben
seguir. Deben contraerse por todos los medios á su alcance á favore-
cer la unión de los gobiernos legitimes y sobre todo á abstenerse de
despertar susceptibilidades que nos hacen retrogradar en el camino
que felizmente vamos recorriendo.
CoKfUieacloiies.
La devolución de las propiedades confiscadas durante la guerra
era un acto de justicia innegable. Nadie podía ponerlo en duda,
sin hacer desconfiar de su corazón y de su cabeza. Pero, no puede
reinar la misma uniformidad de criterio, cuando se trata de averiguar
qué autoridad debe dirimir los conflictos cuando los conflictos so
produzcan. Todas las propiedades han sido ya devueltas á sus due-
ffoe. Quedan ahora las cuestiones emergentes de la devolución, rela<
tivas á frutos, animales vendidos, arrendamientos, mejoras y daños,
que un decreto del Poder Ejecutivo somete al fallo de las Juntas,
surgiendo de ahí, controversias fundadas, desde que se trata de asun-
tos del exclusivo resorte del Poder JudiciaL
«Sociedad Amibos del País:".
Se había hablado de reconstruir uno de los partidos que han divi-
dido la República. A pesar de los rumores y de las circunstancias en
que se apoyaban, nos negamos á creer que realmente se tratase de re-
construir agrupaciones que no tienen ni pueden tener porvenir en
nuestro país. No veíamos en semejante tentativa sino la pretensión
de abrir de nuevo el abismo de las revoluciones que estamos todos
interesados en cegar. El resultado ha venido á justificar que no nos
habíamos equivocado. Lejos de haberse pensado en dar vida ficticia
á los partidos que han muerto completamente para todos los hombres
de inteligencia, se ha tratado de echar las bases de un partido nacio-
nal, viniendo así sus iniciadores á reunirse en las miras que hemos
estado sosteniendo desde el 8 de octubre Ya en mayo lo decíamos,
refiriéndonos á los trabajos á que nos entregábamos para llevar ade-
lante á todo trance el programa del 8 de octubre, literalmente adop-
tado ahora, por los mismos que entonces no participaban de nues-
tras opiniones: «la base de ese programa es la igualdad de los diver-
sos partidos en que se hallaba dividida la República: igualdad que
haila posible la fusión en un gran partido nacional que no tendría
más adversarios que los restos de los viejos partidos personales».
! 10
146 EDUARDO ACEYEDO
Todo el programa de loa amigos del país se encierra en el cumpli-
miento leal y franco de la Constitución .
Por nuestra parte hemos tratado de no olvidar nunca tres grande»
obligaciones que contrajimos, incluidas todas en la obediencia que
juramos á la Gonstítución de la República: sostener las autoridades
constitucionales por todos los medios á nuestro alcance, poniendo ua
muro de bronce á todo espíritu de caudillaje; hacer entrar la Consti-
tución en las costumbres del pueblo; propender al adelanto general
del país.
(El doctor Acevedo puso su firma al pie del programa de la «So-
ciedad Amigos del País»).
I^epósltos aduaneros en el Ilraffnaj*
El Poder Ejecutivo se dirigió á la Comisión Permanente pidiendo-
autorización para nombrar el personal de empleados de los depósitos
en la Colonia. La Comisión Permanente, dijo que tal autorización es-
taba comprendida en la facultad acordada al Poder Ejecutivo de es-
tablecer depósitos en las aduanas del Estado que juzgase conve-
nientes. Pero el Gobierno nada hace en tal sentido. Y hay que apre-
surarse, sin embargo, á llevar adelante esas y otras iniciativas análo-
gas en Higueritas, Carmelo, Maldonado y Cerro Largo. Be consegui-
ría con ello: disminuir el contrabando, dar importancia á diversos
puntos de la campaña y crear mercados para el interior de los ríos.
Hemos recibido varías cartas de campaña acerca de la conveniencia
de instalar depósitos en distintas localidades. Su contenido nos ha-
bilita para conseguir dos resultados que consideramos muy importan-
tes: hacer conocer nuestro país de los que nunca han salido de Mon-
tevideo; distraer la atención de esas cuestiones políticas siempre es*
toriles, á veces perjudiciales, para llamarla hacia el campo de las me-
joras materiales. Esos son los fines que hemos tenido constantemente-
á la vista desde la fundación de este periódico.
E<9ciiela8 de adultos.
(En el proyecto de reglamento sobre instrucción primaria ya extrac-
tado, se establece la obligación de instalar una escuela de adultos-
donde quiera que se reúnan más de 25 individuos decididos á apro-
vecharse de ella).
Vamos á hacer ahora la tentativa (dice el redactor de «La Consti-
tución»), de establecer una escuela de adultos de color, sobre la base
de 30 ó 40 hombres de buena voluntad que quieren proporcionarse
los medios de salir de la condición inferior en que los coloca su igno-
EXTRACTOS BE «LA OONSTITUCIÓN» 147
rancia. 8erfa tanto más urgente salir de esa ignorancia, cuanto que
según la Constitución tienen suspendida la ciudadanía los que no
saben leer ni escribir, y es necesario que este artículo, como los demás,
sea una verdad.
(Poco tiempo después daba cuenta «La Constitución» de la funda-
ción de la «Sociedad del Carmen» para la educación de los adultos
de color. La primera escuela de esa Sociedad empezó á funcionar en
el local de la Universidad bajo la dirección de los señores Manuel
Bonifaz y Mariano Pereira, con 53 alumnos matriculados. «En la no-
che de la inauguración, los alumnos, dice «La Constitución», dieron
música delante de las casas de los iniciadores, uniéndose por la gra-
titud y el deseo del progreso, los mismos que ayer se mataban sin
piedad». El doctor Acevedo, que era el iniciador principal y verdade-
ro fundador, dictó personalmente algunos de los cursos, juntamente
con el doctor Palomeque y otros distinguidos ciudadanos).
Proelamaelón de diputados.
Las repúblicas americanas de habla española, constantemente tra-
bajadas en todo sentido por las disensiones políticas» han llegado á
hacer desconfiar de su porvenir. Es necesario no equivocarse. Se nos
considera en materia política como «unos niños terribles» que juegan
con lo mismo que trae la muerte en su seno. Nuestros hombres por
lo general, todo lo han reducido á la política. No se ha tratado de
establecer una escuela en tal lugar, de abrir con el arado tal terreno»
sin que al instante se haya tratado de averiguar cuál era la idea polí-
tica que se hallaba detrás del pensamiento que se adelantaba.
Queremos que nuestra política se encierre en el cumplimiento leal
y franco de la Constitución de la República, y que todas nuestras
fuerzas se empleen en sostenerle, promoviendo las mejoras del país en
todos los ramos. Diremos, sin embargo, dos palabras sóbrelas elecciones
del Salto. Hasta hace poco las elecciones departamentales hacíanse
realmente desde Montevideo, limitándose los departamentos á votar
los candidatos que se les indicaba. Después del 8 de octubre, se
adoptó el temperamento de que no se propusiese para la representa-
ción de un departamento sino á hombre que perteneciera al mismo de-
partamento ó que fuera muy conocido en él. Fuimos incansables en
la predicación de esas doctrinas. Cuando el doctor Juan Carlos Gó-
mez llegó últimamente de Chile, conociendo las cualidades que le dis-
tinguen, le ofrecimos toda la cooperación que estaba á nuestro alcan-
ce para que se diese á conocer ventajosamente entre nosotros. El
doctor Gómez manifestó que le convenía, por el momento, la absten-
ción. Y es en tales circunstancias que se habla de su candidatura en
148 EDUARDO ACEVEDO
el departamento del Salto, donde nadie absolutamente lo conoce. ¿No
significa faltar al sistema representativo y volver á los tiempos en
que las elecciones para representar á los departamentos se hacían en
Montevideo? De consiguiente, no lo propusimos, como lo habríamos
hecho en otro caso. Hemos entrado en estas explicaciones con verda-
dero disgusto.
No estamos ahora en situación de discutir candidaturas ni de tocar
llagas no bien cicatrizadas. Lo que nos conviene es rivalizar en el
cumplimiento franco de la Constitución y en los medios d^ acrecentar
la prosperidad de la República. Hablemos de escuelas, de caminos,
de facilidades para el comercio, de introducción de brazos y capitales
extranjeros. Lo demás vendrá después, cuando el enfermo esté
robustecido y se encuentre en estado de soportar otra clase de ali-
mento.
Asoelaelón protectora de Imnlgrrantes.
Se ha formado una asociación que ya cuenta trescientos suscripto-
res para alojar y alimentar á los inmigrantes. Es la obra fecunda del
espíritu de asociación que empieza á despertar en el país.
Otra ilaslón perdida.
Desde el 8 de octubre, la gran mayoría del país manifestó con sus
hechos que quería cegar el abismo de las revoluciones, acabando de
una vez con los partidos personales. Surgió entonces una patriótica
iniciativa que condensó así un documento que en el acto se cubrió de
firmas: extinción absoluta de los partidos personales, fusión completa
de todos los orientales, bajo los colores y para los intereses únicos de
la patria, con arreglo y en exacto cumplimiento de los principios
consignados en la Constitución. Desgraciadamente la iniciativa fra-
casó, por obra dé procedimientos que nos hacian retrogradar al tiem-
po de los colorados y de los blancos, esos viejos partidos que no tie-
nen sigaificación política alguna, que no pueden sostener el más
ligero examen, que deben únicamente la vida después del 8 de octu-
bre á conáideraciones personales y mezquinas, y que es necesario
reemplazar con partidos nuevos, con partidos que sean de ideas y no
de personas. Hemos sido incansables en la predicación de esas doc-
trinas y por eso aceptamos sin vacilar el programa de la «Sociedad de
Amigos del País», que era el mismo de nuestra propaganda, soste-
niendo la necesidad de provocar una gran reunión de adherentes. Pe-
ro los que tomaron la iniciativa, apoderándose del programa de «La
Constitución», se han constituido sin llamar á los adherentes ajenos
á su círculo, favoreciendo con esa actitud organizaciones antagónicas
que tienen que conducir á retrocesos lamentables.
EXTRACTOS DE cLA 00N8TITÜ0IÓN » 149
lia politlea nos mata.
En quince días ha variado completamente el tema de las conversa-
ciones en esta ciudad. Sólo se habla hoy de política. ¿Qné resultará
de ahí? £1 que siembra tempestades, recoge huracanes. Las discusio-
nes políticas nos llevarían á la guerra civil y á la anarquía. Los que
se sienten con una actividad que no pueden refrenar, ¿no tienen el
campo Ubre para hacer algo que pueda ser útil al país? Semejante
papel sería preferible al de plagiarios de los aspirantes de que han
estado, por desgracia, plagadas las jóvenes Kepáblicas de la Amé •
rica. ¡Hay tanto que hacer por todos lados en nuestro país! Es verdad
que se necesita trabajo, que es más fácil declamar sin consultar otra
cosa que su imaginación, que entregarse al estudio de las necesidades
de un país para encontrar los medios de remediarlas. ¡Pero también
es tan vulgar el papel de los otrosí La idea de ganar así una posición
BO tiene motivos de libonjear á ningún hombre que tenga el corazón
bien puesto. Afortunadamente esa especie de fiebre que por el mo-
mento se ha apoderado de cierta parte de la ciudad no tiene probabi-
lidades de cundir en la campaña. En cuanto á nosotros, nuestro pian
está trazado de antemano. Mientras otros se ocupan de lanzar ana-
temas, mirando la paja en el ojo del vecino, nosotros nos ocuparemos
de todo lo que consideremos útil al país. Estfimos convencidos de
que la política nos mata.
Reeonstraeclón de partidos.
(Con motivo de la dirección que se pretende dar á la «Sociedad
Amigos del País»).
No pertenecemos á ninguno de los partidos que sólo existen en
cierto número de cabezas calcinadas por diversos motivos. Somos
esencialmente orientales, amigos de la Constitución; pero por lo mis-
mo debemos vigilar para que no se reconstruyan viejas agrupaciones
que no tienen significación alguna política.
I^as eáreeles*
En un mismo local se encuentran confundidos los meramente en-
causados, los condenados por delitos livianos y los criminales famo-
sos, resultando de ello un contagio de la mayor gravedad para la so-
ciedad. Las cárceles sirven así no sólo para mortificar, sino para ave-
zarse en el crimen y la inmoralidad, urge establecer el sistema pe-
nitenciario que transforma al delincuente en factor útil. La situación
160 EDUARDO ACEVEDO
del país se presta admirablemente á la reforma. Bastaría extender á
ella el espíritu de asociación que ha empezado á desarrollarse vigo-
rosamente y arbitrar recursos en el pueblo que no los escatimaría
como no los escatima para tantas empresas útiles que ya están ini-
ciadas. La «Sociedad de Amigos del País» está destinada á dar impul-
so á ese espíritu de asociación. Impóngase uua contribución cual-
quiera á cada uno de sus miembros; divídase en Comisiones que se
ocupen de la instrucción pública, de la agricultura, del pastoreo, de
las cárceles, de los hospitales; y en seis meses el país tomaría una
nueva faz.
CTlreiilaeléii de periódicos.
Be quejan nuestros corresponsales de campaña de la falta de circu-
lación de los diarios. Sólo por milagro se encuentra un periódico fue-
ra de las capitales. Contribuyen á explicar el hecho, la dificultad de
las comunicaciones y el alto precio de las suscripciones. Pero la razón
fundamental está en la falta de hábitos de lectura que se nota general-
mente en nuestro país. Día llegará en que cada uno se convenza de que
la cosa pública es también la suya particular; y entonces todos senti-
rán la necesidad de estar al corriente de lo que se pasa y de llevar su
contingente á los negocios públicos, dentro de la esfera de sus facul-
tades. En los Estados Unidos difícilmente se encuentra una familia,
por pobre que sea, que no tenga su periódico.
ReeursoB departamentales.
Se atribuye el marasmo de las Juntas Económico-Administrativas
á la carencia de fondos y á la carencia de hombres preparados en
campaña. Ni lo uno ni lo otro. Hay muchas iniciativas fecundas que
encontrarían el concurso decidido y valioso de los vecindarios,
como hay en todos los Departamentos ciudadanos capaces de atender
los negocios que corresponden á las Juntas. El artículo 126 de la
Constitución autoriza á las Juntas para proponer directamente al
Cuerpo Legislativo las medidas que consideren útiles, y entre ellas
debe figurar en primera línea la creación de fondos especiales. Sería
muy conveniente que para el próximo período, la Asamblea tuviera
sobre ese particular la opinión de todas las Juntas. Se haría enton-
ces más fácil el señalamiento de los fondos que han de pertenecería
cada una con separación de los generales de la Nación. Sería también
de oportunidad que las Juntas presentasen el resultado de sus estu-
dios prácticos sobre las Municipalidades, que es necesario organizar,
do acuerdo con la mente de los constituyentes. Las actuales Comisio-
nes Auxiliares, que hoy son designadas por las Juntas, podrían ser
nombradas por los vecinos y servir de base al régimen municipal.
EXTBÁCT08 DB «LA OOMSTITUOIÓN» 151
Ia esia«lf stlea.
Sin la estadística, es decir, sin el examen y exposición del estado
de cada Nación, con respecto á su organización interna, no puede ba-
aarse sistema alguno económico. Toda reforma se hace enteramente
imposible, desde que falta el conocimiento de lo que es y puede ser
un país. El gobierno ha resuelto organizar la estadística, y esperamos
^ue su iniciativa tendrá más eficacia que las anteriores que duermen
en las carpetas ministeriales.
Nuestras relaelones eon el Brasil.
Ha sido denunciada por la Asamblea Legislativa de Río Grande
la violación de los tratados de 1851, aunque sin concretar hechos.
Desde el primer momento, hemos dicho que la justicia y la lealtad
obligan á cumplir religiosamente los pactos. Pero hemos dicho tam-
bién que esos tratados no sólo son susceptibles de modificaciones en
que se consulte el verdadero interés de los dos países, sino que es un
deber imprescindible procurarlas desde que la Asamblea General
sólo autorizó para la ratificación en la esperanza de esas mismas mo-
dificaciones.
empresas de eolonlzaelón.
Se han formado varias empresas para colonizar distintas zonas del
territorio, quedando así comprobada la verdad de las doctrinas que
hemos sostenido. El Estado debe limitarse á remover obstáculos, á
hacer efectivas las garantías á las personas y á las propiedades, á fa-
cilitar las vías de comunicación y á estimular el espíritu de asocia-
ción. De lo demás se encarga el mismo espíritu de asociación que
ahora lucha desgraciadamente con dos dificultades : consiste la una
en la prolongada espera administrativa para autorizar la fundación
de empresas, y la otra en la equivocada idea que tienen algunos de la
colonización, al levantarse contra el lucro, como si el lucro no fuera
la razón determinante de la organización de las empresas industria-
les. Todo lo que debe averiguarse es si el lucro perjudica ó favorece
el interés general.
Inlelatlvas departamentales.
Empieza á desarrollarse el interés local. No hace muchos meses to-
davía, que los departamentos estaban, como han estado constante-
152 EDUARDO ACEYEDO
mente, esperándolo todo de la acción del Gobierno general. No le»
ocurría siquiera la idea de emprender por sí mismos cosa alguna de
interés coman. Si un templo necesitaba pequeñas refacciones, si una
escuela se venía abajo, sólo se oían lamentaciones y nadie pensaba
sino en los medios de conseguir que el Grobierno reparase el templo,
reedificase la escuela. Se hacían gestiones para mandar un apoderada
á la capital, se escribían muchas cartas, se daban infinitos pasos y»
por regla general, despué-) de muchos meses, se encontraban las co-
sas como al principio. No siempre era la culpa del Gobierno. Pres-
cindiendo de la escasez de recursos, la centralización administrativa
era por sí sola un obstáculo.
Si el Poder es uno, la administración debe desparramarse cuanto
sea posible. Esa es una de las causas que más han influido para la
asombrosa prosperidad de los Estados Unidos. Allí la acción de la
Municipalidad se siente á cada instante y la del Gobierno casi nunca.
Los ciudadanos tienen confianza en sí mismos. Saben lo que vale el
espíritu de asociación y lo demuestran en todos los actos de la vida.
Conocen y practican la fábula del padre y de los hijos. Saben que el
haz que cada uno de ellos individualmente está en la imposibilidad
de quebrantar, se dobla con facilidad cuando concurre el esfuerzo de
todos. Esa es la verdad que ha empezado á apreciarse en los depar-
tamentos, bajo forma de construcción de edificios escolares, ayudas
industriales á las familias menesterosas, empresas de comunicacio-
nes, fundación de pueblos, etc. £1 establecimiento de las municipali-
dades daría un impulso inmenso. Esta idea que entró en la menee de
los constituyentes en nada se opone á la institución de las Junta»
Económico- Administrativas, que serán siempre los Consejos generales
de los departamentos, mientras que las Municipalidades lo serán de
cada pueblo. Deslíndense las atribuciones de cada una, dándoseles
los fondos que la Constitución quiso que tuviesen, y muy pronto
se recogerán los resultados que instituciones idénticas han produ*
cido en todos los lugares donde se han puesto en práctica.
Elección de prácticos lemanes.
Por una resolución del Gobierno, los prácticos entrarán á hacer el
servicio por turno, sin consideración á la capacidad que puedan te-
ner ni á la confianza que inspiren. ¿De dónde puede sacar el Go-
bierno tal facultad? Sería lo mismo que si mañana se creyese en el
caso de mandar .que cada enfermo no llamase al médico que le inspi-
rase confianza, sino al que tocara en el turno que se estableciere. Lo
único que puede hacer la autoridad es tomar precauciones para que
nadie asuma falsamente el título de médico ó de práctico, dejando
EXTRACTOS I>E «LA OONBTITÜCIÓN» 153
luego al público que obre conforme á los antecedentes que tenga de
los diversos individuos. Es el único proceder conforme á los liberalí-
simos principios de nuestra ley fundamental.
Ija moraleja de la Guerra Grande.
Debemos abstenernos hasta de formar juicio sobre la revolución
que tiene por teatro á la República vecina; debemos limitarnos á ha-
cer votos muy fervientes para la consolidación del orden, pero sin
expresar siquiera la opinión que tengamos sobre los hombres y las
cosas que se presentan en pugna. Por ningún título debemos expo-
nemos á repetir la segunda parte del drama que tan fatal ha sido
para nuestro país. No nos queda otro papel que el de narradores.
Quisiéramos que, si fuese posible, hasta en las conversaciones parti-
culares se guardase la mayor reserva. Tal es el temor que abrigamos
de encontrarnos, cuando menos lo pensemos, comprometido3 en ne-
gocios de que debemos absolutamente prescindir.
Pmblleldad de las Juntas.
Varias veces hemos hablado de la conveniencia de que las Juntas
dieeen publicidad á sus trabajos, como medio de que las buenas ideas
circulen entre los departamentos. Algunas han empezado á hacerlo
y sus publicaciones prueban todo lo que se ha avanzado en materia
de intereses departamentales.
lios escribanos.
En todos los países, un escribano es no solamente un oficial pú-
blico encargado de dar fe de los actos que ante él se verifican, sino
una persona instruida y de probidad á quien se puede consultar útil-
mente sobre las precauciones que deben tomarse para la celebración
de los contratos 6 el otorgamiento de las últimas voluntades. Entre
nosotros no sucede lo mismo, en razón de que el escribano carece de
conocimientos teóricus y adquiere su título por el solo hecho de asis-
tir durante cierto número de años á una oficina, donde no hace más
que copiar lo que copiaron sus predecesores. Se ha iniciado un plan
de reformas para ser elevado al Cuerpo Legislativo, que está llamado
á dignificar la profesión de escribano.
154 EDUARDO ACEVEDO
Introdaoelón de esclavos.
Un corresponsal de Cerro Largo, denuncia que los hacendados
brasileños traen esclavos á territorio oriental con contratas, sobre la
base de promesas de liberación que pueden resultar ilusorias mediante
el retomo de los contratados al Brasil. Es necesario que el Gobierno
tome en esos contratos la intervención que le corresponde para im-
pedir que sean burladas nuestras leyes abolicionistas de la esclavitud.
El nombre es nada, agjega otro editorial de «La Constitución»: la
cosa es lo que importa. Nunca es eso más verdadero que en materia
de libertad. Se ha publicado uno de los contratos celebrados por los
estancieros brasileños, ün negro esclavo, avaluado en 1,142 pataco-
nes, se obliga á servir en territorio oriental, durante 24 años, á razón
de 47 y 1/2 patacones al año. Más creemos hacer nosotros en favor de
las buenas relaciones con el Imperio, denunciando abusos que engen-
dran odios y rencores que deben desaparecer, que los que se ocupan
de encubrirlos y de buscar la causa de nuestros procedeces donde
nunca ha existido.
Proteccionismo aduanero.
ün derecho impuesto á tal artículo en favor de tal industria, im*
porta siempre el establecimiento de una contribución que paga el
país en beneficio de aquellos que se ocupan del ramo protegido. ¿Qué
ventajas resultan de este sacrificio impuesto á la mayoría en benefi-
cio exclusivo de la minoría? Ningunas absolutamente. La industria
protegida si no tiene en sí propia los elementos esenciales para su des-
arrollo, bien pronto languidece y acaba por desaparecer. No tiene
sino la vida ficticia que le da la protección. ¿Qué quiere decir esto?
¿Que debe abandonarse la industria? No ciertamente; pero que debe
dejarse libertad absoluta al interés particular para que emprenda la
clase de industria que considere más productiva. No es el Gobierno
el mejor consejero en esas materias. La experiencia de todos los si-
glos lo ha acreditado, ün pueblo no puede hacerse fabril de la noche
á la mañana. Si vive de la ganadería ó si está entregado á la agricul-
tura, no puede esperarse que con leyes prohibitivas se haga fabri-
cante. Eso vendrá para cada uno con el transcurso del tiempo y el
aumento dé la riqueza. Las industrias se perfeccionan con la acumu-
lación de los capitales. A medida que un capital más considerable
les permite valerse de instrumentos más adecuados ó les permite di-
vidir el trabajo^ se hacen naturalmente más productivas.
Una correspondencia de Minas, atribuye la depreciación de la cal
BXTRAOTOe DE «LA OONSTITUCIÓM > 165
á la concurrencia extranjera y pide medidas protectoras. La causa de
la depreciación debe buscarse más bien en la paralización de los edi-
ficios, en la inferioridad de los procedimientos industriales ó en la
<:arestía de las comunicaciones y transportes. Y la razón en tal caso
aconsejaría que nos contrajésemos á buscar los medios de sostener
la concurrencia, removiendo esos obstáculos, en vez de pedir el re-
<»rgo de los derechos de aduana.
Elecciones de Jueces*
Es realmente lamentable la indiferencia con que una parte consi-
derable de la población mira el ejercicio de un derecho de los que
más importan en la vida de las sociedades,— la elección de los jueces.
No se fijpira que esa indiferencia pueda ser la causa de graves males
«n el porvenir, como lo ha sido en el pasado y que se forma mala
idea de un país donde el «iqué me importa!* es la regla de conducta
de los ciudadanos en ciertas materias. El verdadero modo de trabajar
por la consolidación del orden y las instituciones, es que todos con-
curran á establecer los hábitos constitucionales y que nadie se crea
autorizado á prescindir de sus deberes contando con los esfuerzos de
los otros.
lia carestía del pan*
Se lamenta con justísimo motivo la carestía del pan; pero no bus-
cando la causa dónde realmente existe, se piensa en remedios que,
aparte su injusticia, no harían más que empeorar la situación. El pan
está caro, «mándese á los panaderos que lo vendan barato». Esa es
una idea primitiva propia de la infancia de las sociedades. La indus-
tria del pan en nada difiere de las otras industrias. Subiendo Jos ele-
mentos que forman el precio necesario del pan, es decir, el precio á
•que tiene que venderse para cubrir los gastos y reportar algún lucro,
tiene que subir también el precio corriente, que se determina por la
proporción actual entre la oferta y la demanda. Si el precio corriente
es más elevado que el precio necesario, esa desproporción no puede
durar mucho tiempo, desde que haya libertad de comercio. El lucro
extraordinario que consiguen los panaderos, les excitará concurrentes
que, queriendo participar de tales ganancias, las disminuirán; la pro-
ducción aumentará y el precio corriente volverá al nivel del necesa-
rio. La actual carestía tiene causas transitorias en la revolución ar-
gentina y en las dificultades del comercio de trigo. Nunca hemos te-
nido mejor pan ni más barato, que cuando cualquiera ha tenido el
derecho de fabricarlo y de venderlo al mejor precio que pueda obte-
ner. La concurrencia hace imposible el monopolio.
156 EDUARDO ACBVEDO
liDs eamlnos deben ser anelios.
£iitre Dosotroa, los caminos deberían ser muy anchos, porque el
terreno vale muy poco y las zanjas se encargan inevitablemente de
reducir su parte accesible. Deberían tener 40, 30 y 20 varas según su
importancia, en vez de las medidas inferiores que establece un de-
creto gubernativo reciente. Habría también que preocuparde de la
conservación de los caminos, que es tarea tan esencial como la de
construirlos. £n todas las épocas, los caminos han llamado muy prin-
cipalmente la atención de los gobiernos. En Atenas, el Senado mis-
mo tenía el encargo de vigilarlos, y consideraba esa función como
ana de sus más interesantes prerrogativas; en Tebas y Lacedemonia,
era confiado el cuidado de los caminos á los hombres de más impor-
tancia de cada localidad; y por lo que toca á los romanos, los cami-
nos que dejaron constituyen una de sus glorias.
lia deuda j flv amortlaEaclón*
Estamos convencidos de que la realización de un empréstito es ab-
solutamente indispensable, pero querríamos que no se verificase sino
después de realizada la consolidación y que fuese acompañada del
establecimiento de la contribución directa, aunque fuese en una es-
cala muy reducida. Conocido el monto de la deuda se destinaría
mensualmente una suma de importancia para amortización, recibién-
dose á fin de cada mes propuestas cerradas destinadas á evitar pre-
ferencias personales é injusticias. Ligados todos de esa manera á la
conservación del orden, se daría el último golpe al espíritu del caudi-
llaje y de demagogia. Cien mil pesos mensuales destinados á la amor-
tización importarían la entrada á la circulación de un capital veinte
veces mayor. Los créditos que hoy valen el 5 ^1 o, empezarían por su-
bir á un 20, á un 30, y cada mes que trajese religiosamente la canti-
dad señalada para amortización, contribuiría á darle mayor valor.
Garantías eleotoraleB.
Para evitar algunos de los abusos que denuncian las recientes elec-
ciones de jueces de paz y tenientes alcaldes, habría que regulari-
zar el Registro Cívico, dejándose constancia en cada sección del nú-
mero de votantes y rechazándose el voto de los que no figuren en el
Registro.
EXTRACTOS BE «LA CONSTITUCIÓN» 157
xa Interés del dinero.
Varías veces hemos llamado la atención sobre el interés enorme
del dinero entre nosotros. El dinero es una mercadería como cual-
quiera otra y á su respecto la oferta trata siempre de proporcionarse
á la demanda. El comercio se hace carg^o de transportar el numerario
de un punto á otro, lo mismo que lleva los trigos, las zarazas 6 cual-
quier otro artículo de negocio. Escaseando, por ejemplo, los capitales
en Buenos Aires, al paso que abundan en el Brasil, lo que se conoce
por la elevación y la depreciación del interés, los capitales se dirigen
al primer punto, donde encuentran mejor remuneración. En Europa, el
interés del dinero no pasa del 3 % habiendo descendido en Inglate-
rra al 2 %. ¿Cómo se explica, entretanto, que los capitales no ven-
gan á estos países donde el interés varía del 12 al 24 %? La causa
debe buscarse en la inseguridad. Una vez que inspiremos conñanza,
los capitales afluirán como afluyen las demás mercancías, para pro-
porcionar la oferta con la demanda.
No basta esa causa para explicar otro fenómeno: la mayor eleva-
ción del interés hipotecario sobre el mercantil. Mientras que un co-
merciante consigue dinero al 9 ó 12 %, el propietario sólo lo obtiene
pagando el 18 ó 24 %. Proviene la diferencia de nuestra legislación,
que prolonga los trámites de la ejecución y que todavía reserva sor-
presas al ejecutante» como las hipocecas legales ó tácitas que se ase-
mejan á verdaderas emboscadas.
Habría que proporcionar medies legales de que puedan conocerse
los gravámenes que pesan sobre las propiedades y acelerar los proce-
dimientos del juicio ejecutivo. Para lo primero, se necesita que haya
constancia pública de todas las traslaciones de dominio y que se re-
gistren no solamente las hipotecas convencionales, sino también las
tácitas ó legales (véase Proyecto de Código Civil del doctor Acevedo).
Procura responder á lo segundo, el Reglamento de la administración
de justicia que pende actualmente de la sanción legislativa. (Redac-
tado por el doctor Acevedo).
(En las indicaciones de este editorial están comprendidos los prin-
cipios fundamentales de los registros de hipotecas y de ventas en la
misma forma que años después fueron incorporados á la legislación
nacional. La ley de hipotecas de 1856 fué copiada casi literalmente,
capítulo por capítulo y artículo por artículo, del Proyecto de Código
Civil del doctor Acevodo).
£1 prlnelplo de antorldad.
Cuanto más libre sea un país, más necesita de una base cualquie-
ra que le sirva de punto de partida y de barrera. Esa base no puede
158 EDUARDO ACBVBDO
ser otra que el principio de autoridad que proviene de la ley. Donde
ella no existe, pasan los pueblos sucesivamente de la anarquía al
despotismo y de é^te á aquélla, para llegar al fin á una completa
desorganización. El prestigio personal de un hombre, cualquiera que
sean las eminentes cualidades que se le atribuyen, nunca puede ser-
vir de base permanente. Desaparece con él, dejando todos los malos
hábitos que engendra el olvido de la ley, sea cual fuere la voluntad
humana que se ponga en su lugar. Esto, que es lo que constituye el
caudillaje, ha influido siempre poderosamente en las desgracias
de las naciones jóvenes. Cuando nos oponemos al espíritu de cau-
dillaje, nos oponemos al prestigio personal que quiere ocupar el
lugar de la ley; defendemos las cosas en oposición á las personas, y
I)edimos para la autoridad que proviene de la ley, el respeto que
en países atrasados sólo se tributa al hombre. Quisiéramos que cada
ciudadano, así en la capital como en la campaña, se empeñase en
levantar el principio de la autoridad; en mostrar en el último te-
niente alcalde un representante de la ley, que á ese título merece
toda la consideración de aquellos que más elevados se consideren por
su posición social. De esa manera llegará la Constitución á introdu-
cirse en los hábitos del pueblo; y entonces será inconmovible y se
habrá cegado el abismo de las revoluciones.
liOs males y sus remedios.
La manera de acreditar amor al país y deseo de contribuirá su
prosperidad y engrandecimiento, no es clamar por la mejora de la si-
tuación, diciendo en general los bienes que podría hacer el Gobier-
no, sin determinar cómo y de qué manera tales bienes pueden reali-
zarse. Eso, lejos de producir resultado alguno útil, puede traer
cuando menos todos los inconvenientes que nacen de la esperanza
engañada. Es lo mismo que si los médicos que rodearan á un enfer-
mo, sin entrar al estudio de la enfermedad y al examen de los reme-
dios más indicados, abandonasen la junta y se fueran á ponderar á
la familia la necesidad que de salud tiene el doliente y las esperan-
zas que deban depositarse en los médicos de cabecera. No es ese su
deber. Si creen que los médicos de cabecera han acertado con el ver-
dadero sistema que tiene que seguirse, deben apoyarlos francamente.
Si creen que han desconocido la enfermedad ó le han aplicado reme-
dios inadecuados, deben decirlo con la misma franqueza, señalando
el mal á su manera y determinando los medios que deben emplearse
para conseguir la curación. Pararse á la puerta de la habitación para
decir á todos los que pasan «¡qué enfermo está ese hombrel— ¡qué
necesidad tiene de remedios!— ¡mucho debe esperarse de la habilidad
EXTRACTOS DB «LA OONSTITUCIÓN» 159
del profesor que lo asiste!' podría excusarse en una vieja; pero sería
mal visto en un hombre de ciencia. El facultativo debe estudiar la
dolencia y determinar el remedio. Lo mismo sucede respecto de
los negocios públicos. Lus declamaciones han hecho ya su tiempo.
Lo que ahora necesitamos son ideas prácticas — poner siempre
el remedio al lado de la enfermedad, 6 confesar francamente que
semejante remedio no se conoce. En este último caso, aunque hu-
biere indiscreción, habría cuando menos el mérito de la franqueza.
El crédito público.
El crédito público es en general la confianza que se deposita en
una persona 6 en un gobierno de que cumplirá las obligaciones que
haya contraído. Esa confianza no se conquista por medio de leyes 6
decretos, sino por medio de hechos que la difundan. Mientras haya
el más leve temor de que pueda de nuevo alterarse el orden y que
venga un caudillo cualquiera á cargar ala nación con las obligacio-
nes que inconstitucionalmente contrajo, no podemos alimentar espe-
ranzas de cerrar el abismo de las revoluciones ni establecer sólida-
mente nuestro crédito. Es necesario que quede bien entendido,— que
si necesario es se haga materia de una declaración de la Asamblea Oe-
neral — que la nación no reconocerá en lo futuro ninguna obligación
contraída por los revolucionarios ó fuera de la forma trazada por la
Constitución de la República.
(La ley que exime al Estado de responsabilidad en los perjuicios
causados por fuerzas revolucionarias, que insinúa este editorial, se
dictó diez años más tarde en julio de 1862).
liOS empréstitos j la balanaca de iNMnerclo.
Se llama balanza de comercio la diferencia entre el valor de las
mercaderías que se importan y el de las que se exportan. La balanza
es favorable cuando el valor de las exportaciones excede al de las
importaciones, porque se supone que en tal caso tiene que pagarse el
saldo en metales preciosos, que son considerados por algunos como
la riqueza, por excelencia. Es un error. Una nación no puede exone*
rarse definitivamente, respecto de sus acreedores, sino en mercade-
rías. Para eso se necesita que su producción aumente, y la produc-
ción no puede aumentar .<3Íno en tanto que aumenta el capital que la
pone en movimiento. Una nación que recibe préstamos de las otras,
ó dedica los fondos á aumentar su trabajo industrial, ó los consume
improductivamente, como en el caso de revolucione?, etc. Si lo pri-
mero, mejora su condición, poniéndose en estado de aumentar la masa
160 EDUARDO ACEYEDO
de sus riquezas. Si lo segundo, está en el caso de un particular que
pide prestado para el juego 6 para el desahogo de cualquiera otra de
sus pasiones personales, y el empréstito entonces no hace más que
acelerar la ruina.
*
libertad de la prensa.
£1 Ministerio de Gobierno ha dirigido una circular por la que se
previene á la prensa que se abstenga de dar lugar en sus columnas
á todo artículo tendiente á herir cualquiera de los partidos que divi-
den á la República Argentina, bajo la más seria responsabilidad, de-
biendo limitarse á narrar los hechos con toda imparcialidad 7 á la
inserción de los documentos oficiales. No podemos reconocer al Po-
der Ejecutivo el derecho de trabar en esa forma la libertad garantida
por el artículo 141 de la Constitución. La ley de 4 de junio de 1829,
obra de la Asamblea Constituyente, establece que «todo ciudadano
puede por medio de la prensa publicar libremente sus ideas sobre
cualquier materia sin previa censura». Con esa ley en la mano y con
los diarios de sesiones para demostrar el espíritu de la Constituyente,
pudo el Gobierno impedir que la prensa se hiciese el campo de con-
tendientes extraños. Pero otra cosa es lo que ha hecho. Nuestra ley
no se ocupa de las ofensas á los gobiernos extranjeros, y en conse-
cuencia no ha podido dictarse la prohibición de la referencia.
liOS extranjeros j la prensa.
Dos cuestiones muy diversas pueden plantearse: ¿es ó no convenien-
te, en general, que los extranjeros tengan en un país el ejercicio de la
libertad déla prensa? ¿la Constitución delaRopública garantiza ó no
á los extranjeros la libertad de la pren^^a?
La libertad de la prensa es un derecho político. TocqueviUe ha di-
cho con acierto que la soberanía del pueblo y la libertad de la pren-
sa, son dos cosas correlativas. En la primer redacción de la célebre
declaración de los derechos del hombre, se había introducido el si-
guiente párrafo: «la libertad á todo hombre de hablar, de escribir, de
imprimir su pensamiento, etc.» Pero fué rechazada, sancionándose en
su lugar esta otra: «la libre comunicación de los pensamientos y de
las opiniones es uno de los derechos más preciosos del hombre; todo
ciudadano puede, pues, hablar, escribir, imprimir libremente, salvo la
responsabilidad del abuso de esa libertad en los casos determinados
por la ley.» La Constitución francesa de 1830 se expresa así: •los
franceses tienen el derecho de publicar y de hucer imprimir sus opi-
niones conformándose á las leyes.» La Constitución española del año
EXTRACTOS DE cLA. CONSTITUCIÓN» 161
12, que sirvió considerablemente para la redacción de la nuestra, dice:
*todos los españoles tienen libertad de escribir, imprimir y publicar
sus ¡deas políticas, sin necesidad de licencia, revisión ó aprobación
4Jguna anterior á la publicación, bajo las restricciones y responsabili-
dades que establezcan las leyes». La Constitución portuguesa de la
misma época, dice: «la libre manifestación de los pensamientos es uno
de los derecbos más preciosos del hombre; todo portugués puede, pues,
sin censura previa emitir sus opiniones en toda clase de materias, sal-
va la responsabilidad del abuso de esa libertad en el caso y del modo
que estabezca la ley*. La Constitución de Nueva York dice: •todo
'd'udadano puede libremente expresar, escribir y publicar sus opinio-
nes sobre todas materias, respondiendo del abuso que pueda hacer de
ese derecho». Pueden registrarse todas las demás Constituciones y se
encontrará que con más ó menos claridad reconocen la libertad de la
prensa como un derecho político, como un derecho propio de los ciu-
dadanos.
Nuestra Asamblea Constituyente, al tiempo que se ocupaba de la
discusión de la Constitución, sancionó la ley de libertad de imprenta.
Esa ley establece: ^odo ciudadano puede por medio de la prensa
publicar libremente sus ideas sobre cualquier materia sin prevFa cen-
sura». En la discusión propuso el constituyente don Julián Alvareí
^ue se permitiese á los extranjeros ó no ciudadanos imprimir los avi*
sos convenientes á sus giros, pues se entiende, dijo, que por el artícu-
lo sancionado se les priva de imprimir cosa alguna. La moción fué
desechada. No puede existir duda alguna de que los constituyentes
conformándose con el espíritu de la legislación de todos los países, no
reconocieron la libertad de escribir sino á los ciudadanos. 8e dice que
el artículo constitucional es completamente general y ha derogado en
consecuencia la disposición de la ley sancionada días antes por los
mismos constituyentes. El articulo constitucional hace, sin embargo,
una expresa referencia á la ley. Hay más. Al discutirse la ley de
imprenta se acordó que ella sería revisada después de la sanción de
la Constitución, para introducir las modificaciones que la ley funda-
mental hubiera hecho necesarias. Pues bien, la ley fué revisada por
los mismos constituyentes y no se introdujo ninguna alteración enf el
articulo pertinente. Luego, en la mente de los constituyentes no ha-
bía contradicción entre la ley y la disposición constitucional concor-
dante.
Una cosa es la tolerancia de que se ha dado prueba, así en este país
como en los demás, que tienen instituciones análogas, y otra el cum-
plimiento riguroso de la ley. Es una necesidad vital la garantía á las
personas y á las propiedades de los extranjeros. A este respecto no
hay para nosotros ciudadanos y extranjeros. Pero de ahí á entregar los
derechos políticos «á los extranjeros que quieren conservar sus dere-
chos de tales», media una distancia inmensa.
11
162 EDÜABDO ACEVEDO
£1 periodismo.
Concebimos que para los que consideran la prensa como una in-
dustria cualquiera, para los que creen que hacer zapatos y hacer ar-
tículos de periódico, son distintos modo de ganar la vida, no puede
haber duda alguna en cuanto á la libertad que á cada uno debe con-
cederse de ejercitarse en el género de industria que más le acomode.
El hombre que tiene un taller de zapatería en un lugar y cree que le se-
ría más conveniente establecerlo en otro, debe tener libertad absoluta
de transportarse donde el ejercicio de su industria le permita mayores
ventajas. Tal es el principio que se quiere aplicar á La prensa. Es un
error. Un periodista no puede ser considerado como un menestral
cualquiera. Un periodista es un hombre de convicciones, que ha es-
tudiado las necesidades de su país y los medios de remediarlas. Un
periodista no puede trasplantarse. El mismo que desempeña perfecta-
mente su misión en Francia, la desconocería de una manera absoluta
en Espafia ó en Inglaterra. Guizot ó Thiers que tantos servicios han
hecho á la prensa, serían pobres periodistas si tuvieran que serlo, por
ejemplo» en la Confederación Argentina.
CSsiímolofl apícolas»
Es necesario que las Juntas gestionen el concurso patriótico de los
ciudadanos más competentes de cada departamento. Podrían de ese
modo obtenerse los medios de dar á la agricultura el impulso que
tanto necesita. Entre esos medios, pueden y deben figurar las expo-
siciones industriales y los concursos departamentales y nacionales^
con intervención de jurados y adjudicación de premios que el mismo
vecindario se encargaría de arbitrar juntamente con los recursos para
la celebración de esos actos.
Sociedad de socorros miitiios.
Ha causado una sorpresa muy favorable la organización de la so-
ciedad de socorros mutuos fundada por los zapateros. Se descubre allí
el germen de muchas aplicaciones buenas del espíritu de asociación.
Algo más podría hacer la sociedad : fundar una escuela que funcio-
naría los domingos, para enseñar á leer y á escribir á sus adhe-
rentes.
EXTRACTOS DE cLA CONSTITUCIÓN» 168
Incompatibilidades.
Ha sur^do uaa cuestión que no tiene razón de ser. ¿Existe incom-
patibilidad de hecho y d<» derecho entre los cargos de la Representa-
ción Nacional y de la magistratura? La teoría sobre las incompatibi-
lidades de hecho, puede llevarnos muy lejos. ¿Quién es el que va á
determinar si en cada caso particular tiene el representante tales
otras atenciones que le impiden el desempeño de su cargo? 8i se
viera que un representante no puede cumplir sus deberes como juez,
ó que un juez no puede llenar los suyos como representante, en las
leyes vigentes se encontrarían los medios de impedir el perjuicio pú-
blico que en cualquiera de los casos resultaría. En cuanto á la in-
compatibilidad de derecho, la Constitución declara simplemente que
no pueden ser electos representantes los empleados dependientes del
Poder Ejecutivo por servicio á sueldo. No están, pues, comprendidos
los empleados del Poder Judicial. Y esa fué la mente de los autores
de la Constitución. Expresamente se declaró en el debate que no ha-
bía tal incompatibilidad, y que, establecida como estaba la indepen-
dencia del Poder Judicial, los magistrados podían ser nombrados re-
presentantes. Sólo, pues, mediante la reforma constitucional sería po-
sible crear la incompatibilidad de la referencia.
Reglamentación de las profesiones liberales.
Es peregrina la idea de invocar la libertad de industria cuando se
trata de profesiones (se estaba discutiendo la de procurador) que exi-
gen conocimientos y garantías especiales, que no pueden dejar de re-
glamentarse. Es lo mismo que si se sostuviera que se ataca á la liber-
tad de industria porque no se permite al primer viviente que ejerza
la medicina, la farmacia, ó tome públicamente la defensa de clientes
en calidad de abogado. No ha faltado, de cierto, quien sostenga que
no mereciendo fe alguna los títulos universitarios, debería permitirse
que fuese abogado, médico ó boticario, quienquiera que se sintiera
con fuerzas para desempeñar esos cargos, lo mismo que cuando se
trata de un zapatero ó artesano cualquiera. No creemos en los títulos
universitarios como en el Evangelio; pero tampoco podemos resignar-
nos á mirar ciertas profesiones como meramente industriales. Un
mal zapatero puede llevar en sí mismo la penitencia. Nadie se chas-
quea sino una vez, y el inconveniente de un mal par de botas no es
una cosa de mucho cuidado. No sucede lo mismo con las profesiones
de que dependen la vida, la fortuna ó el honor de los ciudadanos.
De ahí viene que la libertad de industria no se aplique nunca á esa
clase de profesiones.
164 EDÜABDO ACKTEDO
Ijmm lieclios consumados j el espirite revolvelonarlcí*
(La atmósfera política empieza á caldearse fuertemente en el mea
de marzo de 1853, con motivo de una petición de Tartos jefes^ relatiya
á la medalla de Caseros. La concesión de tales medallas había sido
obra de un decreto del Gobierno provisorio de Suárez, en la víspera
de la apertura de las sesiones ordinarias de la Asamblea Legislativa
elegida á raíz de la conclusión de la Guerra Grande. Importaba el
otorgamiento de honores, que por la Constitución sólo corresponde á
la Asamblea. La mayoría de las Cámaras opinaba que ese decreto no
podía seguir aplicándose á casos nuevos sin la ratificación parlamen-
taria, que inmediatamente fué materia de una ley destinada á orillar
dificultades; mientras que la minoría se amparaba ai decreto como á
uno de los hechos consumados, que no podían alterarse después de
la paz. Ese debate fué la señal del resurgimiento del espíritu de par-
tido, empezándose á hablar desde ese momento de revoluciones. La
minoría de la Cámara de Diputados publicó un extenso manifiesto
en «El Comercio del Plata», estableciendo los siguientes hechos: que
varios jefes se presentaron á la Asamblea pidiendo la medalla acor-
dada por decreto gubernativo de 13 de febrero de 1852 y obtuvieron
informe favorable de la Comisión de Peticiones; que los diputados de
la mayoría objetaron que el referido decreto era inconstitucional, con-
tra la opinión sustentada por la minoría, según la cual antes del 15
de febrero, en que comenzaron las sesiones ordinarias, sólo actuaba
el Gobierno provisional; que desde entonces el decreto era un hecho
consumado para el Gobierno constitucional, y que tan se consideró
así, que el propio Presidente Giró tomó á su cargo la distribución pú-
blica de las medallas á los vencedores de Caseros; que con el debate
se creaba un conflicto entre la Asamblea y el Poder Ejecutivo y po-
día volver á sumergirse el país en los extravíos pasados y en la gue-
rra civil; que la mayoría propuso dictar una ley aprobatoria de la
medalla, siendo desechado en consecuencia el informe de la Comi-
sión de Peticiones y en su lugar sancionado el proyecto aprobatorio
del decreto de concesión de las medallas; que la minoría consideraba
que si el decreto era nulo, el Presidente Giró había delinquido y de-
bía juzgársele. Como consecuencia de esta exposición de la minoría,
el doctor Juan Carlos Gómez presentó un proyecto de ley, por el que
se declaraba llegado el caso de averiguar si el Presidente Giró había
ó no violado la Constitución al dar cumplimiento al decreto de 13 de
febrero de 1853. La Cámara, que desde el primer momento sancionó
la ley que ratificaba el otorgamiento de la medalla de Caseros, dea-
echó el proyecto del doctor Gómez).
EXTRACTOS DE «LA CONSTITUCIÓN» 165
«La Constitución» ocupándose del asunto, se expresaba en los tér-
minos que extractamos á continuación:
Es triste que cuando ni en el presente ni en el futuro hay nada
que divida á los ciudadanos de la República que desean su prospe-
ridad y engrandecimiento, se vayan á buscar en el pasado causas de
división que no pueden existir entre la ley fundamental del Estado y
la solución de octubre.
Es un hecho que este país se encontraba dividido en partidos con
pretensiones exclusivas y encontradas. Esos partidos ligados con los
que dividieron la Confederación Argentina, lucharon por mucho
tiempo merced á la intervención extranjera que sostenía á los unos y
á los otros. Sin entrar al examen de los derechos que cada uno ale-
gaba, sentaremos otro hecho que nadie con ánimo desprevenido pue-
de poner en duda. En los últimos nueve años existían dos Gobiernos
ó autoridades de hecho en la República Oriental. El uno que domi-
naba todo el país, excepto Montevideo. El otro que se limitaba al
terreno encerrado dentro de los muros de la capital.
Pudo concluir de tres modos la lucha empeñada; por el triunfo del
(Gobierno que existía fuera de Montevideo; por el triunfo del que
se sostenía fuera de la capital; por la unión de los orientales toman-
do por base la Constitución de la República. Afortunadamente para
todos, no se verificaron ni el primero ni el segundo de los modoslin-
dioados de solución. El triunfo absoluto de un partido sólo puede
afianzar momentáneamente la paz. Viene después la reacción y la
lucha se renueva con más furor que al principio. La tercera solución
indicada ea la que nos dio el 8 de octubre — no habrá vencidos ni
vencedores— todos los orientales tienen iguales méritos, iguales ser-
vicios, es decir, ninguno de los partidos tendrá el derecho de decir
al otro: yo he sostenido los verdaderos principios, he estado en la
buena senda; tú has traicionadD la causa de tu país, te has puesto al
servicio de un tirano extranjero, ó te has prostituido á pretensiones
injustas ó extrañas.
En el curso de la lucha, los dos Oobiernos de hecho habían dicta-
do diversas medidas que si podían explicarse por las circunstancias^
no podían en manera alguna colocarse sobre la Constitución. Entre-
tanto, volver en cada caso al examen del pasado, ir á desenterrar los
muertos para que sirvieran de espantajo á los vivos, era falsear com-
pletamente las bases de la solución de octubre, era volver irremedia-
blemente á la situación de que acabábamos de salir.
El buen sentido aconsejaba no tocar los hechos consumados, es
decir, los que habían pasado para no volver; pero, ¿puede nadie su-
poner que nos quedásemos observando disposiciones que importasen
la modificación de nuestra ley fundamental? El mismo buen sentido
aconsejaba que vuelto el país á su estado normal, aprovechase la»
166 EDUARDO ACETEDO
ocasiones que se presentasen de conformar á la Constitución las dis-
posiciones de tracto sucesivo, á medida que la oportunidad se fuera
presentando. Dos declaraciones del propio Gobierno Provisorio abo-
nan esta manera de pensar. En uno de sus decretos, á raíx de la paz,
dijo: «que la necesidad de defender los derechos de la República obli-
gó al Gobierno á dictar medidas extraordinarias y excepcionales que
deben cesar desde que el restablecimiento de la paz ha puesto en
completa vigencia las leyes y el régimen constitucional»; y en otro
decretOj se expresó así: «considerando que con la terminación de la
guerra han cesado los motivos y objetos que aconsejaron la creación
de la Asamblea de Notables y que su existencia es incompatible con
la de los mandatarios que la Nación tiene ya electos para represen-
tarla, etc.»
(Recuerda luego «La Constitución» los antecedentes relativos al
debate parlamentario que constituía el asunto del día: el decreto de
13 de febrero de 1852, confiriendo honores que correspondían á la
Asamblea, la gestión de varios jefes ante la Cámara para obtener la
medalla de Caseros, la actitud de la mayoría apuntando la necesidad
de que la Asamblea «diese á la disposición de febrero el carácter
constitucional que le faltaba y se asociase á ese gran acto de justicia
nacional»); y agrega:
La sencilla narración de los hechos manifiesta cuánto tiene de
abultado la especie de apelación al pueblo que se han permitido ha-
cer algunos miembros de la Cámara de Representantes que hacen
gala de llamarse minoría. Nosotros no examinaremos ese documento
cuyas tendencias son conocidas. Nos limitamos á exponer los he-
chos; á manifestar las inconsecuencias á que arrastra el espíritu de
partido, y á hacer votos por que, aleccionados por el pasado, evite-
mos en lo sucesivo todo lo que pueda importar infracción de la ley
fundamental, que es nuestra sola ancla de esperanza. La minoría
puede seguirse llamando tiranizada, puede tratar de conmover los
viejos rencores de partidos, nosotros no la seguiremos en ese te-
rreno.
La posición que tomamos es muy franca y muy leal. Nosotros de-
cimos—unos y otros hemos cometido errores — abjurémoslos. Unos y
otros hemos estado fuera de la senda constitucional. Que la fusión
no se verifique en el campo de los blancos, ni en el campo de los
colorados; que la fusión se verifique en el campo nacional, bajo la
égida sagrada de la Constitución.
Esto que decíamos el 8 de octubre y que hemos repetido constan-
temente después, lo diremos mientras sintamos latir el corazón á los
sagrados nombres de Patria y Constitución .
EXTRACTOS DE «LA CONSTITUCIÓN» 167
Un irelo sobre el iiasado*
Con disguato ocupamos nuestro tiempo y llamamos la atención de
nuestros lectores hacia ciertas cuestiones estériles, cuando hay tantos
objetos de interés primordial que reclaman los esfuerzos de los ver-
daderos amigos del país. Pero no es nuestra la culpa. Todos saben
hasta dónde llevamos la tolerancia hacia las opiniones de los demás,
y cuántos sacrificios hemos hecho para que no se encuentre una sola
persona que pueda con justicia echarnos en cara haber entrado en la
vía de las acusaciones y recriminaciones.
Gomo representantes, en unión con muchos de nuestros amigos,
tentamos al principio del período pasado, cerrar la puerta á discusio-
nes del género de la que tuvo lugar el 4 del corriente. Propusimos en
conferencias particulares á varios de nuestros colegas que la Asam-
blea General hiciera una declaración que tendiera sobre el pasado
un velo que nadie pudiera levantar. Esa proposición que fué muy ca-
lumniada por los que no la conocían, decía simplemente así:
<£1 Senado y Cámara de Representantes, etc., Considerando: que du-
rante la situación que acaba de terminar con el restablecimiento del
•orden constitucional, han existido dentro y fuera de la capital dife-
rentes gobiernos y autoridades; Considerando: que si la República
no puede reconocer como suyos, ni sancionar como legítimos, hechos
incompatibles con las condiciones fundamentales de su existencia, ó
con las disposiciones de la ley, debe sin embargo aceptar aquellos en
que no haya habido infracción de la ley; Decreta: Artículo I.® Todos
los actos del Gobierno y autoridades que han regido al país durante
la lucha que acaba de terminar, en que no haya habido infracción de
la ley, se tendrán por válidos y subsistentes. Art. 2.o En cada caso
particular, siendo necesario, los Tribunales decidirán si ha habido 6
no infracción de la ley».
Nunca hemos pretendido poner sobre otro á uno de los partidos
que desgraciadamente dividieron el país. Hemos considerado á am-
bos en estado de perfecta igualdad ante la Constitución de la Repú-
blica y hemos trabajado de ese modo para su completa desaparición.
Entretanto, algunos pocos hombres que no pertenecen propiamen-
te á ninguno de los grandes partidos en que ha estado dividida la
República, quieren todavía hoy sostener la necia pretensión de que
cuanto se ha hecho en Montevideo durante la lucha es santo y no
puede tocarse, mientras que ninguna validez tiene nada de lo que se
ha hecho afuera.
Los actos verdaderamente consumados nadie piensa tocarlos» ya
Tengan de los unos ó de los otros; pero cuando se trata de actos que
tienen tracto sucesivo, ¿puede nadie sostener que esos supuestos he-
168 EDUARDO ACEYEDO
choB consumados se pongan encima de la Constítución de la Bepú-
blica y la modifiquen?
El velo sobre el pasado importa no traer á cuestión, no acusar las
aateríores infracciones de la Constitución; pero en manera alguna,
puede importar la autorización de seguir infringiendo la ley funda-
mental. Es 16 mismo que si en un indulto general hubiese sido com-
prendido un adúltero y pretendiese fundarse en ese indulto para con-
tinuar adulterando. No. Se le diría: se le perdona á usted el adulte-
rio pasado; pero no se le puede perdonar el que comete ahora misma
y el que cometa en adelante. IjO contrario seria inmoral y haría im-
posible el establecimiento del orden en las sociedades.
IJn imréntesls.
(Antes de proseguir el extracto de los editoriales de «La Constitu-
ción», es conveniente indicar el criterio con que otro órgano de pu-
blicidad apreciaba la situación á raíz de los debates parlamentario»
de marzo de 1853 que acabamos de extraetar).
Pertenecen las siguientes apreciaciones á «El Comercio del Plata>r
Desde el día 4 una agitación intensa nos ha desviado de golpe del
camino de trabajo y reparación en que habíamos entrado. La confian-
za es nula, el crédito ha desaparecido, los capitales se esconden, las
relaciones mercantiles han aflojado; todos los signos de la existencia
del sosiego público han ido disminuyendo á vista de ojo. Sólo están
en presencia las recriminaciones reaccionarias y los resabios encona-
dos (31 de marzo). Después de las sesiones del 4 y 5 de marzo, ciego-
habrá sido quien no haya palpado cuánto se ha resentido el sosiego
público. Esa cuestión produjo una modifícación ministerial- el coro-
nel Venancio Flores, Ministro de la Guerra, ciudadano que había
prestado grandes servicios, entendió que no debía poner su firma en
el cúmplase de la ley sobre las medallas legalizando el decreto del
Gobierno Provisorio (6 de abril). Persistir por más tiempo en el esta-
do actual, que es una bancarrota menos el nombre, dejar que se acu-
mulen impagos los sueldos de los servidores públicos, que no se vea
una luz que indique que los acreedores del Estado pueden contar con
alguna cosa de lo que se les debe, y por fin no mirar en la situación
violenta que nace de ahí sino una situación normal que no exige na-
da de parte del Gobierno, es de veras una aberración deplorable y
peligrosa. El crédito del país y su tranquilidad interior demandan
que el Gobierno dé de mano á toda otra cosa que no tienda á cimen-
tar esas dos condiciones primordiales para un país independiente. £1
mismo palpa á cada instante los embarazos que produce la falta de
crédito y á la larga también ha de palpar los males que trae apareja-
lEZTBACTOB DE «LA C07T8TITUCIÓN> 169
da la no tranquilidad interior. . . No somos pesimistas, menos que-
remos ser hostiles á un Ministerio por puro sistema; lo hemos de-
mostrado; pero ¿y la situación? Si no se habla la verdad alg^una vez»
¿se puede esperar que el largo silencio en que hemos marchado dará
nada bueno?... En las últimas sesiones de la Cámara, se han hecho
alusiones más 6 menos directas al estado desagradable de la hacien-
da pública, y antes de ayer, al hablarse de la renta de pasaportes, se
renovaron esas alusiones en el mismo sentido. Se ye, pues, que no hay
divergencia de opiniones, se ve que á todos los hombres agita la mis-
ma penosa idea de la situación bajo ese aspecto. Ella, pues, no pue-
de prolongarse sin grave daño; y 6 el Ministerio actual da por fin
muestras de querer poner remedio á esta bancarrota disfrazada, que
una vez confesada como tendrá que serlo, produciría serios trastor-
nos» 6 tiene la abnegación de confesarse vencido por los inconvenien-
tes que diariamente se amontonan en su marcha (9 de abril). No es
sólo las penurias financieras— que ya es demasiado— lo que caracte-
riza mal la situación; es también la prolongación de la crisis ministe-
rial, es el desgobierno de los departamentos, donde no hay una po-
licía que sirva á mantener el orden, es la paralización administrativa
en todo sentido, es la falta de armonía que acaban de mostrar los
miembros de la Cámara de Representantes, es el descrédito exterior
(9 de julio).
Completaremos estos extractos de «El Comercio del Plata», con el
siguiente párrafo de un remitido inserto en el número de dicho diario
correspondiente al 2 de julio de 1853: «la situación comercial de la
plaza es miserable, increíble después de dos años de paz y tranquili-
dad profunda en toda la República.
En resumen, pues, á las agitaciones parlamentarias causadas con
motivo de la ley que sancionó la Asamblea ratificando la medalla de
Caseros, hay que agregar una crisis económica, de la que hasta en la
propia Cámara de Diputados se hablaba sin ambajes, como lo de-
muestran las palabras pronunciadas por el doctor Acevedo con mo-
tivo del aplazamiento, pedido por el Poder Ejecutivo, del proyecto
de contratación de un empréstito. «Es sabido, dijo, que la plaza se
encuentra en una verdadera crisis á consecuencia de la falta de pa-
gos». La inminencia de esa crisis inspiró sin duda alguna la persis-
tente campaña del doctor Acevedo á favor de la liquidación y conso-
lidación de la deuda» considerando que los millares de acreedores
descontentos se tornarían en amigos decididos de la estabilidad de
la paz.
Reanudamos, entretanto, el extracto de los editoriales de «La Cons-
titución* por orden cronológico, desde marzo de 1853.)
170 BDÜARBO ACETBDO
InielatlTa en materia de ImpiieBUM*
Se ha pretendido que el Poder Ejecutivo no puede proponer pro-
yectos sobre impuestos, en mérito de que su iniciativa corresponde á
la Cámara de Diputados seg^n la Constitución. Es un error. La Cons-
titución sólo ha querido que las leyes sobre impuestos tengan su orifl^en
en la Cámara de Diputados, sin trabar ei derecho de iniciativa del Po-
der Ejecutivo. Si la restricción fuera fundada, ni siquiera podría pre-
sentarse completo el proyecto de presupuesto general de gastos, cuya
iniciativa corresponde al Poder Ejecutivo, desde que el plan de ha-
cienda obliga con frecuencia á proyectar la creación de recursos.
liOs alcaldes ordinarios*
Son notorios los vicios de la institución de los alcaldes ordinarios.
Desgraciadamente, todavía no hay abogados en número suficiente
para crear Juzgados letrados en todos los departamentos. Pero el mal
se remediaría estableciendo por ahora tres zonas jurisdiccionales pre-
sididas por jueces letrados, que conocerían á la vez de los asuntos
civiles y de los crimi Dales de los cuatro departamentos comprendidos
en cada zona. A medida que fuera aumentando el número de aboga-
dos, el número de las zonas aumentaría también.
liimpleza del puerto.
Es necesario proceder á la limpieza del puerto. Ya en otra oportu-
nidad indicamos la necesidad de restaurar la draga, y ahora nos pa-
rece conveniente insinuar al Ministerio la idea de una reunión de
personas competentes que arbitrasen los medios de proceder á una
operación tan indispensable.
Responsabilidad ministerial*
(A principios de mayo de 1853, en la Cámara de Diputados, se hizo
el proceso del Ministerio. En otro lugar se encontrará un extracto
con las apreciaciones del doctor Acevedo. «La Constitución» se ocupó
del asunto en los siguientes términos:)
Se ha querido hacer entender estos días que los ministros de Estado
son meros dependientes del Poder Ejecutivo, especie de mozos de
confianza que no tienen otra misión que la de servir de órgano al
Presidente de la República. Es un error que nace de la falta de es-
EXTRACTOS DE «UL CX>NHTXTUCIÓN> 171
iudío de naeafcra ley fundamental y que tiende á deg^radar la impor-
tante categoría que la Constitución da á los ministros de Estado* Es
verdad que el Poder I^'ecutivo es desempefiado por una sola persona
bajo la denominación de Presidente de la República (artículo 72 de
la Constitución); pero también es cierto que el Presidente no puede
expedir órdenes sin la firma del Ministro respectivo, sin cuyo requi-
sito nadie estará obligado á obedecerle (artículo 83). De ahí nace que
se considera á los ministros como algo más que meros secretarios,
cuya responsabilidad siempre sube al jefe de quien dependen. Conse-
cuencia de la posición que les da nuestra ley fundamental, anulando
la acción del Presidente desde que le falta el concurso del Ministro,
es la responsabilidad directa que les pertenece
El artículo 86 dice terminantemente: «El ministro ó ministros serán
responsables de los decretos ú órdenes que firmen». Y para que los
ministros no puedan guarecerse detrás de la persona del Presidente,
agrega el artículo 90: «No salva á los ministros de responsabilidad
por los delitos especifícados en el artículo 26, la orden escrita ó ver-
bal del Presidente». Ese artículo 26 habla de todos los delitos de que
en su calidad oficial pueden ser acusados el Presidente de la Repú-
blica, sus ministros, los miembros de ambas Cámaras, y los de la Alta
Corte de Justicia. En la discusión que tuvo lugar en el seno de la
Constituyente, el señor Massini pidió se adicionase el artículo, hacien-
do extensiva la acusación á la violación de las leyes. El señor Alva-
rez contestó que creía innecesaria esta adición, porque ella estaba
<;omprend¡da en la palabra ú otros que se encontraba en el artículo.
La Cámara así lo entendió y aprobó el artículo sin la adición.
A la vista de tan terminantes disposiciones, ¿qué se puede decir de
un ministro á quien enrostrándosele incapacidad administrativa^ se
escuda detrás del Poder Ejecutivo y pide la acusación del Presi-
dente? Desde que no se trata de delito sino de error, de incapacidad
administrativa, el único cargo que podría legalmen te hacerse al Pre-
sidente sería de haber elegido ministros incapaces. ¿Y se podría ese
cargo comprender en los casos del artículo 26? Si se tratara de acu-
sar un delito de los especificados en el artículo 26, no tendría el de-
recho de cubrirse el Ministro con la capa del Presidente (artículo 90)
If se le reconocería ese derecho cuando no se hace más que declarar
que no inspira confianza la capacidad administrativa del Ministerio?
Arreglo de la deuda.
Algo es indispensable hacer, y muy pronto, si se quiere que el país
marche sin tropiezos en la vía de prosperidad que le está destinada.
Tiempo vendrá después en que puedan iniciarse otro& arreglos con ma-
172 EDUARDO AOEVEDO
yores ventaias para el Estado y para los acreedores. Es necesario na
fonar las épocas y abstenerse de pedir al árbol recién plantado los
frutos qae no puede materialmente dar. Ellos vendrán. No hay que
dudarlo. Hay una necesidad vital de que el problema de la deuda
jeciba una solución cualquiera antes de la conclusión del presente pe-
ríodo legislativo.
Nosotros creemos que el único medio es el arreglo, por decirlo así
provisorio que se establece en el proyecto sancionado por la Cámara
de Representantes, sin perjuicio de las demás operaciones que puedan
realizarse en adelante. No se ha dado la importancia que realmente
tiene el artículo 3.<^ del mencionado proyecto, que nos lleva sin sen-
tirlo al arreglo general de la deuda.
(La Caja, dice el artículo 3.^ del proyecto presentado por el doctor
Acevedo y transformado en ley por la Asamblea, será administrada
por una Comisión compuesta de un senador y dos representantes,
del tenedor de toda escritura pública por créditos contra el Estado y
del apoderado general de cada una de las diversas categorías de acree-
dores establecidas provisoriamente por la Junta de Oédito Público
desde que se hicieran propuestas de arreglo sobre las que recayese
aprobación del Cuerpo Legislativo).
Reslsitros ef vieos.
Hay una necesidad que se toca frecuentemente y con muy diversos
motivos, de saber quiénes son los ciudadanos y quiénes son los que
no pueden ó no quieren pertenecer á la asociación política. Así lo
juzgaron los constituyentes, al establecer en la ley que «jurada la
Constitución, mandará el gobierno que en todos los departamentos se
forme un Registro en que se inscriban todos los individuos que ten-
gan las cualidades designadas por el artículo 8.^ de la Constitución
para ser ciudadanos, exceptuando solamente los que expresamente re*
nunciaran la ciudadanía, negándose á ser inscriptos». Ya en marzo del
mismo afio de 1830 se había establecido en la ley de elecciones que
«á principios del afio en que hubieran de hacerse elecciones de re-
presentantes, el juez de paz auxiliado de los tenientes alcaldes res-
pectivos formará un Registro de todos los ciudadanos de su distrito
que tengan las cualidades prevenidas en los artículos 7.<^ y 8.<^ de la
Constitución, en el cual firmarán los que sepan». Por desgracia estas
disposiciones cayeron en desuso poco después de su promulgación.
Cada individuo quedó autorizado para llamarse hoy ciudadano, ma-
fiana extranjero, sin que hubiera nada que sirviera para hacer constar
la nacionalidad de las personas.
EZTRÁCTOB DB «LA CONSTITUCIÓN» 173
liOB extranjeros en la eleeelón de Jueces.
Si hay alfrunA necefiidad unánimemente reconocida es la de atraer
á la República por cuantos medios estén á nuestro alcance los brazos
7 capitales extranjeros.
Hay quien opina que entre esos medios debe fis^urar el otorgamien-
to de ciertos derechos políticos, como el relativo á las elecciones de
los jueces, á los extranjeros domiciliados, mientras conserven toda-
vía su calidad de tales. Esto es contrario á todos los principios cons-
títucionales. Los derechos políticos sólo pueden ser ejercidos por los
miembros de la asociación política, es decir, por los ciudadanos. Es
claro que si á los extranjeros se concediera el derecho de concurrir á
las elecciones de Jueces, no podría negárseles el de concurrir á las
elecciones de representantes.
Dice la Constitución: «El Estado Oriental del Uruguay es la aso-
ciación política de todos los ciudadanos comprendidos en los nuevo
departamentos de su territorio. La soberanía en toda su plenitud re-
side radicalmente en la Nación, á la qae compete el derecho exclusivo
de establecer sus leyes. Todo ciudadano es miembro de la Nación y
como tcU tiene voto activo y pasivo en los casos y formas que más
adelante se expresará. El Estado Oriental adopta para su gobierno la
forma representativa republicana; delega al efecto el ejercicio de su
soberanía en los tres altos Poderes Legislativo, Ejecutivo y Judicial».
La simple lectura de los artículos precedentes manifiesta bien á las
claras, que los extranjeros que quieran conservar su calidad de tales,
ni tienen parte alguna en la soberanía de la Nación, ni pueden por
consiguiente delegar su ejercicio en ninguno de los Poderes. Pero hay
más. Lejos de congratular al extranjero con la oferta de derechos po«
Uticos, no haríamos sino retraerlo. Es tan poco envidiable la reputación
que tenemos en cuanto á juicio práctico los ciudadanos de las repú-
blicas de habla española, que más es el miedo que los extranjeros in-
dustriosos y morales tienen de verse arrastrados en nuestras miserias,
que el deseo que abriguen de tomar parte en los comicios.
Cyiiidadaiiía lef^al.
(El doctor Jaime Estrázulas presentó un proyecto á la Cámara de
Diputados estableciendo que para entrar al ejercicio de la ciudadanía
y obtener la carta correspondiente, era indispensable recurrir á los
Tribunales y hacer allí la justificación de las calidades constitucio-
nales).
Al encabezar dicho proyecto que fué informado favorablemente por
174 EDUARDO ACEYEDO
la Comisión de Les^islación, de que formaba parte el doctor Acevedo,
dijo «La Constitución», que la disposición constitucional que se limi-
ta á designar las cualidades que debe tener un extranjero para adqui-
rir la ciudadanía, ha dado lugar á muchas dudas: que unos entienden
malamente que la ciudadanía legal es obligatoria, otros que se adquie»
re ipso jure por la verificación de las circunstancias constitucionales,
y otros que debe gestionarse de la Asamblea. La ciudadanía no pue-
de imponerse; pero entretanto no puede dejarse en duda la calidad
de los individuos. Es necesario que se sepa, si cada uno quiere 6 no
ser ciudadano.
liOterias.
Nadie hay que desconozca la inmoralidad del juego de las loterías;
pero aparte esta consideración de muchísima importancia, las loterías
no pueden mirarse sino como verdaderas contribuciones que paga el
pueblo sin sentirlo en favor de cierto objeto de utilidad pública- Des-
de que se trata de un verdadero impuesto, se deducen dos conclusio-
nes: que sólo el Cuerpo Legislativo puede establecerlas; que la venta
pública de billetes de loterías extranjeras, no debe permitirse entre
nosotros.
Cluardla Naelonal.
La guardia nacional de infantería de la capital se ha reunido de
nuevo con la mira de contribuir por su parte á la solemnización de
la Jura de la Constitución. Hería de desear que la concurrencia fuera
numerosa. Eso demostraría que si estamos cansados de luchas y
trastornos, conservamos vivo el amor á Ja patria y á las institucio-
nes. Unidos en un sentimiento común, llegaremos á conseguir la ver-
dadera fusión, haciendo desaparecer hasta los rastros de los antiguos
partidos que algunos se empeñan todavía en resucitar.
lia sltiiaelóii*
6i hubiera de estarse á lo que dicen ciertos periodista?, sería cosa
de alarmarse muy seriamente, creyendo que estamos prontos para
empezar de nuevo la lucha de cuyas consecuencias el país no ha po-
dido reponerse todavía. Según ellos, marchamos sobre un volcán.
La erupción es inminente y sólo podría evitarse llamando al Poder á
los hombres de tal ó cual círculo que cada uno representa. Felizmen-
te nada hay en la realidad que pueda dar fundamento sólido á se-
EXTRACTOS DE «LA 00N8TITÜGIÓN» 175
mejantes rumores que no pueden atribuirse sino á mezquinos inte-
reses individuales más 6 menos disfrazados-
£n estos momentos el único mal que se siente,— mal cuya grave-
dad no pretendemos disimular y que se debe á la incapsDcidad adminis-
trativa del Ministerio que acaba de caer,— es la falta de pago á los
empleados civiles y militares de la República. Fiscalícense las ren-
tas, introdúzcase el orden en la administración, dense garantías po-
sitivas á los acreedores del Estado, y babrá cesado como por encanto,
la mala situación que algunos quieren explotar en beneficio de mez-
quinas pasiones.
El país sabe por experiencia cuál es el fruto de las revoluciones.
La fortuna para media docena, la miseria y la desolación para todos
los demás. Desde entonces no hay peligro de que las mentidas pro-
mesas de los aspirantes logren arrastrar la masa general del país.
Bien puede uno ú otro quejarse de la situación; de ahí á tomar un
fusil para derrocar las autoridades constitucionales, hay una di s tan-
da inmensa que muy pocos estarían dispuestos á salvar.
Para juzgar del Ministerio del señor Berro es necesario esperar
sus actos. No somos nosotros de los que creen que deben eternizar-
se los antiguos partidos y sus denominaciones, y que cada vez que se
necesiten dos hombres, deba tomarse uno de los que estuvieron den-
tro y otro de los que estuvieron fuera de la lucha. Así sería el ver-
dadero medio de eternizar los antiguos partidos que ninguna signi-
ficación política pueden tener en el día. Tómense los hombres de
capacidad y patriotismo donde se encuentren. No se pregunte á na-
die si perteneció al ataque ó á la defensa, si se tituló un día defensor
de la Constitución ó de la ley. Solamente así se logrará la extinción
absoluta y completa de los antiguos partidos. Eso esperamos del se-
ñor Berro, y por eso consideramos cesada la crisis ministerial desde
que le vimos ocupar el Ministerio de Gobierno y Relaciones Exte-
riores y tomar á su cargo interinamente el de Hacienda.
Faetoree de crisis.
(Es relativo el siguiente extracto á una revista mensual, con desti-
no al exterior, publicada por otro diario).
Empezaba por sostener que el Poder Legislativo hostilizaba al
I^ecutivo, cuando no hay un solo acto de la Cámara, de donde pueda
deducirse semejante hostilidad. No tener confianza en un Ministe-
rio, no se llama hostilizar al Poder Ejecutivo, sobre todo cuando al
mismo tiempo que se manifiesta desconfianza en la capacidad admi-
nistrativa de los ministros, se dan muestras de confianza en el patrio-
tismo y capacidad del ciudadano encargado de desempeñar el Poder
Ejecutivo.
176 EDUARDO AOBVBDO
Pero «El Comercio^ no se paraba ahí. Anunciaba clarísí mámente la
inminencia de una revolución por efecto de estas Xres circunstancias:
el conflicto entre los Poderes, la crisis financiera y la crisis minis-
terial.
Hablando de la situación rentística, representaba á la Cámara cu*
briendo con oropel un déficit imas^nario; desfiguraba el hecho noto-
rio de que el presupuesto de gastos para el afto entrante ofrecía un
sobrante; pretendía demostrar que el proyecto de arreglo con los
acreedores del Estado era contrario á las estipulaciones de los tra-
tados con el Brasil; y lograba, por fin, hacer un cuadro tan desastroso
de la situación del país, que espantaría la introducción de brazos y
capitales extranjeros que han de servir para consolidar definitiva-
mente el orden en la República.
Nosotros en la revista mensual encaramos la situación de otro mo-
do. Creyendo difícil la situación financiera, no la considerábamoa
desesperada. La situación política no la veíamos preftada de revolu-
ciones. Encontrábamos que los elementos de orden eran infinitamente
superiores á los de trastorno, y sin creer que se había hecho todo lo
que tenía que hacerse, considerábamos que, desde que no había obs-
táculos insuperables para hacer el bien, teníamos derecho á creer que
la situación general era excelente.
No somos de los satisfechos. Muy lejos estamos de creer en la con-
veniencia de que el Gobierno se cruce de brazos. Sabemos que todos
los ramos de la Administración reclaman la atención inmediata del
Gk>bierno. Sabemos que la policía y la instrucción pública» abando-
nadas por desgracia en la mayor parte de los departamentos, exigen
medidas prontas y decisivas. Pero no creemos que pueda juzgarse á
un Ministerio veinticuatro horas después de haber entrado en pose-
sión de las carteras.
(De los datos que registra «La Constitución» en diversos números,
resulta que la gestión financiera del año 1852 dio 2:439,294 pesos en
el rubro de los gastos y 1:750,H70 pesos en el rubro de las rentas,
resultando un déficit de 688,924 pesos (informe de la Comisión de
Cuentas de la Cámara de Diputados), á cubrirse con operaciones de
crédito autorizadps y de diversos arbitrios fiscales; el presupuesto
votado á mediados de 1853, arrojaba un superávit de 600,000 pesos,
que por moción del doctor Acevedo fué destinado á la amortización
de la deuda (moción del doctor Estrázulas hecha á su nombre) y á
mejorar el sueldo de los preceptores de las escuelas públicas: que los
miembros de la mayoría de la Cámara se reunieron en abril con el
propósito de estudiar la situación, opinando unánimemente que el Mi-
nisterio del doctor Castellanos no tenía condiciones de vida, y que
el apoyo que quisiera prestársele, no haría sino comprometer la situa-
ción con grave detrimento de la causa pública; que habiendo el Pre-
BZTBACrrOS DE «LA CX>NBnTüOI¿N» 177
«idente tenido noticia de la reunión, invitó á algnnos de aus concu-
rrentes á una entrevista amistosa» en la que se habló francamente
del asunto; que sucesivamente renunciaron todos los ministros, en-
cargándose de la cartera de s^obierno don Bernardo P. Berro poco
tiempo antes del movimiento revolucionario).
8«Hiores de revoliaeión*
Hace quince día^ que no se habla sino de movimientos revolucio-
narios que deben estallar en la ciudad ó en la campaña. Se señala el
día, se nombran los jefes, se enumeran los elementos con que cada
uno cuenta, y se dan decalles, como si el hecho á que se refiere hu-
biera ya acaecido. Para algunos es tan cierta la noticia de una revo-
lución en Montevideo, que sólo dudan respecto al día. Fluctúan en-
re el 15, día de la clausura da las Cámaras, y el 18, aniversario de la
Jura de la Constitución. Por lo demás, refieren el programa del movi-
miento como si se tratara de las fiestas juilas. No tenemos necesi-
dad de decir que á nuestros ojos, todas las noticias de revolución
son verdaderas pamplinas, que no deben acogerse por persona algu-
na sensata. Entretanto, el mal que esos rumores fácilmente acogidos
están causando, es evidente. La confianza se pierde: el comercio se
paraliza, y más ó menos la alarma se hace general. No pedimos otra
aoññ sino que se suba la fuente, y se verá entonces á qué quedan re-
ducidos todos los cuentos de vieja conque se está abusando de la
paciencia del público.
Esto no quiere decir que desaprobemos las medidas que pudieran
tomarse para inspirar confianza, aún á los más tímidos. En ese sen-
tido, estaremos por todo lo que haga conocer los elementos con. que
se cuenta para sostener el orden constitucional en la República. Aun-
que como lo creemos, nada haya en el fondo de esos rumores, apoya-
remos todas las medidas que tiendan á hacer imposible hasta la evo-
cación de fantasmas.
x:i tratado de smbsildlosi j la deuda.
En el estado en que nos encontramos, cuando la Junta de Crédito
Público no ha concluido todavía sus trabajos, ni se sabe por consi-
guiente el monto de la deuda: cuando no puede cerrarse su expe-
diente sin haber proporcionado los medios de hacer liquidar y clasi-
ficar sus créditos á una parte de los acreedores, es imposible proceder
á la consolidación general. Una ^convocación extraordinaria de la
Asamblea General con ese objeto, sólo produciría el desprestigio del
-Cuerpo Legislativo. Se pasaría un par de meses sin hacer nada y
12
178 EDÜABDO A0E7EDO
quedaría bien establecido á los ojos de los que sólo juzgan por la
corteza de las cosas, que ese no hacer, provenía de la mala volun-
tad 6 incapacidad de los miembros de la Asamblea.
Consolidar una deuda cuyo monto real no se conoce, es moralmente
imposible. Consolidar una deuda que está literalmente por el suelo,
sería hacer que esa deuda viniese á caer por vil precio en mano de
unos pocos especuladores felices. Nosotros creemos que, por ahora»
no puede hacerse otra cosa que lo que ha hecho la Asamblea Oene-
ral. Entrar en arreglos con los acreedores, echar las bases del crédi-
to, levantar la deuda y dar lugar á que cerrado el expediente pueda
precederse á la consolidación general en la forma establecida por la
Constitución de la República. Ni eso es contrario á los tratados con el
Brasil que, en ningún caso, podrían modificar ó alterar disposiciones
de nuestra ley fundamental.
Según el artículo 11 del tratado de subsidios, no debían empezar
á ejecutarse los compromisos con el Imperio sino luego que el rendi-
miento de la aduana quedase desembarazado de empeños anteriores.
No se consideraba contrario al tratado que las rentas todas queda-
sen entregadas á ciertos acreedores, ¿y se consideraría una infracción el
arreglo provisorio en cuya virtud se diese á los acreedores una míni-
ma parte de las mismas rentas? El artículo 14 es más claro todavía.
Por él se compromete la nación á fijar un plazo para la presentación,
de los documentos de la deuda actual. Ese plazo recién lo fija el pro-
yecto de ley recientemente sancionado, y mal podía cerrarse la conta-
bilidad dando por terminado todo el expediente, sin que el plazo se
hubiera señalada Suponía el tratado que las operaciones de liquida-
ción, clasificación y reconocimiento por el Cuerpo Legislativo» po-
drían efectuarse en menos de seis meses. El hecho ha demostrado que
á pesar del notorio empeño de los señores de la Junta de Crédita
Público, en cerca de un año no ha podido hacerse la mitad del tra-
bajo que se tenía que hacer. ¿Quiere esto decir que debemos lanzar-
nos á la consolidación violando el artículo 17 de la Constitución que
establece entre las atribuciones de la Asamblea Oeneral la de con-
traer la deuda nacional, consolidarla, designar sus garantías y regla-
mentar el crédito público?
Ya que es imposible proceder inmediatamente á la consolidación
de la deuda, no se ponga empeño en deprimirla. Déjese que funcione
durante el receso de las Cámaras, la Caja de Amortización, al propio
tiempo que la Junta de Crédito l^úblico adelanta y concluye sus tra-
bajoB. De esa manera, al iniciarse el próximo período legislativo, es-
taríamos en actitud de proceder á la consolidación general de la
deuda que todos deseamos.
Por lo demás, no deja de ser una inconsecuencia que los mismos
que querían entregar todas las rentas á unos cuantos acreedores, se
EXTSAOTOfi DE cLA CONSTITUCIÓN» 179
nieguen ahora obstinadamente á permitir que á esos acreedores se
les entregue una parte de las mismas rentas.
Fiestas Julias.
Los preparativos para la solemnización del aniversario de la Cons-
titución continúan con toda actividad.
Para nosotros que consideramos que el mejor medio de solemnizar
ese importante aniversario es hacer práctica la Constitución, demos-
trando la resolución ñxme en que todos estamos de observarla y ha-
cerla observar, no deja de ser motivo muy lisonjero de congratula-
ción, el progreso que se ha notado en el último año en todo lo que
tiene relación con los hábitos constitucionales. Hubo un tiempo—no
lejano de nosotros — en que el conocimiento de la ley fundamental pa-
recía reservado á los hombres especiales que se consideraban como
sacerdotes de la ley. La situación ha variado fundamentalmente. Hoy
conoce el último de los ciudadanos los derechos que le garante la
ley fundamental. Así en la capital como en los departamentos del
interior, se levantan voces enérgicas para exigir el cumplimiento de
tal ó cual artículo, que suponen infringido, de la Constitución. Eso
acusa un verdadero progreso que producirá grandes bienes, afirmando
en el pueblo el amor á la ley, que es madre benigna para todos y que
están todos interesados en sostener.
(El número á que pertenece el artículo «Fiestas Julias» corres-
pondiente al 17 de julio de 1853 y fué el último de «La Constitución».
Dicho número registra también la nota que extractamos á continua-
ción.)
£1 Ministerio.
El Ministro de Gobierno solicitó sucesivamente para la cartera de
Hacienda á varias de las personas más distinguidas del antiguo par-
tido colorado (con disgusto, usaremos de esa calificación que no tiene
sentido para nosotros) á los señores Gabriel A. Pereira, Juan Miguel
Martínez, Lorenzo Batlle, Bruno Mas de Ayala y Manuel Herrera y
Obes. Todos se han negado con diversos motivos que en nada se re-
fieren al programa del nuevo Ministerio.— Algunos han dado á enten-
der que no entrarían al Ministerio sino en el caso de que se diese la
cartera de Guerra á tal ó cual individuo que designaban. No com-
prendemos que conformes con el programa gubernativo se haga con-
sistir la dificultad en que tal ó cual individuo ocupe tal ó cual posi-
ción determinada. Esa conducta nos alejaría de los verdaderos prin-
180 BDÜÁRDO ÁGEVEDO
cipioB para llevarnos á aquellos desfn^'aciados tiempos en que las per-
sonas ocupaban el lugar de las cosas y en que callaban los dictados
de la razón y de la ley ante las simpatías y las afecciones individua-
les. Sería el caudillaje en una nueva forma. Entretanto, se habla de
exigencias en ese sentido, y hasta se tiene la locura de aparentar la
creencia de que por más constitucional que fuera la marcha del Go-
bierno, estallaría una revolución si no se llamase al Ministerio á ta-
les ó cuales ciudadanos.
Eso es soberanamente absurdo: no hay nadie que quiera espontá-
neamente violar la Constitución de la República para que sea minis-
tro, más bien tal ciudadano que tal otro. Lo que á todos nos importa
es que el país marche en la senda constitucional : que se hagan efec-
tivas las garantías á las personas y á las propiedades, y que ninguno
haya que quiera sobreponerse á la ley, sean cuales fueren sus ante-
cedentes. Nosotros confiamos en la capacidad y patriotismo del Pre-
sidente de la República y en el buen espíritu que anima á la pobla-
ción así de la capital como del resto de la República. Eso nos hace
negar importancia á todos los rumores que - siguen circulando y que
no podemos atribuir sino á la necedad ó á la malevolencia.
Al público.
Con este título apareció el 19 de julio de 1853, en hoja suelta, el
siguiente aviso:
A la presencia de los sucesos que han tenido lugar el 18 de julio,
aniversario de la Jura de la Constitución, nadie extrafiará que cese
de aparecer el diario que tenía yo el honor de redactar. Siento, sin
embargo, la necesidad de pedir á los suscriptores de <La Constitu-
ción» excusen una falta que no está en mi mano evitaLV.— Eduardo
Acevedo.
(La lectura de los últimos números de «La Constitución» parecería
indicar que el movimiento revolucionario surgió como una verdadera
sorpresa para el doctor Acevedo. No sucedió así, sin embargo. El pe-
riodista se empeñaba en la demostración de la imposibilidad moral
de un movimiento revolucionario de carácter popular que habría
muerto al nacer. Sólo el motín militar podía ir contra el ambiente de
paz que reinaba en el país. Y ese terrible factor no escapó en manera
alguna á la penetración del doctor Acevedo, según lo prueban varios
antecedentes que van extractados en otro capítulo).
lina eonsiilta eeonómlea.
■
En las columnas de «La Constitución» figuran, como se ha visto,
varios temas económicos de la mayor importancia. El doctor Acevedo,
I .
I
KXTBAGTOB DE «LA CX>N8TITUC1ÓN» 181
que había concentrado fuertemente su inteligencia en el estudio de
las ciencias jurídicas, había encontrado tiempo para ocuparse de eco-
nomía política y de finanzas en plena Ouerra Grande- Lo' demuestra,
entre otras cosas, una carta que en febrero de 1851 le dirigió el abo-
gado brasileño doctor José R. de Mattos, sometiendo á su fallo varias
proposiciones de economía política que habían sido materia de debato
en un círculo de amigos. Las proposiciones fueron sin duda alguna
devueltas á su autor. En el archivo del doctor Acevedo, quedó en
cambio el borrador de la consulta expedida tres días después.
« Usted me favorece demasiado, le dice al doctor Mattos, cuando
supone que mi simple aserción positiva ó negativa bastaría para
arrastrar su juicio y el de sus amigos. Hay posiciones, en efecto, que
dan al que las tiene la facultad de ser creído bajo su palabra en cier-
tas materias; pero sin ninguna clase de falsa modestia reconozco que
no me hallo en semejante caso; sobre todo, tratándose de una ciencia
de que sólo me he ocupado accesoriamente, y careciendo ahora, por
efecto de las circunstancias, de casi todos mis libros. Cuando he creído
inexacta alguna proposición, be agregado á mi negativa la ¡dea que
le ha servido de punto de partida, evitando desarrollos, por confor-
marme en lo posible á su deseo de obtener respuestas categóricas».
Las respuestas del doctor Acevedo, en algunas partes se limitan á
decir que son exactas las proposiciones transmitidas por el doctor
Mattos, y en otras entran en pequeños desarrollos que permiten darse
idea de los temas controvertidos. Sólo reproduciremos estas últimas,
únicas que resultan inteligibles, sin tener á la vista la consulta del
doctor Mattos:
«7.<> Si los agraciados destinan sus fondos á un empleo productivo
ya sea en la agricultura ó en manufacturas para las que el país esté
preparado, aumentarán la masa de riqueza de la Nación; y no podrá
jamás de ahí resultar la ruina de la agricultura. Si los consumen im-
productivamente ó se empeñan en que un país agricultor sea fabricante
antes de tiempo, la ruina será inminente. Una nación que recibe fon-
dos de otra, está en el mismo caso de un particular. Depende todo del
destino que dé á esos fondos.
*S,^ Los adelantos de las naciones extranjeras ponen á las naciones
que los reciben en situación de trabajar; y lejos de servirle de carga
tienden á enriquecerla. Las naciones que se enriquecen rápidamente,
son por lo general, las que contraen empréstitos más considerables,
(me valgo de la voz empréstito en su sentido más lato; de manera que
comprende, no solamente lo que se presta al gobierno, sino lo que se
da por los comerciantes en cuenta corriente, mercancías á plazo, etc., y
aún los donativos que nunca son de grande importancia); porque son
también las que tienen en su interior medios más ventajosos de colo-
car sus capitales.
182 EDUARDO AOEVEDO
«9.0 Sí las mercancías importadas son de consamo pronto y estéril, la
nación se arruinará, lo mismo que cuando de otro modo coloque im-
productivamente sus fondos; pero si las mercancías consisten en man-
tenimientos y otros objetos de primera necesidad, en materias primas
y en máquinas ú otros instrumentos de trabajo, esas mercancías son
por sí mismas capitales que aumentan la riqueza de la Nación.
«10.0 Una nación nunca puede tener por mucho tiempo más numerario
que el que exigen sus necesidades actuales. Si esa cantidad es sobre-
pasada, los metales preciosos bajan, ó lo que es lo mismo, las mercan-
cías que se dan por ellos suben; y el comercio ejecuta insensiblemente
esa operación, sean cuales fueren las trabas que quieran oponer los
gobiernos.
«11.0 Si los 500 contos se han destinado á la agricultura y se ha reco-
gido doble cosecha, ó la llevarán los ingleses en la hipótesis propuesta,
aumentando á proporción la cantidad de sus importaciones en mer-
cancías, ó la llevarán las otras naciones á cuyo alcance se habrá
puesto, con el aumento de producción.
«Aumentando así los medios de subsistencia, se aumentará la pobla-
ción y el país enriquecerá siempre proporcionalmente á la cantidad de
su producción.
«a) La riqueza de un país comprende en general todos los productos
materiales de la naturaleza y del trabajo que podemos apropiarnos y
que son de utilidad al hombre.
«En este sentido, el oro y la plata hacen parte de la riqueza nacio-
nal; pues que tienen para todo el mundo un valor directo, es decir,
son apropiables y pueden ser útiles á los individuos que los poseen.
Son más que un signo.
«El numerario debe, pues, considerarse no sólo como medida común
de los valores permutables, sino como una mercancía venal.
«Es cierto que á medida que una nación se enriquece, aumenta el
valor de las mercancías que hace circular; y de consiguiente más ne-
cesidad tiene de numerario. Sin embargo, esa necesidad no crece en
proporción de la riqueza; cuanto más se enriquece, más se altera la
proporción. En los países ricos, la actividad de la circulación, hace
que se necesite comparativamente menos cantidad de numerario.
^b) No hay por lo general inconveniente en excitar el trabajo pro-
ductivo (no hablamos aquí de lo que puede suceder en naciones emi-
nentemente fabriles como la Inglaterra, que son excepciones de la
regla general). El consumo vendrá después y se arreglará por sí
mismo. Si Portugal en vez de producir 500 contos de vino, produjese
1,000, aunque en el primer momento se viera la baja de los vinos, ven-
dría en seguida uua situación normal, aumentándose las exportaciones
en proporción de la mayor cosecha y balanceándose con la importa-
<sión de mercancías.
EXTRACTOS DE «LA CONSTITUCIÓN» 188
<0) Sapuesto el antecedente de que el consumo se estacione, lo que
no puede suceder nunca respecto de los mantenimientos, es cierta la
3.* proposición, pero debo hacer una observación á su última parte.
Si el concurso es el mismo y la producción aumenta, el valor permu'
table, ó sea el precio, no permanecerá estacionario, sino que bajará
en proporción al aumento de producción.
*d) Si los fondos se destinan á dar impulso á la agricultura ó in-
dustria á que sea llamado el país, la masa de riqueza se aumentará»
Sucederá lo contrario si los fondos se consumen improductivamente,
como en el caso de industria estacionada y abundancia extraordina*
ria de metálico, es más fácil que suceda lo segundo que lo primero
{notabilísimo ejemplo de la península).
«e) La introducción forzada de metálico brasileño en cantidad con-
siderable, pudo ocasionar abundancia momentánea de metálico; pero
andando el tiempo volverá á quedar en la nación sólo el necesario
para la circulación, sea cual fuer^ la causa que hubiere ocasionado el
exceso».
CAPÍTULO IV
Actuación parlamentaria
EN LA CÁMARA DE DIPUTADOS
Es muy incompleta la información parlamentaria de 1852 y 185B*
Las actas de la Cámara de Diputados, se limitan á consignar las
conclusiones simplemente 6 el resultado de las votaciones. 6on tam-
bién de una extremada concisión las crónicas de la prensa. Y, sin
embargo, había taquígrafos, según resulta de varías referencias hechas
por los diarios y de algunas mociones de los diputados sobre remu-
neración de servicios prestados. Sólo una versión taquigráfica regis-
tra la prensa de la época: la relativa á la sesión del 3 de mayo de
1853, en que se hizo el proceso del Ministerio de Giró, especialmente
en materia de reorganización financiera.
En su número del 21 de abril de 1852, se ocupa <E1 Comercio del
Plata» de la sesión consagrada á la abolición del impuesto de luces
Refiriéndose inequívocamente al doctor Acevedo, lo llama «uno de los
miembros más notables de la mayoría»; y agrega en otro párrafo que
cía mayoría cuenta en su seno un miembro influyente y entendemos
que ella obedece á la dirección ilustrada de esa notabilidad cuyas cua-
lidades parlamentarias son reconocidas».
La carencia absoluta de datos sólo permite referirse á los proyectos
presentados por el doctor Acevedo ó á las ideas sustentadas en infor-
mes que llevan su firma, quedando así inutilizada ó perdida la masa
enorme de la labor parlamentaria en que él actuó.
En el extracto que va á continuación se mantiene el orden crono-
lógico de las sesiones de la Cámara de Diputados.
Circulación de monedas.
La Comisión de Hacienda presenta una minuta aconsejando la su-
presión de un decreto gubernativo, que autoriza la circulación de va*
ACTUACIÓN PARLA VKMTABIA 185
rías monedas de oro, hasta que el Poder Ejecutivo remita todos los
antecedentes para adoptar resolución definitiva sobre el particular.
El doctor Acevedo expresó que el mencionado decreto infería pe-
ligros y perjuicios á los servidores del Estado; que además pertene-
cía privativamente á la Asamblea la atribución de fijar el peso, el
valor y la ley de las monedas, por lo cual el proyecto debía sancio-
narse en esta otra forma: queda sin efecto el decreto del Gobierno; la
Asamblea se ocupará con arreglo á lo que dispone la Constitución,
de justificar el peso y valor de las monedas que han de tener curso
legal en la República; con tal objeto se pasarán á la Comisión de
Hacienda todos los antecedentes del asunto, á fin de que á la breve-
dad posible se dicte una ley sobre el peso, ley y valor de las mo-
nedas.
MHetam legíñlativañ.
Se acababa de autorizar la negociación de un empréstito de tres-
cientos mil pesos con destino á necesidades muy premiosas del servi-
cio público, cuando llegó el turno en la orden del día á la recolución
sobre forma de pago de las dietas legislativas. El doctor Acevedo
dijo que le parecía difícil ocuparse del asunto á raíz de la exposición
de los apuros del tesoro público hecha por el Ministro de Hacienda
y pidió que la discusión fuera suspendida ó aplazada á la espera de
los fondos con que cuenta el Gobierno.
Reapareció algún tiempo después el asunto en la orden del día
produciéndose un debate sobre redacción del decreto, que dio mérito
á que el doctor Acevedo dijera: que cuando el país no contaba con
los medios de atender á las más urgentes necesidades del servicio pú-
blico y había que desatender á los empleados, á los inválidos y á las
viudas, presentaba ^a Cámara un triste espectáculo ocupándose con
tanto detenimiento de las dietas de sus miembros; que él había pedi-
do el aplazamiento del asunto; pero que ya que se había creído con-
veniente traerlo de nuevo á consideración, urgía á lo menos no dete-
nerse tanto en los puntos de redacción y votar las distintas mo-
ciones.
Al año siguiente, tuvo que ocuparse la Cámara de Diputados de
otro proyecto de ley para la contratación de un empréstito de un
millón de pesos destinado al pago de los créditos exigibles, con la
garantía del 4 % sobre la importación, creado coa ese objeto. En esa
oportunidad, el doctor Acevedo presentó una moción que fué sancio*
nada en el acto, estableciéndose que cmientras no haya medio de aten-
der el pago puntual de los servicios del Estado, autorízase al Poder
Ejecutivo para disponer de los fondos afectados especialmente al pago
de las dietas de los miembros del Cuerpo Legislativo».
186 EDUA.RDO AOEYEDO
Recaudación é inveratón de impuestos.
En los comienzos de su administración! dictó el Gobierno de Giró
un decreto declarando caducadas las diversas Comisiones que tenían
á su cargo la administración de la renta pública. Los nuevos em-
'pleados que designaba el decreto debían tomar posesión de sus car-
gos en el acto, administrándose desde ese momento las rentas públi-
cas con arreglo á la ley.
Una vez efectuada la toma de posesión, el Poder Ejecutivo dirigió
un mensaje á la Asamblea acerca de la situación financiera j de las
medidas necesarias para mejorarla. «Todas las rentas, dice el mensaje,
están vendidas ó afectadas al pago de gruesas anticipaciones; las pro-
piedades públicas, con la sola excepción de la casa de la Represen-
tación Nacional, habían sido enajenadas; sobre el Estado pesaba una
deuda recién contraída, otra mayor y mucho más antigua y los presu-
puestos impagos de la lista civil y militar. Pensó el Poder Ejecutivo
en el recurso del empréstito, pero sólo le fué dado obtener una peque-
ña parte de la suma autorizada por la Asamblea. Crecían los apuros
del erario, los destacamentos de policía de campaña se disolvían por
falta de pago; los abastecedores se negaban á hacer suministros; la
campaña reclamaba un pronto arreglo y una numerosa policía; clama-
ban á las puertas de la Tesorería los inválidos, las viudas y los em-
pleados civiles; los cuerpos de la guarnición estaban llenos de nece-
sidades; los valientes de Caseros, de vuelta á sus hogares, permane-
cían impagos; y con justas y numerosas reclamaciones afligían al Go-
bierno diariamente multitud de acreedores. En tal virtud se expidió
el decreto de 30 de marzo, como paso previo á otras medidas y en
consideración también á que es un deber claro é incuestionable, el de
administrar las rentas é invertirlas de conformidad con las leyes ge-
nerales existentes. Y como por una consecuencia inevitable de esta
situación, se ve el Gobierno sin los medios indispensables para mar-
char y satisfacer á los fines de su institución, cree que en esa situa-
ción extraordinaria que amenaza la situación del Estado y la vuelta
al desorden por la falta de medios con que atender á la subsistencia
del Gobierno, ha llegado el caso de atender á la ley suprema de la
salvación de la Nación, de que emana una obligación superior á to-
das».
Por uno de los proyectos de ley que presentaba el Poder Ejecu-
tivo, juntamente con la exposición que antecede, quedaba autoriza-
da la aplicación á los gastos de los servicios públicos dé todas las
rentas, suspendiéndose entretanto los contratos ó afectaciones vigen-
tes.
AOTUACIÓN PABLAMENTABIA 187
Hubo una viva discusión en torno de la actitud ya asumida por el
Gobierno y del proyecto presentado, y la Cámara votó una orden del
día motivada, propuesta por el doctor Acevedo, sobre la base del
dictamen de la Comisión de Hacienda, por la que se establecía que el
artíeulo 82 de la Constitución dispone expresamente que al Presidente
de la Bepública compete cuidar de la recaudación de las rentas y de su
inversión conforme á las leyes, y que en su consecuencia el Poder Eje-
<}Utivo ha podido y debido reasumir la posesión de todas las rentas en
cumplimiento de lo dispuesto por ese artículo constitucional.
Muchos meses después, en julio de 1853, fué renovado el debate con
motivo de un proyecto que autorizaba al Poder Ejecutivo para ena-
jenar una parte de la renta de aduana. Los impugnadores del pro-
yecto, recordaron el apoderamiento de las oficinas recaudadoras por
el Gobierno y los compromisos anteriores que era necesario respetar,
agregando que había inconsecuencia en autorizar ahora una enajena-
ción que antes se había combatido á título de que la administración
de las rentas pertenece constitucionalmente al Poder Ejecutivo. En
ese nuevo debate, el doctor Acevedo explicó su actitud de la siguien-
te manera según la crónica parlamentaria que registra «El Comercio
del Plata»:
«Nadie más que el orador respeta los compromisos, de acuerdo con
uno de los principios de toda su vida; pero si otra vez viniera á la
Cámara la cuestión del decreto del 30 de marzo, otra vez volvería á
mantener las opiniones que entonces sostuvo. Le duele entrar en dis-
<!usiones desagradables, porque con ellas no gana la tranquilidad
pública, pero no esquivará el cuerpo á esas cuestiones. Entre los com-
promisos anteriores á que se había hecho referencia, había muchos
que eran el testamento in extremis del Gobierno Provisorio que el 14
de febrero distribuyó todas las rentas entre quienes le plugo. Lo»
compromisos para ser respetables, deben tener el sello de la ley. Re-
pite que siente y mira con horror el entrar en discusiones que lleva-
rían muy lejos».
Mirando el pasado.
Al discutirse la abolición del impuesto de luces, se produjo un
debate bastante vivo acerca de si el referido impuesto había sido dic-
iado ó no por la Asamblea Legislativa, y en consecuencia si debía
emplearse en el proyectóla palabra «ley» ó la palabra «determina-
ción» al calificar actos de las autoridades que actuaban en Montevi-
deo durante el año 1844. Con el sincero deseo de estrechar y unir á
los buenos orientales, dijo el doctor Acevedo que era preferible callar
antes que proferir expresiones que pudieran causar desinteligencias, y
188 EDUABDO ACEVEDC
que el proyecto podía establecer simplemente «cesa el impuesto de
luces creado por disposiciones anteriores».
Otro debate más agrio tuvo lugar con motivo de la jubilación solici-
tada por el Secretario de la Cámara, don Juan Manuel de la Sota. La
Comisión de Peticiones «concedía la jubilación con la mitad del suel-
do asignado». Explicando el dictamen, dijo el miembro informante
doctor Acevedo, que el proyecto regularizaba la posición del Secreta-
rio, dándole una jubilación válida en vez de la nula que tenía. Se
objetó que la jubilación ya se había acordado por el Presidente Suá-
rez y que desde entonces se proyectaba en realidad revalidar hechos
del pasado. «Eso es atentatorio á la legitimidad del Gobierno de la
Defensa y es infame», exclamó uno de los diputados. Contestó el
doctor Acevedo, que no imitaría al impugnador en esa violencia de
lenguaje que se había permitido con olvido de lo que debía á la Cá-
mara y á sí mismo; que fueran cuales fuesen las provocaciones, no
descendería al campo á que se le quería arrastrar; y que conservando
la calma que correspondía á los encargados de representar tan sa-
grados intereses, sostendría el dictamen de la Comisión que se había
expedido en conformidad del artículo 16 de la ley de 8 de mayo de
1836. Agregó que no i^e ocuparía de la herejía constitucional de que
en el Gobierno de Montevideo se hubieran reasumido todas las fa-
cultades de los altos Poderes del Estado.
Las manifestaciones que estos debates provocaban en la barra, die-
ron lugar á que un fuerte grupo de diputados, del que formaba parte
el doctor Acevedo, pidiese que las sesiones tuviesen lugar de día y
no de noche «llevados de un sincero deseo de evitar colisiones des-
agradables».
Incompatibilidades parlamentarias.
Se dio cuenta de que el Poder Ejecutivo no había podido convocar
al diputado por el departamento del Salto en razón de que, así el ti-
tular como el suplente, habían entrado á desempeñar las Jefaturas
Políticas de ese departamento y del de Soriano. Un diputado insinuó la
idea de que la Cámara arbitrase un medio para hacer la convocación
directamente. El doctor Acevedo pidió entonces la lectura del arti-
culo 34 de la Constitución y dijo que por el texto expreso de la ley
la Cámara no podía compeler al electo á que viniese á ocupar su ban-
ca. La Constitución, agregó^ sólo ha legislado para el caso de haberse
producido la incorporación ala respectiva Cámara, que no es el caso
en cuestión; y desde que por otro artículo constitucional todo indi-
viduo puede hacer lo que la ley no prohibe, es claro que el ciudada-
no no incorporado todavía á la Cámara tiene el derecho de aceptar
empleos del Poder Ejecutivo.
AOTUAOIÓN PARLAMENTARIA 189
Contratos de eolonos.
Una de las exigencias más imperiosas de este país, según el doctor
Aoevedo, es el aumento de la población, y sin que el orador consi-
dere que la autoridad debe hacer nada directamente para conseguir-
lOf debe cuando menos remover loe obstáculos que se oponen á la
inmigración, uno de esos obstáculos es la falta de medios para com-
peler á los colonos al cumplimiento de los compromisos que contrai-
•gñn. Hombres que en Europa á duras penas consiguen ganar tres 6
cuatro pesos mensuales, reciben la propuesta de venir mediante el
pago de doce á catorce pesos* y la aceptan como muy ventajosa*
Pero luego de llegar, encuentran quien les ofrezca el doble de lo que
les marca la contrata, y abandonan sus compromisos sin que los pa-
trones tengan los medios para compelerlos á su cumplimiento.
He aquí las disposiciones principales del proyecto de ley presenta*
do por el doctor Acevedo: que pertenece exclusivamente á los jue-
ces de paz con apelación ante el Juzgado de lo Civil, el conocimien.
to y resolución de todas las diferencias que puedan suscitarse sobre
la inteligencia y cumplimiento de los contratos celebrados entre los
inmigrantes y colonos y las personas que han pagado sus pasajes 6
adquirido derecho á sus servicios; que los colonos que no cumplan
6US contratos serán compelidos con multas de 10 hasta 100 pesos, ó en
su defecto trabajos públicos desde diez días hasta tres meses en pro-
porción al tiempo que falte para llenar los contratos; que en el caso
de que los colonos justificasen maltratamiento de parte délos patro
nes, podrían ser autorizados por los jueces de paz para pasar al ser-
vicio de otras personas que respondan á los primeros de lo que falte
para llenar sus participaciones, sin perjuicio de la pena que corres-
ponda por la ley á los actos ejecutados por los patrones.
La crónica parlamentaria de <El Comercio del Plata» contiene al-
gunas referencias al debate de este proyecto, que van extractadas á
continuación en la parte relativa al doctor Acevedo:
Cuando presentó el proyecto que ha adoptado la Comisión, sostuvo
que la inmigración vendría espontáneamente, que la intervención del
Estado sería impolítica y antieconómica, y que no es contra eeaa
ideas que reacciona el proyecto. Lo que quiere ahora es dar al país
la seguridad que se encuentra en los Estados Unidos y que aquí no
existe. Un colono contratado en Europa viene á Montevideo, sirve
uno ó dos meses y se retira de la casa de su patrón. Para obligarlo
á cumplir su contrata, es necesario un pleito largo, y cuando al fin se
pronuncia la sentencia conminatoria, resulta el fallo ilusorio, porque
el ejecutado carece de bienes. La convicción del cumplimiento forzó-
190 EDUARDO ACEYEDO
80» bastaría para que el colono no se expusiera á ese caso. Respon-
diendo á una objeción, expresó el doctor Acevedo que en negocios de
esta naturaleza, lo que importa es la celeridad en los procedimientos.
Hay países donde únicamente la policía resuelve las cuestiones sus-
citadas entre empresarios y peones. Y aún cuando el orador no ad-
mite tal intromisión de la autoridad ejecutiva en funciones judiciales,
considera que debe irse sin vacilar á la simplificación de los trámi-
tes. Ocupándose más adelante del punto fundamental del proyecto,
dijo que no era su ánimo que fuesen á la cárcel los colonos que fal-
tasen á sus compromisos. La sola existencia de una ley conminato-
ria induciría á los colonos al cumplimiento de sus contratos. Se de-
muestran alarmas, porque se ponga preso á un hombre en protección
de la propiedad. Desde que el orden social existe, están en pugna
los principios relativos á la persona y á la propiedad. Unos quieren
más protección para la primera y otros para la segunda. La pena
que establece el proyecto ocupa un término medio: ella servirá sólo
para compeler á los colonos remisos, pues nadie querrá ir á presidio
y trabajos públicos por no cumplir el contrato.
(Fué aprobado el proyecto con modificaciones).
Privilegian de Invención.
En un proyecto.de ley presentado por la Comisión de Peticiones,
de la que formaba paí^e el doctor Acevedo, se establece que al con-
cederse el privilegio exclusivo por el término de doce años en favor
de un específico inventado por el solicitante, «no queda en manera
alguna garantida ni la prioridad ni el mérito de la invención»; agre-
gando el informe <\e la Comisión inserto en «El Comercio del Plata»
que «aquí no se trata de nada que pueda trabar la libertad de in-
dustria, sino de garantir el derecho de propiedad que debe ser tan sa-
grado relativamente á las invenciones, como en todos los. demás obje-
tos en que ordinariamente se ejercita. Tan dueño debe ser un hombre
de su idea como de su terreno ú otro objeto cualquiera que le perte-
nece».
Varios meses después, otro informe de la Comisión de Legislación
suscripto también por el doctor Acevedo, al ocuparse del proyecto
reglamentario de las patentes de privilegio exclusivo, introdujo es-
tas dos cláusulas: que no se concederá en ningún caso patente de
privilegio exclusivo respecto de objetos que estén en el dominio pú-
blico y en que tiene derecho á ejercitarse la libertad de industria ga-
rantida por la ley fundamental, y que el Poder Ejecutivo reglamen-
tará libremente la forma y requisitos para el otorgamiento de las pa-
tentes.
ACTUACIÓN PARLAMENTARIA 191
lias tierras públicas j la deuda.
£1 doctor Acevedo presentó un proyecto de ley estableciendo: la*
afectación de todas las tierras y propiedades públicas á la amortiza-
ción de la deuda general del Estado; la prohibición absoluta de toda
enajenación de tierras y propiedades públicas, no debiendo admi-
tirse nuevas denuncias, ni darse curso á las que estuvieran en trá-
mite; y el levantamiento inmediato de una mensura general del terri-
torio de la República conforme á los títulos legítimos que presenten
los particulares.
(Fué sancionado por la Cámara).
Tratados con el Brasil.
Normalizada la situación del país con el establecimiento del régi-
men constitucional, exigió el Brasil una actitud definida y rápida en
el asunto de los tratados celebrados el 12 de octubre de 1851 por el
Oobierno Provisorio de Suárez y el Imperio. La oportunidad no esta-
ba indicada para una reapertura de los debates, que habría dado ori-
gen al resurgimiento de los partidos y á la intervención del Brasil»,
cuyos batallones estaban acampados todavía en territorio oriental.
Dictó, en consecuencia» el Presidente Giró su decreto de 13 de
mayo de 1852 por el que declaraba «que el Gobierno Oriental ha-
biendo encontrado dichos tratados ratificados por el Gobierno Provi-
sorio, canjeadas sus ratificaciones y llevados á ejecución en su ma-
yor parte, los considera como hechos consumados cuyo respeto le in-
teresa sostener como continuación de la política del Gobierno consti-
tucional». Después de esta declaración inició el Gobierno gestiones
para obtener la modificación del tratado sobre límites, surgiendo de
ahí un nuevo convenio que en el acto fué pasado para su aprobación
al Cuerpo Legislativo.
En la Cámara de Senadores, se dictó lisa y llanamente la aproba-
ción. Pero al pasar á la Cámara de Diputados, la Comisión Especial
de que formaba parte el doctor Acevedo, aconsejó un preámbulo al
decreto de aceptación, concebido en estos términos: «con la esperanza
de ulteriores modificaciones que pongan de acuerdo las estipulacio-
nes de los tratados de 1851 con los verdaderos intereses de la Repú-
blica, apruébase, etc.». Hubo una larga discusión en la Cámara. To-
dos oslaban de acuerdo en la necesidad de aprobar los tratados. Pe-
ro, mientras que el doctor Acevedo y los miembros de la mayoría de-
fendían el preámbulo, los miembros de la minoría con el doctor José
192 EDUARDO AOKVEDO
María MuSioz á la cabeza» pugnaban por la aceptación lisa j llana
que había prevalecido eu el Senado. No existen versiones taquigrá-
ficas y apenas cabe establecer que segán la crónica de <E1 Comercio
del Plata» el doctor Acevedo dijo: «que se necesitaba algo que de-
mostrase al país que la Cámara no estaba divorciada con el senti-
miento de la nación y que era menester satisfacer la ansiedad ge-
neral».
Quedó el preámbulo incorporado á la ley.
(En carta de 11 de diciembre de 1851, decía lo siguiente el doctor
Manuel Herrera y Obes al doctor Acevedo:
< Yo juro á usted que no he sacado más porque no he podido. La
cuestión de territorio he considerado q ue, por ahora» es para nosotros
secundaria. La política es la principal; es decir, la de paz y estabilidad.
Cuando ellas nos traigan población y riqueza, no nos ha de faltar te-
rritorio, ni donde tomarlo si no lo tenemos. Robustezcámonos, seamos
fuertes y después veremos >.
Dos años después el señor Juan José Boto en carta dirigida al doc-
tor Acevedo, denunciaba así uno de los procedimientos que se habían
puesto en juego para el cercenamiento del territorio oriental:
«Río Janeiro, marzo 29 de 1853. — Hablando con persona
muy influyente en la política sobre que el general Andrea apli-
caba en cada lugar la doctrina que convenía á sus intereses,
demostrándole yo esto y observándole que la base del uii possi"
detts cumplida religiosamente no podía herir la susceptibilidad
de ninguno de los dos países ni presentar el menor inconveniente
para practicar la demarcación, le dije al mismo tiempo que esa cláu-
sula estaba viciada desde su origen, porque á la vez que en los tra-
tados se establecía el uti possidetis, se tiraba después una línea desde
Yaguarón chico á la barra de San Luis en el río Negro, por la cual
pasaba á ser de ellos porción de territorio de que nosotros estábamos
en posesión, quedando ipso fació violado el uti possidetis, ¿Sabe usted
lo que me contestó ? «iHombre! eso del Yaguarón es verdaderamente
una infración; pero ha sido una cosa de que los negociadores no han
podido prescindir. Honorio, íntimo amigo de Ribeiro, quiso que las
estancias de éste quedasen en territorio brasileño, y he ahí por qué se
tiró esa línea. Lamas quiso oponerse, pero ó se firmaban así los tra-
tados ó no se firmaban, y usted comprenderá que no valía la pena de
romper los tratados, porque una estancia quedase dentro ó fuera del
territorio >. Esta fué la explicación que me dio, la que ha contribuido
á abrir más y más mis ojos sobre el modo ligero con que se ha proce-
dido sobre cuestiones tan delicadas y que exigían tanta meditación y
prudencia. Es probable que hoy haya otros compadrazgos como
los de Honorio con Ribeiro, y que esos sean los verdaderos motivos
de las dificultades que se están tocando »).
AOTÜÁOldN fARtÁMlíNTABIÁ 193
Pre««p«esto i^enerml de gamtom.
Para ser inoorporados á la ley de preeapuesto general de gastos,
presentó el doctor Aceyedo varios artículos adicionales, estableciendo
que el Poder Ejecutivo procedería á la revisión de todas las pensiones
y cédulas de inválidos, clasiñcándolas conforme á las leyes, sin per.
juicio del recurso de que se considerasen asistidos los interesados;
que el mismo Poder Ejecutivo separaría de la plana mayor del ejér-
cito á todos los oficiales de la Guardia Nacional y á los ya reforma-
dos, dejándoles opción á los premios que la ley pudiera acordarles;
que todos los jefes y oficiales sea cual fuere su graduación, no es-
tando en servicio activo, se considerarían agregados al Estado Mayor
pasivo, á medio sueldo.
Abolieión del Impuesto de aleábala.
Al discutirse un proyecto de modificaciones al impuesto de alcabala,
presentó el doctor Acevedo un artículo sustitutivo por el que se su-
primía en absoluto el mencionado, impuesto. Según la crónica parla-
mentaria de «La Constitución», expresó el orador que ese derecho era
contrario á todos los principios, era antieconómico y era inmoral. No
triunfó la idea en la Cámara de Diputados; pero en el Senado tuvo
eoo, y cuando el proyecto pasó á la Cámara de Diputados también fué
sancionado, quedando por lo tanto abolida la alcabala.
Ambiente de pax.
(En la víspera de la clausura de las sesiones ordinarias de julio de
1852, escribió «El Comercio del Plata» las siguientes palabras: «Des-
pués de la exaltación en que se encontraron los ánimos de los legis-
ladores al otro día de la paz, ha ido poco á poco renaciendo la calma
en el recinto legislativo y armonizando en eso con el sentimiento uni-
versal, vemos dichosamente desterrados de allí todos los motivos de un
entredicho en los representantes, que tanto mal pudo causar á la Repú-
blica; se acercan hoy al 15 de julio y ella en verdad no puede repro-
charles el haber antepuesto sus afecciones al bien general déla tierra*.
El mismo diario agregó estas otras palabras en su editorial del 18 de
julio de 1852: «La paz va echando raíces; la fraternidad en los hijos
de una misma familia es hoy la religión del ciudadano; y la era de la
reconstrucción sigue su curso dando paulatinamente aquellos frutos
que de ella se aguardaban») .
18
194 fiDüARDO ACEVEDO
HomeoiUe al llenera! Alvear.
Presentó el doctor Acevedo un proyecto de pensión á la viuda del
general argentino Garlos de Alvear, en remuneración de los impor-
tantes y singulares servicios prestados al país por el referido militar.
Paeblos de Santa Rosa j SarandL
Dos pueblos deben su origen á la iniciativa del doctor Acevedo: el
pueblo Bella Unión, entre las confluencias de los ríos Cuareim y Ña-
quiná con el Uruguay, cuya denominación fué cambiada en el Sena-
do por la de Santa Rosa; y el pueblo Sarandí, en las confluencias de
los arroyos Sarandí y las CaÜas con el río Negro.
Abolición de las levas.
Establece un proyecto de ley presentado por el doctor Acevedo,
que el Poder Ejecutivo hará cesar inmediatamente el sistema, inmo-
ral y contrario á la ley fundamental, de las levas para atender al
reemplazo del ejército permanente, agregando que sólo serán desti-
nados al ejército permanente en calidad de vagos los que fueren de-
clarados tales por Juez competente .
(Fué convertido en ley por la Asamblea).
lia medalla de CJaseros.
(El Gobierno Provisorio de Suárez dictó un decreto el 13 de febre-
ro de 1852, dos días antes de abrirse las sesiones ordinarias del Cuer-
po Legislativo, acordando medallas á los vencedores de Caseros. Va-
rios jefes militares se presentaron algunos meses después á la Asam-
blea solicitando la concesión de esa medalla, y con tal motivo se
produjo un largo y acalorado debate, en que la mayoría de la Cámara
sostenía que la concesión de honores correspondía privativamente á
la Asamblea y debía ser votada por ella, mientras que la minoría en-
tendía que el referido decreto era un hecho consumado que el Cuer-
po Legislativo no podía ni debía discutir. Como resultado de este
debate, fué sancionada la ley ratificatoria del decreto del Gobierno
Provisorio, en medio de vivas protestas de la minoría, que llegó hasta
el extremo de presentar un proyecto por el que se declaraba que ha-
biendo el Presidente Giró repartido las medallas acordadas por el
Gobierno de Suárez, la Asamblea debía averiguar si aquel magistra-
do era 6 no un violador de la Constitución de la República).
ÁOraAGlÓR PABLAMXMTARIA 19S
A la cr6iiica parlamentaria de «Eü Ck>mercio del Plata» pertenecen
las sígiiientes referencias al discorso pronandado por el doctor Ace-
vedo, en la sesión del 4 de mano de 1853:
«Extraña el orador el corso que ha tomado la disensión y que no
creía tomase en nn principio. Está enteramente de acuerdo en que los
hechos consumados no deben tocarse, como también lo está de que esa
consideración sólo puede ll^;ar hasta la justificación del silencio; que
cuando uno de los hechos Tiene al encuentro de la Asamblea y él
encierra una infracción de la Constitución, la Asamblea no debe san-
cionarlo. El 13 de nuurzo, agrega, funcionaban ambas Cámaras; ¿por
qué apresurarse tanto á decretar pensiones y honores? ¿Se creía aca-
so que las Cámaras no se prestarían de buena voluntad á conceder-
los? El orador habría desculo no entrar en estos antecedentes. La
Asamblea debe adherir al premio merecido por los servicios prestados
á la Bepública, dando su aprobación al decreto de 13 de febrero.
Semejante ratificación no importa poner en duda la legitimidad de
los Gobiernos anteriores, sino simplemente que á la Asamblea corres-
ponde el otorgamiento de premios. Concluye manifestando que la Cá-
mara toda daría su adhesión al decreto.»
(Véanse las demás referencias al tema controvertido, que van en el
capítulo relativo á «La Constitución».)
PaÉnmato sobre los menores de color.
Sancionó la Cámara de Senadores un proyecto de reglamentación
del patronato de los menores de color. La Comisión de Legislación
de la Cámara de Diputados de que formaba parte el doctor Acevedo,
fué más lejos y aconsejó lisa y llanamente la abolición del patrona-
to, declarando en su lugar que los menores de color quedaban suje-
tos á las disposiciones generales sobre menores. «La Comisión recono-
ce, dice el informe, con el proyecto del Senado, la necesidad de po-
ner un término al abuso que se hace de la transferencia del patrona-
to, manteniendo así entre nosotros una esclavitud disfrazada. Pero,
ella va más adelante. La Comisión cree que, faltando entre nosotros
el motivo del patronato, debe desaparecer de nuestras leyes, como ha
desaparecido la esclavitud que le dio origen. En la época en que la
esclavitud estaba en nuestras leyes, no pudiendo los esclavos tener
patria potestad, tenía que determinar la ley los medios de suplirla.
He aquí el origen del patronato. Pero, desdo que desapareció la es-
clavitud, no hay inconveniente alguno en que los menores de color
queden bajo la potestad de sus padres legítimos, sujetos á las dispo-
úciones generales. Ante la Constitución de la Bepública, no son in*
feriores los hombres de color á los demás ciudadanos.»
I9d IBDÜABDO ÁCÉVÜDO
Adieten á la le j de eleeetone««
Proyecto de adiciones á la ley electoral, obra del doctor Aoeyedo:
el Registro Cívico concluirá precisamente el 31 de agosto de cada afio
en que hubieren de verificarse elecciones; para ser inscripto, debe
acreditarse la ciudadanía, la edad de 20 aftos cumplidos y saber leer
y escribir; desde el día l.<^ de septiembre se fijará ese Registro en un
cuadro en cada Juzgado de Paz; los ciudadanos de la sección no sólo
podrán reclamar de su no inscripción en el Registro, sino también de
la inncripción de individuo que no pertenezca á la sección ó que no
goce de derechos políticos, sea cual fuere la sección en que se halla-
se inscripto; las cuestiones que sobrevengan y que no pueda zanjar
el Juez de Paz, las resolverá la mesa electoral primaria con apelación
para ante la mesa central; cada ciudadano recibirá el número de su
inscripción en el Registro Cívico de la respectiva sección; nadie po-
drá votar fuera de su sección, á cuyo efecto se considerará estable-
cido el domicilio por seis meses de residencia continua en la misma
sección; el ciudadano que cambiase de domicilio, podrá transportar su
inscripción, hasta un mes antes de las elecciones; en los pueblos -ca-
beza de departamento, donde no haya alcalde ordinario, hará sus
veces el presidente de la Junta Económico-Administrativa. (Fué
aprobado por la Cámata).
Caja de Amortizaeláii»
£1 doctor Acevedo presentó un proyecto de creación de la Caja de
Amortización y rescate de la deuda general del Estado, sin perjuicio,
dice el artículo l.o, de las demás operaciones que puedan efectuarse en
adelante. Los fondos se compondrán de 5% de todas las rentas genera-
les de Estado» á excepción de las de papel sellado y patente, aparte de
las tierras públicas que le están afectadas; la administración estará á
cargo de una Comisión compuesta de un senador, dos diputados, el
tenedor de toda escritura pública por crédito contra el Estado y el
apoderado general de cada una de las diversas categorías de acreedo-
res establecidas por la Junta de Crédito que hicieren propuestas de
arreglo sobre las que recayere aprobación legislativa; para la mejor
recaudación de las rentas, la Comisión por parte de los acreedores
tendrá la intervención que fijará el Reglamento; la Comisión recibirá
en todo tiempo las propuestas cerradas que le fueren dirigidas, y en
los primeros ocho días del mes las abrirá en acto público avisado con
anticipación, admitiendo las más ventajosas que se hubieran hecho
sobre contratos registrados en todas las oficinas establecidas al efeo*
to; ningún pago hecho en esta forma obstará á la revisión por el
Cuerpo Legislativo.
ÁOTUÁCrÓN PABLAMEIITABIÁ 197
Fundando su proyecto el doctor Acevedo invocó las siiruienteB ra-
zones, ses^n la crónica parlamentaria de «La Constitución»:
Que hasta ahora se había abstenido de presentar pensamiento al-
guno relativo al arreglo de la deuda, porque no había querido difi-
cultar quizá el plan que tuviere el Ministerio. Que, sin embargo, la
publicación que se había hecho en los diarios de un documento ema-
nado de la Junta de Crédito Público, lo había decidido á presentar el
anterior proyecto. Que de ese documento resul|Aba que la Junte no
creía poder concluir la operación de que estaba encargada antes de
fin de junio, lo que importería la seguridad de que este período le-
gislativo pasase como el anterior, sin que nada se hiciere para el
arreglo de la deuda. Que semejante proceder importaría una injusti-
cia hacia una clase numerosa del Estado que tenía derechos sagrados
que hacer valer y á la que no podía por más tiempo descuidarse. Que
por otra parte el proyecto presentado, en manera alguna dificultaría
cualquier plan que quisiera adoptarse, que todos los simplicaba desde
que se daba el convencimiento de que la Cámara se interesaba en
que el país pagara lo que el país debía y en que llegara lo más pron-
to posible la ocasión en que desapareciera el diverso origen de los
créditos, para no ver sino la cantidad que representaban.
Véase lo que dijo la Comisión de Hacienda:
«Que no habiéndose estudiado por el Ministerio las medidas satis-
factorias y generales acerca de la deuda que pesa sobre el Estado, y
anunciándose oficialmente por la Junta de Crédito que la liquidación
de lo presentado no podrá terminarse antes del presente período de
la Legislatura, nada más conforme con la reconocida necesidad de
comenzar á dar á los acreedores una prenda de seguridad, que esta
demostración práctica de la decidida voluntad que las autoridades
nacionales tienen de pagarles, dándoles cuanto en la actualidad es
posible. Sabe la Comisión que atonta la enormidad de la deuda, es
mínima y casi imperceptible la cantidad que por ahora ha de figurar
en la Caja de Amortización, y sabe también que por diminuta que
sea, viene aparentemente á agravar el déficit; pero la Caja de Amorti-
zación no obsta á ninguna de las medidas generales que puedan pro-
yectarse sobre toda la deuda luego de liquidada; una mayor suma
votada para la Caja, traería la imposibilidad de cumplirse lo ofrecido
y anularía la operación al nacer; con la intervención dada á los acree-
dores, para la percepción de las rentas, vendrá su competente fiscali'
zación y no hay duda que ellas acrecerán; aparte de las ventajas que
ofrece la conversión voluntaria á que el proyecto llama, un Ministerio
hábil sabrá sacar partido del crédito que en cierto modo han de ve-
nir á abrirle los mismos acreedores^, para llenar el pequeño déficit é ir
más lejos de lo que á primera vista se alcanza.»
(Fué sancionado el proyecto).
198 BDÜABDO ÁGEYEDO
TrmhBiom de «odlllea«lóii«
Dos proyectos de codificación presentó el doctor Acevedo á la Cá-
mara: el reglamento de la Administración de Justicia» que fué estudia-
do y modificado por una Ck>mÍ8Íón compuesta por el autor del proyecto
y los doctores Cándido Juanioó y Salvador Tort, y el Código Civil que
fué presentado impreso en mayo de 1853 y sometido á estudio de una
Comisión compuesta del autor del Proyecto y de los doctoree José Ma-
ría Mufioz, Juan Carlos Gómez, Cándido Juanicó, Ambrosio Velac-
co, Jaime Estrázulas y Salvador Tort. Los sucesos políticos de 1853
dejaron encarpetado el Proyecto de Código Civil. El reglamento de la
Administración de Justicia ocupó en cambio numerosas sesiones de la
Asamblea, y aunque no completó su incubación parlamentaria,
hubo tiempo de promulgar la ley de 23 de julio de 1853 relativa á los
recursos de apelación, revisión, nulidad é injusticia notoria, los proce-
dimientos del juicio ejecutivo y un capítulo de disposiciones generales
que entre otras cosas suprime la pena de confiscación de bienes. Uno
de los primeros actos del gobierno surgido de la revolución de julio,
fué suspender la vigencia de esa ley. «El Comercio del Plata» abogó
en enero de 1854 y en junio de 1855, á favor del nombramiento de una
Comisión revisora, reconociendo que la ley suspendida realizaba re.
formas útiles en la Administración de Justicia y acreditaba los buenos
deseos y el espíritu de estudio de la Legislatura que la había sancio-
nado.
La ley de Administración de Justicia dictada en 1856, es, con ligeras
variantes, la misma presentada por el doctor Acevedo y sancionada
tres años antes.
En el informe que produjo la Comisión de Legislación de 1853, so-
bre la totalidad del Reglamento de Administración de Justicia de que
forma parte la ley á que acabamos de referimos, se establece que el
proyecto reproduce y ordena todas las disposiciones antiguas que se
conservan, haciendo á la vez importantes modificaciones tendientes á
asegurar la brevedad y las garantías de los juicios, en cuyo caso se
encuentran la reducción del juicio ordinario á dos instancias, la di-
visión de las funciones del ministerio fiscal en dos cargos distintos y
separados, la simplificación del juicio ejecutivo despojándolo de tra-
bas y términos perjudiciales, y la reforma del recurso de nulidad é
injusticia notoria sobre bases y condiciones que ofrecen una garantía
en su resultado.
La reducción del juicio ordinario á dos instancias presenta, según
el informe de la Comisión de Legislación que extractamos, ventajas
manifiestas por la grande economía de tiempo y de dinero que de ello
ACTUACIÓN PABLAMEHTABU 199
debe seguirse, sin qne obste el aparente peligro para los derechos de
las partes resultante de la supresión de un recurso. El temor de ese
peügro es infundado, porque si se trata de la apelación de los alcal-
des ordinarios á los jueces letrados, ella es esencialmente viciosa des-
de que recurre al voto de un solo juez de lo resuelto por otro juez, y
si se trata de la tercera instancia en grado de súplica, evidente es la im-
probabilidad de que los mismos jueces que fallaron un asunto en vis-
ta, revoquen su fallo al considerarlo en revista. La división de la fis-
calía en dos ramos, dirigido el uno á la defensa de los intereses morales
y el otro á los intereses materiales de la sociedad, promete resultados
que no son asequibles en el sistema que hasta ahora nos ha regido, y
ofrece además la ventaja de dejar al Cuerpo Legislativo el nombra-
miento de los magistrados encargados de la defensa de la ley, que-
dando el Poder Ejecutivo en posición de encomendar siempre á per-
sonas de su confianza el cargo de abogado de la Nación. En el juicio
ejecutivo se suprime el auto de sol vendo y el término de los pregones,
pero se aumenta el de oponerse á la ejecución y el de encargado; se
sujeta al tercero opositor, excluyente y coadyuvante, á las angustias
del juicio ejecutivo cuando el deudor se encuentra en posesión de la
cosa ejecutada, pero se prohibe absolutamente el embargo cuando el
deudor no se halla en posesión, y se mandan guardar las formas del
juicio ordinario siempre que salga un tercero opositor á título de do-
minio; se da, también, al juicio una marcha más rápida y violenta,
pero se precaven las injusticias, admitiéndose todo género de excepcio-
nes y declarándose llanamente apelable la sentencia de remate. El
recurso de nulidad é injusticia notoria, tal como se propone, viene á
ser un importantísimo complemento de los juicios, al integrarse la Cá-
mara de apelaciones con seis j.:ieces letrados además de sus cinco
Ministros, y ensancharse las facilidades del recurso no designándose
cantidad determinada ni depósito para su entable y al fijar término
con el objeto de que tengan fin todos los pleitos y exigir el previo y
expreso señalamiento de la ley infringida.
Agrega la Comisión informante, que en lo relativo al juicio mercan-
tíl, podría adoptarse, mientras llegue el momento de sancionar un
código nacional, el promulgado en España en 1829. En lo relativo al
juicio criminaL la Comisión acepta las bases propuestas por el cama-
rista doctor Pereira, sobre organización del jurado, cuya institución
considera que podría y debería ensayarse también en materia civil pa-
ra la resolución de las causas sobre contratos por servicios personales
de todas clases y colonización- Si el ensayo, concluye el informe, da
los resultados que son de esperarse, «nos encaminaría indudablemen-
te á la mejora progresiva de nuestras instituciones judiciales, colocán-
donos en posición de hacer efectivo el voto consagrado ete^la ley fun-
damental por nuestra Asamblea Constituyente».
200 BDUABDO ÁOKVBDO
Tm IneaiMieldad del IfUntoterio.
▲ principios de mayo de 1853 se ocupó la Cámara de Diputados de
un proyecto de ley que autorizaba al Poder E^jecutívo para obtener
un millón de pesos, con afectación del 4 % de importación, para el
paRTO de la deuda ezigible.
Establece el informe de la Ck>mis¡ón de Hacienda que el estado de
apuros en que se encuentra el Tesoro público, es el resultado de la
marcha general que el Ministerio ha seg^uido desde su advenimiento
al Poder. En el curso del debate propuso un diputado el siguiente
preámbulo al proyecto de empréstito: «Considerando que aunque la
capacidad administrativa que ha demostrado el Ministerio en general
no merece la confianza necesaria, se hace sin embargo indispensable
proveer al Poder Ejecutivo de los medios de atender á los pagos
atrasados que indebidamente se han retardado á los servidores de la
Nación».
Al rededor de este considerando se produjo un largo debate.
El doctor Acevedo pronunció las siguientes palabras» según la ver-
sión publicada por «La Prensa uruguaya^ (advertimos que el doctor
Acevedo no corrigió la versión taquigráfica ni vio sus pruebas):
«To siento, seffores, que el sefior Ministro de Grobiemo se haya creído
en el caso de guarecerse detrás de la respetable persona del sefior Pre-
sidente de la República, para evadir la responsabilidad que le perte-
nece. No hay nadie en esta Cámara ni fuera de ella, que confunda
dos cosas muy distintas. El Poder Ejecutivo, el Presidente de la Re-
pública, la persona que merece la confianza de la Nación, y el Minis-
terio que ha perdido la confianza de la Cámara y del país. No hay
nadie que desconozca el respeto y simpatía que profesamos al Presi-
dente de la República, deseando cooperar á los nobles esfuerzos que
hace por la consolidación de las instituciones; pero al mismo tiempo
tenemos la opinión de que el Ministerio no está á la altura de la si-
tuación, y el Poder Ejecutivo y el Ministerio, lo repito, son cosas com-
pletamente diversas.
El sefior Ministro de Gobierno dice que se ha sorprendido con el
considerando. El sefior Ministro de Gobierno dice que no estaba pre-
parado, y sin embargo, ha hablado algo de guerra sorda^ manejos se-
cretos. No sé á qué puede referirse. Si hay algo público, es la conducta
que ha seguido esta Cámara; si hay algo público, son los reproches
que ha recibido el Ministerio de Gobierno, reproches que le ha hecho
la Comisión Permanente, cuando se creyó en el caso de hacer obser-
vaciones al Poder Ejecutivo, para cooperar como deseaba á la conso-
lidación de las instituciones, al mantenimiento del orden. La Comi-
ijonjÁGHtar pAm.AmniTABiA. 201
8¡6n Permanente, ee deito, dirigió reservadamente sa nota al Poder
ISjeeQtivo, 7 eeo después que en partíenlar había hecho sus observa-
eionee al Ministerio, después que éste habfa concurrido á una sesión
en que se repitieron esas observaciones, como debe constar en las
actas. En esa parte puede ser justo el reproche.
La Comisión Permanente no hizo aspavientos: la Comisión trató de
llenar su deber del modo que menos pudiese afectar el crédito del
Poder Ejecutivo. Desde entonces, ¿en qué consiste el Inconveniente
que pusiera á su marcha? Sobre todo, si el Ministerio hubiese fre-
cuentado más los bancos de esta Cámara, algo hubiera podido oir, al
hablarse de los actos de la Comisión Permanente, de cuan diversa
naturaleza eran los reproches que se hadan al Poder Ejecutivo, no
sólo por infracción de la ley del presupuesto, sino por olvido completo
de las ideas constitucionales, por abandono, por inepcia en el desem-
pefto de las obligaciones que al Ministerio están encomendadas.
El sefior Ministro de Gobierno, nos ha hecho un cuadro patético,
de viudas á quienes era necesario socorrer, de empleados y militares
que se presentaban sucesivamente; pero no es ese el cargo que se le
hace. El cargo principal es la infracción de la ley de presupuesto: el
cargo principal consiste en que al (Gobierno se le dio una cantidad de-
terminada para atender al pago de viudas, de empleados civiles y
militares, y el Poder Ejecutivo tomó esas cantidades y las distrajo á
otros usos que no eran los de pagar viudas y pagar militares. Pero
aún suponiendo que hubiese sido eso mismo, ¿de dónde puede dedu-
cirse que cuando es una cantidad determinada la que el Poder Eje-
cutivo tiene para emplear en ciertos gastos, tenga el derecho de to-
marla para aplicarla á otros usos por santos y buenos que sean, aun-
que se trate del cumplimiento de leyes preexistentes, como se ha
dicho?
La verdea se podía encontrar en la ley fundamental y se encon-
trada en las teorías constitucionales y en la práctica de todos los
países que se rigen con instituciones democráticas. Es el caso de los
créditos suplementarios. £1 Ministerio, dice á las Cámaras después
de la sanción del presupuesto: se han presentado tantos empleados y
militares, el Gobierno se ha visto en el caso de atenderá taless ó cua-
les erogaciones, impuestas por tales ó cuales leyes. Pero en el deseo
muy natural, por otra parte, en el sefior Ministro de Gobierno, de de*
fendér su conducta, hasta ha querido acudir á las disposiciones del
Cuerpo Legislativo, empezando nada menos que por la que decretó
la construcción del edificio de la nueva aduana.
Es un cargo que, de cierto, no esperaba oir de la boca del sefior
Ministro. Me ha sucedido lo mismo que al sefior Ministro con el con-
siderando. La Cámara no hizo más que sancionar el proyecto que le
fué presentado por el Poder Ejecutivo para la construcción de una
202 XDÜABDO ÁGEVEDO
aduana. P<^ el artfenlo á que se hace referencia, no se le mandaba
al Poder Ejecutíyo, que diese un solo peso para la construcción de la
aduana, porque precisamente si algún motivo hubo para sancionar el
proyecto, fué que no había desembolso alguno que hacer. Be le di6
autoríjcación al Poder Ejecutivo, para que si buenamente podía, ade-
lantase cinco mil pesos mensuales, no obligatoriamente por parte del
Grobiemo, sino en la esfera de sus recursos.
Pero como el Gobierno tenía fondón por el presupuesto, que habían
sido afectados á obras públicas, nada más natural que contribuir con
esos fondos al pago de las mensualidades en su caso. Lio mismo su-
cede cuando se habla de los jóvenes que se educan en Europa. La
Cámara no tenía la intención de salir de la ley del presupuesto, por-
que á la verdad, ella había reconocido bien la escasez del erario; pero
existían fondos especialmente afectados á instrucción pública en el
presupuesto, y bien podían sacarse de ahí los necesarios para los jó-
venes expresados. Pero si no había fondos ningunos,~entonces el Gro-
biemo estaba en el caso de acudir pidiendo un crédito suplementario»
como lo estaba respecto de los pueblos que se han mandado crear;
pero nunca podrá probarse que la ley del presupuesto no es una ley
que ha tenido la sanción de la Asamblea Greneral, y que una vez
sancionada esa ley, debe quedar en un rincón bajo una carpeta sin
que nadie vuelva á acordarse de ella. Es imposible admitir semejan-
te pretensión. Si fuera cierto que tuviera el Grobiemo facultades para
atender á los gastos, como le pareciere conveniente, los presupuestos
serían innecesarios.
Se sabe, por ejemplo, lo que ganan los miembros de la Cámara de
Apelaciones, y cuántos son; se saben los sueldos de los generales»
coroneles, etc.: no hay necesidad de que figuren en el presupuesto.
Están las leyes anteriores. Eso no es exacto, seffores: el presupuesto
encierra el detalle de los gastos y el cálculo de los recursos, lo sabe
muy bien el señor Ministro de Gobierno. El presupuesto se refiere á
todo un orden de ideas constitucionales. No hay gobierno alguno
que pueda emplear cantidad que no sea especialmente votada cada
año. Estas son las obligaciones del sistema que nos rige. Ahí de-
muestran su capacidad los Ministros y su celo los representantes.
Por lo demás, ¿cómo desconocer, quién hay que pudiera desconocer
el mérito contraído por el Poder Ejecutivo al cubrir los gastos de la
pacificación y otros que se han referido? Pero estamos discordes en el
modo de hacer esos pagos, y lo repito, haciendo siempre una distin-
ción entre el Poder Ejecutivo y el Ministerio, distinción que no tie
ne nad& de inconstitucional. El señor Ministro ha condenado inde-
bidamente esa distinción que yo sostengo, con tanto más fundamen-
to cuanto que está explícita en la Constitución. La Constitución es-
tablece determinadamente en el artículo 86 que los Ministros serán
ACTUACIÓN PABLAMSNTABIA S03
responsables de los decretos y órdenes que firmen. M señor Presi-
dente de la Bepúblioa responderá en el caso de delito, pero los Mi-
nistros responden de cada decreto ú orden que firman. La Constitu-
ción previene una objeción, pues agrega en el artículo 90: «no salva á
los Ministros la orden escrita ó verbal del Presidente», es decir, que
auique el Ministro de Gobierno dijere: «tal cosa se bizo porque lo
ordenó el seftor Presidente de la República», no se librará de la res-
ponsabilidad. Hay una responsabilidad peculiar del Ministro: res-
ponsabilidad de que no puede librarse por más que quiera cebarla
sobre el Presidente. Por lo demás, yo estoy con algunos de los seño-
res diputados que ban hablado al principio: yo no creo que este sea
el momento de entrar en discusión sobre los actos del Ministerio:
discusión que ha tenido su oportunidad. Yo creo que ahora sólo se
trata de atender á esa necesidad verdaderamente premiosa de los
empleados, acordando fondos al Poder Ejecutivo para atender á los
pagos retardados indebidamente, por las causas que antes he indica-
do y otras que no es del caso expresar. No se trata ahora sino de
dar esos fondos, de dar la autorización para que salgamos de la si-
tuación dura y embarazosa en que nos encontramos.
Pero al tiempo de dar esa ^autorización, es necesario decir algo que
manifieste el espíritu de la Cámara: que no se entienda que la Cá-
mara es solidaria de los actos del Ministerio. En calidad de miembro
de la Comisión Permanente, tengo el positivo convencimiento de la
justicia de las observaciones que se hicieron al Poder Ejecutivo y de
la indispensable necesidad de hacerlas; porque si la Comisión Per-
manente hubiera encontrado algún medio de no hacer esas observa-
ciones, estoy seguro de que lo habría abrazado. Juzgo de mis colegas
por mi mismo. Pero se trata ahora de dar la autorización para un em-
préstito. Todos están conformes en la necesidad de la autorización,
pero no en que importe un voto de confianza al Ministerio. Eso no
podría ser, yes imposible desde que la confianza no existe. Se dice
que quizá esa confianza no existe en algún corto número de indivi-
duos; pero que existe en los demás. Sobre eso sería muy difícil la dis-
cusión en este momento; porque cada uno entiende la opinión públi-
ca en sentido muy diverso según la manera de considerarla. No creo
que convenga la discusión hoy; pero cada miembro, cada diputado,
tiene el derecho de decir lo que le parezca ó lo que entienda sobre tal
confianza. En ese sentido es que yo apoyo completamente el consi-
derando propuesto por el señor diputado por Paysandú y aceptado
por la Comisión, reservándome proponer algunas modificaciones
cuando llegue el caso de hacerlo oportunamente.»
Habló luego el doctor José María Muñoz» y contestando sus argu-
mentos indicó el doctor Acevedo la solución transaccional que va en
seguida:
204 BDüABDO ÁCSrVDO
«To desearía, tratándose de actos que considero de importancia»
qne afectan grandes intereses, que si fuera posible no hubiera divi-
sión alguna: quisiera que los sentimientos fuesen unánimes. Ck)n gus-
to he visto que en el fondo no ha habido hasta ahora dos opiniones
distintas» Las discusiones sólo han existido en el punto de forma: al-
gunos señores diputados se han opuesto al considerando por consi-
derarlo inconstitucional y no oportuno ó contrario á las formas; pe-
ro no ha habido hasta ahora ninguno que se haya encargado de
demostrar que la capacidad administrativa del Ministerio en general
inspira confianza, ó lo que es lo mismo, lo contrario de lo que dice el
considerando. Esto probarla que no se trata de opiniones de cuatro
ó cinco individuos con miras más ó menos personales, como lo ha in-
dicado el señor Ministro, sino de la opinión de la totalidad de la Cá-
mara, y servirá para juzgar de la opinión del paf s. Como creo que eso
era realmente lo que se proponía el considerando, yo por lo que á
mí toca, desde ahora lo retiraría, conocida ya la opinión de la Cáma-
ra; y habiéndose, por otra parte, dado á entender que podría, contra
la mente misma de su autor, como ha sido declarado, entenderse eso
como un ataque al Poder Ejecutivo, cuya fuerza moral todos necesi-
tamos levantar, si fuese necesario, desde ahora hago moción para que
se retire el oonsiderando y se vote el artículo como estaba.»
Tuvo necesidad el doctor Acevedo de tomar por tercera vez la pa-
labra, expresándose en los siguientes términos que son de réplica á
un discurso del doctor Juan Carlos Gómez:
« No le ha sido fiel su memoria al señor diputado por el Salto, al re-
cordar el dictamen de la Comisión especial, con referencia á los actos
de la Comisión Permanente. Yo creo que los recuerdos que voy á
hacerle, bastarán para ponerle en la vía. Si así no fuese, pediré que
se lea ese dictamen. De ese modo se verá que la Comisión Permanente
había pecado por omisión, en no haber reprobado algunos actos y por
comisión reprobando otros que no eran reprobables. Por omisión,
dejando de hacer observaciones al Gobierno, acerca de las medidas
sobre la prensa y sobre pasaporte para Buenos Aires. Sin embargo,
ella misma se encargó de la defensa, diciendo en seguida que esa omi-
sión debía atribuirse al corto tiempo que faltaba para la apertura de
las sesiones. Por comisión, haciendo observaciones relativas á la Guar-
dia Nacional; pero eso es todo, menos un severo reproche ó increpa-
ción. Por lo demás, la Comisión concluyó aconsejando á la Cámara,
que se aprobasen todos los actos de la Honorable Comisión Perma-
nente. El señor diputado por el Salto, no ha hecho más que extender
ó desleir muchas palabras que concisamente había dicho antes de él
otro señor diputado por Montevideo; esto es, que había contradicción
al poner por las nubes al señor Presidente de la Bepública y depri-
mir la capacidad administrativa de su Ministerio.
kCTVAOlólS PARtAlíÉltTABtÁ 206
Yo creo que ha sido bastantemente demostrado, que no hay incon-
veniente ninguno conatitucioual, como no lo tenemos en el fondo de
nuestra conciencia, en hacer justicia en la materia al Presidente de
la República, sin por eso reconocer el mérito de sus Ministros, que
como ha dicho muy bien el señor diputado» hemos sostenido todos
los miembros de esta Cámara más 6 menos, nada más, que por el de-
seo de evitar cambios que siempre dan funestos resultados. La con-
tradicción que se encuentra en decir «vetémosle fondos, á pesar de que
no merece el Ministerio nuestra confianza», desaparece desde que se
considera que la votación sobre la negociación del millón es urgente,
es necesaria. En la situación á que nos ha traído la marcha seguida
hasta aquL no puede pasarse adelante, sin esa operación. Siendo esto
así, ¿qué se quiere? ¿que se niegue; que se ponga al Poder Ejecutivo en
la imposibilidad de marchar? Eso no sería justo ni patriótico, ni me
parece una legítima consecuencia de las ideas emitidas por los seño-
res diputados que me han precedido.
Nosotros queremos que el Poder Ejecutivo tenga los medios nece-
sarios; pero respecto á la capacidad administrativa de su Ministerio,
hemos dicho ya nuestra opinión. Yo me he referido á artículos textua-
les de la Constitución de la República, no la he invocado en general,
porque he dicho antes de ahora á la Cámara, que es un sistema có*
modo, si se quiere, pero muy pobre, el decir «eso es contrario á la
Constitución». ¿Qué se deduce de ahí? que en la inteligencia del que
tal asegura, hay esa contradicción; pero es más conveniente, más
lógico en todos los casos designar el artículo cuya infracción se pre-
tende establecer. La responsabilidad del Presidente de la República
proviene en general de los actos de que habla el artículo 26, ya que
éste dice que puede ser acusado, así como sus Ministros, por la Cá-
mara de Representantes ante el Senado. Pero, respecto de los Minis-
tros hay más; hay un artículo que dice que «el Ministro ó Ministros
serán responsables de los decretos ú órdenes que firmen». Y no sola-
mente eso, sino que existe el 90, para decir que no salva á los Minis-
tros la orden escrita ó verbal del Presidente. Se dice con alguna
ligereza: «pero es por los delitos del artículo 26». Es claro; son los
únicos de que se trata; porque fuera de los casos del artículo 26 no
pueden ser acusados. Cualquiera otro delito que cometan como hom-
bres, está previsto; de manera que están expresados todos los casos
en que como Ministros puedan hallarse. Por lo demás, creo que no
puede establecerse que me haya excedido al decir que es unánime la
opinión en esta Cámara sobre el Ministerio. Es un hecho notorio
para todos los señores representantes y aun para los que asisten á
las sesiones, que no ha habido nunca aquí lo que se llama en otras
partes, partido ministerial, es decir, un número de representantes que
estuviese dispuesto á sostener la opinión de los Ministros. Lo que ha
ÍÚ6 IfiDÜÁStK) ÁOfiVSDO
habido sí» es un número de representantes, 6 por mejor decir, todos
los representantes más 6 menos que han estado decididos á apoyar
en cuanto han podido la marcha del Poder Ejecutivo. A pesar de eso«
hombres dispuestos á sostener el Ministerio no los hemos visto hasta
ahora en estos bancos.
T precisamente los primeros ataques que se han visto contra el
Ministerio, han partido de un miembro con quien no estoy acostum-
brado á votar. He aquí lo que me autorizó á asej^urar que no había
diputado que tuviese fe en la capacidad del Ministerio, y en eso no
creo haber dicho nada que no sea notorio. Por lo demás, desde que
está apoyada la moción para retirar el considerando, y hasta creo que
algunos de los señores miembros déla Comisión la han apoyado, creo
que es inútil continuar la discusión sobre el considerando. Debemos
limitamos á decidir si la Cámara autoriza ó no que se retire ese con.
siderando. Cualquier otra cosa es fuera de la cuestión ».
Eaeoeiones de Jaeees.
La Cámara de Senadores sancionó un proyecto de ley relacionado
con elecciones judiciales practicadas en el departamento de Tacua-
rembó. La Comisión de Legislación de la Cámara de Diputados, de
que formaba parte el doctor Acevedo, aconsejó el desechamiento del
proyecto. La resolución sobre validez de una elección, dice el infor-
me, importa un juicio, importa declarar que tal hecho es conforme
á la ley, ó lo que es lo mismo, la aplicación de la ley á un caso ocu-
rrente. Esa función de aplicar la ley existente, en ningún caso puede
pertenecer al hacedor de la ley. Declarar otra cosa, sería establecer
la más absoluta confusión de Poderes, con infracción de los princi-
pios constitucionales. Debe remitirse el asunto á la decisión de los
tribunales. Si estuviera establecida la Alta Corte de Justicia, sería á
ella á quien correspondería; pero desde que no lo está, el Tribunal de
Apelaciones debe considerarse como competente, de acuerdo con el
espíritu de la legislación vigente y los principios generales de dere-
cho, ya que se trata de elecciones judiciales.
Cn eomplemento neeesarlo.
Nada más puede extraerse del «Diario de Sesiones» y de las cróni-
cas parlamentarias de la época.
Pero puede relacionarse el extracto que antecede, con los temas
tratados en «La Constitución» por el doctor Acevedo, desde que
ellos suministran ampliaciones de importancia en algunos caaos y de-
▲CrUAOlÓN PARLAMEirTÁRIA 207
mnestran en otros que las ideas sembradas por el periodista se tradu-
cían en leyes y decretos que el «Diario de Sesiones», como es natu-
ral» no atribuye á su verdadero inspirador 6 autor.
EN LA COMISIÓN PERMANENTE
Formó parte el doctor Acevedo de la Comisión Permanente que
actuó en el año 1852.
De su intervención personal y directa dan ¡dea los siguientes ex-
tractos de informes en que aparece su firma.
Por iniciativa suya se resolvió redactar el Reglamento de la Comi-
sión Permanente y quedó resuelto que las sesiones ordinarias tuvie-
ran lugar una vez por semana.
Clreael6n j supresiAn de empleos.
Aconseja un informe que se acuerde autorización al Poder Ejecu-
tivo para suprimir el derecho municipal creado en 6 de abril de 1849.
Establece otro informe que el Poder Ejecutivo ha creado por
actos administrativos impuestos municipales para la construcción de
una farola en la Colonia y para la construcción de un camino en el
Paso del Molino, y sobre el consumo de cerdos en la capital. En-
tiende el Poder Ejecutivo que los artículos 17 y 26 de la Constitu-
ción se refieren únicamente á los impuestos generales. Es un error.
La Constitución no distingue los impuestos ó contribuciones en ge-
nerales y municipales, en grandes y pequeños. Establece en general
que al Cuerpo Legislativo corresponde decretar las contribuciones
necesarias para cubrir los gastos, y el orden de su recaudación é in-
versión, y que la iniciativa sobre impuestos y contribuciones compete
á la Cámara de Representantes. Otra inteligencia nos alejaría com-
pletamente de la letra y espíritu de la Constitución y de los verda-
deros principios que rigen en la materia. Ningún impuesto, sea de la
clase que fuere, es legítimo si no ha sido votado por el pueblo, ó lo
que es lo mismo, por sus representantes. El Poder Ejecutivo debe
presentar cuenta intruída de todos los desembolsos que hiciere. Nin-
guno de los Poderes tiene más facultades que las que la Constitución
expresamente le concede. Conforme á esos principios, la Honorable
Comisión Permanente debe dirigirse al Poder Ejecutivo haciéndole
las advertencias convenientes para que mande cesar la percepción de
los referidos impuestos.
ISDtiknÚO kOEtBVÓ
Nombramiento de dlplomátleos*
El Poder EjecatÍTO sostiene la doctrina de que el acuerdo del Se-
nado 6 de la Comisión Permanente en materia de misiones diplomá-
ticas, es tan bolo respecto de la conveniencia de los objetos á que ta-
les misiones se dirigen, no de las personas á quienes hayan de enco-
mendarse, cuya elección sostiene ser de su atribución exclusiva. La
Comisión no ha podido conciliar esas razones ni con la letra, ni con
el espíritu de la Constitución del Estado. Efectivamente: estable-
ciéndose por el artículo constitucional que «al Poder Ejecutivo com*
pete proveer los empleos civiles y militares conforme á la Constitu-
ción y á las leyes, con obligación de solicitar el acuerdo del Senado
ó de la Comisión Permanente para los de enviados diplomáticos, co-
roneles y demás oficiales superiores de las fuerzas de mar y tíenra»,
resultaría que á ser ciertos los fundamentos de que hace mérito el Po-
der Ejecutivo, á él exclusivamente competiría la facultad de conferir
los grados de coronel y demás oficiales superiores, lo mismo que la
de nombrar los enviados diplomáticos, no siendo de la atribución de
V. H. sino el acuerdo sobre la conveniencia de crear esos altos em-
pleos, con prescindencia absoluta de los méritos y aptitudes de las
personas que á ellos hubieren de ser destinadas. La Comisión no
cree, desde luego, que la extensión del argumento, que sin embargo
es inevitable, al nombramiento de coroneles y demás oficiales supe-
riores, haya estado en la mente del Poder Ejecutivo; y no obstante,
su inexactitud parece resultar aún más notablemente, si de la atribu-
ción de proveer empleos se pasa á la de destituir á los empleados por
ineptitud ú omisión, para lo que es igualmente indispensable, según
el mismo artículo constitucional, el acuerdo del Senado ó de la Comi-
sión Permanente; pues que entonces resultaría necesitarse ese acuer-
do, tan sólo respecto de la conveniencia de destituir empleados, que-
dando de la exclusiva atribución del Poder Ejecutivo el determinar
los que hubieren de ser destituidos.
Preeisando taneiones.
Existen varios informes acerca de venias del Poder Ejecutivo y re-
presentaciones de particulares, en que se precisa la función constitu-
cional de la Comisión Permanente.
ÁdTUÁCI<ÍN PABLAlÍBkTABIÁ 20d
ResHinen de la labor de 1852.
Haciendo el resumen de la actuación de la Comisión Permanente
durante el período extraordinario de 1852, dice así el informe presen-
tado por una Comisión especial de la que también formaba parte el
doctor Acevedo:
«De esos actos, los unos se reducen á la prestación de la simple
aquiescencia de la Comisión á varias disposiciones del Poder Ejecu-
tivo por encontrarlas perfectamente arregladas; otros á declarar su
abstención respecto de autorizaciones que el Poder Ejecutivo le pedía,
por no tener constitucionalmente facultad para concederlas; otras en
fin, á contestaciones con el mismo Poder Ejecutivo sobre reclamacio-
nes que en el hecho han sido atendidas, pero que han dado ocasión á
notables divergencias sobre puntos de derecho constitucional, las cua-
les han quedado diferidas á la declaración de Vuestra Honorabilidad,
y á advertencias que la Comisión se ha creído en el deber de dirigir
igualmente al Poder Ejecutivo, cumpliendo con lo prevenido en el
artículo 56 de la Constitución sobre actos en que ésta, á su juicio, ha
sido grave y trascendentalmente infringida. Esas advertencias, la Co-
misión siente decirlo, no han sido justamente avaloradas, sin embargo
de haberse hecho hasta por segunda vez y esto ¡después de haber lla-
mado á su seno al Ministerio. Grave y delicada es la [situación del
país y grandes son también los servicios que el Poder Ejecutivo le ha
rendido para cimentar la paz pública y con ella la libertad de que
gozamos, y que rápidamente nos conduce al engrandecimiento y la
prosperidad. La Comisión, en consecuencia, se ha detenido ante la
consideración de la proximidad del período legislativo y el vivo deseo,
de que jamás pudo prescindir, de no menoscabar el crédito y autori-
dad del Poder Ejecutivo».
EN LA CÁMARA DE SENADORES
£1 doctor Acevedo, ingresó en la Cámara de Senadores en febrero
de 1863 y sucesivamente ocupó la presidencia de la Cámara y la pre-
sidencia de la Comisión Permanente, hasta el 23 de agosto del men-
cionado año, en que ocurrió su fallecimiento.
liOs militares en la Cámara.
En la sesión de 3 de marzo de 1863 el doctor Acevedo presentó un
proyecto de ley estableciendo: que en la prohibición del inciso l.o del
14
Si o lBt>ÜAltt>0 AGEVEDO
artf culo 25 de la Gonstífcuoión de la República, no están comprendi-
dos los coroneles efectivos y demás jefes superiores del ejército, y que
no pueden ser electos los jefes militares que, al tiempo de la elección^
desempefien alg^n mando militar.
£1 diario de sesiones se limita á decir que el proyecto fué fundado
por su autor, sin otra indicación que permita conocer los fundamentos
expresados en esa oportunidad.
Los borradores que extractamos en otro capítulo, demuestran que
el doctor Acevedo tenía en preparación algunos proyectos de impor-
tancia, que el mal estado de su salud le impidió presentar al Senado.
CAPÍTÜLOiV
Antes y después del motín
Al iermlnar la Oaerra Grande.
£1 fracaso de todas las gestiones realizadas en favor de la termina-
ción de la Guerra Grande, había producido en el ejército sitiador el
convencimiento de que si la paz no se formalizaba, era pura y exclu-
sivamente por la resistencia de Rozas. Sobre la base del descontento
que esa convicción había generalizado, le fué fácil á Urquiza iniciar
el plau militar que debía conducir al aniquilamiento de la tiranía de
Rozas.
Cuando el general argentino cruzó el río Uruguay y salió á su en-
cuentro el general Oribe, el. grito de guerra fué sustituido por un in-
menso clamoreo de paz. Ya no debía tirarse una sola bala más, y
comprendiéndolo así los batallones orientales se trasladaban con sus
jefes y con sus bandas de música á las filas del mediador de la paz.
Sólo los soldados argentinos volvieron al cuartel general. La lucha
era imposible, y Oribe pidió al doctor Eduardo Acevedo, de quien es-
taba distanciado, que se entrevistara con el general Urquiza para
arreglar la entrega del resto de las tropas.
Conocía mucho el doctor Acevedo á un teniente Castilla, que du-
rante los nueve años de la guerra había desempeñado el cargo de jete
de una escucha á la altura de la playa de la Agiiada, con una asidui-
dad prodigiosa, como que era fama que apenas tenía una media doce-
na de faltas por razón de enfermedad todas ellas. Pues bien: al cruzar
el comisionado la línea en cumplimiento de su misión, la primera fuer-
za avanzada de Urquiza con que tropezó, estaba á cargo de ese mismo
oficial, quien explicando su actitud, dijo simplemente al doctor Ace-
vedo: «que la hora de la paz había sonado» .
En el caso del teniente Castilla, estaban todos los contendientes. Y
eso explica el júbilo con que fueron acogidos los planes de reconcilia*
Úli ÉbüABDO ACEVBDÓ
oión del general ürquiza, y el abrazo fraternal y sin doblez que se
daban Iob hombres de uno y otro bando al grito de «no hay vencidos
ni vencedores».
Los antagonismos renacieron después, y renacieron á despecho de
todos los obstáculos con que pretendió vencerlos el espíritu bien in-
tencionado y conciliador de la inmensa mayoría del país.
Del archivo del doctor Acevedo vamos á extraer diversas cartas y
documentos que permiten caracterizar las alternativas del medio am-
biente político.
lina earta de*IljPi«tea.
Los comienzos de la presidencia Giró fueron de viva agitación. La
mayoría parlamentaria conquistada por el partido que había actuado
fuera de Montevideo, y la solución dada por ella al problema presi-
dencial, provocaron cierta tirantez de relaciones y debates de marca-
do corte partidista, que felizmente no fueron de larga duración. La
minoría protestaba crudamente cada vez que se ponía en tela de jui-
cio algo de lo que ella califícaba de «hechos consumados» del Go-
bierno de la Defensa. A ese factor de temibles sacudidas, se agrega-
ba el intenso sentimiento de protesta causado por los tratados con el
Brasil, que el patriotismo tenía que sofocar en holocausto á la situa-
ción de la República, amenazada de gravísimos conflictos interna-
cionales cuando recién salía de una guerra destructora de diez años,
que todo lo había destruido, que todo lo había desquiciado.
De esa atmósfera caldeada por las pasiones y los intereses debió
salir alguna denuncia ó voz de alarma, que el general Urquiza se
creyó obligado á atender, mediante la siguiente carta al doctor
Eduardo Acevedo:
«Buenos Aires, mayo 7 de 1852.— Muy señor mío: En los momentos
de conflicto en que se halla el país, y en el que pueden ser envuel-
tas en grandes peligros ambas Repúblicas del Plata, permita usted
que me dirija á su patriotismo, y que haga oir mi voz, proclamando
los comunes intereses, y la necesidad de que todos nos aunemos
para cimentar de un modo sólido el bien y prosperidad de la
patria.
Ella no puede ser sospechosa: trabajé siempre por el bienestar de
mis conciudadanos; trabajé por el bienestar de esa República her-
mana, y al darle la libertad para que pudiese fundar sus instituciones
nacionales, y funcionar en la órbita constitucional, todos han debido
conocer mis buenos deseos y la completa imparcialidad que han
guiado mis actos públicos.
ANTES Y DESPüás DEL MOTÍN 213
Gomo general vencedor pade imponer condiciones, pude apoyar mi
triunfo en uno de los partidos que allí contendían.— No quise hacer-*
le. Preferí unir al pueblo oriental, y dándole garantías para que fun-
dase sus instituciones, quise dejarlo unido y que prosperara á la som-
bra de los buenos sentimientos de sus hijos.
Desgraciadamente, parece que estos mid votos no se realizan. La
situación interior del Estado Oriental se complica, y quizá va á ser
envuelto en la guerra civil. Su situación externa se ha hecho también
muy crítica, y viene á complicar la primera. La cuestión de los trata-
dos con el Brasil, ha tomado proporciones tan gigantescas que ame-
naza turbar la paz de esa Bepéblica oon el Im^perio, f arraetvar á ia
República Argentina en los vaivenes de esa guerra. Esto es deplora-
ble y nunca debí preverlo. ¿Pero cuál es la causa de esos males?
Permita usted, mi amigo, que lo diga con franqueza. Los orientales
han olvidado los sucesos de octubre: han olvidado qne yo senté, como
condiciones de paz, la unión de los orientales de todos los colores;
que proclamé el olvido de lo pasado, y declaré no había en la Repú-
blica vencidos ni vencedores. Así entendí hacer la felicidad futura de
los hijos de ese suelo. Y con todo, poco tiempo ha pasado, y ya se
han olvidado estas santas máximas. La reacción está á la puerta;
la reacción con el mismo fuego, la misma intensidad, las mismas pa-
siones de otra época. Hoy se discuten hasta los hechos consumados;
hasta los hechos envueltos en esa amnistía plena y entera, que bajo
mi inspiración se dieron los partidos.
Se quiere hacer retroceder la vida de ese pueblo, olvidando que ni
á los hombres ni á las naciones es dado este milagro; y lo que es más,
se desoyen los ecos de la justicia y de la conveniencia pública para
dar cabida al grito disonante de las malas pasiones.
Yo nu puedo ser indiferente á semejante situación, cuando me em-
peño en proteger con una política franca y amistosa^ la suerte futura
de esa República, tan enlazada con la de la Confederación Ar-
gentina.
No puedo serlo porque también tengo que mirar por los intereses
argentinos que están confiados á mi dirección; y en ambos casos ten-
go un derecho pleno para pedir á los hombres públicos de ese país,
toda la moderación, toda la dignidad de que son capaces, para no
comprometer tan altos intereses.
Con ese derecho es que me permito dirigir á usted estas cortas ob-
servaciones, para estimular su patriotismo, á fin de que influya en
todo lo posible, para que se conserve inalterable el programa que yo
tracé en octubre á la vista de Montevideo, para que agrupándose to-
dos á los esfuerzos que por la paz hace la' Legación especial, que he
mandado á esa República, se le faciliten los medios de cumplir su mi-
aión i^mistosa y honorífica- Para que los oriéntale? olvidei) sus dea*
S14 EDüABDO ACEVEDO
graciadas divisioneB anteriores y se acuerden sólo que son orientales,
y que todos están animados del verdadero bien de su país.
Yo no dudo, mi amigo, que usted obrará en ese sentido, único ca-
paz de poder conducirnos al arreglo deseado en los negocios con el
Brasil, y al establecimiento del orden y prosperidad nacional que
tanto anhelo.
En esta confianza es que me dirijo á usted, y le ruego acepte los*
sentimientos de consideración y aprecio de su atento servidor Q. 8
M. B. — JiMto J. de ürquixa.*
Contestaelón del doetor Aeevedo.
He aquí la respuesta del doctor Acevedo, concordante con la pro-
paganda altamente conciliadora que encabezó en las columnas de
«La Constitución» y en las bancas de la Representación Nacional:
«Montevideo, mayo 15 de 1852.'-Seffon Recién antes de anoche lle-
gó á mis manos la carta de V. E. del 7 del corriente, en que, con una
benevolencia que sinceramente le agradezco, me habla de las causas
que en su opinión, han influido para traer la situación actual, y de
los medios de que podemos valemos para salir airosamente.
Permítame, señor general, que ante todo le asegure, que pienso
completamente como V. E.; y que todos los actos de mi corta y poco
importante vida pública, han sido consecuentes con esas ideas.
Es un hecho que este país se encontraba dividido en partidos con
pretensiones exclusivas y encontradas. Esos partidos, ligados con los
que dividían la Confederación Argentina, lucharon por mucho tiempo,
merced á la intervención extranjera que sostenía á los unos y á los
otros.
. Sin entrar ahora al examen de los derechos que cada uno alegaba,
sentaré otro hecho que nadie con ánimo desprevenido puede poner
en duda.
En los últimos nueve años han existido dos gobiernos ó autorida*
des de hecho, en la República Oriental.
El uno, que dominaba todo el país, excepto Montevideo. El otro,
que se limitaba al terreno encerrado dentro de los muros de la ca-
pital.
La lucha empeñada pudo concluir de tres modos: por el triunfo del
Gobierno que existía fuera de Montevideo, por el triunfo del que se
sostenía en la capital, ó por la unión de los orientales, tomando por
base la Constitución de la República.
En el primer caso habría quedado establecido que el (Gobierno le-
gítimo de la Repúblicit era el que había existido fue^a de Montevideo;
ANTES Y DEBPUéS DEL MOTÍN 215
qne el otro no era más que nna autoridad nominal sostenida por el
extranjero.
En el segando, se habría reconocido que la autoridad nacional era
la que existía en Montevideo: que la otra no era más que un simu-
lacro, creado por Rozas y para Rozas.
En el tercero^ abjurando ambos partidos sus pasados errores, ha-
brían tirado sus divisas, y tomando por estandarte y por norma la
Constitución de la República, habrían trabajado todos por el bienes-
tar futuro del país, sin que ninguno tuviera facultad de enrostrar fd
otro con el pasado y sus consecuencias.
De estos tres modos posibles de solución, ¿cuál es el que se realizó?
Ahí están los hechos. Ahí están las memorables palabras de V. E.—
no habrá vencidos ni vencedores— todos los orientales tienen ¡guales
méritos, iguales servicios, es decir, ninguno de los partidos tendrá
derecho á decir al otro: <yo he sostenido los verdaderos principios} he
estado en la buena senda; tú has traicionado la causa de tu país, te
has puesto al servicio de un tirano extranjero, ó te has prostituido á
pretensiones injustas y extrañas.»
Ese pensamiento de V. E. que mis amigos y yo adoptamos con todo
el entusiasmo que nos inspiraba el deseo de cegar el abismo de las
revoluciones, se ha falseado. La reacción está á la puerta, como dice
V. E. tan acertadamente: la reacción con el mismo fuego» la misma
intensidad, las mismas pasiones de otra época.
Pero .es necesario averiguar de dónde viene esa reacción. Esa reac-
ción no viene del partido que se denominó blanco» ni de la mayoría
del que se llamó colorado. Esa reacción viene de una muy pequefia
parte del antiguo partido colorado: de la parte interesada en perpe-
tuar la marcha torcida que las circunstancias imprimieron al gobier-
no que existía dentro de Montevideo.
La posición que nosotros tomamos, y con nosotros una gran parte
de los que se denominaron colorados, es muy franca y muy leal.
Nosotros decimos:— unos y otros hemos cometido errores—abjurémos-
los—unos y otros hemos estado fuera de la verdadera senda— tome-
mos la senda constitucional. Que la fusión no se verifique en el cam-
po de los blancos ni en el campo de los colorados: que la fusión se
verifique en el campo nacional, bajo la égida sagrada de la Constitu-
ción!
Estos principios que hemos sostenido constantemente desde el 8 de
octubre, fecha memorable, para siempre enlazada con el glorioso
nombre de V. E., se encuentran vertidos en la proposición que hici-
mos á la minoría de la Cámara, cuando apuntó la reacción de que
todos nos aquejamos.
Nosotros pretendíamos echar un velo sobre el pasado: nosotros
pretendíamos no discutir loa hechos envueltos en la amnistía plena y
tí6 EDÜABDO ACBTSDO
entera que, bajo la inspiración de V. E., se dieron los partidos. Pero
exijamos, quedar los unos á la par de los otros; exigíamos que se
dejase á la historia el juzgamiento de la legitimidad de las pretensio-
nes respectivas, ya que no se adoptase la política franca que propo-
níamos, de reconocer que todos habíamos errado — que nadie tenía
derecho de tírar la primera piedra.
A eso se nos ha contestado, falseando las nobles palabras de V. E.—
Se nos ha contestado que el partido blanco fué vencido, que el colo-
rado fué vencedor; que el primero no tenía otro carácter político en
esta tierra, que el de hombres que se habían puesto al servicio de los
intereses del tirano de Buenos Aires, mientras que el segundo defen-
día la causa nacional; y que las palabras de V. E. no se referían á
los partidos, sino á los individuos. Algo por el estilo de la explica-
ción que Rozas daba del «mueran los salvajes unitarios».
V. E. fácilmente concebirá que no podemos aceptar semejantes
consecuencias de una reacción, que nos lleva de nuevo á la guerra
de que acabamos de salir.
El partido, á quien se quiere humillar lucharía como es natural,
para librarse de la mancha que se le quisiera inferir, y aprovecharía
la primera ocasión de sobreponerse, para sostener á su vez pretensio-
nes tan exclusivas y absurdas, como las mismas de los adversarios.
Eso es lo que hemos querido evitar, trabajando para llevar adelante
á todo trance el programa que proclamó V. E. el 8 de octubre. La
base de ese programa es la igualdad de los diversos partidos en que
se hallaba dividida la República: igualdad que haría posible la fusión
en un gran partido nacional, que no tendría más adversarios que los
restos de los viejos partidos personales.
Desde que esa igualdad no exista, desde que se establezca que de
los dos partidos, el uno traicionó los intereses legítimos del país, que
el otro defendía, yo pregunto: ¿qué puede esperarse para el futuro? Si
al que va á trabajar con nosotros en la reconstrucción social, empeza-
mos por escupirle en la cara, ofreciéndole apenas la impunidad de
sus erimenes pasados, ¿qué podemos esperar de su colaboración en la
grande obra? Esa es precisamente la situación, general; y nadie más
á propósito que V. E. para juzgar si ella es conforme á nuestro pun-
to de partida— el 8 de octubre.
una de las más generales acusaciones que nos hacen, es la de no
querer tender un velo sobre el pasado. Falsedad muy grande. Nos-
otros queremos el velo, porque sin él no puede haber paz ni tranqui-
lidad. Las acusaciones y recriminaciones nos llevan á la anarquía.
Queremos el velo sobre el pasado; pero un velo que no humille á los
unos á la presencia de los otros. Un velo que nos habilite á todos
para trabajar, con nuestras frentes erguidas, en el sólido afianza-
miento de las iiistituciones de la República,
ANTES Y DESPIT^ DEL MOTÍN 217
A eso se liga la acusación de no respetar los hechos consumados.
Nosotros, colocándonos en el punto de vista de la Constitución y de
la justicia, rechazamoá toda solidaridad con los actos malos de los
dos partidos. No queremos responsabilidad moral, ni de las degolla-
ciones y confiscaciones de los unos, ni de los asesinatos y depreda-
ciones de los otros; pero aceptamos todos los actos de los dos go-
biernos en que no ha habido infracción de la ley, dejando á los
tribunales, siempre que fuere necesario, la decisión de si se ha in-
fringido ó no la ley.
Los actos verdaderamente consumados nadie entre nosotros piensa
tocarlos, ya vengan de los blancos ó de loa colorados; ¿pero se llama-
rá, por ejemplo, acto consumado, que se presente un hombre con un
crédito de 37,000 patacones por 40 bolsas de fariña que vendió al Go-
bierno hace tres ó cuatro años? ¿No nos asistirá el derecho á los que
representamos la Nación para examinar esos créditos, ya vengan de
los unos ó de los otros? Esta es la verdadera dificultad, señor gene-
ral. Una dificultad de plata, y nada más, es lo que se encuentra en
el fondo de la cuestión interna. £1 país entero lo sabe; y V. £• se
convencerá de ello muy pronto.
Respecto de la cuestión brasileña, hoy arreglada, creo inútil entrar
en detalles que serían intempestivos. Con la aceptación de los trata-
dos que el país entero ha repudiado, se nos pone en el caso de ser
brasileños. ¡Quiera Dios que no haya con el tieinpo motivo de arre-
pentirse, y se eche de menos la base de la Convención de 1828 que
dio existencia á esta Bepúbbca!
Dispense V. E., señor general, que me haya extendido tanto, abu-
sando de sus preciosos momentos; pero á ello me ha impulsado la
noble franqueza de V. E. y la necesidad que he sentido de que no
altere la opinión que tiene formada de la lealtad de mi carácter.
En esta esperanza, ruego á V. E. acepte los sentimientos de consi-
deración y aprecio con que B. L. M. de V. E.-^EdtMrdo Ácevedo*.
lia propaganda de «Ija Constltaclón».
Las cartas de los doctores José Ellauri, Carlos Tejedor y Alejandro
Magariños Cervantes y del señor Juan José Soto, que extractamos á
continuación, reflejan el juicio favorable de la época á la propaganda
periodística del doctor Acevedo.
Del constituyente Ellauri:
« París, octubre 4 de 1852.— . . . Acabo de leer los números que
basta el 5 de agosto ha publicado usted de su excelente periódico
218 EDÜÁBDO ACEVBDO
«La Constítuciónv. El proj^^ma, la claridad y sencillez de su estilo,
al alcance de todas las inteUgencias, son calidades no muy comunes
en los periodistas, y yo creo que continuando así usted hará un fiaran
servicio á nuestra tierra. En el fondo, las ideas son las más prácticas
y las más útiles en las circunstancias. Yo lo felicito á usted sincera-
mente iK)r esa noble liberalidad de ideas que usted emite, sin preocu-
parse de antecedentes ni de exclusivismos mezquinos, unión leal
bajo el estandarte sublime de la Constitución, y llegaremos al término
de nuestro destino — José Ellaurt.»
Dbl dootob Gablob Tejedob:
« Buenos Aires, julio 27 de 1852. ~ . . .Su periódico lo he leído con
mucho gusto. Encuentro en él sobre todo tendencias honradas y un
aire de calma y satisfacción. ¿Pero le será posible mantenerse así por
mucho tiempo en época como la nuestra? ¿Qué piensa usted en el
fondo de su corazón, de ese gobierno y del porvenir del país?
« Al verle tan sereno y doctrinario en medio de las nubes que nos
rodean y de que su patria no está exenta, llego á pensar que ese país
no ha perdido, como el nuestro al parecer, la facultad de nutrirse de
buenas ideas: que todavía es tiempo de moralizar allí, mientras que
aquí todo se hace y deshace á látigo ó golpes de sable.
« Me pide usted trabajos para su diario. ¿Puedo dárselos, conve-
nientes, en este estado de mi espíritu? Cada día pierdo un pedazo de
la gran esperanza que me hizo regresar. No podría escribir sino cosas
tristes. Feliz usted que no desespera todavía del porvenir de su
patria! .... — Carlos Tejedor. »
Del doctor Alejandro MagariSíos Cervantes:
« París, diciembre 7 de 1852.— He visto con placer algunos
números de «La Constitución», periódico consagrado exclusivamente
& los verdaderos intereses del país y órgano sin disputa del verdadero
partido nacional. Al ver á su frente á un hombre del saber y talento
de usted, al notar los principios y doctrinas que sustenta, no he du-
dado que toda la juventud inteligente se agrupará alrededor de la
bandera levantada por usted, y trabajará con patriotismo, con celo»
con inteligencia y acierto en la grande obra de nuestra reorganización
política y social. Desde Europa ofrezco á usted mi pobre contingente,
en la esfera en que desde aquí me es posible hacerlo. . . . -^Alejandro
Magariños Cervantes,*
« París, febrero 5 de 1853.— . . . . Supongo que usted estará ocupa-
dísimo en las ^aves y patrióticas tareas á que se ha consagrado, en
ANTES 7 DESPUÉS DEL MOTÍN 219
pro de las doctrinas que con tanto acierto defíende en «La Constítu-
ciónD y que le valen sinceros y ardientes elogios lo mismo en América
que en Europa. No he hablado con un solo americano del Río de la
Plata, que no esté de acuerdo sobre el particular. Con el señor Ellauri
j Frías en particular hablo mucho de usted, con placer, con orgullo,
con la satisfacción que inspira el amor á la patria y las altas espe
ranzas á que se abre el corazón al ver en el palenque de la política
hombres tan sensatos, tan inteligentes y tan amantes de su país
como usted —Alejandro Magariños Cervantes,*
Del sElfoB Juan José Boto:
« Bío Janeiro, junio 23 de 1853.—. . . . usted que ha sido el primero
en predicar y que ha mostrado de un modo práctico que el respeto á
la Constitución es nuestra única áncora de salvación, sea también el
primero en reunir y formar el nuevo partido, el partido que podría
Uamarse propiamente eonsiiiueional y en el cual al designar á cada
uno su puesto no se le preguntada de dónde viene sino cuáles son
BUS aptitudes y su capacidad.
« Entre las inmensas ventajas que eso traería, resalta desde luego
la de poder estrechar sincera y positivamente con el Imperio del Bra-
sil las relaciones de amistad y buena inteligencia. El Brasil no podría
ver entonces un partido que le era simpático y otro que le era hostil:
las simpatías y los rencores, si es que existen, se habrían confundido,
y el partido constitucional representado por la mayoría de los orien-
tales, inspiraría en el exterior más respeto por el país, más confianza
en su porvenir y consiguientemente habría para con él mejor dispo-
sición, más consideraciones ^Juan José Sotoi»,
« Bío Janeiro, septiembre 11 de 1853.— No se desaliente usted
por los ataques de la envidia. Hombres de su probidad y sus talentos,
lanzados en una sociedad como la nuestra, necesariamente han de
hallar detractores y opositores sistemáticos; pero usted está muy
arriba de los ataques de sus enemigos, su inmaculada reputación lo
pone á cubierto de los tiros de la calumnia, y el aprecio y la grande
opinión que goza usted en la mayoría del país, le designan con justi-
cia el primer puesto entre los orientales. • . ^Juan José Soto ».
Ni Maneo ni eolorado.
La carta del constituyente Ellauri, ya extractada, fué contestada en
los siguientes términos por el doctor Acevedo:
■
« Jíontevideo^ diciepibre i de 1852.— Cop vivísimo placer hs r^ci-
220 EDÜABDO ACKYBDO
bido la carta, que con fecha 4 de octubre ha tenido usted la bondad
de dirigirme. Aunque no tuviera el honor de conocerlo personalmente,
me había acostumbrado á mirarle desde hace mucho tiempo como uno
de los hombres que más han contribuido á afirmar en nuestra tierra
el orden constitucional.
« Babia la parte principal que á usted había tocado, asi en la redac-
ción de <La Constitución», como en la discusión que tuvo lugar en
la Asamblea. Conocía el excelente discurso de que usted conserva
ahora sólo un vago recuerdo, y que tantas veces me ha servido para
descubrir el espíritu y tendencias de nuestra ley fundamental.
«Eso le explicará á usted, mi estimado doctor, la clase de impresión
que me han causado las lisonjeras palabras que se ha servido usted
dirigirme, con motivo del periódico que me creí en el caso de fundar
después del 8 de octubre, en que lució la paz para nuestro pobre país
tan desgarrado.
« Esas palabras, agradables en cualquier caso, lo son doblemente
cuando vienen de un hombre como usted. Ellas sirven de estímulo á
la vez que de recompensa. Vivamente penetrado de la necesidad de
la unión de los orientales bajo el estandarte sagrado de la Constitu-
ción, he tratado únicamente de hablar con mi corazón, y sobre todo,
de encaminar la prensa hacia las mejoras materiales, dejando comple-
tamente á un lado esas cuestiones políticas que nunca han producido
otra cosa que trastornos y guerra civil.
« Hoy no hay nada que separe en el porvenir á los orientales que
pertenecieron á los diversos partidos que han dividido á la Repú-
blica, ¿por qué entonces no reunimos todos en un común deseo de
sostener la Constitución? ¿por qué empeñarse en buscar en el pasado
motivos de división y de encono?
«Ese es el sentimiento que me ha hecho, contra mi inclinación y mis
verdaderos intereses, redactor de un periódico. Yo he creído que el
mejor modo de borrar los vestigios del pasado y de que desaparecie-
ran los antiguos partidos, no era ensalzar los hechos del uno, para
deprimir los del otro, sino sostener la igualdad de ambos ante la
Constitución de la República.
«He elegido ese camino, precisamente porque no soy, ni quiero ser,
blanco ni colorado; y sin embargo, hay hombres que gritan contra la
reacción que suponen que encabezo, y me suponen animado de las
ideas más exaltadas y atrabiharias.
«En tal situación, acosado por el grito casi general de los hombres
que hacen gala en llamarse de la Defensa, cuando quizá no han hecho
más que trabarla, se hará usted cargo que sus palabras han venido á
caer como un bálsamo sobre heridas que, por más que diga, no puedo
dejar de sentir más ó menos vivamente.
«Cuando hombres como usted, que han ocupado lugar tan conspicuo
ANTB8 T DB8PÜ1Í8 DBL MOTÍN 22Í
en el partido contrario de aquel donde yo me encontré un día, hacen
la justicia de creer en la rectitud de mis intenciones, eso me da nuevo
brío para continuar en la misión que he tomado sobre mí.
«Yo le pido encarecidamente, mi estimado doctor, que si usted cree
olguna vez que me separo de la línea de conducta que he sefi^uido en
mis primeros pasos, y á la que ha dado usted su aprobación, tencha la
bondad de indicármelo con entera franqueza. Será un nuevo favor que
le agradeceré tanto 6 más que el primero ^Eduardo Áceveio.y^
La carta que antecede, mereció del constituyente Ellauri las muy
favorables apreciaciones que se leerán á continuación:
«París, marzo 6 de 1853 —Habiendo leído todos sus diarios pos-
teriores á la mía hasta el 5 de enero, veo que no se separa usted de la
buena línea que adoptó desde el principio, á pesar de las tracaserías
de algunos díscolos (que le aseguro á usted que son muy pocos) y á
quienes les ha de llegar también su día de convencimiento. No se
afecte usted, mi amigo, de esos que no son más que ladridos á la luna.
El sacerdocio que ejerce un escritor público es muy sagrado, aunque
no le falten sus amarguras. Pero en usted tiena mucho de sublime y
elevado y no le pueden alarmar los tiros de la maledicencia. Para el
que sabe lo que es en Montevideo la carrera de un abogado de crédito
como el que usted goza; para el que conoce las circunstancias espe-
ciales de familia y de fortuna de usted, es indudable que sólo una
intima convicción y el más puro patriotismo han podido decidirlo á
usted á tomar sobre sus hombros una carga cuyo peso no todos saben
apreciar. Aquí no hay interés personal, no hay especulación; y eso le
hace y le hará á usted siempre un grandísimo honor. El estandarte
sacrosanto de la Constitución es el único que ha podido salvarnos no
sólo aquende, sino también allende el Río de la Plata. La diferen-
cia favorable para nosotros, ha estado en que la República del Uru-
guay, buena ó mala, la tenía ya hecha; y en la Argentina aún está
por redactarse. De ahí nace que nos pudimos poner pronto en orden
de este lado, y del otro aún hay obstáculos que imperan.
«Lo que más me agrada en su modo de escribir (creo que ya se lo
dije), es la claridad al alcance de todas las inteligencias; que no tro-
pieza usted en el escollo (tan frecuente en la juventud) de las teorías
seductoras y de los programas pomposos. Se va usted á lo práctico, á
lo hacedero y posible, sin vagar por los espacios imaginarios. Siga
usted, mi amigo, así; y usted verá el fruto de sus patrióticos esfuer-
zos —José Ellauri, »
El motín militar de Jallo de 1853.
Al recorrer los últimos editoriales de «La Constitución», diríase
que el doctor Acevedo no se había dado cuenta de la inminencia da
¿22 ÍBDÜARDÓ ÁosVsbd
la crisis política, tal js la serenidad de su propaganda y la absoluta
confianza demostrada en la cordura del país. Esa serenidad y esa
confianza no eran infundadas. £1 ambiente del país excluía en abse-
luto la posibilidad de una revolución popular. El motín militar era
posible, se dirá. Pero la prensa no podía combatirlo anticipadamente,
sin aumentar la gravedad del mal. De ahí que las columnas de «La
Constitución» reflejaran impresiones más tranquilizadoras de las que
realmente actuaban en el ánimo del periodista. Mencionaremos dos
antecedentes de última hora que así lo acreditan.
Guando empezaron los preparativos para la organización de la
guardia nacional, que era uno de los números del plan de festejos
del 18 de julio, el doctor Acevedo, que estaba alistado en una de las
compañías, conferenció varias veces con el Presidente Giró j con sus
Ministros para demostrarles la necesidad de que los soldados cívicos
recibieran su lote de municiones á la par de los de línea. En la vís-
pera del motín, reiteró esas entrevistas y esos pedidos, sin conseguir
resultado alguno. De ahí que las fuerzas de línea pudieran hacer
fuego impunemente como lo hicieron.
Entre los papeles del doctor Acevedo, figura una exposición del
25 de julio de 1853, siete días después de producido el motín militar,
(in que se documenta una tentativa para desbaratar el plan de los re-
volucionarios. Estaba el doctor Acevedo amenazado de muerte por
algunos ex legionarios y «para el caso no probable (dice la exposi-
ción) de que esos miserables realicen las amenazas, he creído conve-
niente dejar listas estas apuntaciones».
Resulta de la exposición de que nos ocupamos, que el 17 de julio,
víspera de la revolución, el doctor Acevedo fué invitado á una con-
ferencia por tres legionarios de representación, y que de esa confe-
rencia resultó la presentación de un individuo que por una cantidad
de dinero se comprometía á presentar la prueba de la criminalidad de
los cabecillas y á dar 'los medios de burlar sus planes. El doctor
Acevedo, que había concurrido á la entrevista con conocimiento del
Presidente Giró, puso en contacto con este magistrado al legionario
que debía descubrir el plan. El legionario repitió «poco más ó menos
lo que todo el pueblo decía, sin presentar una sola prueba de sus aser-
tos», por lo que el Presidente y el doctor Acevedo le dijeron que la
promesa no se cumpliría, sin que se diera al Gobierno datos para
obrar. El legionario se retiró etitonces con ánimo de procurarse las
pruebas y volver, pero no hizo ni una ni otra cosa.
Del mismo archivo del doctor Acevedo, reproducimos los siguientes
párrafos de una carta del señor Juan José Soto que corresponde pre-
cisamente á la fecha del motín y prueba que en Río Janeiro se cono-
cía con anticipación el movimiento que aquí debía estallar:
ÁlStTEi t D£8PUéi DEL kOTÍN ÍÍ3
«Río Janeiro, jalío 18 de 1853.— Triste C09a es, querido amigo, to-
car el convencimiento de que el miembro gangrenado va á llevar el
contagio á todo el cuerpo y no poder hacer la amputaciónl ¡Triste cosa
es que divisando el puerto no haya quien sepa manejar el timón para
guarecerse en él y ponerse al abrigo de la borrasca! ¡Triste cosa es»
en fin, ver correr el país á su perdición y no tener la facultad de de-
tenerlo en su funesta carrera] Según me han dicho personas bien in-
formadas, hoy debe haber estallado un motfn en Montevideo. Hoy
habrá reaparecido la anarquía con todos sus errores. Hoy se habrá
puesto en movimiento esa máquina destructora que se llama guerra
civiL Hoy se habrá cometido un nuevo crimen que irá á aumentar el
largo catálogo de los atentados con que desde muchos años estamos
escandalizando al mundo. Hoy se habrá dado impulso al carro de la
revolución, sin que nadie pueda prever cuándo y dónde se detendrá.
Hoy, en 6n, los exagerados, por no decir mentidos patriotas, fanati-
zados por sus aspiraciones y cegados por su ambición, habrán arras-
trado al sacrificio centenares de ciudadanos útiles! — Juan José
Soto.T»
Carta al seftor Franclseo Ijeeoeq.
Indicando algunas de las causas de la crisis poUtica, se expresa
así el doctor Acevedo á fines del mes de agosto, ó sea en la mitad
del período comprendido entre el motín militar y el derrumbe del
gobierno constitucional:
«Agosto 24 de 1853 —Guando á costa de sacrificios de todo
género habíamos conseguido la paz y empezaban recién á cicatrizar las
llagas que nos había legado una guerra de diez años, un nuevo movi-
miento revolucionario viene á poner en problema hasta nuestra exis-
tencia política.
«No hay que alucinarse. £1 motín del 18 de julio que no vino á res-
ponder á ninguna necesidad del país, se debe exclusivamente á la
poUtica insensata de los estadistas brasileños, que creen favorecer los
intereses de su nación aniquilando la nuestra para absorberla des-
pués más cómodamente.
«Llamo insensata esa política porque, aún suponiendo que los
brasileños consiguiesen su objeto y tngesen sus fronteras hasta el
Río de la Plata, consumando la ruina de estos habitantes nacionales
y extranjeros, no harían sino aumentar los elementos de desorgani-
zación que encierra en sí mismo el Brasil y que más tarde ó más
temprano traerán su desmembración. La adquisición de este país,
sería para el Brasil un nuevo vestido de Dejánira que sería fatal á
su poseedor.
2Ü
EDUARDO AOEVEDO
« iQaé lástíma que la Francia no se haya apercibido del papel que
estaba llamada á desempeñar en estos pafse& !
« Cuando estaba por retirarse en 1852 la columna expedicionaria
francesa que mandaba Mr.Bertin Ducbateau, pedimos al almirante L#e-
Predour que retardara la partida de la expedición, para que nos sir-
viera de escudo contra las injustas y exageradas pretensiones brasileñas.
M almirante no se creyó autorizado á ceder á votos que salían de los
mismos que más ardorosamente habían combatido la intervención
francesa en el Plata. £i almirante no conoció cuánta ventaja repor-
tarían los intereses franceses de semejante concesión hecha á antijpios
adversarios que venían á reclamar la acción civilizadora y pacífica
de la Francia para sostener la independencia de la República y la
consolidación del orden constitucional ».
Coarta al señor Juan José Soto.
Después de terminado el proceso del motín, con el derrumbe del
gobierno de Giró, el doctor Acevedo condensó en esta forma sus opi-
niones sobre las causas de la grave crisis:
«Montevideo, septiembre 30 de 1853.— Los hombres del 18 de julio
han descorrido completamente el ya muy transparente velo que en-
cubría sus planes de desorganización y de anarquía.
«Le escribí el 24 por el transporte «Charrúa» en los momentos en
que el Presidente de la República, cediendo á la violencia, iba á bus-
car un refugio en la casa de la Legación Francesa.
«La fuga del Presidente desconcertó por un momento á los anar-
quistas. £llos que pretendían llevar ese día la violencia á sus últimos
límites al salir de un banquete de doscientos cubiertos que Pacheco
había mandado preparar en una fonda de la plaza, se determinaron
á cejar, y el banquete se concluyó muy tranquilamente. Todos loa
preparativos de desorden quedaron sin efecto.
«Determinaron hacer creer entonces que el paso del Presidente no
había sido provocado: que no había existido peligro alguno, ni para
su persona ni para su autoridad, y que el asilo que había ido á bus-
car era una especie de acto de demencia.
«Supongamos que así fuera: supongamos que el Presidente en vez
de refugiarse en lo de Mr. Maillefer, hubiera salido tirando piedras
por las calles, ¿era ese motivo para que desconocieran las demás auto-
ridades constitucionales? ¿para que prescindieran de la Comisión Per-
manente, de la Asamblea General y de la autoridad que ipso jure in-
viste el Presidente del Senado en los casos de fallecimiento, ausencia
6 renuncia del Presidente de la República?
«La conducta de los revolucionarios no tiene excusa ni pretexto.
ANTES t DESPUÉS DEL kOTÍH ¿25
£n una reunión tumultuaría echaron por tierra todae las autorídades
constitucionales, y nombraron, 6 por mejor decir, nombró Pacheco el
singular triunvirato que asume hoy el nombre de Gobierno Proviso-
rio de la República- Arrastraron al pobre viejo Lavalleja. ..«in-
cluyeron el nombre de Rivera á quien suponían muerto vel quast, y
se dispusieron á convocar una Asamblea de doble número de senado-
res y representantes, como si se tratara de cambiar la forma de go-
bierno de la República.
«A todo esto la campaña estaba entregada á sí misma. Los jefes de-
partamentales no tenían instrucciones de ninguna cla^e, y el Go-
bierno se víqo abajo en la capital, sin hacer el menor esfuerzo para
sostenerse en otra parte. Eso explica que Flores haya podido llegar
sin ninguna especie de obstáculo hasta San José, con poco más de
200 infantes y 50 caballos.
«A mi modo de ver, no por eso la guerra civil es menos inevitable;
pero supongamos que así no fuese; supongamos que Flores, engrosan-
do su columnita recorra triunfante todo el país, haciendo reconocer la
autoridad del gobierno revolucionario ¿puede quedarnos alguna espe-
ranza de que el orden se consolide? Desbordado el torrente, pisoteada
la Constitución, ¿qué esperanzas podemos tener para lo sucesivo? ¿No
se creerá autorizado para hacer una revolución cualquiera que pue-
da disponer de algunas bayonetas?
«En países como los nuestros, acostumbrados á la vida de caudillaje,
quitando los caudillos es necesario poner algo en su lugar, y ese algo
no puede ser sino la ley, la Constitución. Quítelas usted, y se encon -
trará de nuevo con los caudillos y su inevitable cortejo de desórdenes
y arbitrariedades.
«Herrera se ha portado bien en toda esta jarana, como creo que se
portará Lamas. Herrera no ha reconocido el gobierno revolucionario
y hasta ha visto durante unos días amenazada su existencia. César
Díaz no se ha plegado tampoco al movimiento, y muchos de los anti-
guos colorados están en el mismo caso.
uTodos los que tienen ojos, ven que siguiendo en esta senda vamos á
la anarquía, y como necesaria consecuencia, á la pérdida de nuestra
nacionalidad.
«¡Qué papel tan lucido habría tenido que representar el Presidente
en todo este negocio! Viva la Constitución de la República, mueran
los blancos y los colorados, es decir, los que con los ojos en el pasa-
do, no quieren ver el porvenir. Tuda la parte sana, que es la más nu-
merosa, le habría rodeado y el país se habría salvado sin luchas y sin
trastornos.
U
Í2i I:düárdo acetbdo
ftTenfjfo el triplísimo consuelo de que se los predije á todos hace mu-
cho tiempo.
«Estoy siempre en lo que le dije la primera ves que le hablé del
motín de julio. La situación se debe tanto á la ineptitud de algunos
hombres, como á la perversidad de otros.
• ■•••••• ••.••.. ••• •■■•
«Paranhos ha procedido con mucha indiscreción en todo este nego-
cio. No solamente ha ayudado debajo de cuerda cuanto ha podido á
los revolucionarios, sino que requerido por el Gobierno para que hicie-
ra efectivo el auxilio estipulado en los tratados de octubre, ha con-
testado que no se creía en el caso de verificarlo. Ahora me parece que
le pes i haber procedido como lo ha hecho, pues ha conocido cuan fal-
sa 68 ia posición que asume. No lo he visto después de los últimos
sucesos.
«El Presidente, don Bernardo y algunos otros ciudadanos están em-
barcados. Yo no lo he hecho todavía; pero tendré que hacerlo uno de
estos días.»
Carta del doetor Ambrosio Velaseo.
Durante la contienda presidencial de 1860, el doctor Ambrosio Ve-
lasco publicó en «La República» (17 de febrero) el siguiente párrafo de
una carta del doctor Acevedo del 12 de mayo de 1854:
«Cada día que pasa, cada nueva desgracia que asoma, es un moti-
vo para deplorar de nuevo y con más fuerza, que se hayan esteriliza-
do tantos elementos de prosperidad como el país encerraba. La inep^^ia
de unos y la perversidad de otros ha sido más poderosa que ia volun-
tad de la gran mayoría del país. Esto que creía yo en julio y septiem-
bre lo creo ahora también. Dios quiera que tenga compostura!»
lia polítlea brasileña.
De una carta dirigida por el señor Juan José Soto al doctor Ace-
vedo varios meses después del derrumbe de la situación constitucio-
nal, reproducimos las siguientes apreciaciones:
«Río Janeiro, febrero 4 de 1854.— Por esta vez el Ministerio
brasileño no ha demostrado su bien merecida reputación de débil,
vacilante. . .
« No estaba contento de la administración Giró y creyó operar un
cambio sin conmover al país. Quizá los hombres que ambicionaban
las posiciones oficiales le presentaron al señor Paranhos ese cambio
como cosa muy sencilla y de fácil realización, y como siempre está
ÁllTSS t DESPUÉS DEL MOTÍN 82t
uno dispuesto á creer todo lo que halaga y lisonjea el amor propio, el
enviado brasileño creyó hacer la cosa más meritoria para su gobierno,
trayendo á las posiciones oficiales amigos reconocidos del Brasil, y
sin prever todos los resultados de un movimiento revolucionario, lo
apoyó desde sus primeros pasos. Cuando se parte de un dato falso,
todas las consecuencias son falsas. £1 cambio iba á operarse, pero el
país entero iba á conmoverse.
« Hubo sin embargo un momento en que el seflor Paranhos habría
querido retroceder, pero ya no era tiempo, y tuvo que dejar rodar el
carro revolucionario mucho más allá de lo que él había calculado.
<K La conducta del señor Paranhos no fué un miscerio para nadie y
mucho menos para su gobierno que tuvo momentos en que la reprobó
altamente. Todo el mundo veía que el señor Paranhos rompía Ioh
tratados dejando de cumplirlos, y la conciencia de que faltaban á
un pacto solemne, alarmaba á todos los brasileños. ..—Juan José Soto.»
lia prosranuí fecundo.
En el archivo del doctor Acevedo figura el siguiente programa, es-
crito de su puño y letra. No tiene fecha. Pero el papel es idéntico al
empleado en los borradores de las cartas de los señores Juan José
Soto y Francisco Lecocq, que anteceden, y todo inclina á creer que
corresponde á una gestión iniciada en el período comprendido entre
el motín de julio y el derrumbe del gobierno de Giró, para apuntalar
la situación mediante un gran llamamiento al país. Es notorio que el
Presidente Oiró, después de haberse asilado en la Legación de Fran-
cia, consultó á varios ciudadanos de importancia acerca de la actitud
que debía asumir. El programa formulado por el doctor Acevedo puede
relacionarse también con esa consulta.
«En el exterior:
unión de los orientales bajo el estandarte constitucional.
Observancia estricta de la Constitución de la Bepública hasta en
sus menores detalles, sustituyendo á la vida de caudillaje que ha de-
solado estos países, la vida del derecho, la vida déla Constitución.
Extinción absoluta y completa de los antiguos partidos que nada
representan, ni pueden representar en principio.
Necesidad en que todos estamos de tirar las antiguas divisas y de
trabajar por el bienestar futuro del país, sin que nadie tenga facultad
de enrostrar al otro con el pasado y sus consecuencias.
Arreglo pronto de la deuda general del Eatado, de modo que con-
cilio todos los intereses legítimos.
Reducción de los gastos, fiscalización de las rentas y creación de
nuevos recursos que nos pongan en el caso de equilibrar nuestras en-
tradas con las cargas que reconocemos.
t28 ftDÜABDO ÁCSVfiDO
Reprobación explícita de los medios revolucionarios, vengan de
donde vinieren.
Favor á la introducción de brazos y capitales extranjeros, ha-
ciendo al efecto prácticas todas las garantías que la Constitución
concede á las personas y á las propiedades.
En el exterior:
Respeto á todos los derechos adquiridos y cumplimiento de todos
los deberes que imponen la amistad y buena inteligencia.
£n lo que toca al Brasil, principalmente, hacer que los intereses
comerciales vengan en apoyo de los vínculos que ya unen á los dos
paí^e:^ y llevar adelante el cumplimiento de los tratados existentes,
sin perjuicio de solicitar las modificaciones que sirven para estrechar
más y más la amistad y buena inteligencia.»
CAPÍTULO VI
Ecos de la propaganda
De acaerdo con los antecedentes y extractos ya reg^istrados y otros
que se insertan en el capítulo siguiente, pueden relacionarse con las
ideas preconizadas por el doctor Acevedo en las columnas de «La
Constitución», en la Cámara de Diputados y posteriormente en el
Ministerio, las leyes, decretos, reglamentos y proyectos que van enu-
merados á continuación:
En la prensa.
* Preámbulo del decreto de aprobación de los tratados con el Bra-
sil, para gestionar modificaciones ulteriores que las desgracias del
momento impedían exigir en 1852.
* Creación de Comisiones auxiliares en torno de cada Ministerio,
para facilitar el estudio de las grandes cuestiones y atraer el concur-
so de los hombres más preparados en cada ramo.
El primer Ministerio de Pereira presidido por el Constituyente
EUauri, proyectó en su mes escaso de vida política la realización
de esa idea, creando por decreto de 10 de marzo de 1856 un Consejo
consultivo de Gobierno, compuesto de quince individuos, distribuidos
en los tres Ministerios y bajo la presidencia de los respectivos Secre-
tarios de Estado, para el estudio de los casos sobre los cuales consi-
derase oportuno el Poder Ejecutivo recabar su dictamen. Bajo la
Administración Berro, también se organizó una Junta consultiva de
Hacienda, cuyo presupuesto fué rechazado por la Cámara de Diputa-
dos.
* Reglamento de ensefianza primaria y superior. Creación de escue-
las de adultos. Publicación de un catecismo constitucional en conso-
nancia con dicho Reglamento.
* Establecimiento de la capital de la República en el centro del te-
rritorio.
La idea fué aceptada por la Cámara de Senado]:es en 1853.
230 KDÜÁRDO ÁCOBTBDO
* Creación de la sociedad de beneficencia de seftorae.
Este pensamiento fuéacofi^ido por el Poder Ejecutivo. Se nombró
una Comisión encarfl^ada de proyectar la organización y sobre la baae
de nn informe suscrito por los sefiores Eduardo Acevedo, Juan Car-
los GMmes, Cándido Juanicó, Francisco Magarifioe y Juan Casas, se
dictó el decreto de l.<» de abril de 1853, orgranixando una sociedad de
sefioras denominada «Asociación de caridad», con superintendencia
sobre las escuelas de nittas, casas de e3n>ÓBÍtos, hospitales de muje-
res y cualquier otro establecimiento relacionado con las personas de
su sexo.
* Organización de colonias nacionales en los alrededores de los
pueblos, para librará la campatla de robos incesantes y transformar
los hábitos del elemento criollo con ayuda de la agricultura.
La idea fué aceptada por el Gk>biemo y tuvo principio de ejecución
en suscripciones públicas para costear los gastos de transporte é ins-
talación de las familias.
* Establecimiento de granjas experimentales ó chacras modelos»
destinadas al ensayo de los procedimientos adelantados y á la divul-
gación de los progresos agrícolas.
ün decreto de la Administración Oiró, firmado por el iVesidente
del Senado en ejercicio don Bernardo P. Berro, recogió la idea y dis-
puso su realización en 5 de enero de 1853.
* Creación de la contribución directa y afectación de su producto
al pago de la deuda pública.
Dos leyes de julio de 1853 tradujeron esas ideas, que en la mente
del doctor Acevedo formaban parte de un vasto plan de revisión de
impuestos, hasta arribar gmdo por grado á la supresión de los dere-
chos de aduana.
* Descentralización departamental de rentas, como medio de dar
incremento al pago de las contribuciones y provocar el progreso de
las localidades.
Diversas leyes se encargaron posteriormente de traducir esta aspi-
ración, á la que el propio doctor Acevedo se consagró con entusias-
mo como Ministro de Gobierno de la administración Berro.
* Establecimiento de municipalidades ó cabildos, sin afectar la
organización de las Juntas Económico-Administrativas.
Un proyecto de ley de la administración Berro, tradujo en parte es-
ta viva aspiración del periodista de 1852 y 1853.
* Establecimiento del registro público de ventas y reorganización
del registro de hipotecas, para el conocimiento eficaz del estado de la
propiedad territorial.
La amplitud de la legislación orgánica vigente en esos dos ramos
del saneamiento de la propiedad, no impide desconocer el origen pres-
tigioso que ella tiene en los editoriales de «La Constitución» y en el
Ptoyeoto de Código CiviL
ECOS BE LA PROPAGANDA 231
* Declaración de que las deudas contraídas por f uerza^) revolucio-
narías no gravan el tesoro público.
Una ley de 1862 recogió esta idea con el aplauso del país entero.
En el Parlamento.
Jurisdicción de los Jueces de Pas en materia de cumplimiento de
contratos de colonos, para facilitar la inmigración.
Fué convertido en ley.
* Reglamento de Administración de Justicia.
Fué convertido en ley sucesivamente en 1853 y en 1866, quedando
encarpetados varios capítulos de importancia, á consecuencia de la
revolución de julio.
* Establecimiento de una caja de amortización y rescate de la deu-
da pública.
Convertido en ley.
* Afectación de todas las tierras y propiedades públicas al arreglo
de la deuda.
Convertido en ley.
* Creación de los pueblos de Santa Rosa y Sarandí.
Convertido en ley.
* Abolición de las levas militares para ]a remonta del ejército.
Convertido en ley.
* Supresión del impuesto de alcabala.
La idaa fué propuesta por el doctor Acevedo al discutirse un pro-
yecto de reducción del impuesto y rechazada. Pero el Senado la reco-
gió en el acto y la reforma triunfó en las dos Cámaras sin esfuerzo.
* Homenaje á la memoria del general Alvear, bajo forma de pensión
á su familia.
* Adidones ala ley de elecciones, encaminadas á facilitarla pureza
del sufragio.
Convertido en ley.
* Revisión de pensiones y declaración de que los militares que no
estén en servicio activo sólo devengarán medio sueldo.
incorporado á la ley de presupuesto, juntamente con otro artículo
que destína los sobrantes del ejercicio, calculados en seiscientos mil
pesos, al arreglo de la deuda, habiendo presentado este último el doc-
tor Estrázulas por encargo del doctor Acevedo.
* E&tudio de las bases para una ley de reforma militar, que el Po-
der Ejecutivo encomendó á un grupo de ciudadanos del que formaba
parte el doctor Acevedo y pasó luego á la Asamblea para su sanción.
* La ley de hipotecas dictada en 1856 con su armazón de registro
de inscripciónjpública tan elogiado en diversas épocas, es en lo fun-
282 EDUARDO AdÉYKDO
damental la reproducción de varioe capítulos del Proyecto de Código
Civil del doctor Acevedo,, habiéndose conservado en la copia la dis-
tribución de los capítulos de la obra oriipnal y la casi totalidad de los
artículos.
En el minlsterto.
Separación de las funciones de Jefe Político y de comandante
militar, que habían sido englobadas con evidente perjuicio para la bue-
na selección del personal administrativo de los departamentos (de-
creto de 24 de abril de 1860).
* Recaudación y fiscalización de rentas departamentales, con inter-
vención Je los Jefes Políticos y Juntas Económico-Administrativas
de los departamentos (decreto de 25 de abril de 1860).
* Reconocimiento efectivo del patronato nacional, para la provisión
de empleos eclesiásticos, que una costumbre inmemorial había entre-
gado por completo á la Vicaría Apostólica (decretos de 27 de julio y
de 24 de diciembre de 1860).
* Secularización de los cementerios (decreto de 18 de abril de 1861
y nota á la Vicaria de 19 del mismo).
* Derogación de las medidas administrativas de extrañamiento de
ciudadanos por cuestiones políticas, emanadas del gobierno anterior
(decreto de 30 de marzo de 1860 y mensaje complementiBurio á la Asam-
blea de la misma fecha).
* Mensura general del territorio de la República (decreto de mayo
4 de 1860).
* Denuncia de tierras públicas con señalamiento de término á fa-
vor de los ocupantes (mensaje á la Asamblea de mayo de 1860).
* Descentralización de rentas municipales (ley de presupuesto de la
administración Berro).
* De Jas colecciones de leyes y decretos y de los diarios y libros de
sesiones de la época, reproducimos estas otras iniciativas ministeriales
del doctor Acevedo:
Refundición de las Fiscalías de Gobierno y del Crimen en una
Fiscalía general que ejercería sus funciones ante el Poder Ejecutivo
y la Cámara de Apelaciones, y una agencia fiscal que desempeñaría
las funciones del ministerio público ante los tribunales inferiores así
en materia de hacienda como en las civiles y criminales; supresión
de la obligación impuesta por administraciones anteriores á los pasa-
jeros del exterior, de presentarse á la Jefatura Política; declaración
de que mientras no se llegue á un acuerdo general quedarán cerrados
á la navegación extranjera los ríos CeboUatí, Tacuarí y Oiiraar; apla-
zamiento primero y retiro después del tratado de permuta de territorios
S009 BE LA PROPAGANDA 283
fronterizos celebrado oon el Brasil en el atlo 1857 y pendiente de es-
tadio en el Senado; resolación que establece que las capitanías del
puerto de la Colonia deben estar á cargo de los receptores de rentas
drcnlar á las Jefaturas Políticas preráiiéndoles que no se reconocerá
en adelante préstamo alguno que no haya sido autorizado previamen-
te por el Poder Ejecutivo; creación por acto administrativo del pueblo
del Tala, á propuesta de un vecino de Canelones en terreno de su
propiedad, invocando el decreto que sólo se trata de una facultad
administrativa sin erogación alguna para el Estado y que no existe
disposición que conceda al Cuerpo Legislativo la atribución exclusiva
de fundar pueblos ó villas; estudio y reglamentación de los sistemas
de marcas de los ganados vacuno y caballar; derogación de las auto-
rizaciones concedidas á los empleados de diversas reparticiones públi'
cas, para recibir emolumentos por trabajos de interés particular; apli-
cación de las disposiciones sobre explotación y conservación de los
montes públicos, con intervención de las Juntas Económico-Adminis-
trat.ivas; decreto aprobatorio del reglamento del Asilo de Mendigos,
en cuyo decreto, como consecuencia del establecimiento del Asilo, se
prohibe la mendicidad en las calles, agregándose que los infractores
eerán conducidos al Asilo, sin perjuicio de que los que resulten váli-
dos sean considerados vagos y puestos á disposición del juez compe-
tente; resolución que prohibe la inhumación de cadáveres sin que se
presente el boleto expedido por la Comisión de Cementerios, ponién-
dose así término á una práctica abusiva, de la que resultaba que de
los enterramientos practicados en el Cementerio Inglés, no quedaba
constancia alguna ni en los registros parroquiales ni en la Comisión
de Cementerios; convenio con los propietarios de fincas que dan
frente á la Plaza Independencia, para el establecimiento de un plano
arquitectónico; anulación del contrato que entregaba la renta de se-
renos á particulares, restableciéndose el régimen legal que ponía la
recaudación é inversión del impuestj en manos do una Comisión po-
pular; resolución que prescribe que en la aceptación de propuestas
ante la Junta Económico-Administrativa de la Capital sean oídos la
Contaduría General y el Fiscal de Gobierno.
* Y entre las iniciativas de los Ministerios de Hacienda y de Gue-
rra, que traducen ideas y planes diécutidos en acuerdo general de Mi-
nistros y en armonía con ideas sustentadas en otras oportunidades
por el doctor Acevedo, citaremos las siguientes: reglamentación de su-
ministros á las Jefaturas y comandancias mediante libretas numera-
das expedidas por la Contaduría; concesión de libre depósito en
favor de los pueblos del Cuureim y Santa Rosa; supresión del sistema
de las órdenes sueltas en el pago de los presupuestos; facultad de
fraccionar bultos en el comercio de exportación; creación de la oficina
de estadística.
2S4 EDUARDO ACEYBDO
Es necesario asimismo vincular á la labor del doctor Acevedo, se-
gún resaltará del capítulo respectivo de este libro, la incorporación i
la legislación orgánica de la República del Código de Comercio y del
Código avil.
CAPÍTULO vn
En el Ministerio
IbqjMitiiaelóa del doetor Aeevedo.
Gomo consecuencia de la revolución del 18 de julio de 1853 y del
derrocamiento del gobierno constitucionai, el doctor Acevedo tuvo
que radicarse en Buenos Aires. Y allí permaneció durante seis años
seguidos, desvinculado de la política oriental, que tantos sinsabores
y decepciones le había producido.
Las dos cartas que van á continuación, dirigidas á su padre adop-
tivo don Luis Ooddef roy (archivo de este último, en poder del sefior
Eduardo Oiró) reflejan la situación de espíritu en los primeros tiempos
de la expatriación:
«Marzo 24 de 1864.* Su carta del 19 á la vez que me tranquiliza por
las nuevas muestras que me da de su cariflo, me aflige por el conoci-
miento de la situación de espíritu en que se encuentra. Diga usted lo
que quiera, yo creo que habría medio de salir de ella, haciendo un es-
fuerzo. Pensando en eso, deploro no estar á su lado. Vería usted có-
mo le ayudaba á llevar la cruz y á sobreponerse á las cosas que no se
puede remediar. Desgraciadamente tengo que permanecer algún tiem-
po por acá. Quiero separarme absolutamente de la vida pública, y
para eso necesito pasar inapercibido por algún tiempo. Después me
meteré tranquilamente en mi estudio».
«Mayo 24 de 1855.— Tengo esperanza de que haya desaparecido su
nueva molestia de la cara; pero si así no fuere, el remedio principal
es la paciencia. Bastante he tenido que ejercitar la mía en estos vein-
te días que he pasado á obscuras, para que tenga derecho á hablar
S36 EDÜABDO ÁGEVEDO
con conocimiento de causa. En dsta pobre rida, sólo se puede ser fe-
liz, j migando por comparación» y poniendo los males propios en paran-
gón con los ajenos, ó los que pudieran sobrevenir. Ya ve usted que
los sufrimientos mehan dado más filosofíaen vez de quitármela y que
también echo mis sermones de vez en cuando.»
Clefttioaes iMura reincorporarlo á la polftlea.
A fínes de 1857, sus numerosos amigos inscribieron su nombre, en
primer término, en las listas de diputados por el departamento de
Montevideo y su candidatura triunfó sin esfuerzo, juntamente con la
de los señores Francisco Lecocq, Joaquín Suárez, Cándido Juanicó'
Jaime Illa y Viamont, José Duran, José Ellauri, Francisco Fernán-
dez Fisterra, Francisco Hordeñana y Andrés Lamas. Uno de los
ciudadanos que habían trabajado activamente en esas elecciones, el
doctor Jaime Fstrázulas, escrib'ó al doctor Acevedo el 1.^ de febrero
de 1858 una larga carta, para persuadirle dala necesidad y de la con-
veniencia de que aceptara la banca.
«Y pues que estamos de reconstrucción social (decía el doctor Es-
trázulas en esa carta), es preciso que pidamos á los buenos obreros su
concurrencia inmediata: antes, cuando podía faltar la fe en el resul-
tado, era demasiado pedir á un hombre en la posición de usted ahí,
que la sacrificase sin esperanza de hacer un bien á su país. Hoy todo
ha cambiado y no sólo es indispensable ese sacrificio, sino que usted
mismo lo hará con mayor voluntad, con más fe, con más esperanza^.
Refiéreme á la Representación Nacional que debe abrirse el 15. La
Cámara de Diputados posee muchos hombres excelentes, pero poco
prácticos en las grandes cuestiones económicas y administrativas que
deben tratarse. Sabe usted que no sé adular ni lisonjear á nadie, que
tengo al contrario algo de seco y desabrido en mi carácter; por lo
mismo tengo derecho mejor que otros para hablarle así en la confian-
za íntima de la amistad y para pedirle que, pues que hoy puede usted
hacer mucho bien al país (no sólo en la Representación), es preciso que
lo haga»
La aceptación de esa banca, debía ser el primer capítulo de un
plan de trabajos políticos encaminados á la proclamación de la
candidatura presidencial del doctor Eduardo Acevedo para el período
de 1860-1864.
Así permite suponerlo una carta del doctor José María Montero
dirigida desde Montevideo el 16 de febrero de 1858, en que dicho se-
ñor dice lo siguiente al doctor Acevedo: «no sé qué gangolina hay en
las altas regiones de Estado, pero se susurra que su candidatura para
la próxima flaquea y que se levanta la del doctor Juanicó. Dicen que
fiír BL MnfI9TBRIO 28t
usted 68 hombre maj apagado á las formas y que eso no es bueno pa*
ra la actualidad del país.»
Es de advertir qae ya había llegado á la Cámara de Representantes
una nota del doctor Aoevedo concebida en los siguientes términos:
«Circunstancias independientes de mi voluntad me ponen en el caso
de pedir á Y. H. se sinra admitir la renuncia del cargo de diputado
por el Departamento de Montevideo. Quedo haciendo votos per la
completa consolidación del orden constitucional y por que el acierto
señale todos los pasos de V. H.»
Acababa de producirse la hecatombe de Quinteros y ese grave su-
ceüo que había sido reprobado por el doctor Aoevedo, debió predis-
poner su ánimo contra la administración Pereira y alejar toda idea
de reincorporación á la política del país. Sus insistentes negativas
para aceptar la diputación y la proclamación de su candidatura pre-
sidencial sobre la base de la vuelta á la patria y el reconocimiento de
una solidaridad política que le repugnaba» encuentran ahí su causa
primordial y directa.
En el archivo del doctor Acevedo figura una carta del doctor An*
tonio de las Carreras, fechada en Montevideo el 16 de febrero de 1860>
en que sé dice lo siguiente, á propósito de una segunda tentativa de
trabajos presidenciales á fines de 1858:
«usted recordará que cuando en octubre de 1858 le manifestamos
el sefior Juanicó, el señor Estrázulas y yo, el deseo de trabajar para
traer á usted á la Presidencia de la República el 1.» de marzo <le
1860, le hablé á usted con toda franqueza, diciéndole que su candida-
tura tendría oposición si antes no venía á tomar parte en los traba-
jos de la actual administración; que se le juzgaría como advenedizo, y
por lo tanto creíamos indispensable preparar el terreno, haciendo ve-
nir á usted al Senado en las próximas elecciones, que se hicieron en
noviembre siguiente. Usted se resistió á lo uno y á lo otro; nos expu-
so sus razones y motivos; se los rebatimos sin obtener vencerlo. Des-
pués en otra ocasión, volvimos á hablar de lo mismo, oponiéndonos
usted la misma resistencia». (El objeto de esta carta era pedirle al
doctor Acevedo que desautorizara los trabajos hechos á su favor,
á fin de evitar el fracaso de la candidatura Berro.)
A mediados de 1859 se repitieron los trabajos para levantar la can-
didatura presidencial del doctor Acevedo, con el mismo resultado
negativo. La razón fundamental debía ser la misma : el propósito
firme y decidido de no vincularse al régimen que á la sazón impe-
raba en el país, ni entablar gestiones con el caudillaje prepotente de
la época, de cuyo impulso dependía casi siempre el rumbo de los su*
cesos políticos. A esa razón fundamental, se agregaba otra secunda-
ria de la que echó mano el doctor Acevedo en la nueva oportunidad
de que nos ocupamos.
Í3R toüARDÓ ACBTBDO
En oarta de 16 de jaaio de 1859, diris^ida á su padre político don
Luis Ooddefroy, se ocupa el doctor Acevedo de los trabajos presi-
denciales iniciados y de la contestación que dio á loa amigaos que se
proponían encabezar el movimiento. Expresa que él gana en Buenos
Aires el duplo de su presupuesto de gastos y que podría ganar mu-
cho más si quisiera. Pero no tiene rentas fijas y permanentes con las
que pudiera contar después de la disolución de su importantísimo
estudio de abogado. Sus propiedades raíces apenas le producen cien
patacones mensuales. «¿Cómo podría entenderme (dice el doctor Ace-
vedo en esa misma carta), á no ser que malbaratase mis propiedades
y exponiéndome á dejar á mis hijos en la miseria? Hablar del sueldo
es absurdo, porque me consideraría degradado en cobrar un peso,
mientras no estuviera pagado el último inválido. Es, pues, necesario
no pensar en eso por ahora».
Su aetuaelón en Buenos Alresu
Su estudio de abogado ocupó desde el primer momento rango pro-
minente en el foro de Buenos Aires, reflejando intenso brillo sobre
la reputación y la competencia del jurisconsulto oriental.
Un afto después de haber iniciado sus trabajos, ya era designado
por la notoriedad de sus aptitudes para ocupar la cátedra de Juris-
prudencia en la Academia Argentina, á mérito de la muy honorífica
representación de los estudiantes de Derecho á que se refiere la si-
guiente nota de «La Nación Argentina», reproducida por «El Comer-
cio del Plata» en su número del 13 de abril de 1855: «La Alta Cámara
de Justicia de Buenos Aires nombró, como es de costumbre, tres abo-
gados, para que de entre ellos fuese elegido uno que debe dirigir la
cátedra de Jurisprudencia, y observando los alumnos que no se en-
contraba el doctor Acevedo, elevaron una solicitud á la misma Cá-
mara para que en lugar de alguno de los tres abogados nombrados,
colocase al doctor Acevedo; y el Tribunal de Justicia accediendo á
tal solicitud pasó entonces al doctor Acevedo el oficio de su nombra-
miento, y hoy se encuentra el doctor Acevedo dirigiendo la cátedra
de Jurisprudencia».
Ocupó la presidencia del Colegio de Abogados y la presidencia
continuada de la Academia de Jurisprudencia, adquiriendo tal relieve
su personalidad que al abordarse el primer trabajo de codificación
del Estado de Buenos Aires, á él recurrió el Gobierno, á despecho
de las críticas que el localismo se encarga siempre de formular en el
mismo dominio sin fronteras de la ciencia. Las inteligencias más des-
collantes de la juventud argentina hacían el aprendizaje bajo su di-
rección en las bancas de la Academia de Jurisprudencia ó en las
mesas de su propio estudio de abogado, siempre solicitadas por nume-
rosos practicantes.
^N EL MINISTERIO ¿3$
No era menos indiscutible su piestigio entre los orientales. He aquí
tres cartas que lo demuestran:
Del doctor Ambrosio Velasco (Montevideo, 12 de mayo de lH5d):
«Ocupando el redactor del Proyecto de Gódig^o Civil el primer lu-
gar entre nuestros letrados, faltaría á un deber de justicia si no con-
sultara la opinión de usted como una de las primeras en esta ma-
teria».
Del doctor Andrés Lamas (Río de Janeiro, julio 5 de 1855):
«¿No cree usted que era tiempo de que usted como yo y otros de-
claráramos bien alto que no somos ni lo que se llama blanco ni lo que
se llama colorado, para salir del sangriento lodazal en que esos ne-
fandos nombres nos mantienen?
«Como es usted uno de los bombres más importantes del país, y, á
mi juicio, de los bombres más indispensables, si bemos de bacer algo
sólido, fecundo y digno, no be podido dejar de someterle mis ideas y
de darle particularmente las seguridades que tengo, de que encontra-
ríamos la cooperación externa que necesitásemos si los buenos hicie-
ran prueba de buen sentido y de abnegación uniéndose públicamente
para levantar al país del abismo — y de valor cívico saliendo de la
abstención que deja libre la acción de los facciosos y de las pandillas
personales «.
£1 Ministro de Francia Mr. Maillefer, exteriorizando el voto de los
orientales, escribía lo siguiente al doctor Acevedo on carta de 8 de
i^osto de 1856» datada en Montevideo:
«Aprés l'avantage d'étudier le livre (se refiere al Código Civil), ne
m'accorderez-vous pas la felicité d'en connaitre personnellement l'au-
teur? Je puis vous assurer que tous les esprits éclairés et les bons cito-
yens font des voeux pour votre procbain retour k Montevideo et, si
profitable que votre volontaire ostracismo soit k Buenos Aires, il
paraitbien naturel en effet que vos talents et vos eminentes qualités
servent d'abord le pays ou sont vos liens et vos affeotions de fa-
miUe».
Proelamaelóii presldenelal»
Sobre esa atmósfera de trabajo fecundo, pero grandemente tran-
quila, volvió á actuar á principios del afio 1860 la política oriental,
esta vez con más éxito por hallarse en sus postrimerías la adminis-
tración Pereira, á la que el doctor Acevedo no babía querido vincu-
larse.
En la víspera de la elección del l.o de marzo fué levantada su can-
didatura á la presidencia de la República. Como en los años anterio-
24o £1>ÜÁBD0 AGEVeIK}
res, él declinó el honor en el primer momento. Pero las instancias
fueron muchas durante la rápida visita que tuvo que hacer á Monte -
video con motivo del fallecimiento de su padre adoptivo don Luis
Goddefroy, j finalmente consintió en el retiro de su negativa.
Sus amigos, que consideraban plenamente asegurado el triunfo, insis-
tieron en la necesidad de que 61 se trasladara á Montevideo para poner-
se al frente del movimiento presidencial, persuadidos de que ciertas
resistencias políticas sólo podían vencerse por el candidato mismo,
mediante repetidas conferencias con los electores y muy especialmente
con los caudillos que sobre ellos actuaban. Pero en ese terreno se
mostró inflexible, y como consecuencia de ello los trabajos no pudie-
ron prosperar.
No obstante esa circunstancia, su candidatura surgió en ciertos mo-
mentos con todas las apariencias prestigiosas del triunfo. Fué nece-
sario que los prepotentes caudillos militares de la época pusieran su
espada en la balanza, para que Ja corriente cambiara de rumbo. Es
que el caudillaje comprendía que el triunfo del doctor Acevedo era
el triunfo de los principios sobre los hombres que hasta entonces
ejercían una influencia avasalladora desde la campaña.
Cinco días antes de la elección, los votos de la Asamblea estaban
todavía distribuidos así, según un editorial de «La República» de 28
de febrero de 1860: por general Diego Lamas 19 votos, por el doctor
£duardo Acevedo 18 votos, por el señor Bernardo P. Berro 12 votos,
quedando algunos electores indecisos. Pero en una reunión final de
legisladores, se formó mayoría considerable á favor del señor Berro.
¿Qué había ocurrido? «La Tribuna Nacional» del 24 de febrero de
1860, prestigiando la candidatura triunfante, se expresaba en estos
términos: «Están interesados por su triunfo todos los hombres de
acción y de prestigio que tiene la República. Los Olid, los Burgueño,
los Crosa, los Muñoz, los Carnes, los Pérez, los Acuña, los Aparicio
y tantos otros ansian por la elección del señor Berro para la presi-
dencia de la República.»
Aeeptaelón del ministerio.
Triunfó, pues, la candidatura del señor Bernardo P. Berro, y el
primer pensamiento político del nuevo Presidente fué entregar la je-
fatura del Ministerio al doctor Eduardo Acevedo. Al día siguiente de
prestar juramento, llamó efectivamente al señor Juan Francisco Gi-
ró, con el objeto de encomendarle la gestión á que se refiere la si-
guiente carta:
«Montevideo, marzo 2 de 1860.— El Presidente me llamó esta maña-
na para preguntarme si yo creía que tú aceptarías el Ministerio de
Gobierno y Relaciones Exteriores, de que era su ánimo encargarte.
tS St llIKISTfiBlO 24l
Contesté que ningún antecedente tenía yo de esto, y me pidió te es-
cribiese manifestándote su deseo y la urgencia de saber tu resolución,
pues no proveería ese cargo hasta no saberla.»
La contestación del doctor Acevedo al seftor Giró, está concebida
en los siguientes términos:
«Mientras tenía motivos para declinar la candidatura presidencial,
los tenía igualmente para no aceptar el Ministerio, como se lo dije al
mismo seftor don Bernardo la última vez que nos vimos; pero habién-
dome decidido últimamente á aceptar la candidatura para la presi-
dencia, no me queda fundamento alguno para no aceptar el Ministe-
rio,—sobre todo si se considera que estoy completamente de acuerdo
con el Presidente, así en lo relativo á la política interior como á la
exterior. £stoy pronto, pues, á aceptar el Ministerio de Gobierno
contando con que los colegas que nombre el Presidente serán acep-
tables para mí; pero ocurre un inconveniente grave. Yo no podré
estar en Montevideo hasta pasados quince ó veinte días. Es material-
mente imposible. ¿Puede el seftor Presidente esperar ha sta enton-
ces?»
Pertenecen los siguientes párrafos á la carta que el Presidente Berro
dirigió al doctor Acevedo anunciándole la publicación del decreto de
nombramiento:
«La ansiedad pública por saber quién sería llamado á desempeftar
el Ministerio de Gobierno y Relaciones Exteriores, era tan grande y
tantos los inconvenientes de guardar silencio á este respecto por más
días, que dispuse se diera el decreto del nombramiento de usted para
ese destino, y se publicase. Usted lo verá en los diarios.
«Ya he dicho á usted que estoy enteramente conforme con que los
otros Mmistros sean del gusto de usted. Si usted quiere indicarme
alguno, se podía adelantar su nombramiento, suponiendo como debo
suponer que sea persona digna. £1 Ministerio de Hacienda es de
grande importancia y conviene que sea el nombrado de toda nuestra
confianza. Es probable que usted no tenga hoy el conocimiento que
yo tengo de los hombres de nuestra tierra. Para el Ministerio de
Guerra habría dos ideas. La una aconsejaría colocar en él una gran
figura militar; la otra prefiriría un jefe apto, pero sin partido ó sé-
quito mayor. Yo me inclino á esto último por varias razones que á
la penetración de usted no pueden ocultarse. Anticipo estas indica-
ciones para que usted vaya meditando sobre ellas.
«Yo, doctor Acevedo, debe usted conocerlo bien, no lo llamo para
satisfacer una exigencia del momento, para ocurrir á una necesidad
de circunstancias. Lo llamo como Jef fers on llamó á Madison, como
éste llamó á Munroe. Profesando una misma fe política, y teniendo
unos mismos sentimientos, conformes, por lo demás, en cuanto á la
política de actualidad, mi aspiración es que vayamos juntos hasta el
S42 IBDUARbO ACEVEDO
fin y que lo que fundemos pase más allá de mi descenso y se per-
petúe.»
Varías cartas dirífin^ ol Préndente Berro al doctor Acevedo, durante
los días del mes de marzo que éste se reservó para distribuir, entre
sus amigos, los asuntos de su valioso Estudio de abogado. He aquí
párrafos de algunas de ellas:
«Aquí se hacen correr palabras de usted con aire de misterio. El
juego viene de ahí por un lado y sale de aquí por otro: í Chismes mi-
serables! No tendré gusto hasta que esté usted á mi lado. Cuanto
más se acerca el día, más lo deseo y comprendo la necesidad»
«Ya me he figurado lo que harán ahí para intrigarlo y de qué ma-
nera lian de jugar con su nombre. Guardaré la reserva que usted me
pide respecto del día preciso de su venida. El deseo de que usted
esté entre nosotros pronto, es mucho, y me persiguen con preguntas
para saber cuándo llegará usted.»
«No cesan todos de preguntarme cuándo viene usted. Me veo en
apuros para contestar sin revelar lo que usted me ha avisado á este
respecto. Sin embargo, he guardado y guardaré el secreto cual usted
lo desea. Por lo que usted me ha escrito» lo espero mañana. Escribo
esta para ocultar el conocimiento que tengo de su viaje y por si su-
cediera que aún se demorase usted algún día más.»
La razón detenninante del saeriflelo.
La carta de don Juan Francisco Giró transmitiendo la propuesta del
Presidente Berro, produjo en el seno del hogar del doctor Acevedo
una viva agitación. La familia trabajaba con insistencia á favor del re-
chazo, invocando dos circunstancias decisivas. En prímer lugar, el
estado de salud del doctor Acevedo, que aunque no constituía una
preocupación alarmante, exigía la continuación de la vida tranquila
de Buenos Aires. Y en segundo lugar, que los seis años transcurridos
en aquella ciudad hermana, habían sido de una felicidad sin límites,
y que el regreso á un ambiente todavía caldeado por las pasiones, á
una atmósfera todavía envenenada por los odios, tenía que ser y sería
de dolorosísimas consecuencias para él. En el ánimo del doctor Ace-
vedo pudo más, sin embargo, la consideración que contiene la respues-
ta á don Juan Francisco Giró. No se le podía ocultar la importancia
de las razones invocadas por su familia, ni tampoco la probable es-
terilidad del sacrificio. Pero en la víspera de la elección del 1.^ de
marzo había cedido á las reiteradas instancias de los amigos, y le
pareció que habiendo manifestado que estaba dispuesto á abandonar
su posición de Buenos Aires en el caso de que lo nombraran Presi-
dente, no tenía el derecho de sacarle el cuerpo al Ministerio que le
ofrecía el candidato triunfante .
ÉN EL MDflSTERtO 248
El 28 de octubre de 1858, el doctor Vicente Fidel López, ilustre
pensador argentino que vivía en Montevideo, escribía io siguiente al
doctor Eduardo Acevedo:
«Vivimos bajo la influencia de ciertas exterioridades que parecen
habernos hecho un destino idéntico, en términos que cualquiera diría
que hemos cambiado nuestros roles. ¿Por qué está usted en Buenos
Aires— por qué estoy yo en Montevideo? No sé si puede usted decir-
lo con imparcialidad; lo que sí puedo decir yo es que eso no hace por
cierto el elogio de Montevideo ni de Buenos Aires. Sé por Frías que
usted está contentísimo de su posición; yo también lo estoy de la mía
y me guardaré de trocarla, porque no tengo más ilusiones que las
que puedan referirse al bienestar de mis hijos. Y la verdad es que pa-
ra vivir de las pasiones y de las miserias de que se vive en estos paí-
ses, usted está bien y yo también estoy bien.»
Así también debía pensar el doctor Acevedo* Y si sus pensamientos
futimos hubieran triunfado en el momento histórico en que llegó á
sus manos la carta del señor Giró, la muerte no lo habría arrebatado
tan prematuramente, como lo arrebató, á los tres años de haber aban-
donado el ambiente sano, aunque de inmensa labor, de Buenos Aires.
Bfanlfestoelones de la prensa*
Lia prensa argentina despidió al doctor Acevedo con las más ex-
presivas y cariñosas manifestaciones de simpatía. He aquí dos de
ellas:
De «La Patria» de Baenos Aires, reproducido por «La República»
de Montevideo del 29 de marzo de 1860:
aOyendo solamente los consejos del patriotismo y del deber, aban-
dona su estudio de primera clase para ir á hacerse cargo del Ministe-
rio de (Gobierno y Relaciones Exteriores en la difícil situación en que
se encuentra su país. Ojalá que no sea estéril tan grande sacrificio.
«El doctor Acevedo deja en Baenos Aires un gran número de ami-
gos y un vacío notable en nuestro foro.
«Presidente de la Academia de Jurisprudencia durante algunos
años, muchos de nuestros jóvenes se han formado bajo su dirección.
El colegio de abogados de que ha sido también Presidente le debe en
mucha parte su existencia y las pocas muestras de vida que está dan-
do. Deja en fin, como testimonio de su capacidad, el Código de Comer-
cio que empezará á regir dentro de breves días. El foro y la sociedad
de Buenos Aires recordarán siempre al doctor Acevedo con simpatía
y con respeto.»
De «El Nacional» de Buenos Aires, reproducido con simpatía por
la «Reforma Pacífica» de la misma ciudad y transcripto por «La Na-
ción» de Montevideo, el 7 de marzo de 1860:
Í4A XDUARiK) ÁOBTÉDO
«El doctor Eduardo Acevedo ha dejado de ser, después de seis
afiosi Presidente de la Academia de Jurisprudencia, y debemos á lo
menos una palabra de gratitud los que hemos recibido de él dirección
y ensefianxa.
«El doctor Acevedo encontró á la Academia de Jurisprudencia
moribunda, desamparada por los discípulos, poco atendida por los
maestros; pero desde que él se puso á su frente para dirigir sus estu-
dios, todo cambió de faz y maestros y discípulos, estimulados por su
ejemplo, aguijoneados por su presencia en todas las sesiones, se vol-
vieron estudiosos y asistentes.
«Debe también la Academia de Jurisprudencia al doctor Acevedo
la nueva dirección que ha impreso á sus estudios. La rutina española
dominaba allí omnipotente, las doctrinas de los viejos tratadistas
eran la ley, á la que todos se sometían sin examen y sin desabrimien-
to; y por esto el primer cuidado del doctor Acevedo fué encender en
sus discípulos el anhelo de la investigación, ensefiarltíH á remontarse
hasta la fuente misma, hasta la ley, para que -apoderándose de ella
con pleno conocimiento de su espíritu y de su historia, pudieran ellos
mismos traer á juicio las enseñanzas de los comentaristas que casi
siempre resultaban tan erróneas.
«En Alemania dicen que no es el mejor profesor el que posee más
profundos conocimientos, sino el que más pasión siente por la ciencia
y sabe transmitirla á sus oyentes. El doctor Acevedo ama la ciencia,
de la que ha hecho la profesión de su vida y á la que ha consagrado
todas las fuerzas de su inteligencia; es comunicativo, ardoroso en su
entusiasmo por ella, y cumple con todas las condiciones que debe re-
vestir un maestro según el ideal alemán.
«Los estudios de jurisprudencia que eran antes tan pesados, tan
estériles, hoy son emprendidos por los discípulos del doctor Acevedo
con la pasión que producen todas las investigaciones científicas,
cuando las preside el anhelo de la verdad y el espíritu de discusión
y examen.
«Esta es la obra del doctor Acevedo. Empero, seis años de no in-
terrumpida existencia eran ya una carga bien pesada, y los practican-
tes de jurisprudencia no han querido abusar de la condescendencia
del doctor Acevedo. Por esto lo han exonerado esta vez en sus fun-
ciones, reservándose, sin embargo, el derecho que les ha dado con sus
anhelos tantas veces manifestados por el progreso de los estudios ju-
rídicos para llevarlo otra vez al puesto que hoy deja. »
La prensa oriental á su turno, acogió el nombramiento del nuevo
Ministro en los términos más lisonjeros, según lo demuestran los dos
recortes que van á continuación:
De «La Tribuna Nacional» de 10 de marzo de 1860:
«8. E. el señor Presidente de la República ha nombrado su primer
EN BL MINISTERIO 245
Ministro en la persona del distíngniido ciudadano doctor Eduardo
Acevedo. La población entera ha recibido con verdadero entusiasmo
ese nombramiento y ha respondido con aplauso á tan importante su-
ceso.»
De «La Bepública» de 11 de marzo de 1860:
«El nombramiento que acaba de hacer el Presidente de la Repú-
blica en la persona del doctor Acevedo para Ministro Secretario de
Estado en los Departamentos de Gobierno y Relaciones Exteriores,
merece con justicia la aceptación general. El doctor Acevedo une á
sus vastos conocimientos una rectitud ejemplar y una voluntad enér-
S^ica para el trabajo, cualidades poco comunes á fe, en los hombres
que hasta el presente hemos visto figurar al frente de los negocios
públicos, si no usurpando, respondiendo muy mal al título de notabi-
lidades que tan fácilmente se acuerda entre nosotros.
«El doctor Acevedo subirá al Ministerio, no lo dudamos, con un
plan suyo, con ideas propias adquiridas á fuerza de estudio, con prin-
cipios fijos sobre la ciencia del gobierno que sabrá aplicar á nuestra
marcha, dándole el impulso de progreso que reclama nuestro estado
actual. El doctor Acevedo cimentará, no lo dudamos, una política
interna que responda dignamente á las necesidades del país, una po-
lítica de orden, de garantías, de estabilidad y de confianza para el
futuro. El doctor Acevedo afianzará igualmente la base de una polí-
tica leal, digna y recíproca para el exterior; política que nos aleje una
vez por siempre de ese enmarañamiento de desagra ios y complicacio-
nes á que tan fácilmente es conducido un Estado nuevo, cuando los
hombres que son llamados á dirigir los destinos públicos, todo tienen
menps una base económica y rentística en que fundar la defensa de
los intereses del país.
«El país reclama hace mucho tiempo la presencia en la dirección de
los negocios públicos, de un hombre cuyos conocimientos generales
en legislación, en organización municipal y en la política, vengan á
dar á esos tres resortes que hasta hoy marchan en un desnivelamien -
to reconocido por todos, pero no remediado por ninguno, la organiza-
ción uniforme que necesitan para no contrariar la marcha ascendente
del progreso social. El país necesita para garantía de los intereses
particulares que la justicia de sus Tribunales sea despojada de las
fórmulas embarazosas, haciendo más expeditivos los juicios y menos
dispendiosos para los contendientes. El país necesita que á las Jun-
tas Económico- Administrativas se les den las atribuciones completas
del Municipio, poniendo á su disposición las rentas que han de servir
para el sostén de las escuelas públicas, mejoramiento de caminos y
establecimiento de puentes. El país necesita que los Jefes Políticos
de los departamentos tengan bien definidas sus atribuciones en un
Reglamento general de Policías, que marque con precisión los debe-
S4( EDUARDO AGETBDO
res del habitante y los derechos de la autoridad. Fáltanos ver unifor-
midad en estas tres ramas de la administración social y la definición
del punto de separación que á cada una compete, sin embargo de su
dependencia del tronco principal, que es el (Gobierno de la República.
«Al asentar estos antecedentes no participamos del entusiasmo
pueril que se fascina con la esperanza de ver llevado á la práctica
con prontitud un perfeccionamiento que por vasta que sea la cabeza
del que lo emprenda, no puede ser realizado sin el concurso de mu-
chos datos, del tiempo y laboriosidad que necesita una combinación
tan vasta y uniforme que importa por sí sola un sistema completo.
Hacemos únicamente en esta resefia el croquis de los bienes que re-
portará al país la presencia del doctor Acevedo en el Gobierno, como
el ejecutor más idóneo de las miras que preocupan al sefior Presiden-
te de la República. Nos disponemos desde ahora á acatar los traba-
jos de la nueva Administración, presentándole en los diferentes
asuntos de interés público de que vamos á ocupamos, algunos mate-
riales importantes que someteremos á su consideración.
«Terminaremos, pues, deseando el pronto arribo del doctor Aceve-
do, aplaudiendo la elección que de él ha hecho 8. E.> por conformar-
se tanto con la simpatía general de que goza aquel sefior en el país;
esa simpatía que hubo de llevarle á la presidencia de la República y
que para nosotros se encuentra patentizada en el retrato moral que
del doctor Acevedo dejamos hecho.»
Organlaawdo el trábalo.
Aunque el doctor Acevedo había ocultado cuidadosamente la fecha
de su viaje, se iniciaron preparativos para una manifestación en su
honor, que él desbarató haciendo anticipar en Buenos Aires la hora
de salida del vapor y desembarcando aquí de madrugada el 23 de
marzo de 1860.
Pocas horas después de su llegada, prestaba juramento y se i)onía
al frente de los dos Ministerios que se le habían confiado, con un
empuje y una dedicación que jamás han sido superadas y que difícil-
mente lo serán en el porvenir, porque cada día el hombre público
entre nosotros, consagra menos tiempo al desempefio de sus funcio-
nes oficiales, por altas y delicadas que ellas sean.
Su horario de trabajo causó una verdadera revolución. Los emplea-
dos de los dos Departamentos ministeriales y oficinas subalternas,
que estaban acostumbrados á presentarse á la una de la tarde, reci-
bieron orden de concurrir á las diez de la mafiana. Hubo protestas,
pero el ejemplo del Ministro se impuso á todo el mundo, y de ello
resultó una masa enorme de trabajo realizado, cual lo exigía la fe-
cunda obra de reorganización administrativa que se iniciaba con tan-
tos bríos*
EN EL MINISTERIO 247
El Ministro daba á su horario de trabajo toda la elasticidad necesaria
para que ningún asunto quedara paralizado. Uno de los empleados
superiores del Ministerio, refiere que estando el doctor A ce vedo en
su escritorio, se anunció un distinguido amigo suyo, que iba con el
propósito de solicitar el pronto despacho de un expediente en que tenía
interés. £1 Ministro preguntó dónde estaba el expediente de la refe-
rencia. De las averiguaciones practicadas, resultó que era el segundo
ó tercero de una alta pila de papeles, que estaba precisamente para
estudio y resolución en la mesa de despacho. Por toda contestación,
observó entonces el doctor Acevédo á su visitante, que si conservaba
su tumo al asunto recomendado, podría sospecharse en la existencia
de preferencias, y que para evitar críticas á la Administración era
indispensable que pasara al último rango. Y así sucedió en efecto,
porque el empleado, cumpliendo la orden, levantó la pila y colocó de-
bajo de ella el expediente de la referencia. Moraleja: que ya nadie
pensó en solicitar preferencias de despacho.
La tarea de los Ministerios de Gobierno y Relaciones Exteriores
absorbía al doctor Acevedo todas las horas del día en su despacho
de la Casa de Gobierno y en su despacho particular. Sólo se permitía
un paréntesis para visitar las escuelas públicas, de cuya organización
se había preocupado en diversas épocas. Su afición debía ser conta-
giosa, puesto que los exámenes escolares de 1860 fueron honrados con
la presencia del Presidente Berro y de sus Ministros de Gobierno y
Relaciones Exteriores y de Guerra. Todavía se conserva el grupo
fotográfico de los tres visitantes, sacado por uno de los alumnos.
DEPARTAMENTO DE GOBIERNO
La influencia del eandllliUe.
Para seleccionar convenientemente el personal administrativo de
los departamentos, era indispensable separar dos funciones que las
exigencias políticas habían mantenido en deplorable confusión hasta
ese momento: las Jefaturas Políticas y de Policía y las comandancias
militares. Llegado el momento de elegir candidatos, prevalecían natu-
ralmente los caudillos de los departamentos y quedaban so orificados
los grandes y permanenten intereses de la campaña. Contra ese estado
de cosas, se propuso reaccionar desde el primer momento el doctor
Acevedo.
El decreto de 24 de abril de 1860, separó la Jefatura Política en
cada departamento de la comandancia de la guardia nacional, agre-
gando que el Jefe Político en los casos urgentes podría requerir el
auxilio de toda la guardia nacional ó de parte de ella por intermedio
348 XDÜABDO AOBYEDO
del jefe respectivo. Ta se podía echar mano, en consecuencia, de
hombres competentes para la dirección del gobierno departamental,
iniciándose una campaña vigorosa contra el caadiUaje prepotente que
no reconocía barreras j que se mostraba pronto siempre á alzarse
contra la autoridad constituida.
Al día siguiente, se dictó otra medida por el Ministerio de Qobiernoi
encaminada á regularizar la recaudación y la aplicación de las ren-
tas departamentales. Por el decreto de 25 de abril de 1860, que enco-
mendó la recaudación del impuesto departamental en cada departa-
mento á los respectivos Jefes Políticos, se estableció efectivamente:
que la percepción se verificaría por medio de los Comisarios asociados
á uno ó dos vecinos de cada sección; que los Jefes Políticos entrega-
rían el producto de las cobranzas en la Tesorería de las Juntas E.
Administrativas, dándose á la vez cuenta al Ministerio de Gobierno
y á la Colecturía General; que no se verificaría pago alguno sin orden
escrita del Jefe Político respectivo, intervenida por el Presidente de la
Junta E. Administrativa; que el Jefe Político daría cuenta al Minis-
terio de Grobierno de las cantidades libradas, y el Presidente de la
Junta á la Colecturía General de las cantidades pagadas.
Esos dos decretos y muy especialmente el relativo á la intervención
fiscalizadora que se atribuía á las Juntas E Administrativas, «mien-
tras no se establezcan (dice el decreto) las Municipalidades de una
manera compatible con lo dispuesto en la Constitución de la Repú-
blica», llevaron la alarma á los caudillos departamentales que se creían
con títulos sobrados para disponer libremente de los fondos y mono-
polizar las Jefaturas ó por lo menos hacerlas tributarias de su in-
fluencia avasalladora y perniciosa.
El hecho es que un buen día se CDContraron reunidos en Montevi-
deo Olid, Aparicio, Bargueño y otros jefes, en actitud de protesta
contra las reformas ministeriales. Fué comisionado Burguefio para
conferenciar con el Ministro de Gobierno, mientras sus colega se-
guían deliberando en la Jefatura de la capital. Cuando el doctor
Ace vedo se hubo enterado del objeto de la entrevista, se limitó á
decir al comisionado que si antes del preciso plazo de dos horas no se
ponían él y sus compañeros en viaje para sus respectivos departamen.
tos y asumían tranquilamente las funciones de que estaban investidos,
el Gobierno se vería en el caso de dictar contra ellos las más enérgi-
cas medidas. El Ministro de la Guerra, ocupaba un escritorio en la
planta baja de la casa del doctor Ace vedo, y éste, en presencia de
Bargueño, se asomó á la galería, enteró al general Lamas de la venida
de los jefes y le pidió que estuviera pronto para las medidas que la
continuación del desacato pudiera reclamar. Ante una actitud tan
distinta de la que estaban acostumbrados á observar en los altos man-
datarios del Estado, los jefes se pusieron inmediatamente en marcha
SN EL MINIBTEBIO 249
y ya no yolTieron á chistar, quedando desde ese momento corregido
eficaxmente el hábito inveterado de imponer su voluntad á los g^obier-
nos y de hacer pesar su influencia en las grandes decisiones.
£1 caudillaje se declaró vencido.
lia ««eattón rellgloMu
Patronato nacional.— Había adquirido el Vicariato Apostólico
la costumbre de autorizar por sí mismo todo género de nombramien-
tos, limitándose á comunicarlos al Poder Ejecutivo. Con ayuda de
los decretos de 27 de julio y de 24 de diciembre de 1860, el doctor
Acevedo restableció la doctrina constitucional, previniendo al Vica-
riato que en lo sucesivo, y antes de practicarse una provisión cual-
quiera, debía recabar la aprobación del Poder Ejecutivo en su cali-
dad de patrono de la Iglesia nacional, y estableciendo además que
las designaciones de la Curia constituían simplemente una propuesta
que el Poder Ejecutivo podía ó no aceptar. Si no estamos equivoca-
dos, es esa la primera reivindicación del patronato nacional que re-
gistran nuestros anales oficiales.
Sbcularización r>B cementerios.— Otra medida de mayor reso-
nancia hubo que adoptar con motivo de la tiadicional y no discutida
intervención de la Iglesia en los cementólos.
Dio lugar al conflicto el fallecimiento de un sefior Jacobsen, ocurrido
^ mediados del mes de abril de 1861, en la ciudad de San José.
Según las cartas del Jefe Político sefior Silvestre Sienra al doctor
Acevedo, Jacobsen, «aunque protestando su deseo de morir como ca-
tólico no había querido abjurar la masonería», habiendo tomado pie
en tal circunstancia el cura párroco •para negarse á conceder él respec'
tivo permiso de inhumación y cerrar las piterias del cementerio». Los
interesados reclamaron y la Jefatura se dirigió en consulta al Minis-
terio. Pero, antes de que la contestación llegara, el cadáver fué trans-
portado á Montevideo á pedido de una Comisión masónica que asu-
mió la dirección de los trabajos respectivos. El incidente debía repe-
tirse y se repitió en la capital de la República, agigantado por la ma-
yor amplitud del escenario. £o las puertas de la iglesia Matriz hubo
escenas tumultuosas alrededor del cadáver. La población entera, es-
taba caldeada por la propaganda eclesiástica y el estado de los áni-
mos parecía arrastrar á hondas sacudidas.
El Ministerio de Qobierno autorizó la inhumación de los restos de
Jacobsen, provocando esa medida una nota violentísima del Vicariato
Apostólico, en que se afirma que «el cementerio público ha sido es-
candalosamente violado contra las leyes canónicas, civiles y admi-
nistrativas, inhumándose allí el cuerpo de un individuo que había
250 EDUARDO AGEVSDO
fallecido no sólo fuera de la Iglesia, sino desconociendo sus leyes hasta
el último instante de su vida». Por la misma nota el Vicariato Apos-
tólico, declara: «en entredicho el cementerio déla capital mientras no
sea exhumado el cadáver» y agrega «que los párrocos no podrán hasta
nueva orden dar licencias de enterramientos y que nadie está facultado
para enterrar en dicho cementerio, bajo apercibimiento de las más se-
veras penas eclesiásticas». A la vez, solicita el Vicariato medidas
contra la propaganda anticlerical de un diario.
La réplica del Ministerio de Gobierno, está contenida en el decre-
to de 18 de abril de 1861 y en la nota al Vicariato del día siguiente.
«Siendo contrarío á la higiene, dice el primero, que los cadáveres, en
estado á veces de corrupción completa, sean conducidos á las igle-
sias para celebrarse allí misa de cuerpo presente, con peligro de in-
feccionar á los asistentes, y tratándose de negocio de pura adminis-
tración múnicipal^^ resuelve el Gobierno que en adelante los cadá-
veres sean conducidos directamente de la casa mortuoria al cemente-
río; que ningún cadáver sea sepultado sin que hayan transcurrido
veinticuatro horas de la muerte y se halla expedido un certificado
médico haciendo constar la defunción y las causas que la hayan de-
terminado; y que la Junta Económico- Administrativa, á quien queda
encomendado el cumplimiento del decreto, cuidará de que en el ce-
menterio haya un sacerdote cuyo servicio se determinará por un re-
glamento especial. En la nota del 19 de abríl, dirígida al Vicariato
Apostólico, dice el Ministerio de Gobierno: que el permiso de entie-
rro fué concedido con la autorización del Gobierno por la autoridad
á cuyo eargo está el cementerio; que el decreto recientemente dictado
sobre conducción directa de los cadáveres al cementerio, contribuirá
á evitar en lo sucesivo dificultades de la naturaleza de las que aca-
ban de producirse; que en un país libre donde está garantida la li-
bertad de conciencia y la de cultos que es su consecuencia necesaria,
no puede pretenderse seriamente renovar con la aquiescencia de la
autoridad esas luchas desastrosas que perturbaron la crístiandad en
épocas muy remotas; que el Gobierno confía que la meditación sobre
los derechos y obligaciones de cada uno, hará que todos obren con
moderación y que se eviten colisiones que para todo pueden servir
menos para dar lustre á la religión y para encumbrar la moral.»
Después de varios días de intensa agitación popular, en que hubo
conferencias para el arreglo del conflicto, el Vicariato propuso una
fórmula conciliatoria sobre la base de que volvieran las cosas á su
estado anteríor y fuera renovada la bendición al cementerío. Aceptó
el Ministerío la fórmula, con las salvedades contenidas en la nota
de 19 de abríl y en el decreto del 18 que seguiría en vigencia. «Si S.
S., concluía la nota, considera que por su parte debe renovar la ben-
dición al cementerio, el Gobierno no se opondrá á ese acto en su
sentido puramente religioso ó espiritual».
EH BL MUriBTEBIO 251
Quedó así establecida la secularización de los cementerios.
Expulsión cb un fbailb.— Ante la Comisión Permanente se de-
batió otro tema candente de política relig^iosa.
En la sesión del 27 de noviembre de 1860 se dio cuenta de un es-
crito de Fray Vicente de Argencio, agregado de la misión franciscana,
reclamando contra una intimación de la Jefatura Política de Monte-
video. Fué llamado para dar explicaciones, en la misma sesión, el
Ministro de Gobierno y Relaciones Exteriores doctor Acevedo, pro-
duciéndose el siguiente debate (debemos advertir que el doctor Ace-
vedo no corregía sus discursos y que las extremas deficiencias del
servicio taquigráfico de la época desfiguran enteramente la forma):
«8b. VjÍzqubz Sagastume— Uno de los padres franciscanos
que componían parte de la misión apostólica que estuvo en este país
desde algún tiempo á esta parte, se presentó días pasados á Y. H.
solicitando una resolución con motivo de una orden de destierro que
se le había intimado. La Mesa pasó este asunto á una Comisión de la
que el que habla forma parte. Hoy se ha dado conocimiento de otra
solicitud del padre diciendo que ha recibido orden de dejar el país den-
tro de veinticuatro horas, y con este motivo. pide una resolución inme-
diata. La Comisión Permanente ha hecho á esta Comisión especial el en-
cargo de que se expida sobre tablas. La Comisión especial no tiene
antecedentes para conocer la justicia con que se haga esta reclama-
ción, y se ha permitido hacer la indicación para que V. H. llame á
su seno al sefior Ministro con el objeto de obtener de él las explica-
ciones necesarias para tomar una medida que sea justa inmediata-
mente. Como el sefior Ministro está presente, considero que sería opor-
tuno que la Mesa se sirviera hacer dar lectura á esos documentos á
que se ha hecho referencia, para que el señor Ministro los conociese
antes.
< 8b. Ministbo de GoBiEBNO— Debo declarar ante todo á la H. Co-
misión Permanente, que no hay nada que se parezca á destierro.
He oído con mucha sorpresa varias de las aserciones del padre fran-
ciscano que se queja, y aún oigo que el sefior miembro informante
de la Comisión especial ha supuesto que había un destierro de un
fraile franciscano. No hay cosa parecida, sefior Presidente.
«La H. Comisión Permanente sabe que una misión franciscana
vino al país mediando previo acuerdo entre la autoridad civil y la
eclesiástica. Muy pronto, después de establecida esta misión, empe-
zaron á tener lugar ciertos escándalos que dieron lugar á quejas. El
Gobierno permanecía completamente ajeno á estas quejas.
«La Curia se quejaba de escándalos cometidos por los padres de
la misión, y éstos suponían que la Curia era inspirada por los jesuí-
tas y que los perseguían como á tales enemigos de los jesuítas. Este
era el hecho, cuando se presentó el superior entonces de la misión.
262 BDÜABDO AOSTEDO
qnejindose de prooedímientos de la Curia respecto á su persona— que
lo había suspendido á él y á varios hermanos de los frailes francisca-
nos, y que le había hecho tales y cuales apercibimientos. El Gk>bier-
no declar6 que no tenía nada que ver en el caso; que podían hacer
uso cuando más de los recursos que se conocen en derecho bajo el
nombre de recursos de fuerza,— y que esos no era al Poder Ejecutivo
sino al Judicial á quien competían.
«En efecto, se siguió un procedimiento á este respecto^ mantenién-
dose siempre el Poder Ejecutivo completamente ajeno á esa situa-
ción.—T habiendo llegado no solamente al conocimiento del Nuncio
Apostólico, residente en el Paraná, sino al de la misma Curia Ro-
mana, los desórdenes que había, vino un Visitador general con en-
cargo de examinar los hechos y tomar la medida que creyese más
conveniente.
«Ese Visitador, después de examinar los hechos, se dirigió al Pre-
sidente de la República y le declaró que en su opinión el único ca-
mino que conciliaria todos los intereses legítimos, era separar todo el
personal de la misión. El, el jefe de la misión, el Visitador, el que
traía esos poderes generales, declaraba que en su opinión, lo mejor,
lo único que había que hacer, era que la misión toda se retirase. —
Pero decía que había un obstáculo para ello en la protección inde-
bida que la Curia prestaba á dos frailes que se habían separado de
los otros, uno. Fray Cándido de Nonántola, y un Daniel de Fogia, á
quienes suponía adheridos á la Curia
«Entonces el Gobierno, aceptando completamente la idea— porque
en efecto se hacía muy conveniente la separación de los padres— di-
jo—que no sería obstáculo la negativa respecto de esos individuos,
porque se allanarían los obstáculos y se facilitaría todo para que sa-
liere la misión completa.
«En efecto, el Padre Visitador se presentó al Grobierno solidtando
el auxilio del brazo secular para que saliesen los frailes á quienes me
he referido— Fray Cándido de Nonántoia y Fray Daniel de Fogia—
y entonces, oída la Curia, expresó la conveniencia que había de que
se fuesen no solamente esos sino todos los demás, llegando hasta de-
cir que había conveniencia en que no se toleraran ulteriores misiones.
«El seflor Presidente vio entonces que había completo acuerdo de
opiniones: el Visitedor, jefe de la misión, quería que se fuesen todos,
la Curia quería que se fuesen todos, y el Grobierno no hizo más que
acceder á la opinión de todos ellos, diciendo:— Vayanse los padres.
«Pero como siempre asuntos de la naturaleza del presente se hacen
servir para malos fines, empezó á esparcirse la voz, que llegó á oídos
del Gobierno también, de que eran los jesuítas los que estaban mo-
viendo este negocio.
«Puede ser que así fuese
feÑ tBL ]tllíI9TtBIO 26d
«Pero á la vez entoacea movían al Padre Visitador, al Vicario
Apostólico 6 su representante, al Presidente de la Bepública, á los
Ministros, en fín, debía suponérseles un grado de habilidad mayor
que el que generalmente se les atribuye, que es muy grande*
«Pero sea de esto lo que fuere, el Gobierno se limitó á decir:— «que
habiendo llegado á noticia del Gobierno que los padres Cándido de
Nonántola y Daniel de Fogia, han salido ya del país, y de conformi-
dad con lo informado por 8. 8. y lo expuesto por el Padre visitador
sobre la conveniencia de que se retire del país todo el person al de la
misión franciscana, hágase saber al referido padre que debe salir del
país con los demás misioneros dentro del perentorio término de quin-
ce días, contados desde la fecha, sin perjuicio de que se acuerde lo
conveniente en oportunidad sobre nuevas misiones. Comuniqúese al
señor Provisorio y Vicario General y al Departamento de PoluAa*.
«Hago notar esto del Departamento de Polieíaf porque esto va á
explicar la medida de que se queja hoy Fray Vicente.
«En este estado, el Padre Visitador se presentó acatando la medida,
diciendo^que sus subordinados estaban prontos á cumplirlas; pero
se les movían dificultades sobre objetos del Culto de que varios indi-
viduos habían hecho donaciones á la misión y que creían que no eran
personales á la misión sino al sitio donde esa misión estaba.
«El Gobierno, después de recoger los informes convenientes, deter-
minó y acordó con la Curia, facilitar la retirada de los padres y que
se llevasen todos sus objetos, aunque fuesen de esos en que había
duda» recabando el acuerdo de los donantes. Debió creerse entonces
que el negocio estaba completamente concluido.
«Nadie be acordaba de Fray Vicente. Porque la Honorable Comi-
sión Permanente sabe muy bien que un fraile suelto es una cosa sin
nombre, es algo que no se concibe: un fraile no tiene derechos políti-
cos ni civiles, un fraile hace parte de una cosa de un convento,
de una comunidad y es su superior el que lo gobierna. Yo, hasta
cierto punto, no concibo que un fraile, conservándose como tal fraile,
haga recursos; porque desde que no goza de derechos políticos ni ci-
viles, está absolutamente en el mismo caso que un niño ó que un loco.
Y si un hombre notoriamente loco, un hombre que tirase piedras por
la calle se presentase haciendo un recurso, ese recurso no podía ser
oído.
«Pero bien; el Gobierno no se acordaba de Fray Vicente, no in-
tervenía para nada» ni había mediado queja tampoco sobre su per-
manencia en el país, de modo que, propiamente, el Presidente de la
República, ignoraba que Fray Vicente estuviese aquí.
«En esa situación, anteayer, (como dice en su solicitud) se presentó
en mi despacho mostrándome un periódico que yo no conozco, que
por primera vez llegaba á mi noticia y que me dijo era «La Bandera
2&4
«DÜABDO ACBVBDO
Católica» 6 «La Revista Católica», y me dijo: «Vea, seftor Ministro, lo
que dice este artículo», y yo le contesté: «no tengro nada que ver con el
artículo, padre; no tengo nada que ver con la prensa; no conozco el
periódico, no lo he leído», y en toaced alega esos derechos, eso que di-
ce ahí de que está en trámites de secularización y que no podía sa-
lir. Le dije: «no, padre, las disposiciones del Gobierno se han de
cumplir y aquí no hay cosas de jesuítas sino cosas de deberes que lle-
nar, y usted tiene que seguir la suerte de sus compañeros; el Padre
Visitador no ha hecho comunicación ninguna á su respecto». Y en-
tonces se retiró, y muy ajeno estaba yo de pensar el camino que to-
maba, porque lo más sencillo era esperar su breve de secularización
que le va á llegar, entonces como un sacerdote que tuviera una con-
grua asegurada, que tuviera existencia en la sociedad, podría quedar;
pero como un fraile suelto que hasta está suspendido in scteris, repito,
no concibo cómo podrá quedar— solamente en la calidad de vago po-
dría admitírsele en la sociedad.
«Sin embargo, á pesar de que el Poder Ejecutivo entendía que el re-
curso que elevó á la Honorable Comisión Permanente no podía te-
ner fuerza suspensiva, las simples conveniencias aconsejaban que se
suspendiese todo procedimiento. Bastaba una queja que hubiese su-
cedido para que no se prosiguiese adelante; sobre todo, cuando no ha*
bía ningún hecho grave que autorizase una premura semejante.
«Así, fui muy sorprendido al recibir la citación del secretario de la
Honorable Comisión Permanente diciendo que se había hecho una
intimación: en el acto llamé al Jefe de Policía, y éste me ha dicho
que no tenía más objeto que cumplir aquella disposición anterior de
que antes di conocimiento» que encargaba al Departamento de Poli-
cía la ejecución del decreto del mes pasado. Y entonces, sin esperar
á más, el Presidente de la República, ordenó que se suspendiese todo
procedimiento.
«Es cuanto puedo decir sobre este negocio.
«Si los señores miembros de la Honorable Comisión Permanente
quieren otras explicaciones, tengo todas las constancias aquí de lo
que ha sucedido y podré darlas».
(Repetiremos que el doctor Acevedo jamás vio ni corrígió las ver-
siones taquigráficas de sus discursos y que el servicio de la época
era muy deficiente).
El asunto pasó á estudio de una Comisión especial que produjo el
siguiente dictamen, que fué rechazado por la Comisión Permanente:
«La Comisión especial, encargada de dictaminar en el asunto del
religioso franciscano Fray Vicente de Argencio, ha estudiado deteni-
damente las diversas solicitudes que dicho religioso ha presentado,
así como los antecedentes remitidos por el Poder Ejecutivo y Supe-
rior Tribunal de Justicia á pedido de Vuestra Honorabilidad.
ÉS EL MnÍI8TBttlO 26&
«De esos antecedentes resulta: Primero, que el recurso de fuerza de
que Fray Vicente de Argencio hace mérito, ha concluido de todo pun-
to en caanto atañe al enunciado fraile. Seg^undo, que es completa-
mente falso que dicho Fray Vicente haya sido secularizado. Tercero,
que lejos de estarlo, y sea cual fuere el valor del certificado de ex-
claustración que ha exhibido, la instancia de secularización, dado que
tal instancia haya sido intentada, lo ha sido sin autorización del Po-
der Ejecutivo y en abierta contravención con lo dispuesto por las le-
yes. Cuarto, que el Poder Ejecutivo admitió en el territorio de la
República á Fray Vicente de Argencio, como miembro de la misión
franciscana, y que no ha consentido la separación del mismo de
dicha misión. Quinto, que el Poder Ejecutivo ha revocado el per-
miso que había concedido á la misión franciscana decretando su ex-
pulsión.
«En mérito de estas resultancias, y atento á que el recurrente no
ha dejado ni puede dejar de ser fraile, sino llenando todos los requi-
sitos legales, considerando que es fraile extraño al país, y como tal
no tiene derecho de residencia en él, y que cesando de ser misionero,
ha cesado la causa, por que esa residencia le fué permitida,— la Comi-
sión especial opina que V. H. debe pasar á la orden del día, hacién-
dolo saber al Poder Ejecutivo, y mandando se le devuelva el expe-
diente sobre recurso de fuerza, así como el escrito y certificado que
ha remitido originales.— Montevideo, diciembre 31 de lOOO.— Gandido
Juanicó-'José VáxqtMZ Sagastume.*
Viajes del Vicario. —Agregaremos, finalmente, que en el archivo
del doctor Acevedo figuran algunas cartas del Vicario señor Vera,
que demuestran que el Ministerio le había hecho comprender que era
un funcionario que no podía ausentarse sin licencia. Transcribimos
una de ellas: «Excmo. señor Ministro: Mañana, Dios medíante, salgo
para Canelones á continuar la misión que allí quedó principiada. Co*
mo la distancia es corta y no pienso alejarme del departamento refe-
rido, no comunico de oficio mi ausencia al Gobierno. Quiera el Cielo
restablecer su salud. Así lo ruega su afectísimo Jacinto Vera. — Ma-
yo 10.»
Todos estos incidentes, que sirvieron para fundar de una manera
definitiva los derechos de la autoridad civil, acentuados después del
cese del Ministerio del doctor Acevedo por otras complicaciones más
que dieron margen al destierro del Vicario apostólico, tuvieron honda
repercusión política dentro del partido dominante y hasta dentro del
partido adverso, como que dieron bandera de circunstancias al movi-
miento revolucionario de 1863.
¿66 KDtrAKOO áobtMdo
lia aoirespondenela eonfldenelal.
Era necesario llevar la vida á todos los ámbitos del país, y una de
las más grandes tareas del doctor Acevedo está representada por la
nutrida correspondencia oficial y particular con todos y cada uno de
los Jefes Políticos. Sin perjuicio de las comunicaciones destinadas á
provocar y transmitir resoluciones gubernativas, se carteaban constan-
temente el superior y ios delegados departamentales* franqueándose
todos en beneficio de los intereses públicos, sin las molestias y re-
trancas del formulismo oficinesco y ordi nanamente hueco.
De los legajos de cartas particulares, que ha respetado la acción
del tiempo, vamos á extraer algunos pocos párrafos que reflejan á
la vez que la situación anterior de desquicio, el anhelo de reformas y
la ínviole y las tendencias de esa correspondencia fecunda que, exa-
minada en conjunto y en sus grandes líneas, presenta al Ministro
frente á un tablero de ajedrez, en que las piezas son las Jefaturas y el
fin de la partida la reorganización del país y la conquista de su feli-
cidad. No hay, desgraciadamente, ni borradores ni copias de las car-
tas del Ministro á que contestan centenares de comunicaciones de los
Jefes Políticos.
Jefatura de Maldonado, á cargo del señor Gabriel Rodríguez:
San Carlos, mayo 12 de 1860.— «El malestar se agrava, especialmen-
te en Rocha y Maldonado, donde las policías no funcionan, porque no
hay quien les dé lo único que les daban, esto es, la carne y el pan,
porque los abastecedores están impagos hace mucho tiempo. Lo mis-
mo sucede aquí, pero yo me he hecho responsable de los suministros
que se hagan desde el 1.^*,
Rocha, julio 23 de 1860. ^Describe el estado del pueblo de Rocha
que conceptúa el más próspero de todo el departamento por su situa-
ción y por sus elementos de riqueza; dice que la recaudación de im-
puestos estaba tan descuidada, que apenas existía lo necesario para
cubrir el presupuesto de las escuelas; que el producto de los derechos
de abasto no alcanzaba para la manutención de la policía; que á su
llegada al pueblo se jugaba en plena calle onzas de oro á la taba y
en todas las pulperías á la baraja, provistos invariablemente los ju-
gadores de facón y trabuco á la cintura.
Maldonado, septiembre 3 de 1860.— Da cuenta de una larga recorri-
da por las fronteras del departamento para combatir á las gavillas de
ladrones y reorganizar las policías, y dice:
EN EL MINISTERIO 257
«Mucho me ha complacido, estimado doctor, conocer prácticamente
el espíritu de orden y de paz que domina en la masa de la población
-que he visitado, así como también su adhesión al gobierno personiñ-
cado en usted. Era muy consolador para mí, ver con mis propios ojos
que la opinión general de esas poblaciones tan manifiestamente pro-
nunciada, no se equivocaba en sus apreciaciones, y que el nombre de
usted es tan popular y conocido en ellas que siempre lo pronuncian
con entusiasmo, porque lo creen vinculado á los futuros destinos de
nuestro infortunado país*.
Maldonado, noviembre 28 de 1860.— Después de dar cuenta de una
gira hecha á todos los distritos del departamento, dice:
«En cada uno de ellos he hablado con sus principales vecinos y to-
dos ellos, blancos, colorados ó negros, nacionales y extranjeros, todos
á una se manifiestan contentos de la marcha del gobierno y de la con*
iianza que les inspira la situación. No me gusta lisonjear á nadie y
mucho menos á usted. Pero en obsequio á la verdad debo asegurarle
que pocos nombres son hoy tan populares como el del señor Presiden-
te y el suyo. To me complazco en ello, porque veo que á través de
tantas maldades, la opinión pública hace justicia al mérito». Habla
en la misma carta de las diversas denuncias que han circulado con
motivo de los trabajos electorales patrocinados por elementos de los
-dos partidos» y de la aparición en el departamento de individuos con
divisa colorada, manifiesta que á él lo califícan de «conservador» los
que explotan el partidismo, y agrega: «al designarme con ese epíteto,
me hacen el honor de considerarme como la personifícación de usted,
y como tal, encargado de propagar por cuenta de usted las doctrinas
de aquel círculo».
Maldonado, diciembre 27 de 1860— «Me ha sorprendido el aviso de
usted de no haber recibido la que le escribí en noviembre comunicán-
dole las variaciones que se habían introducido en las listas de repre-
sentantes y no me queda duda de que ha sido sustraída del correo ma-
liciosamente. Felizmente en esa carta escrita muy apresuradamente, muy
poco ó nada habrán encontrado que les interese, porque era avisán-
dole simplemente el cambio introducido en las listas y las medidas
policiales que pensaba tomar para garantir el libre ejercicio del su-
fragio é impedir la perturbación del orden. La circunspección que
observé en esa carta, fué proscripta por el respeto con que creí deber
acatar el silencio que usted guardó conmigo en la cuestión electoral
desde que se iniciaron los trabajos en este departamento y sobre los
cuales escribí á u^ted en septiembre pidiéndole instrucciones, y sen-
tiría muy mucho si lo he interpretado mal guardando la más completa
abstención, cuando hubiera podido inclinar la balanza al lado que
Jiubiera querido».
17
268 EDÜABDO ACBVEDO
Maldonado, abril 27 de 1861.— «La eetrechei del tiempo es tanta,
que aún corriendo el riesgo de parecer exagerado no puedo menos que
asegurarle que víto ahogado. Como mis antecesores (con muy rara
excepción) eran Jefes Políticos, Alcaldes Ordinarios, Jueces de Pas,
etc, etc^ las gentes quedaron tan acostumbradas y conformes con la
tramitación breve y sumaria que seguían, que todavía hoy tengo que
perder mucho tíenpo en oir á los litigantes y persuadirles de que hoy
no se pueden hacer muchas cosas que se hacían antes».
Jefatura de Soriano, á cargo del señor J. Eduardo Fregueiro:
Mercedes, julio 8 de 1860.— Establece que los pasos del río Negro-
que corresponden á su departamento, con ser de mucha importancia,
han sido arrendados en épocas anteriores por precios mezquinos; que
el servicio se realiza en condiciones deplorables; que con el impulso
de la misma renta y de las otras del departamento se pueden atender
todas las necesidades, sin crear las nuevas gabelas de que se habla
en las Cámaras; que sería muy honorable para la actual administra-
ción y todas sus ramificaciones, evitarle al país la complicación de
nuevas cargas; que la contribución directa del departamento ha pro-
ducido doce mil pesos contra seis mil en el aflo anterior; que el de-
partamento tiene de setecientas á ochocientas suertes de estancia y
apenas psgaron contribución en elafio anterior doscientas veinticinco;
que sólo figuran tres casas de comercio al por mayor con diez y ocho
mil pesos de capital, habiendo declarado la que es propiedad del ciu-
dadano que desempeña la Jefatura, catorce mil pesos; y agrega: «to-
dos se admiran que en el solo mes de mayo, sin violencias y sin mul-
tas hayan pagado impuestos de marcación 49,602 terneros y 3,206 po-
trillos y todo lo demás en relación».
Mercedes, enero 23 de 1861.— Da cuenta de que los mismos que
creían en la posibilidad de la invasión de Flores, consideran ya con-
jurado todo peligro, y agrega:
«Sin embargo, siempre pensaré que el cuerpo político es como el
humano, que para preservarlo bien es más eficaz la higiene, que los
fuertes remedios. Atendiéndose debidamente á lo que da seguridad y
respeto, creo será lo ba&tante para alejar y contener á los que cre-
yesen fácil la subversión del orden y de la autoridad constituida».
Mercedes, febrero 8 de 1861.— Habla del capí tan de la Urbana y de
todos sus subalternos, que obedecen y cumplen lo que se les manda,
persuadidos de que el Jefe del Departamento sabe respetar y hacer-
se respetar. «Rousseau, agrega, decía que el instrumento del hombre
es el mismo hombre, que el caso es saberse servir de él, y la máxima
de ese filósofo me ha servido de mucho».
Mercedes, mayo 19 de 1861. — Comunica las listas de la elección
EN EJL MOnSTBRlO 259
para senador y agrega: «en fin, yo no tengo parte alguna, ni he in-
finido por ano ni por otro, dejtodoles en bu libre voluntad la elec*
don sin que ni una indicación amistosa mía sirva de peso en la ba-
lanza».
Jefatura de San José, á carn^ del señor Silvestre Sienra:
San José, septiembre 10 de 1860.— «Por desgracia, mis temores re-
sultan fundados. La lucha electoral se traba entre nosotros, y parece
impracticable ya toda conciliación. Las elecciones se realizarán aquí
dentro de una libertad absoluta, rigurosamente constitucional. Ni un
adarme de lo que se llama influencia oficial ha de ir á pesar en la
balanza en que ha de pesarse la voluntad de los ciudadanos, esté us-
ted seguro de ello.«
San José, septiembre 27 de 1860.— Comunica que en las elecciones
del día 25 fué levantada la candidatura del Jefe Político y empezada
á votar, lo que dio mérito á disidencias que los interesados resolvie-
ron ilustrar con la opinión del candidato; y que él por toda contesta,
ción les leyó el artículo 25 de la Constitución que impide la e^cción
de los Jefes Políticos, conniguiendo por ese medio solucionaríél con-
flicto. V -
Jefatura de la Colonia, á cargo del señor Lucas Moreno: \
Colonia, 16 de septiembre de 1860.~« Comprendiendo que los em->
picados públicos deben ser responsables de sus actos y hab¡end(>
nombrado á algunos que no estaban designados en el presupuesto
(aunque sin salir de él), he resuelto dejar en caja mi sueldo desde el
mes pasado, para responder á ios cargos que se me pueden hacer por
Contaduría, á la que daré cuenta. Como creo bastante esa suma para
pagar los subcomisaríos y el aumento de veinte pesos al comisario de
órdenes, no ofrezco hacerlo de mi fortuna particular, pero si fuera
necesario no esquivo responder con ella. Al aceptar el cargo de Jefe
Político, nada ha pesado tanto en mí como complacer á usted y poderle
demostrar que en mi pequeña esfera deseaba ayudarle; así es que no
hago ningún sacrificio al desprenderme del sueldo que la ley me se-
ñala para pagar el que devenguen los subcomisarios en el poco tiem-
po que estarán á mis órdenes, pudiendo yo de este modo llenar las
del gobierno, sin las dificultades que ha de tocar el que sólo tenga
un comisario en cada sección.»
Jefatura de la Colonia, á cargo del señor José Agustín Iturriaga:
Colonia, marzo 22 de 1861.— «En el concepto de la tranquilidad pú-
blica, de la armonía entre nuestros compatriotas tan ridiculamente
\.
\
: k <
I
I
260 EDUARDO ÁCEYEDO
alborotados por pequeneces, muchísimo he adelantado. Empecé por
los del Rosario, y los tenia ya tan quietos, que nadie se acordaba
casi de elecciones de alcaldes ni de nada que los molestara. Pero
ahora viene la necesidad de entrar otra vez en esa vía olvidada por
acá, á consecuencia de la resolución del Tribunal Superior para ha-
cer la nueva elección de Jueces en el Rosario, es decir, de alcalde,
suplente y defensor de menores. Ya he dicho á unos y diré á todos
que no juego más rol que el de mi deber, que es garantir la libertad
de sufragio y mantener el orden, y me propongo lograr ambas cosas
con mi presencia en el Rosario el día de la elección; pero para ser
testigo únicamente de que hay libertad, que cada uno votará por
quien quiera y que la policía no se meterá en nada. Ella estará en su
cuartel ó donde convenga al orden, pero lejos de la mesa. Por allí
no se acercará ningún policiano, sino yo, y eso para conversar con
todos y para hacerles dar la mano á los votantes de una y otra lista,
y para que la hostilidad no pase del mal humor de los que pierdan,
sin que se rían los que ganen. Todo ha de ir bien; tenga usted con-
fianza. Por lo menos, la autoridad no ha de quedar comprometida
ante la opinión pública. «
Colonia, marzo 27 de 1861.— «Sabe usted que había el propósito de
mandar una comisión á entenderse conmigo para que le diera mi
opinión sobre las personas que hubieran de ser electas, y aunque yo
no aceptaría semejante honra, procuraría conciliarias, como se lo di-
je en mis cartas al Rosario. Les dije que lo que me era permitido ha-
cer, buenos oficios simplemente, y lo que debía hacer para el mante-
nimiento del orden, ya estaba hecho hasta donde es posible y como
lo requería un asunto de esa naturaleza urgente.»
Colonia, marzo 27 de 1861.— «Vamos á luchar á brazo partido con
el egoísmo y las trapacerías de los que se hacen un mérito en defrau-
dar á la renta pública, no pagando ó pagando menos de lo que de-
ben por contribución directa. Del resultado de esa operación depen-
derá en este año la necesidad de la subvención que el Gobierno pasa
al Departamento ó que yo pida su cese inmediatamente que no sea
precisa. Si los que todavía no han pagado, si les que se obligan á
pagar por no haber manifestado sus capitales ó por haber ocultado'
una parte, nos da para cubrir los presupuestos y gastos indispensa-
bles, en el momento pido la suspensión. Estoy seguro que en el pró-
ximo año, conocida la verdadera riqueza por el censo que ahora se
hace y que comparado con las manifestaciones nos va á dar una
buena suma de multas, el departamento se bastará y quizá le sobren
rentas.»
EN EL MIKISTERIO 261
Jefatura de Tacuarembó, á cargo del señor Trístán Azambuya:
Tacuarembó, junio 6 de 1860.— «El Jefe Político del departamen-
to es sin duda al|2runa, señor Ministro, la fuerza motora que tiene el
deber de imprimir ese movimiento de progreso y adelanto á las demás
partes del cuerpo social, y por consiguiente es indispensable que 61
sea el primero en dar el ejemplo de la tolerancia, déla honradez y de
la pureza en todas las ramas de la administración.»
Jefatura de Paysandú, á cargo del señor Basilio Pinilla:
«Tengo ya educándose en la campaña más de doscientos niños en
cinco escuelas que nada cuestan al Estado. Creo poder establecer
otras, habiendo conseguido también que don Nicanor establezca una
en su saladero. Esto me anima en el pronto engrandecimiento por el
departamento. Quisiera poder multiplicarme para atender á todas
partes. Es tanta la fe que tengo en el porvenir de nuestro paísl»
Jefatura de Canelones, á cargo del señor Pantaleón Pérez:
Canelones, septiembre 5 de 1860.— «Me anticipo á decirle antes que
vayan mis cuentas á la Contaduría General, que este mes, pago como
el anterior por completo, el presupuesto del Departamento, incluso
el de la compañía municipal, escuelas, juzgados, etc. Espero con an-
sia su contestación sobre una consulta á la patente que deben pagar
los rodados, porque si es como creo ceñido á la letra de la ley de
patentes, creo que concluiré el año sin pedir al Gobierno un real.»
Jefatura de Florida, á cargo del señor Juan P. Caravia:
Florida, diciembre 1.* de 1860.— «Es de todo punto falso lo que se
ha dicho de haber distritos que en este departamento no han pagado
la contribución directa en años anteriores, lo que por otra parte no
habría sido de extrañar en el despilfarro é irresponsabilidad en que
ha marchado esta renta aquí. Habrían dicho la verdad si dijeran que
cada uno pagaba lo que quería, hasta que este año los empecé á ha-
cer entrar por vereda y exigí que antes de pagar la contribución é
impuestos, justificasen haber pagado lo del año anterior.»
Jefatura de Cerro Largo, á cargo del doctor José Gabriel Palo-
meque:
En otro capítulo de este libro se encontrarán varias cartas del
doctor Pp.lomeque, que bastan para caracterizar las patrióticas é ilus-
tradas tendencias de la Jefatura á cuyo cargo estaba.
262 EDUAHDO ÁCEVEDO
Vn dato liiiere«aiiie«
De esta frecuencia de comunicaciones confidenciales, reveladora
de la asombrosa dedicación ministerial, sui^an con frecuencia con-
sejos amistosos 6 frases inconvenientes de los Jefes Políticos.
El seCLor Silvestre Sienra le dice al Ministro el 26 de mayo de
1860: « sé que usted literalmente se mata trabajando. No querría que
se recargara por mí: no me escriba » .
El seflor José Antonio Iturríaga le manifiesta el 18 de abril de 1861*
< me permitirá decirle, señor doctor, que entiendo que hay dos modos
de servir á la patria bien. El uno, sirviéndola mucho, pero sacrificando
la salud y por consiguiente comprometiendo la existencia. El otroi
sirviéndola largo tiempo, pero consultando el beneficio propio yelde
sus hijos con ello. Escoja usted el segundo y cuídese >.
En una de sus notas oficiales, se deslizaron al sefíor J. Eduardo
Fregueiro, frases poco parlamentarías con relación á la actitud del
Gobierno^ y eso dio mérito á una observación ministerial. El 11 de
diciembre de 1860, ocupándose el señor Fregueiro de esa observación
replicó que ella no ha de arredrarlo < para dirigirse al patriota
recto que no ha tenido la intención de confundirlo con nadie- Es
cierto que V. E. no me ha autorizado para tanta libertad, pero cuando
me dirijo al patriota, al hombre probo, que desea solo el bien de su
patria, me enajeno y me olvido del Ministro, porque me parece que
hablo al hermano >.
Jnlelos del exterior.
Como consecuencia del trabajo de reorganización á cuyo frente se
colocó decididamente el doctor Acevedo, el crédito del país mejoró
notablemente en el extranjero. Las apreciaciones que aquí provocaba
la marcha del Ministerio, tenían simpática resonancia en los países
vecinos, según lo revelan los dos siguientes recortes :
El « Jornal do Commercio > en su retrospecto correspondiente al
año 1860 ( reproducido por « La Nación » de Montevideo el 16 de
enero de 1861), después de dar cuenta de la organización del Minis-
terio, dice :
« Esta organización era liberal, porque aparte del mérito personal
de los nombrados, parecía que debía concentrar en torno de la nueva
presidencia la unanimidad de la opinión, que había estado dividida
entre ellos al tratarse de la elección presidencial. . . Con razón se re-
gocijan los orientales de la creciente y ya notable prosperidad de su
país >.
BN EL MINISTERIO 263
La « Reforma Pacífica > de Buenos Aires, en su revista mensual
para el extenor reproducida por « La Nación » de Montevideo de 31
-de julio de 1860, se expresa así :
« El señor Berro tuvo una inspiración feliz en la elección de sus
consejeros, y el hecho solo de la elección de su Ministerio le dio una
irresistible fuerza moral. Jamás ha tenido el país una administración
que goce de mayor ni más merecido prestigio: ella está finalmente
4ifianzada en la opinión pública, que ha hecho plena justicia al Go-
bierno, que ha tomado por base la ley, la moral y la verdad. Cinco
meses cuenta apenas la administración Berro, y en ese lapso de
tiempo la fisonomía del país ha cambiado completamente. La con-
fianza se ha airaigado, el crédito del país que estaba muerto, ha re-
vivido, el principio de autoridad se ha afianzado, no por el poder de
las bayonetas, sino por la austeridad de los hombres que dirigen
la administración ; en una palabra, la ilustrada y progresista admi-
nistración del señor Berro ha sabido conquistarse simpatías y respeto
dentro y fuera del país. £1 estado de la industria y del comercio es
próspero, y el adelanto en todos los departamentos es visible. En
nuestra opinión, pasaron ya para la República Oriental los tiempos
de los disturbios, para hacer lugar á la era de paz y de orden, bajo
cuya influencia marcha á grandes pasos á su mejora y engrandeci-
miento. La fiebre de los partidos se ha calmado y de ello da pruebas
relevantes la moderación y buen sentido de la prensa oriental >.
La misma « Reforma Pacífica > en su revista para el exterior, de
diciembre de 1860, dice lo siguiente :
« La administración del señor Berro siempre bien inspirada, conti-
núa su marcha liberal y progresista, dando cada día mayores garan-
tías de orden y de estabilidad ; bajo su acertada dirección el comercio
prospera y el crédito del país se ha elevado á una altura que asombra
á los que conocían su postración y los escasos recursos de sus finan-
zas. El prodigio operado en la hacienda de la República Oriental es
el fruto de la moralidad que distingue á los Ministros del señor Berro,
hombres verdaderamente probos, honrados é inteligentes. Según da-
tos fidedignos que tenemos de aquel país, no se advierte en él el me-
nor síntoma de descontento, y la administración del señor Berro ha
tenido el tacto de satisfacer las exigencias de la opinión pública y de
marchar tan de acuerdo con ella que ha desarmado aún á sus mismos
enemigos políticos, que no han lenido pretexto para atacarla ».
El señor Carlos Calvo escribía lo siguiente al doctor Acevedo desde
París el 7 de julio de 1861 :
« He sabido por cuantas personas llegan del Río de la Plata el
impulso que su política hábil y conservadora ha dado al progreso y
desarrollo de la riqueza pública de esa República, y toda la dedi-
cación con que usted se ha consagrado al bienestar del pueblo que
264 EDÜABDO AC£Y£I>0
le ha confiado 8U8 destinos. Reciba usted, mi querido doctor, mis má&
cordiales felicitaciones. Yo esperaba esos resultados desde que supe
que usted había aceptado el Ministerio del sefior Berro >.
Las elecciones de 1860.
Al aproximarse los comicios genérale» de 1860, se dictó el siguiente
acuerdo sobre la actitud de los Jefes Políticos :
< Habiendo llegado al conocimiento del Poder Ejecutivo que se ini-
cian trabajos electorales en los departamentos invocando el nombre
del Presidente de la República ; y siendo, por otra parte, necesario
hacer conocer á los Jefes Políticos las reglas que han de servirles de
norma en las próximas elecciones, para que el cumplimiento de las
leyes sea una verdad, el Presidente de la República, en acuerdo ge-
neral de Ministros, ha acordado se comunique á todos los Jefes Polí-
ticos : — Que el Presidente de la República ha resuelto no dar direc-
ción ni prestar cooperación á ningún trabajo electoral, manteniéndose
en una completa abstención á tal respecto ; que para los fines que se
propone con ese proceder, quiere que los Jefes Políticos guarden y ha-
gan guadar á sus subalternos la misma actitud ; que en esta virtud,
deben abstenerse de una manera absoluta de emplear medios oficia-
les en favor ó en contra de las candidaturas que se presenten ; que
sobre todo, les es prohibido, bajo la más seria responsabilidad, hacer
valer su autoridad para intimidar, impedir ó dificultar en cualquier
forma la libertad y legalidad de la elección ; que igual responsabili-
dad pegará sobre ellos si llegasen á compeler á sus dependientes á
que voten contra su conciencia ; que deben disponer lo conveniente^
' á fin de que los agentes de policía é individuos de la Compañía Ur-
bana que tengan derecho á votar, no se presenten en cuerpo, ni bajo
la dirección de sus jefes á dar su voto, sino individualmente y por sf
mismos ; que la abstención que ae les impone no obsta, sin embargo,
á que se adhieran á las candidaturas de su gusto y voten libremente
por ellas en su calidad de ciudadanos ; que interesado el Gobierno en
que haya una elección verdaderamente libre y legal, cual conviene,
deberán propender con sus consejos y con los demás medios que
buena é imparcialmente pueden emplear, á que no haya violencia, en-
gaños, ni falseamientos de la ley ; que las presentes instrucciones se
circulen á quienes corresponda y se publiquen para que lleguen á
conocimiento de todos. — Rúbrica de S. E. — Acevedo — Lamas —
ViLLALBA».
Los extractos de la correspondencia de esa época, contenidos en
otros parágrafos de este capítulo, dan idea de cómo entendían sus de*
beres los delegados del Poder Ejecutivo y de su perfecta corrección;
EN EL MIMISTEBÍO 265
de piocederes. Algunos de ellos, como el doctor José Gabriel Palo-
meqae, Jefe Político de Cerro Largo, y el señor Sienra, Jefe Político
de San José, arrastraban sin embargo de tal manera las simpatías
populares, que hasta se vieron en el caso de tener que dirigir una
ardorosa campaña contra los que pretendían constituirlos por la fuerza
en candidatos populares á la Representación Nacional.
En el departamento de Tacuarembó ocurrieron incidentes que dic
ron lugar á la intervención de la Comisión Permanente. El coronel
Jacinto Barbat denunció varios atropellos cometidos por el Jefe Po-
lítico don Tristán Azambuya. T el Ministro de Gobierno, doctor Ace-
vedo, fué interpelado con el resultado que establece la versión taqui-
gráfica de la sesión del 29 de diciembre de 1860, que parcialmente
reproducimos á continuación. (Reiteramos nuestra advertencia de que
el doctor Acevedo no corrigió nunca sus discursos parlamentarios y
que las deficiencias del servicio taquigráfico de la época convertían
frecuentemente al traductor en mal' redactor del trabajo ajeno).
«Sk. Vázquez Saoastume. — Ayer fué convocada extraordinaria-
mente la Honorable Comisión Permanente para <[ue tomase conoci-
miento de una queja entablada por el señor coronel don Jacinto Bar-
bat, y la Mesa nombró una Comisión Especial con el encargo de
dictaminar pronto sobre ella. La Comisión no tenía más datos, señor
Presidente, que los que revelaba la nota que se leyó del señor Bar-
bat. En esa queja hay acusaciones de hechos muy graves. Se hace
mención de la violación de la Constitución y de las leyes, de agravios
á los derechos del ciudadano, de coacción á la libertad del sufragio-
y no sé qué otras acusaciones de carácter muy grave. La Comisión
no podía expedirse sin conocer lo que hubiese de cierto y que moti-
vaba la queja del señor Barbat y su prisión; creyó» de acuerdo con la
Honorable Comisión Permanente, que lo más acertado era oir las
explicaciones que el Poder Ejecutivo pudiese dar á este respecto.
«Con ese motivo, la Honorable Comisión Permanente resolvió que
se llamase á los señores Ministros de Gobierno y de Guerra, que pa-
rece podrían dar la iluminación de la cuestión. Para que las explica-
ciones puedan ser pertinentes al asunto, me parece que lo más acer-
tado que habría que hacer seria que se diese lectura á la nota del
señor Barbat, para que los señores Ministros conocieran los hechos
de que se queja. Pediría á la Mesa se sirviese dar lectura.
«Sr. Presidente.— Se leerá.
«Sr. JuANicó. — Ampliando algo de lo que acaba de expresar mi co-
lega de la Comisión Especial, diré : que hay dos series de hechos en
la queja que va á ocupar á la Comisión Permanente. Los unos rela-
tivos al Jefe Político de Tacuarembó, á actos abusivos, según se re-
fiere en la queja; los otros relativos á la prisión que sufre en un cuar-
tel de la capital el coronel Barbat. Y como son hechos que los unos
2416 EDUARDO ÁGB?BDO
sólo perteneoen al Ministerio de Gobierno y los otros al Ministerio
de la Guerra» es la raxón que tavo la Comisión ayer {Mira pedir qne
fuesen invitados ambos setiores Ministros. He creído conveniente
hacer esta explicación.
«Sr. Ministro db (Gobierno.— Es una cosa sabida que en todos
los países libres, en todos los países en que las funciones democráti-
cas se ejercen, las elecciones son más 6 menos exaltadas; hay acusa-
ciones, hay recriminaciones, y casi siempre los derrotados suponen
violaciones.
«£n el caso actual (me refiero á lo que la Honorable Comisión Per-
manente debe conocer por los diarios) hay quejas de Tacuarembó,
de la Colonia, de Cerro Largo, de San José, de Canelones, como las
ha habido en la capital misma.
«El Gk>b¡erno ha debido obrar con mucha circunspección en el caso.
No basta que se diga— ha habido tal violación; sobre todo, en un país
en que funcionan los Poderes constitucionales, y en que cada ciuda-
dano tiene el derecho de acusar á cualquiera que mfrinja sus debe-
res;— desde el funcionario más inferior hasta el mismo Presidente de
la República.
«I)e consiguiente, las voces que llegaron al Gobierno de que en Ta-
cuarembó había habido tales ó cuales desórdenes, no llamaron en
nada su atención, tanto más cuanto que no había hecho patente, setior
Presidente. El Gobierno tenía conocimiento de los candidatos de una
y otra lista. Esa que se llama lista del Pueblo, era la lista del coronel
Barbat. El coronel Barbat me escribía particularmente lo siguiente:
«me he fijado en tales candidatos, dígame usted si es de su aproba-
ción (ese era el pueblo), cómo está organizada, y permitiéndome que
si esa lista no me gustaba, hiciera las alteraciones convenientes. Ya
se hará cargo V. H. que como Ministro de Grobiemo en una Admi-
nistración que había declarado que no tomaría parte en las eleccio-
nes, yo no podía entrar en esa clase de arreglos, y de consiguiente me
negué, sin decir al coronel Barbat si me gustaban ó no sus candida-
tos. Pero, como se hace aparecer esto como un negocio tan grave, no
tengo inconveniente en declarar que la lista del coronel Barbat era
exactamente igual á la otra, excepto una persona: los unos (el coronel
Barbat) proponían al doctor Carreras, y los otros proponían al doctor
Vázquez Sagastume, el segundo en las dos listas era el sefior Nadal.
«El señor Presidente puede juzgar de que, con estos elementos, no
se pueden hacer revoluciones, y no hay motivos para que los hombres
se rompan la cabeza: no había lucha y no había partidos opuestos.
Y yo rechazo hasta la sospecha de que el Gobierno tomase parte en
esto, y tratándose de personas que todas eran conocidas como amigas
del Gobierno; ya sea que triunfara una ú otra lista, el Gobierno no
tenía que buscar enemigos en ninguno de los dos bandos.
BN EL MINI0TBRIO 267
«Esto, en cuanto al primer panto á que se refirió un señor miembro
-de la Comisión Especial. El Gobierno no ha tomado medidas porque
no ha creído que debía tomarlas : espera y deja libre la acción de las
leyes. En cuanto al segundo punto, con relación al coronel Barbat,
«1 (Gobierno ha hecho un papel puramente pasivo. El Jefe Político
obrando dentro de la esfera de sus atribuciones procedió á la prisión
del coronel Barbat, y levantó un sumario del que se pretende apa-
rezca que el coronel Barbat desprestigiaba á la autoridad departamen-
tal; hacia de su casa un receptáculo de desertores de la policía y del
cuadro veterano; pronunciaba amenazas de muerte contra tales ó
usuales individuos y hasta hacía compra de armas. Sea de esto lo que
fuere, con objetos anárquicos ó no, el Gobierno no tiene juicio, no
podría decir si esto es cierto. Los antecedentes del coronel Barbat
hacen que el Gobierno rechace la idea de una revolución encabezada
por 61. No admite el Gobierno que el coronel Barbat pudiera ponerse
al frente de una revolución; pero entretanto no es el Poder Ejecutivo
el que falla en esas causas.
«Viniendo con un sumario, y con un sumario en que se referían he-
chos tan graves, por el Ministerio de Gobierno se pasó al de la Gue-
rra como acaba de decir mi colega, y entonces se entabló un conflicto
porque el Fiscal de lo Civil sostenía que era de la competencia de los
Tribunales militares, y el Fiscal Militar, que era de la competencia
de los Tribunales civiles. El 27, me parece que se expidió el Fiscal
Militar; el mismo día 27, antes de ayer, se dio vista al Fiscal de Go-
bierno; el Fiscal de Gobierno insistió en su primitiva opinión ayer 28;
y hoy 29, el Gobierno, por el Ministerio de la Guerra, declaró, sepa-
rándose del dictamen del Fiscal de lo Civil y conforme á la declara-
oión del Fiecal Militar, que la causa era de la competencia de los
Tribunales ordinarios y mandó que pasase al Juez Letrado de la
2.' sección, y en efecto, en este momento acaba de pasar, pero vinien-
do naturalmente, sin haber perdido un solo día la causa en el despa-
cho; porque no se puede acusar al Gobierno de que quisiera prolon-
gar los padecimientos de ningún ciudadano y mucho menos del
coronel Barbat.
«El Gk>bierno, pues, no ha tomado parte ninguna activa en este ne-
£^cio. El Jefe Político de Tacuarembó con fecha 28 de noviembre se
quejaba de la conducta, según él, anárquica que observaba el coronel
Barbat, y decía que creía que no podría tolerarse y que había recibi-
do tales y cuales anuncios, y con fecha 2 del corriente, me parece,
el Gobierno le contestó: «dígase al Jefe Político de Tacuarembó que
absteniéndose en lo relativo al coronel Barbat de toda medida que
no sea urgentemente reclamada, se limite al desarme inmediatamente
de los 25 ó 30 hombres que dice tener reunidos en su casa.» Pero esa
nota llegó á Tacuarembó cuando estaba ya en el Salto el coronel
268 EDÜA.RDO ACEVEDO
Barbat. Ahora, aquí el Gobierno no tiene otra cosa que hacer que es-
perar la declaración de los Tribunales. Si el coronel es inocente, lo
declararán así los Tribunales, y si resulta al^^n culpable caerá sobre
él la ley. No habrá dificultad ninfi^una en esto» señor Presidente, sea
quien fuere; no se hará excepción de persona, como espera el Gobier-
no que no la hagan los Tribunales.
«Es cuanto creo tener que decir, pero estoy pronto á dar todas las
demás explicaciones externas, se puede decir, que se necesiten, pues-
to que las internas no las puedo dar porque no conozco el sumario.»
En un dictamen posterior de la Comisión Especial se establece que
las sentencias absolvieron á Barbat y que el Poder Ejecutivo debe-
ría haber hecho efectiva la responsabilidad de su delegado en el de-
partamento de Tacuarembó.
A una segunda interpelación de la Cámara de Diputados, dio origen
la actitud del mismo Jefe Político de Tacuarembó don Tristán
Azambuya en las elecciones de Alcalde Ordinario, produciéndose
con tal motivo las explicaciones que reproducimos en seguida del
«Diario de Sesiones», de 2 de marzo de 1861:
«Sr. de Lafuente. — En la sesión anterior hice moción para que se
llamase al señor Ministro de Gobierno, á fin de que tuviese la bon-
dad de dar explicaciones á esta Cámara sobre los procedimientos del
delegado del Poder Ejecutivo en el departamento de Tacuarembó en
la elección de Alcalde Ordinario. El motivo que he tenido para lla-
mar la atención sobre ese hecho, son las publicaciones que han visto
la luz pública estos días y en las cuales se hacen cargos gravísimos
al Jefe Político sobre el uso de la fuerza armada contra los vecinos
pacíficos, hasta el extremo de hacerse correr sangre y de aprisionar
ciudadanos. Se comprende bien, señor Presidente, que cuando se ha-
cen revelaciones de esa clase por la prensa pública y á presencia del
Gobierno, es porque algo ha habido, porque de lo contrario no se hu-
biera atrevido ninguno á hacer esas publicaciones. El Gobierno podía
perfectamente haber hecho que el Fiscal, cumpliendo con su deber,
como encargado de velar por los derechos de la sociedad, las hubiera
acusado. Y yo, señor Presidente, que no sé lo que ha sucedido en Ta-
cuarembó, por mi parte he querido oír al señor Ministro de Gobierno
sobre el particular, y estoy seg^iro de que sus explicaciones han de
satisfacer á la Cámara como á todos los demás ciudadanos. Mi deseo
es que las garantías que se gozan á la sombra del superior Gobierno
alcancen á todos los habitantes de la campaña.
♦Sr. Ministro de Gobierno.— Es indudable, señor Presidente,,
como acaba de decir el señor diputado que deja la palabra,— que algo
ha habido en el departamento de Tacuarembó; pero ese algo es hoy
perfectamente conocido á la Honorable Cámara y al público, por las
publicaciones oficiales que se han hecho en los diarios. Es decir que
£N EL MINISTERIO 269
«1 Poder Ejecutivo al publicar los únicos datos oficiales que tiene
sobre ese negocio, ha hecho cuanto estaba á su alcance. Pero sin em*
bargo, como esos datos no satisfacen completamente al Gobierno;
como había duda sobre el uso que haya podido hacerse de la fuerza
pública, se ha mandado levantar un sumario. La verdad, pues, de los
hechos, el último resultado que ellos den no se conocerá sino cuando
el resultado del sumario sea conocido. Sin embargo, tengo mucho
placer en declarar á la Honorable Cámara que no ha habido nada
que se parezca á ataques de los derechos del ciudadano en el acto de
las elecciones, ni la carnicería á que se hacía referencia. Es necesario,
sefior Presidente, que si queremos ser republicanos y que funcionen
las instituciones democráticas, nos acostumbremos también á la li-
bertad de la prensa, y que conBideremos que ni es posible andar
siempre atrás de todos los diarios para que digan la verdad, ni se
puede hacer acusación por cualquier hecho inexacto que se publique.
«He dicho que no había nada que se pareciese á un ataque á los
derechos electorales; y en efecto, así resulta de todos los anteceden-
tes que el Gobierno ha recibido. Con el temor de abu&ar del tiempo
de la Honorable Cámara, tengo sin embargo necesidad de hacer la
relación de los hechos que han tenido lugar.
«La Excelentísima Cámara de Apelaciones en uso de las atribuciones
que le da la ley, declaró nulas las elecciones de Alcalde Ordinario
que se hicieron en Tacuarembó el 1.^ de enero, y comunicándolo al
Poder Ejecutivo tuvo éste que determinar día para las nuevas eleccio-
nes, y señaló en efecto el 3 de febrero. Muy pocos días después de
haberse comunicado esta resolución al Jefe Político del departamento,
observó la Cámara de Justicia que no había tiempo bastante, bCgún
ella, para que se llenasen las formalidades establecidas por la última
ley electoral, y entonces el Gobierno accediendo á los deseos manifes-
tados por el Tribunal, señaló nuevo día; señaló el 17 de febrero por
ser el domingo 10 día de Carnaval. Pero esa resolución llegó tarde á
Tacuarembó, llegó cuando ya se habían verificado las elecciones el
día 3 y entonces, remitieron sus resultados al conocimiento de la Cá-
mara de Apelaciones y suspendieron como era natural la elección del
17. Una parte del vecindario de Tacuarembó á cuya noticia había lle-
gado que debían hacerse las elecciones el 17, se puso en marcha en
número de ochenta ó noventa hombres, según unos, y menos, según
otros, con el objeto de, según decían, ir á votar, á pesar de que no
habían sido convocados, que por consiguiente debían creer que no
había elecciones; tanto más cuanto que las últimas se habían declara-
do nulas porque no se habían hecho los avisos que la ley prescribe; y
de consiguiente, si se hacían éstas sin aviso, eran también nulas in-
dudablemente. Entretanto el Jefe Político recibió la noticia de que
un grupo de hombres considerable se acercaba á la capital del depar-
270 EDUABIM) AOBTBDO
tamento: lo mandó reconocer y disolver, porque no pueden permitirse-
reuniones de esa clase en los departamentos. Aquí mismo, á pesar do
la libertad de nuestras instituciones y de lo que acaba de decir el se-
flor diputado, se tiene que prevenir; se tiene que dar cuenta á la au-
toridad: porque una reunión puede tener diversos objetos, y es nece*
sano que la autoridad sepa de esas reuniones, aunque no sea más que
para conservar el orden de ellas.
«Bien: resultó entonces (j hasta aquí todas las relaciones están con-
testes) que los hombres iban á votar y convencidos de que no había
elecciones, determinaron volverse á sus respectivos domicilios.
«Hasta aquí los hechos que acabo de referir son plenamente ciertos,
porque hay plena concordancia entre el decir de todos. Pero de aquí
en adelante empiezan á diferir, y es donde tengo que guardar la re-
serva que impone al Gobierno la necesidad en que se ha encontrada
de mandar levantar un sumario. Según unos, el comisario encargado
de ir á reconocer ese grupo, abusó de las armas, hiriendo á un ciuda-
daño que, según ellos, no había faltado á su deber. Según los otros,
fué ese ciudadano quien hizo armas contra la autoridad, obligando á
la fuerza pública á desarmarlo. Eso resultará de la información que
se está levantando. Pero de todas maneras, el Presidente de la Be-
pública, desde el primer día de su administración ha manifestado la
firme resolución en que está de no contemporizar con los abusos; y si
abuso hay, y si ha habido infracción de deberes por parte de esos agen*
tes de la autoridad, ellos serán castigados, señor Presidente, no hay
que dudarlo.
«El Gobierno ha demostrado en todos sus actos desde el principio,
que no reconoce en materias del servicio, amigos ni enemigos, y que
aplica á cada uno la resolución que corresponde».
Se hizo luego por uno de los interpelantes (el señor Carreras) el
proceso del Jefe Político Azambuya, tomando entonces el debate el
giro que se indica á continuación:
«Sr Pérez— La orden del día es para interpelar al señor Ministro
de Gobierno sobre los sucesos de Tacuarembó en las elecciones de
Alcalde Ordinario, y nada más.
«Sr. Carreras— No, señor: yo cuando apoyé la moción me referí
á otros hechos.
«Sr. Pérez— Si el señor representante quiere interpelar al Minis-
tro sobre otros hechos, sobre el asunto del coronel Barbat, haga otra
moción; sino es venir aquí á poner en confusión á la Cámara.
«Sr Carreras— Beclamo de la lealtad de la Cámara— si es cierto
que dije que iba á ampliar la interpelación que proponía el se&or la
Fuente.
uSr. Ministro de Gobierno— No rae consideraba en el caso de
intervenir en el Beglamento de la Cámara; pero es imposible, señor
EN EL MIHIBTBRIO 271
Presidente, que haya un diputado que crea que pueda traerse á un Mi-
nistro á los bancos de la Cámara, para responder á cuentos como los
que acaba de hacer el señor representante.
«He dicho, sefior Presidente, que es imposible, y la Cámara violaría
su propio Reglamento. £1 artículo 174 dice expresamente que los Mi-*
nistros no pueden ser interpelados sino sobre negocios que están á
la consideración de la Cámara.
«Y pregunto, señor Presidente, si la vida entera del comandante
Azambuya está á la consideración de la Cámara: si puedo constituir-
me aquí, como parece pretende el señor representante, en defensor de
Azambuya contra el defensor del* coronel Barbat; si me sería permiti-
do hacer la denuncia de los hechos escandalosos habidos en el depar-
tamento de Tacuarembó, mientras el coronel Barbat era su jefe. Si
me sería permitido digo. . . •
«Sb. Cabreras— Yo no he sostenido eso.
«Sb. Ministbo— Yo no falto nunca á las conveniencias. 8e ha
hablado de muchos hechos. He dicho, señor Presidente, que son
cuentos. Se viene á hacer una enumeración larguísima de impuestos.
Puedo declarar á la Honorable Cámara que esos impuestos han sido
establecidos por el coronel Barbat. Y el señor representante que ha
hecho la alusión, habiendo sido Ministro de esta tierra, es extraño que
ignore que no hay una ley que determine los impuestos de policía, y
quizás no hay dos departamentos en este Estado que cobren los
mismos.
«El Ministerio preparándose para un trabajo que debe presentar á la
Cámara pidió á todos los Jefes Políticos de la República, que man-
dasen una relación de los impuestos que cobraban, y no hay dos de-
partamentos, señor Presidente, en que ellos sean iguales: el coronel
Barbat se distinguía entre todos, por la enormidad de los impuestos
que cobraba. Hasta hay sobre esto un expediente.
«Podría decir mucho sobre cada uno de los casos. Sobre ese Juez de
Paz que unas veces es Juez de Paz y otras veces es ciudadano espa-
ñol. Podría decir mucho sobre ese mismo Yaz, en cuyo asunto se ha
mandado levantar un sumario. Pero creo que la Cámara no permitiría
que pudiese concurrir á la violación de su Reglamento para traer á^
consideración doscientos easos diversos.
«En cuanto al robo de criaturas, se ha querido conmover las pasio-
nes públicas, mostrándose al Gobierno como cómplice de este robo.
A eso no puedo contestar. Si hubiese llegado al conocimiento del Go-
bierno un hecho semejante y él hubiera sido tolerado, el Gobierno de
la República sería el culpable. Pero no concibo que un representan-
te pueda venir ala Cámara i acusar á un Jefe Político.
«Infringe la ley un Jefe Político y el Presidente de la República lo
tolera: entonces el infractor de la Constitución es el Presidente de la
272 EDUARDO ACEYflDO
República, y es á ese Presidente de la República que debe acusarse.
Y sería, sefior Presidente, muy extraño, que fuese el actual Presi-
dente de la República, acusado de infracciones á la Constitución.
«Por lo demás, si la Cámara quiere ocuparse de los ciento y un ne-
gocios independientes á que se refiere el sefior representante por
Montevideo, tiene que señalar día: buscaré antecedentes como los he
buscado respecto al punto en cuestión. Dije que estaba dispuesto á
responder sobre cualquier hecho; es decir, hecho referente á esta in-
terpelación. Pero hay muchas cosas que ignoraba. No estoy dispues-
to ni á hacer la historia del coronel Barbat, ni la historia del coman-
dante Azambuya. Pero si el señor representante quiere precisar su
interpelación y la Cámara determina que el Ministerio conteste, ven-
dré preparado con todos los antecedentes.»
(Observó el mismo señor Carreras que en el asunto del coronel Bar-
bart, á que se refiere la primera interpelación, el Grobierno había pro-
metido castigar á los culpables, y que, entretanto, tal castigo no se
había producido. Esa observación dio lugar á estas nuevas palabras
del doctor Acevedo:)
«Sr. Ministro de Gobierno— La promesa hecha ante la Comisión
Permanente (apelo á las actas, á las publicaciones»), fué que sería so-
metido el negocio á los Tribunales y que caería la cuchilla de la ley
sobre el que resultase culpable.
«(M señor Carreras hace una observación que no se oye).
((Pero ¿qué tiene que ver el Gobierno con eso, si viene una senten-
cia de un Tribunal que manda el sobreseimiento de la causa? ¿No
sabe acaso el señor representante lo que importa la palabra sobresei-
miento? ¿No sabe que eso importa la absolución plena? ¿Cómo en-
tonces ha podido decir que en una causa en que se manda sobreseer
debe haber culpable? ¿Con qué derecho iba á castigar el Gobierno?
La promesa hecha fué que se aplicaría la ley ante los Tribunales. El
Gobierno no ha dicho, ni ha podido decir, que á tontas y locas casü ■
garía; el Gobierno no ha dicho ni ha podido decir que se constituiría
en intérprete de la voluntad de un círculo, de círculo de ninguna cla-
se. El Gobierno no tiene tampoco ahijados, señor Presidente; no tie-
rno Jefes Políticos á quienes desee sostener por tales ó cuales motivos
particulares. Y si se ha sostenido y si se sostiene como Jefe Político
del Departamento de Tacuarembó al señor Azambuya, es porque me-
rece todavía la confianza del Gobierno; el día que no merezca esa
• confianza, será destituido como lo fué el coronel Barbat.
«El señor representante parece, por lo demás, que no ha comprendi-
do el motivo que he tenido para invocar el artículo 174 del Regla-
mento de la Cámara, y para no contestar improvisadamente á una
docena de cuentos que ha hecho sobre distintos puntos. ¿Cómo quie-
re que sin examen previo, sin decírseme nada, pueda hablar ahora de
ten EL Mn^BTÉBld 2tá
negocios qae oigo por primera vez? Baste saber que ese llamado Juez
de Paz Sasias, unas veces oriental Juez de Paz, y otras veces es-
pañol, hace reclamaciones por la Legación Española— y hace recla-
maciones por actos de la administración del coronel Barbat. Que en
ese asunto Yaz, que por primera vez también oigo decir que se han
hecho violencias hasta con su mujer, se ha levantado un sumario, y
hasta la Legación Brasileña ha quedado satisfecha con las explica-
ciones que se le han dado.
«Se ha dicho también, como si el Gobierno hubiese sostenido lo con-
trario, que debe atender á las indicaciones de la prensa; y hasta se
ha pretendido conmover el ánimp, poniendo ejemplos sobre casos en
que peligren la Constitución y la independencia de la República. Po-
dría mostrársele en el archivo del Ministerio al señor representante,
que no hay una sola publicación de la prensa que haya pasado in-
apercibida. Siempre que se denuncia algún hecho, se piden informes;
pero no se hace como el señor representante ha pretendido.
«Entre el comandante Azambuya que presenta una vida entera de
moralidad, de patriotismo y de abnegación, y un Fulano de los Beyes
ó cualquier otro así, ¿quién dice la verdad? ¿Quién miente? ¿Es el pa-
triota Azambuya? ¿Es Azambuya el que ha hecho esos sacrificios?
Eso no lo dirá el Gobierno. No hará mucho que he oído que todo
cuanto se dice del comandante Azambuya es una infamia. Empieza,
como 03 natural, á pedir los informes al mismo comandante Azambuya.
Sin decir por esto que equivalga á decirlo todo él. Pero el señor re-
presentante que ha sido ministro, sabe que siempre que viene una
queja de un delegado del Poder Ejecutivo, el primer paso es pedir in-
formes, y entonces, ó éstos son completamente satisfactorios y el ne-
gocio no tiene curso, ó no son satisfactorios y entonces se toman otras
medidas, porque para desticuír á un Jefe Político no es preciso una
causa plenamente probada, justificada ante los tribunales: basta sólo
que deje de merecer la confianza del Presidente de la República: el
día que deja de merecerla, acabó el Jefe Político.
«En cuanto al hecho de la Quebrada, se dice que hay nuevos aten-
tados cometidos, no por el señor Azambuya sino por fuerzas á sus ór-
denes Debo agregar, señor Presidente, á lo que dije antes, que la pri-
mera noticia de estos hechos la tuve por los que se llaman víctimas;
la tuve por una exposición dirigida al comandante Azambuya por
varios individuos entre los cuales figura ese Melchor de los Reyes y
otros; y en esa exposición no se dice una palabra de semejante hecho;
lo mismo que del de ese Bermúdez, capataz del coronel Barbat, que
por primera vez llega á mi noticia, á no ser que se refiera el señor
rei>resentante á «La Nación» de esta noche, y eso es una Nación casi
contemporánea, señor Presidente, que se ha repartido tal vez cuando
estábamos en la Cámara, y hacer reproches al Gobierno porque no ha
is
274 fiDÜARIK) acbVbdo
tomado medidas sobre un hecho que se ha denunciado hace media
hora...
«Por lo demás, yo puedo asegurar, porque tales son las instrucciones
que tengo del Presidente de la República, que los hechos se averi-
guarán; pero no puedo decir que se mudará tal jefe porque no guste
á tales 6 cuales individuos; no, porque la Constitución establece que
al Presidente de la República es á quien corresponde la elección de
ios Jefes Políticos, y aunque el de un departamento no guste á tales
ó cualeí» individuos, si ese Jefe Político merece la confianza del Pre-
sidente de la República, será conservado.
«Lo que ha debido hacerse lo he dicho antes. Un Jefe Político ha
infriug^ído la Constitución y el Presidente de la República lo tolera;
acúsese al Presidente de la República; hágase efectiva su responsa-
bilidad. Sería muy bueno un ejemplo de esta naturaleza, y yo en todo
loque sea seguir la Constitución y hacerla efectiva, ayudaré con
gusto, con todas mis fuerzas, al setter representante y á cualquier
otro que esté en ese caso.»
Arrendamiento de la Isla de Gorritl.
Una interpelación menos ruidosa tuvo lugar en el seno de la Cá-
mara de Diputados, con motivo de las gestiones iniciadas por la Le-
gación de Inglaterra, para arrendar una parte de la Isla de Qorriti
durante catorce afios, para depósito de municiones navales y repara-
ciones de buques, con expresa exclusión de obras defensivas y de
fortificaciones, sin que pudiera desembarcar en la isla fuerza militar
inglesa, salvo los celadores necesarios para la seguridad de las mu-
niciones, debiendo quedar sin efecto el contrato á requisición del
Gobierno oriental en caso de perturbación exterior ó por exigirlo así
la defensa nacional. El Poder Ejecutivo se había manifestado dis-
puesto á entrar en negociaciones y ordenó como paso previo la publi-
cación de todos los antecedentes del asunto.
En la Cámara de Diputados, se presentó con motivo de esa publi-
cación, un proyecto por el que se declara que no está en las atribu-
ciones del Poder Ejecutivo celebrar contrato alguno de arrenda-
miento ó enajenación de parte del territorio de la República á parti-
culares ó á naciones extrattas, agregándose que en caso de iniciarse
alguna negociación de esa especie, el Poder Ejecutivo recabaría la
aprobación de la Asamblea. Fué interpelado el Ministro de Qobiemo
y Relaciones Exteriores doctor Acevedo, produciéndose el siguiente
debate con tal motivo. (La versión taquigráfica ea defectuosísima y el
taquígrafo hn tenido que alterar notablemente la forma).
«Sr. Ministro de Gobierno—EI Gobierno, setter Presidente, tiene
feN IBL imriSTÉRtO 2t6
siempre mucho gusto en dar las explicaciones que deseen los honora-
bles representantes de la Nación. Busca la publicidad y es precisa-
mente la que sirve para todos sus actos. Pero en este caso yo me en-
contraría muy embarazado para dar explicaciones, porque precisa-
mente se ha publicado todo lo que contiene la carpeta del negocio.
El Ministerio no ha reservado nada: se han publicado hasta pequeñas
notas verbales; y ha puesto nota hasta de conferencias y hasta de pa-
labras» cosa que generalmente no se hace; y lo ha hecho así porque ha
querido que el público sepa cuánto ha sucedido en este negocio.
«Si los sefiores representantes, sobre todo el señor diputado autor de
la interpelación, quisiera precisar losi puntos sobre que quiere explica-
ciones, yo tendría mucho placer en darlas; pero en general no sé si
quiere que entre á la historia del negocio, cuál fué el principio, el
curso y el fin de ese preludio, porque todavía no se ha hecho nada,
como la Honorable Cámara habrá visto por la publicación de ayer;
no hay nada sino una autorización que el Poder Ejecutivo ha dado
al Ministerio de Relaciones Exteriores para entrar á negociar bajo las
bases propuestas por el encargado de negocios de Inglaterra.
«Ahora, por lo que acaba de decir el señor diputado que deja la pa-
labra, entiendo que se ha puesto en duda la facultad que el Poder
Ejecutivo tenga de arrendar. Yo entiendo que la facultad de arren-
dar es una facultad puramente administrativa. Pero no quisiera ex-
traviarme tampoco entrando en explicaciones que no sé si serán ade-
cuadas á las dudas que se tienen. Por eso desearía, como dije antes,
que se precisasen los puntos de dificultad, seguro de que daré las ex-
plicaciones que se pidan.
«Sr. ErrXzquin— Mi objeto, como he dicho, al pedir que se citase
al señor Ministro de Relaciones Exteriores para la. sesión de esta ma-
ñana, fué únicamente para que la Cámara no procediese precipitada •
mente. Se había puesto en duda la facultad del Gobierno para
arrendar, y se había hablado del peligro que había en hacer ese
arrendamiento: y se propuso una minuta de decreto que pasó á la
Comisión. Con ese motivo pedí que se suspendiese todo procedimien-
to hasta oir al señor Ministro. Para mejor explicación de lo que pasa,
desearía que el señor Presidente mandase leer la moción que se pre-
sentó ayer. Eso diría todo cuanto yo puedo decir.
«Sr Ministro de GosiERNO.—Ahora veo más claramente la duda.
Se propone un proyecto que en una parte es ley de la República, es
decir, la prohibición de enajenar tierras públicas y propiedades de
cualquier género. Eso está sancionado y el Gobierno lo cumple. No
enajena de ninguna manera. Pero los abogados que hay en la Cá-
mara saben que el arrendamiento nunca es considerado como enaje-
nación en derecho, sino cuando es lo que se llama arrendamiento por
largo tiempo, que pasa de diez años. El Ejecutivo ha tenido en vista
%?6 ¿ÜÜARÍK) ACÉVfibO
esto, 7 sería una de las bases de la negociación que el arrendamiento
que se hiciera no pasara de diez años, aunque la propuesta fué de ca-
torce años renovable. Pero como he dicho antes, no hay sino bases
para servir de punto de partida: todavía tiene que negociarse el
arrendamiento. Esto en cuanto á la primera parte de la ley: está pro-
hibida la enajenación de tierras públicas ya sea con naciones extran-
jeras, ya sea con particulares.
«En cuanto á prohibir el arrendamiento, si la H. Asamblea General
dispusiera que el Ejecutivo no puede arrendar, estaría en su derecho;
no habría nada que decir. Pero como esa prohibición no existe ahora,
y lejos de eso, el Ejecutivo ha estado en posesión de sus derechos al
verificar el arrendamiento, el Poder Ejecutivo los ponía en práctica.
Pero si se diese una ley, no haríamos oposición absolutamente: la
acataríamos como á todas las leyes*
«Sr. BARBCN9A~Preferí anoche, señor Presidente, presentar este
proyecto, habiendo tenido en vista también que el señor Ministro po-
día concurrir á la Cámara á dar explicaciones; pero en la lectura de
los documentos indicados no encontré duda alguna y comprendí que
el Poder Ejecutivo se creía facultado para celebrar esta clase de
contratos con naciones extrañas. Como yo veo, por la Constitución,
que el Poder Ejecutivo no puede celebrar tratados sin el previo con-
sentimiento del Senado, creía que este caso era análogo. Y como en
mi concepto, considero peligrosas las negociaciones con naciones po-
derosas, (se han visto algunos ejemplos) me propuse, sin embargo,
provocar una resolución legislativa que dejase bien definidas sobre el
particular las atribuciones del Poder Ejecutivo, y de consiguiente el
principio de si el Poder Ejecutivo podría hacer por sí esa clase de
contratos, fundándome, como antes dije, en la facultad que tiene el
Poder Ejecutivo con conocimiento del H. Senado, de celebrar trata-
dos, y en que los tratados celebrados así, son aprobados después ó
reprobados por la Asamblea General. Era en ese concepto que me
había decidido á formular ese proyecto, estando él á la consideración
de la Cámara...
«Sb. Ministro de Gobierno— Ahora es una nueva objeción. Por
eso deseaba antes, para no molestar á la H. Cámara tomando tan re-
petidas veces la palabra, que se hubieran hecho todas las objeciones
que había que hacer al contrato para haber tenido ocasión de refu-
tarlas á la vez. Se pretende que el Poder Ejecutivo ha hecho un tra-
tado. £1 Poder Ejecutivo desea cumplir la Constitución de la Repú-
blica, y trata de hacerlo por cuantos medios están á su alcance, pero
no ha creído que en un acto administrativo de esta clase se encuentre
un tratado, sino un contrato de derecho internacional privado, una
cosa parecida á la que han hecho nuestros gobiernos muchas veces;
por ejemplo: no hace muchos años, creyendo que en nuestro Parque
Bir EL MINIBTSBIO 277
había materiales de guerra sobrantes, el Gobierno vendió al Gobierno
del Paraguay una cantidad de cañones, de vestuarios y de fusiles-
nadie creyó que había celebrado un tratado con el Paraguay; nadie
creyó que estuviera el Poder Ejecutivo en el caso de venir á la
H. Asamblea General á pedir el consentimiento para iniciar un tratado
para la venta de fusiles. Lo mismo ha sucedido en casos análogos*
Hace poco el Gobierno inglés necesitó una cantidad de caballos para
llevar á la India y pidió permiso al Gobierno de Buenos Aires para
exportar esos caballos. No se consideró que hubiese un tratado con
la Gran Bretaña, en decirle «le vendo á usted tantos caballos».
«Ese mismo depósito de que hoy se trata (depósitos, no de guerra,
sino en beneficio de la navegación) está en Río Janeiro, como están
aquí entre nosotros, en Montevideo, los depósitos de carbón que tie-
nen los norteamericanos y brasileños, sin que hasta ahora se haya
alarmado ni haya creído ver en eso un tratado que la Repáblica haya
firmado.
«Lejos de eso, es un hecho notorio que la Isla de Gorriti aparece
vendida á varios subditos ingleses, entre ellos un almirante inglés,
señor Greorge Sartorius Honihl. De consiguiente, los ingleses hubie-
ran podido ocupar la Isla como lo han pretendido entendiéndose con
eeos propietarios de los cuales uno hace parte, como he dicho, de la
marina inglesa, y en todo caso á nosotros nos hubiera quedado el re-
medio de las protestas, remedio bien estéril cuando se trata de los
débiles contra los fuertes.
«Entonces, el Gobierno que veía este peligro, creyó que en el hecho
de hacer las propuestas el Encargado de Negocios de S. M. B. venía
á reconocer el pleno dominio de la República, á reconocer su juris-
dicción, á declarar que no desembarcaría soldados en la Isla y que
no izaría bandera inglesa, porque todo eso ha sido materia de estipu-
laciones; he encontrado embarazos para consultar la susceptibilidad
nacional hasta en un artículo por el cual no se izaría bandera inglesa
sino la del yatch de la Unión, y he conseguido que solamente se
pondría una bandera de señal. Como he dicho, no habrá soldados
sino un depósito puramente naval. Más: tengo las instrucciones del
señor Presidente, para no consentir que en el convenio que se haga
se permita la introducción de materiales de guerra, sino simplemente
materiales de navegación, es decir, velas, carbón, jarcias, etc.
«¿Qué tiene esto que ver con la facultad que se confiere á la Asam-
blea General sobre tratados celebrados con potencias extranjeras?. . .
«Más: en el artículo 81, que el señor secretario va á leer, si el señor
Presidente lo permite, no se habla sino de pedir el acuerdo del Sena-
do para iniciar tratados de paz, de amistad y de navegación; y yo
creo que por muy lata que sea la interpretación que quiera hacerse de
este artículo, no se dirá que el acto de arrendar una pequeñísima
278 EDUARDO ACEYSDO
porción de territorio de la Nación, es un tratado ni de amistad, ni de
pazy ni de comercio.
«Nada más: esos son los únicos tratados que debe iniciar el Poder
. Ejecutivo con previo consentimiento del Senado. Pero francamente, á
pesar de todo nuestro deseo de ceñirnos estrictamente á la Constitu-
ción, habíamos creído que no podíamos ir al Senado con esta cues-
tión, aunque pudiera pretenderse que conforme al artículo 17 de la
Constitución que habla ya en tono ¿general de cualquier tratado, ten-
dría que precisarse la ratificación de la Asamblea (General.
«Es cosa muy distinta. Pero por ahora no hay nada, no hay más
que una autorización para empezar la negociación. Yo creo que la
H. Cámara no tendría tiempo anoche para hacerse cargo del verda-
dero negocio de que se trata: hasta la prisa de la citación indica que
se consideró que había peligro de que se hiciera algo malo en muy
pocas horas. No es así, señor Presidente, ayer 9 recién se pidió
por el Encargado de Negocios señalamiento de día para empezar á
negociar: todavía no se ha señalado el día, no había peligro por con-
siguiente, y no había nada que temer aunque pasasen algunos dias
más; ni el Gobierno haría nada. En el caso de duda^ siempre estaría
para ocurrír á la H. Asamblea General. Pero la H. Cámara declara-
rá si este es el caso.
«Sr. Fuentes— Yo creo, en efecto, señor Presidente, que en el caso
actual el Poder Ejecutivo puede iniciar el contrato á que se refieren
las bases iniciadas; pero opino que ese contrato debe someterse des-
pués de celebrado, antes de ponerse en ejecución, á la aprobación de
la H. Asamblea General, porque como lo ha observado el señor Mi-
nistro, el artículo 17 que declara atribución del Cuerpo Legislativo
el aprobar tratados, hace mención de cualquier tratado. De consi-
guiente, señor Presidente, yo creo que quedaría satisfecho por mi par-
te, desde que el Poder Ejecutivo ó el señor Ministro» siendo su órga-
no, declarase que celebrado este convenio lo presentase á la aproba-
ción del Cuerpo Legislativo; porque según entiendo por la redacción
y según las condiciones establecidas, podría ser matería de aproba-
ción del Cuerpo Legislativo. Veo, por ejemplo, que en una de las ba-
ses publicadas se usarán los materiales que hay en la Isla. De modo
que creo que esta es una enajenación: á lo menos, en mi concepto,
esta es una enajenación de materiales. Veo también que después el
Gobierno, si necesitase de la Isla, las obras hechas se habían de pa-
gar. Y para todo eso el Poder Ejecutivo no tiene facultad si esos
contratos no fuesen aprobados. Por esta razón, repito, que si el con-
trato ha de venir ala aprobación de la Asamblea antes de su ejecu-
ción, por mi parte quedaría satisfecho y opinaría que estaban termi-
nadas las explicaciones del señor Ministro en este caso.
«Sr. Ministro— He dicho, señor Presidente, que el Poder Ejecuti-
EN EL MINISTERIO 279
vo no ha entendido que necesitase la ratificación de la H. Asamblea
Oeneral en esta clase de convenios ó de contratos particulares, por-
que si se entendía de otro modo, tendría mucho placer el Poder Eje-
cutiyo (tales son las instrucciones que tengo á ese respecto) en some-
ter el negocio á la H. Asamblea General, porque en caso de duda
siempre quiere ponerse del lado que no le sea favorable, del lado que
tienda á restringir sus atribuciones, más bien que ampliarlas.
«Pero lo que no concibo que se ponga también en duda, es la justi-
cia de la cláusula sobre el material. Quien conozca la Isla de Gorriti
sabe que allí no hay otros materiales que arena y un poco de piedra:
esos son los únicos materiales que existen. ¿Y c6mo desconocer que
el Poder Ejecutivo tenga derecho de vender la piedra, derecho que
está ejercitando todos los días en las calles? Cada vez que se llama á
propuesta para el desmonte de peftascos, vende la piedra ó la da en
parte de pago al que ha de hacer el desmonte. Por consiguiente, el
decirle que puede hacer uso de los materiales, es decirle qué los use,
no que los saque ni que los lleve á Inglaterra, sino que con ellos
haga las obras que necesite hacer, que quedarán según la mente del
Gk>bierno á disposición de la Nación después que el contrato se con-
cluya. El Encargado de Negocios de S. M. B. en el caso de pedirle la
Isla antes del tiempo estipulado, tiene que devolvernos eso. Sobre
eso también tengo una instrucción para que no se pueda abusar de
nosotros, estipulando en el contrato que se haga, que esas obras no
excedan de tal valor, y que en ningún caso pueda pedirse más de tal
ó cual precio, porque estamos decididos á tomar todas las precaucio-
nes á este respecto. Nos han asegurado que no piensan hacer obra de
material, sino algo parecido á loque tienen en Río Janeiro, es decir*
barracas de madera; pero la arena y piedra la aprovecharán en el
sentido de cubrir el carbón, nada más.»
Otras observaciones se hicieron en el curso del debate y el Minis-
tro pronunció con tal motivo las siguientes palabras:
«Yo no he dicho que esté dispuesto el Poder Ejecutivo á someter
este tratado á la ratificación de la Asamblea General: he dicho por
dos veces que al hacer el contrato de arrendamiento que impropia-
mente he llamado tratado, el Poder Ejecutivo ha creído que usaba de
una atribución administrativa; que ese contrato de arrendamiento no
era de los tratados internacionales á que se refiere el artículo 17 de
la Constitución, y tan es así que en la autorización que se concedió
al Ministro de Relaciones Exteriores para negociar las bases, se
mandó también que estipuladas, sean reducidas á escritura pública;
es decir, no hay nada de tratados, se ha considerado como un contra-
to administrativo. Pero, agregué más, que si la H Asamblea deter-
minase que se le sometiese ese contrato, el Poder Ejecutivo tendría
mucho gusto, que no entablaría cuestión ninguna constitucional, que
280 EDUABDO ACSVBDÓ
estaba siempre dispuesto á interpretar resiríetívamente las funciones
qae le estaban atribuidas. No he contraído, pues, compromisos que no
podía contraer, porque no estoy autorizado.»
Antes de levantarse la sesión, volvió el Ministro á pedir la pala-
bra. Basta, dijo, que el Poder Ejecutivo sepa que hay un negocio
pendiente á la consideración de la Cámara, para que se abstenga de
consumar este contrato, mientras no haya resolución. (Se refería el
Ministro al proyecto de ley sobre arrendamiento y enajenación de
tierras que se acababa de presentar á la Cámara.)
Rumores de Invaaióni
En los comienzos de 1861 circuló con insistencia el rumor de que
el país sería convulsionado, dándose detalles circunstanciados acerca
de una invasión á cuyo frente se colocarían el general Flores y el
coronel Bandes.
De la correspondencia que figura en el archivo del doctor Aoe-
vedo, extraemos los siguientes párrafos respecto de esa invasión:
Buenos Aires, enero 12 de 1861.-- -«Son pamplinas, como usted las
llama, esas empresas militares que se supone se crían aquí contra ese
Gobierno. Lo felicito mil veces por el progreso de su país, debido á
la Administración de que ui^ted hace parte.— DaZmeu^ Véhx Sars'
Buenos Aires, enero 13 de 1861— «El Gobierno de Montevideo
goza aquí de gran crédito, y á mi ver cualquiera hostilidad injustifi-
cada que se le infiriese sería mirada con general indignación y no
puede este Gobierno provocarlo impunemente, porque harto tiene que
hacer en lidias de casa antes de preocuparse de ir á inquietar la
ajena.— Juan Bautista Peña».
Paysandú, enero 14 de 1861.— «Creo, como usted, que no se deben
economizar precauciones. Me persuado también que aunque promue-
van alguna revuelta no han de llevarla á cabo por falta de coopera-
ción. No hay disposición en el país para la anarquía, y no puede ser
de otro modo desde que se siente un bienestar general, al que se
agrega el valor siempre creciente de la propiedad territorial— Am-
lio A. Pinilla.»
Florida, febrero 10 de 1861.— «Han circulado rumores déla invasión
de Flores que no se creen verosímiles. En Florida y Minas, que po-
dían ser los departamentos más indicados para la propaganda revo-
lucionaria, ni una mosca se ha movido, «y por el contrario varios de
los antiguos conservadores que tomaron parte en la última rebelión,
aquellos que algo valen, se me han presentado ofreciendo sus servi-
cios y protestando su adhesión al actual orden de cosas en que en-
cuentran completas garantías para sus personas é intereses.— /t«an P.
Canma.*
SN EL MINISTERIO 281
San José del Uruguay, febrero 18 de 1861.— «El general XJrquiza
á quien hice presente el encargo de usted, se muestra muy satisfecho
de la administración de ustedes y muy decidido á ayudarla en cual-
quier represión que por desgracia fuera necesaria contra los aten-
tadores del orden y de la autoridad.^Jo^^ Vázquez Sagastume.*
Montevideo, abril 3 de 1861.— «Acabo de recibir una carta de mi
condiscípulo el doctor Derqui, presidente de la Confederación Ax^
gentína, fecha 26 del próximo pasado, y en ella me dice lo siguiente:
«he estado muy á la mira de los sucesos con relación á la invasión á
esa de los emigrados en Buenos Aires que se ha circulado con tanta
repetición, y he llegado á convencerme de que nada hay y de que
nada se piensa á este respecto; al contrario tengo datos para creer
que si el gobierno local de aquella provincia sintiera preparativos
de agresión á ese Estado, la evitaría.— Joaquín Esquena.»
Colonia, abril 8 de 1861.— «El dueño de una casa de negocio que
existe en el mismo lugar en que Flores puebla una de las estancias
de Lezama, supo que aquél tuvo días pasados una fuerte discusión
con Sandes y Fausto Aguilar, que querían hacer una incursión al
país, por su cuenta, á lo que Flores se opuso.— «/o^á Agustín Hu-
rriaga.»
Colonia, abril 13 de 1861. «Me aseguraba una persona que llegó
de Buenos Aires hace dos días y que había hablado con algunos emi-
grados, que ellos confiesan su impotencia para hacer algo en este
país, y el crédito de que goza el Gobierno oriental á quien no pueden
menos que respetar.— /o^á Agustín Iturriaga,*
Buenos Aires, abril 10 de 1860.— «Aunque «El Comercio del Plata»
dice que Flores está en su estancia y que ha colgado su espada, me
consta que está en su casa en la calle Independencia y que le han
hecho proposiciones para que tome nuevamente el servicio. Esto lo sé
por un joven Artayeta que visita en la casa y que conversa con él
con frecuencia y largamente. Hace tres ó cuatro días que Flores le
dijo que estaba muy contento con el proyecto de amnistía y que si
éste alcanzaba hasta él se aprovecharía inmediatamente de ello para
regresar á su patria.— /uan José Soto,»
Sobre amiiUitía.
La primera y más persistente aspiración del Ministerio del doctor
Acevedo, fué en el sentido de encauzar las energías del país hacia el
porvenir, suprimiendo ó combatiendo los factores que podían arras-
trar otra vez hacia el pasado con grave perjuicio de la tranquilidad
pública.
£1 30 de marzo de 1860 se dictó un decreto abriendo las puertas
282 BI>UABI>0 ACBYEDO
de la patria á los que podían volver á ella por simple acto adminis-
trativo, 7 se dirigió á la vez un mensaje á la Asamblea, por el que
se amnistiaba á todos los individuos que habían tomado parte en los
movimientos subversivos de los aftos anteriores, y se establecía que
los ex jefes militares á quienes alcanzaba la amnistía residirían en el
departamento que designara el Poder Ejecutivo, salvo que pretirieran
vivir en el de la capital.
Tuvo tiempo el doctor Acevedo de abandonar el Ministerio antes
que el proyecto de amnistía recibiera la sanción de la Asamblea, ta-
les eran las exaltaciones políticas de la época, no obstante las repe-
tidas recomendaciones de urgencia á los legisladores, entre las que
figuran las siguientes palabras del mensaje de apertura de las sesio-
nes ordinarias en febrero de 1861: «Persisto en mirar como una me-
dida provechosa y justa la amnistía que os propuse el año anterior y
que de nuevo os recomiendo. Al buscar la reconciliación de todos los
orientales con el orden actual, cuento con la seguridad de poder re-
primir, no bien aparezca, la osadía criminal de quienquiera que in-
tente destruirlo.»
En cuanto al decreto de 30 de marzo de 1860, dio origen á una in-
terpelación en la Cámara de Diputados que es ilustrativo conocer.
He aquí la respectiva versión taquigráfica, debiendo prevenir que las
notables deficiencias de redacción de esa versión, provienen de que
el doctor Acevedo jarnos vio ni corrigió las pruebas de sus discur-
sos parlamentarios:
<Sr. Arrascaeta— Hallándose presentes los señores Ministros del
Poder Ejecutivo, en la sala, yo les pediría se sirviesen dar algunas
explicaciones á la Cámara respecto de un decreto del Poder Ejecu-
tivo que se ha publicado en los periódicos con fecha de ayer, por el
cual declara que « habiendo cesado los motivos que hicieron necesa-
rio el alejamiento de ciertos individuos, declara sin efecto las medidas
gubernativas que ordenaron su extrañamiento».
«Ese decreto, señor Presidente, que como decreto gubernativo em-
pieza á tener sus efectos inmediatamente que ha sido publicado y
comunicado» se encuentra en los mismos periódicos con un proyecto
de ley de la misma fecha dirigido á la H. Asamblea General, propo-
niendo que se declaren amnistiados todos los individuos que han to-
mado parte en los movimientos subversivos de los años anteriorec, y
estableciendo que los ex jefes á quienes comprende el artículo ante-
rior establecerán su residencia en el departamento que el Poder Eje-
cutivo les designe á cada uno «si no prefieren permanecer en la ca-
pital». El texto de estas dos disposiciones, tanto del decreto como
del proyecto de ley, parece establecer dos categorías de individuos
que han sido extrañados. El proyecto de ley comprende tanto á los
individuos civiles como militares, que han tomado parte en los movi-
EN EL MimSTEfUC 283
mientos subverBivos de los attos anteriores. En el decreto habla de
iodividuoB que han sido alejados por ciertos motivos. Sin embargo,
para la Cámara es una cosa incierta 6 muy dudosa que existan tales
categoría.-^: todos ]os individuos que han sido alejados 6 extrañados
del país, lo han sido como perturbadores del orden público, y de to-
das esas medidas que el Poder Ejecutivo en esos tristes momentos ha
tomado con arreglo al artículo 81 de la Constitución, ha dado cuenta
á la Comisión Permanente, la que las ha aprobado, y á la vez la
Asamblea General cuando se le ha dado conocimiento de ellas. Por
consiguiente, por mi parte, señor Presidente, encuentro el decreto
muy vago en su disposición, no encuentro definido quiénes son esos
individuos á quienes alude, no sé tampoco á qué medidas gubernati-
vas se refiere; pues que, como antes he dicho, todas han merecido la
aprobación del Cuerpo Legislativo, y deduzco de ahí, que habiendo
merecido la aprobación de este Poder y habiéndose tomado esas me-
didas con acuerdo suyo, no pueden declararse sin efecto, sin bu par-
ticipación. ..
«En vista, decía, señor Presidente, de lo vago del decreto en lo
dispositivo, indudablemente el país ha de eaiar inquieto, y esta Cáma-
ra también (y mucho) no pudiendo saber qué clase de individuos son
esos, á quienes se permite la vuelta al país en momentos en que entra
la República en una era nueva de paz y de adelanto; en que la aten-
ción del Ejecutivo ha de contraerse á la reorganización administra-
tiva del país y al afianzamiento de este orden; ha de inquietarse, digo,
de que vengan al país ciertos hombres (puesto que no se puede decir
quiénes son), ciertos hombres que el país conoce, señor Presidente,
que son capaces de todo, continuos perturbadores del orden público.
Permitir que vengan al país los antiguos redactores de «El Sol», de
«La Estrella», el ex redactor de «El Nacional» y jefes que fueron
alejados del país, que vendrían, señor Presidente, primero conmo-
viendo la paz pública, atacando al Gobierno en el interior y compro-
metién dolo en el exterior; vendrían dañando, por eso mismo, á su
crédito, á la riqueza pública, muy en progreso en el país, y acabarían
por abrir una ancha brecha, sino por conculcar las instituciones, que
tantos sacrificios ha costado mantener en la situación en que se en-
cuentran.
«En vista, pues, de tantos temores que el país ha de abrigar (declaro
que por mi parte los abrigo), y creo interpretar los sentimientos de
esta Cámara, si digo que los abriga también, pediría á los señores
Ministros, al señor jefe del Ministerio, se sirviese salvar las dudas
que dejo expuestas.
«Sr. Ministro de Gobierno y Relaciones Exteriores— Debo,
señor Presidente, declarar ante todo, que el Ministerio no tiene jefe.
Los tres Ministros somos solidarios en todas las medidas políticas
384 XDUABDO ACBTEDO
hasta aquí, y oon la intenoión de serlo igualineute mientras estemos
en el Ministerio. No tenemos jefe: somos todos ¡guales: todos secre-
tarios del despacho de las Secretarías de £stado que establece la
Constitución de la República.
«En general, sefior Presidente, yo no estoy porosas interpelaciones
inmediatas á los Ministros. Yo no creo que nunca puede exigirse de
los Ministros que estén prontos para responder á cualquiera interpe-
lación que se quiera hacerles en el acto. Considero que siempre debe
dárseles el tiempo necesario. Pero, por circunstancias especiales estoy
completamente habilitado para responder á la interpelación que ha
hecho uno de los sefiores diputados, que no sé qué departamento re*
presenta.
«Voy á responder en dos palabras á nombre de todos mis colegas,
en virtud de la solidaridad que he dicho antes que existe entre nos-
otros.
«El Gobierno ha considerado que entre los individuos que se en-
cuentran fuera del país hay dos categorías; una, la de aquellos que
han tomado parte en los movimientos subversivos de los aflos ante-
riores. Respecto de esos, que tienen pendientes sobre sí la espada de
la ley, el Poder Ejecutivo no puede hacer nada; ya sea que hayan
salido del país en virtud de órdenes gubernativas, sea que hayan sa-
lido espontáneamente, el Poder Ejecutivo no se mete con ellos por la
razón muy sencilla de que el Poder Ejecutivo no puede protegerlos.
Ellos vendrían, y si son culpables serían acusados, juzgados y con-
denados. Hay otros individuos que no han tomado parte en movi-
mientos subversivos y que existen sin embargo fuera del país. Enton-
ces el Grobierno dice: «habiendo cesado los motivos que hicieron nece-
sario el alejamiento de ciertos individuos, se declara que quedan sin
efecto las disposiciones gubernativas que de aquí los alejaban.»
«Yo entendía, señor Presidente, que no podía haber dos interpreta-
ciones; que la lectura de dos documentos juntos era sobradamente
clara. Es decir, el Ejecutivo dice: si esos hombres son ¡nocentes, si
no han tenido parte en los movimientos subversivos, vengan; si son
culpables, si han tomado parte en ellos, se guardarán muy bien de
venir por la razón muy sencilla de que sólo á la Asamblea Qeneral
compete la amnistía.
«Yo creo que las explicaciones que el señor representante nos ha
pedido deberían concluir aquí, es decir, explicando cuál ha sido la
mente del Grobiemo, cuál lo que resulta de los documentos esos que
han visto la luz pública. Yo creería, sin haber tenido el tiempo, como
es natural, de consultar á mis colegas, que no deberíamos entrar á
hablar del peligro que podría traer para el país la vuelta de los re-
dactores deJ «Bol Oriental», de «Lia Bruja» y «El Nacional.» Yo me
avergonzaría de declarar, como Ministro del despacho, que el Poder
to JfiL klKIBTBtelO 28^
Ejecutivo de la República, y más, que la H. Asamblea General tíene
miedo, ve comprometida la paz pública porque yuelran el redactor
de «El Sol», de «La Bruja» 6 de «El Nacional.»
«To creo que no es el tiempo. El Ministerio no ha sido llamado to-
davía para dar sus ideas en cuanto á la amnistía: no podemos entrar
en eso porque no está en discusión; no podemos desde luego, decir
todo el bien que para el país resultará de que en el exterior se sepa
que realmente tenemos confianza en nosotros mismos, que realmente
■abemos que los pocos hombres que están en el exterior no pueden
causarnos mal y de que llegase esa noticia por el paquete, que tan
consolidado consideramos el orden, que decimos, vuelvan. Pero creo
que no podemos entrar, repito, en eso, porque no ha llegado el mo-
mento. Ahora simplemente trato de dar las explicaciones pedidas por
el sefior diputado.
«Si necesita algo más, yo tendré mucho gusto en decirle explícita-
mente. . •
«Sb. Arbascaeta— Siento, sefior Presidente, manifestar que las
explicaciones en que ha abundado el sefior Ministro de Gk>bierno y
Relaciones Exteriores, no me han satisfecho. El sefior Ministro se
concretó en el primer punto de su réplica, á manifestar que el decre-
to se refiere únicamente á individuos que no tenían una grave culpa,
que se habían alejado espontáneamente. El decreto habla de indivi-
duos que han sido alejados en virtud de medidas gubernativas, que
se declaran sin efecto. Por consiguiente, comprende únicamente á
aquellos individuos que se han extrafiado en virtud de medidas gu-
bernativas. Este es el caso: no habla nada de los que voluntariamen-
te se han ido; deja sin efecto las medidas gubernativas. He aquí
por qué antes dije que el decreto era vago, porque no dice qué me-
didas...
«Sr. Ministro de Gobierno— ¿Me permite una rectificación?...
«Sk. Arbasoaeta— Pediría al sefior Ministro que no me interrum-
piese. Continúo. El sefior Ministro habló refiriéndose al proyecto de
amnistía y también abrazó en sus razones al decreto que da lugar á
estas explicaciones, y expresó la feliz idea que daría en el exterior la
manifestación que el Poder Ejecutivo hace de la confianza que tiene
en la solidez de la paz pública. Pero, sefior Presidente, ¿estamos
ahora meciéndonos con la ilusión de la feliz idea que puedan tener en
Europa respecto de una solidez que en efecto no existe? ¿Qué hace
el país con que la Europa tenga la feliz idea de que nosotros estamos
sólidamente establecidos, si como antes dije, en un diario licencioso,
incendiario, que empieza atacando á las potencias amigas, á sus go-
bernantes, se pone en conmoción á la sociedad? La atención del Go-
bierno entonces tendría que contraerse puramente á los perturbado-
res; tiene que abandonar el cuidado de la administración, como ha
^8ft XDüAKDo kcÉrmbo
sucedido aquí, va para ocho 6 diez años que ha tenido que abando-
narse todo. La administración tj^eneral, todo lo que es adelanto, todo
lo que es progreso moral del país, todo lo que es justicia, todo ha te-
nido que abandonarse para fijar los ojos del Gobierno en los pertur-
badores, únicamente para entrar en lucha con ellos años y años.
¿Cuál es el resultado de esto, señor Presidente? ¿La idea feliz que se
tenga en £uropa, nos libra de la conmoción, de la sangre que f>e de-
rrama, de la riqueza que se aniquila?
«¡Ah! no, señor Presidente: démosle á Europa hechos y no ilusiones;
verdad real. No le enviemos por el paquete documentos para que
produzcan impresión; enviémosle la expresión de la verdad, la expre-
sión de la realidad, de esa realidad que es lo que importa al país, que
es lo que importa al pueblo oriental. Está fundamentalmente intere-
sado, puede decirse que es cuestión de vida, en el mantenimiento de
su orden, de su paz, en la vía pacífica en que marche, en el adelanto
de su riqueza, en el establecimiento de sus instituciones y mejoras
administrativas de que el país carece, y sobre cuya reorganización
tiene tantas esperanzas el país en el nuevo Ministerio. Eso es lo que
el país espera con satisfacción, señor Presidente, que el Ministerio se
ocupe de la reorganización del país. Esto en cuanto á la impresión
que había de causar en Europa.
«Por lo demás, repito, el país no ha de saber á qué individuos se
refiere el decreto, y el decreto ha de causar inquietud en el país como
ha causado en esta H. Cámara- Creo que si el Poder Ejecutivo expli-
case, definiese á qué individuos se refiere ese decreto, quedarían sal-
vados estos temores; mientras no se haga esto, con esa medida así
general y vaga, el país se inquietará, porque el país, más que medi-
das políticas, espera medidas administrativas. He aquí por qué dije,
señor Presidente, que por mi parte no me satisfacían las explicaciones
dadas por el señor Ministro.
«Sr. Ministro de Gobierno— Quería simplemente rectificar un
error del señor representante que lo ha puesto en el caso de combatir
fantasmas.
«Yo había dicho, á mi modo de ver bastante claramente: el decreto
no se refiere á otra cosa que á los individuos que no han tomado
parte en los movimientos subversivos; pero parece que en la rapidez
de la palabra se le ha escapado al señor representante el dilema que
de paso me permitirá la Cámara que repita.
«Digo: los individuos ó son culpables Ó inocentes: si son culpables
(llamo la atención del señor representante, porque si no me va á con-
testar después otra cosa), ó han salido del país en virtud de decretos
ó medidas gubernativas, ó han salido espontáneamente. A esos indi-
viduos culpables, ya sean los que hayan salido en virtud de decretos
6 espontáneamente, no puede el Ejecutivo protegerlos; si vienen
SK ÉL MTNtflTKBlO ¿8^
serán acusados, juzgados y condenados. ¿Qué más se puede decir?
Para los individuos culpables viene el Poder Ejecutívo á pedir á la
H. Asamblea General que se les conceda la admnistía; pero míen-
tras la amnistía no se les concedaí vendrán y so expondrán á los pe-
ligros que son consiguientes á todos los hombres que han faltado á
sus deberes.
«Pero, ya que he pedido la palabra para esta rectificación, debo
agregar dos palabras sobre una consideración que se me escapó la
primera vez.
«Se ha dicho que cuando el Poder Ejecutivo consideró indispensa-
ble para la conservación de la paz pública hacer alejar del país á
ciertos individuos, sometió sus actos á la Comisión Permanente y fue-
ron aprobados, y que de consiguiente, cuando el Ejecutivo considera
ahora que la paz pública no puede ser afectada ya por la presencia
de esos individuos, necesita venir también á pedir autorización á la
Asamblea General. Creo, señor Presidente, que eso es un error.
«Como la Constitución de la JRepúbiica prohibe que nadie sea pe-
nado sin forma de proceso y sentencia legal, el Ejecutivo puede ve-
nir á la Asamblea General á decir: en virtud del artículo 81, he to-
mado medidas prontas de seguridad, y entonces tener que estar á los
resultados. Pero cuando el Poder Ejecutivo dice: tal prisión, tal ex-
trañamiento que tuve que hacer por tal motivo, ahora debe cesar, no
necesita para nada la autorización de la H. Asamblea General, por
la sencilla razón de que el Poder Ejecutivo no pide la suspensión de
ningún artículo constitucional: hace sólo uso de 8U& prerrogativas,
porque el Poder Ejecutivo las tiene también con arreglo á la Cons-
titución de la República.
«Por lo demás, bastante conocido es el modo de pensar de los indi-
viduos que componen el Ministerio, y que son ahora el órgano del
señor Presidente de la República, para creer que busquen oropeles
para cubrir su desnudez, y que quieran engañar á la Europa.
«No me parece que he hablado de feliz idea: he dicho que había una
coincidencia en que el paquete llevase la noticia de la consolidación
del orden. El señor representante cree que no está ese orden conso-
lidado: yo siento que sea esa su creencia, pero felizmente para el país
es una verdad que el orden está consolidado, y es por eso que el Poder
Ejecutivo dice precisamente: «habiendo cesado los motivos». Si hubie.
se el más mínimp temor de trastorno para el orden, no hubiese dicho
eso. Por lo demás, si los desórdenes se repitiesen, si hubiese diarios
licenciosos, si se presentasen esos fantasmas que ha evocado el señor
representante, el Poder Ejecutivo dice que tiene la voluntad y los
medios de someter á esos hombres á la línea del deber; que tiene la
voluntad y los medios de impedir que esos hombres lleven adelante
sus planes de conmoción. Si la Cámara cree que no es así, que el Po-
2dd XbUÁBBO ÁOEVEDÓ
der Ejecutívo no tíene esos medios, entonces, como es una cuestión de
apreciación personal, una cuestión de mayor 6 menor prudencia, el
Ministerio no hará una cuestión de eso.
«No entramos ahora para nada en la ley de amnistía, porque consi-
deramos que no es del caso: cuando el proyecto se ponga á la discu-
sión de la Cámara, entonces tendremos el honor de exponer las ideas
del Gk)biemo; por ahora no decimos más que si los hombres que vie-
nen son culpables, si son los perturbadores del orden, ellos serán
castillados.»
Como consecuencia del criterio predominante en la Cámara de Di-
putados, se sancionó la siguiente minuta de comunicación al Poder
Ejecutivo, en completa contradicción con el espíritu de concordia de
que estaba animado el Poder Ejecutivo:
«Habiendo el Cuerpo Legislativo prestado su sanción á las medir
das de extrañamiento que en diversas ocasiones se ha visto el Poder
Ejecutivo en la necesidad de adoptar, de conformidad con el artículo
81 de la Constitución, la H. Cámara de Representantes ha autorisado
al infrascripto para rogar al Poder Ejecutivo se sirva suspender los
efectos del decreto de fecha 30 del presente mes hasta que la Cáma-
ra pueda ocuparse del proyecto de ley sobre amnistía pasado á la
Asamblea General en la misma fecha. El infrascripto saluda al Po-
der Ejecutivo con su mayor consideración.— Montevideo, marzo 31 de
1Q60.— Fuentes^ Arraaccieta— Lapido — Pérez. »
Hé aquí la contestación del Poder Ejecutivo á la Cámara de Re-
presentantes pasada el 4 de abril de 1860:
«El Poder Ejecutivo ha recibido la nota que con fecha 31 del pasa-
do se ha servido dirigirle el señor Presidente de la H. Cámara de Re-
presentantes, relativamente al decreto del día anterior que dejó sin
efecto las medidas gubernativas que decretaron el extrañamiento de
varios individuos.
«Por más que el Poder Ejecutivo desee marchar siempre en armo-
nía con las Cámaras Legislativas, no puede sacrificar á ese deseo, sus
deberes y sus convicciones.
«La Constitución de la República establece (artículo 136) que nadie
puede ser penado sin forma de proceso y sentencia legaL pero el Po-
der Ejecutivo en uso de las atribuciones que le confiere el artículo 81
de la misma Constitución, en casos graves é imprevistos, de conmo-
ción interior ó ataque exterior, procede á la prisión de uno ó más in-
dividuos. Tiene entonces que dar cuenta inmediatamente á la
H. Asamblea General, estando á su resolución.
«Hay necesidad de que la Asamblea General apruebe la medida;
pero cuando el Poder Ejecutivo cree que la prisión debe cesar, no ne-
cesita para nada de la autorización de la Asamblea General. La ra-
zón es evidente. La autorización se necesita para salir del orden le-
fiN EL MiMivrifiRio 389
gaL para tomar medidas extraordinarias; pero es inútil para volyer á
él, para entrar al estado normal.
«El Poder Ejecutivo ai dictar el decreto del 30 del pasado no ha
invadido, pues, atribución algui^A que no le pertenezca, cifiéndose por
el contrario á un proceder estrictamente constitucional.
«Esa es su convicción más íntima.
«El Poder Ejecutivo espera que estas explicaciones satisfarán á
Y. H. á quien Dios guarde muchos años.~BEBNABDO P. BERRO
— Eduardo Acbvbdo— Dieoo Lamas— Tomíb Villalba.*
El decreto de 5 de septiembre de 1860, fijó el alcance del que ha-
bía dado lugar á tantos y apasionados debates:
«Habiéndose suscitado, dice, dudas sobre la inteligencia del de-
creto de 30 de marzo del corriente afio que declaró sin efecto las me-
didas gubernativas en cuya virtud se había procedido en años ante-
riores al extrañamiento de varios individuos, el Presidente de la Re~
pública en acuerdo general de Ministros, decreta: que de conformidad
con el referido decreto pueden volver al país en el pleno goce de sus
derechos todos los individuos que fueron obligados á salir de él por
medidas gubernativas, y cualesquiera otros que no hayan tomado par-
te en los movimientos subversivos de los años anteriores— que los que
han figurado en los referidos movimientos y no han sido amnistiados
no pueden volver sin exponerse á procedimientos judiciales contra
los cuales no podría protegerlos el Poder Ejecutivo mientras la
H. Asamblea General, á quien compete por la Constitución, no haya
sancionado la amnistía solicitada por el Poder Ejecutivo en el último
período legislativo.»
lia prensa j la propas^anda parUdista.
De otra medida política echó mano el doctor Acevedo para comba-
tir el resurgimiento de las pasiones de partido. A mediados de 1860,
la propaganda de uno de los diarios de Montevideo dio origen á la
publicación del siguiente acuerdo gubernativo:
«Montevideo, julio 16 de 1860.— El Presidente de la República, á
quien está especialmente cometida por la ley fundamental la conser-
vación del orden y la tranquilidad en lo interior, no puede tolerar
que se pongan en práctica los medios que más de una vez han ser-
vido, por desgracia, entre nosotros, para trastornar el orden y las ins^
títuciones. Amigo ardiente dé la libertad de la prensa, garantida por
la Constitución de la República, no puede aceptar que, bajo el pre-
texto de esa libertad, se cometan verdaderos crímenes contra la se-
guridad del Estado. En la tentativa de resurrección de los viejos par-
tidos con sus* banderas de sangre y de exterminio, no ve sino la exci-
tación á la guerra civil y á la anarquía. Un hombre que saliera á la
Vi
290 EDUARDO ACBVEDO
calle pública levantando la bandera blanca 6 la bandera colorada^ j
evocando los viejos odioB y rencores, sería considerado como un
perturbador del sosiego público y sometido á los jueces competentes.
El hecho de que esa excitación á la anarquía se haga por la prensa,
lejos de debilitar la gravedad del delito, lo aumenta. £1 Presidente
de la República, decidido á cumplir lealmente el juramento prestado
de observar la Constitución de la República, respetando todas
las libertades que ella garante, no encuentra entre éstas la li-
bertad de delinquir, la libertad de envolver de nuevo al país en las
ruinas y la sangre! £1 Presidente de la República tiene la firme re-
solución de no permitir que se enarbolen de nuevo con ningún mo-
tiVo ni pretexto, las viejas banderas de partidos personales que nada
representan ni pueden representar en principio, y considera cualquier
tentativa de ese género, como una excitación á la anarquía y á la
guerra civil.
«Por estas consideraciones ha ordenado en acuerdo general de Mi-
nistros que el Jefe de Policía llamando á su presencia al redactor
principal de «El Pueblo», le haga saber el contenido de este acuer-
do, manifestándole que el Gobierno está dispuesto á valerse de to-
dos los medios legítimos á su alcance para que el orden no sea alte-
rado, y que no tolerará las excitaciones á la guerra civil y á la anar-
quía sea cual fuere la forma en que se presente, sin que esto impor-
te en manera alguna la prohibición del libre examen délos actos del
Gobierno, garantido por la Constitución de la República. Comuni-
qúese.—Rúbrica de S. £.— AOEVEDO— LaMAB— ViLLALBÁ.»
Seis meses más tarde, habiéndose acentuado la violencia de la pro-
paganda partidista que el Gobierno se había propuesto combatir, se
dictó el nuevo acuerdo que va á continuación:
«Montevideo, febrero 4 de 1861.— El Poder Ejecutivo, de conformi-
dad con las ideas contenidas en el acuerdo general de 16 de julio de
1860; y no pudiendo tolerar que, no solamente se levanten las viejas
banderas de partido, sino que se haga la apología del crimen y se
propalen principios incompatibles con la existencia de toda autoridad
regular, acuerda pase el número 164 de «El Pueblo» al Fiscal del
Crimen para que acuse á los individuos que suscriben la nota dirigi-
da á la señora de Hocquart, exceptuando al señor don Joaquín Buá-
rez atenta su avanzada edad y el papel que notoriamente ha repre-
sentado en el negocio de que se trata.— Rúbrica de S. £.— Aoe-
VEDO.»
El Gobierno no se había propuesto ciertamente, como observaba
un diario de la época, por su primer acuerdo, ni cerrar imprentas, ni
encarcelar ciudadanos, ni desterrar periodistas: había querido limitar-
se y se limitaba á excitar el celo del Fiscal para la acusación corres-
pondiente ante los Tribunales de Justicia.
mt EL lOEnBTBBfO 801
La rápida sanción de la ley de amnistía que aguardaban con viva
ansiedad todos los emigrados que vivían en Buenos Aires soñando
siempre con revoluciones, habría contribuido vigorosamente al defi-
nitivo afianzamiento de la paz. Pero, aún sin ella, porque es notorio
que cuando el doctor Acevedo abandonó el Ministerio todavía la
amnistía era materia de controversias parlamentarias, la enorme pre-
sión de los progresos del país y del ensanche de sus intereses ma-
teriales, bastó para sofocar el espíritu revolucionario y para rodear
durante largos meses de un prestigio sin límites al Gh)biemo de
Berro.
Mensura ^reneral del territorio.
Por decreto de 4 de mayo de 1860 ordenó el Ministerio de Gobier-
no la mensura general del territorio, previa exhibición y examen de
los títulos respectivos de propiedad, nombrando con ese objeto una
Comisión asesora compuesta de los señores Joaquín F. Egaña, Cán-
dido Juanicó, Joaquín Bequena, Ambrosio Velasco, José María Be-
yes, Manuel Serví, Víctor Babú, Antonio de las Carreras, Vicente F.
López, Enrique Jones, José A. Orta, Jaime Boldós y Pons, Enrique
de Arrascaeta, Pedro Fuentes, Octavio Lapido, Francisco Pico y
Julio Oasser.
La Comisión se constituyó en el acto dividiéndose en dos seccio-
nes, una de ellas bajo la presidencia del general de ingenieros don
José María Beyes, y la otra bajo la presidencia del doctor Cándido
Juanicó. Antes de finalizar el año, produjeron dos informes cuyos
lincamientos se habrían definido sin duda alguna, con amplias pro-
yecciones, si el Ministerio hubiera tenido una vida más larga de la
que tuvo.
La Comisión presidida por el doctor Juanicó indicó la medida pre-
via á que se refieren los extractos que van á continuación:
«Como trabajo geodésico, la Comisión cree que su encargo no ofre-
ce, científicamente hablando, ningún problema que no pueda ser re-
suelto por los medios conocidos ya de todos los hombres competentes
en la materia. Así es que su tarea se reducirá en definitiva á aconse-
jar el sistema que, entre los practicados, haya de adaptarse mejor á
nuestro territorio; ya sea que se inicie el trabajo por zonas geográfi-
cas, ya sea que se arranque de puntos apropiados en la periferia que
se halla científicamente asegurada por nuestras tres costas y por la
frontera brasileña para converger en operaciones simultáneas hacia
uno ó varios centros departamentales; ya sea, en fin, que se proceda
con mensuras parciales sobre áreas dadas en diversos perímetros ais-
lados que vengan á canjearse recíprocamente en un resultado gene-
ral Cualquiera de estos sistemas que haya de adoptarse para resol-
292 SDÜÁIttK) ÁCBVEDÓ
ver el problema geodésico, será necesario, señor Ministro, que los
medios científicos conocidos de que aquí pueda disponerse, se concen-
tren y organicen en un instituto de ingenieros. En esto no hay ni puede
haber invención; y esa ha de ser la base indispensable, cualquiera
que sea el dictamen que la Comisión prefiera dar sobre la materia.
«Pero, además de esto, V. E. nos permitirá observarle que, aún
considerados bajo su aspecto legal los objetos sometidos en nuestro
dictamen, no es posible prever resultado alguno práctico sin que los
procederes judiciales que hayan de adoptarse para resolver los con-
flictos de los títulos de dominio, se combinen prudentemente con la
ubicación científica de los marcos, con la denominación indisputable de
los punto» de arranque y con la precisión de las áreas á que sean re*
ferentes esos títulos. Porque, divididos éstos en categorías, según su
origen (que quizás sería la mejor manera de clasificarlos para proce-
der con orden), la más numerosa de esas categorías sería la de los con-
flictos de ubicación; y aún en los que tuvieren otro carácter, V. E. no
podría establecer el sistema de compensaciones que probablemente
sancionarán las leyes ulteriores sobre esta materia, sin tomar como
punto de partida la ubicación matemática y cabal de todas las áreas
del territorio.
«La Comisión, pues, después de haberse reunido las dos seccio*
nes que la componen y de haber conferenciado muy seriamente sobre
sus objetos, se halla en la necesidad de informar á V . E. que toda la
base de las ideas y método que detallará en su dictamen, cuando ha-
ya formulado con toda madurez el sistema que le parezca más apro-
piado, consiste en la creación de un instituto científico, ya sea que
haya de ser exclusivamente topográfico ó que hsysL de llevar anexa
alguna comisión de jurados, algún cuerpo arbitral ó algún proceder
de jurisdicción ordinaria, según que se adopte la forma común de los
juicios para resolver los conflictos que oprimen nuestra propiedad te-
rritorial ó que se adopte alguna forma especial extraordinaria de sus-
tanciarlos y de definirlos.»
La subcomisión presidida por el general Beyes que tenía el encargo
de dictaminar acerca de la manera más eficaz de resolver las difícul-
tades y conflictos en que se hallaba una gran parte de la propiedad te-
rritorial de la campaña, se expresó en los siguientes términos:
«V. E. no desconocerá, ciertamente, que puede decirse en general,
que ese mal que se quiere remediar tan justa como previsoramente,
procede de títulos contradictorios que pesan sobre la propiedad. Esos
títulos son emanados, ya de las diversas autoridades que ha tenido
la República, ya de los actos del gobierno colonial, ya de comisiones
dadas ó desempeñadas con más ó menos justificación á causa de la
imperfección de los archivos, ya en fin de la mera detentación que
ha venido á dar color y razón á la actual posesión en lucha contra
EN EL MINISTERIO 293
algún otro género de los títulos enunciados, y la Comisión no habría
podido sistema ese desorden y levantar la categoría necesaria entre
esos títulos, sin consagrar exclusivamente un tiempo muy largo á la
inspección de los archivos, y sin poseer una parte necesaria de juris-
dicción pública para completar sus trabajos sobre el terreno mismo,
compeliendo á los renuentes, y para consagrar y hacer derecho con las
resoluciones que expidiese. Pero le ha bastado á esta Comisión ob-
servar su propia composición y tomar por base el decreto de V. E.,
para comprender que no habían sido tales los objetos con que se le
había formado y que no tenían sus miembros tiempo ni carácter para
desempeñar esa tarea.
«Sentado esto, la Comisión ha tenido que limitarse á las generali
dades de la materia para enunciarla en sus principales dificultades»
7 aconsejar á V. E. los métodos ó procederes con que cree que se de-
ben emprender los primeros pasos que deben llevar á V. E. á una
resolución que, para ser feliz, tiene que ser lenta y gradual. .
«En la primera nota que esta Comisión dirigió á V. E. tuvo ya la
ocasión de indicar que la primera condición para llegar á resultados
eficaces, era la de crear, dotada por el Estado, una oficina central
exclusivamente contraída á recoger y sistemar los datos dispersos
que deben servir de base al registro gráfico de la propiedad rural, y
á la protocolización fundamental é incuestionable de todos los títulos
valiosos existentes y expedidos sobre aquella propiedad. Esta ofici-
na, como es fácil comprenderlo, creemos que debe hallarse compuesta
de elementos y de personas adecuadas á su objeto, sobre cuyo detalle
creemos de más hacer indicación alguna á V. E. Ella debe residir en
la capital, y tener agentes directos en los demás departamentos, que
recojan oficialmente los datos respectivos, ya sea sobre las porciones
de territorio tenidas por escrituras sucesivas y originarias, ya sobre los
meramente poseídos por sola ocupación, fechas, circunstancias, con-
flictos y demás incidentes que se puedan recoger, formando sobre
todo esto asientos provisionales para cada departamento, en que cons-
te, con tanta exactitud como se pueda al principio, no sólo el estado
presente sino el origen histórico de cada área de terreno particular de
las contenidas en el departamento respectivo. Para empezar este tra-
bajo preparatorio de la protocolización futura y definitiva de la pro-
piedad territorial, debería ponerse á disposición de esa oficina el
archivo de la Escribanía de Gobierno y Hacienda, en donde deben
hallarse consignados (en su mayor parte al menos) los títulos expe-
didos por el Gobierno Nacional.
<t Visto el valor que la propiedad ha tomado en el país, es evidente
que los títulos de las otras categorías deben tener una existencia más
ó menos notoria ante los Tribunales; y sobre esta base sería, pí no fá-
cil, muy posible al menos, que dando conocimiento á la oficina cen-
294 EDUARDO ACSYEDO
tral de los títulos que se hallan en oontrovereias pendientes y aque-
llos que desde 1830 hasta hoy hayan sido definitivamente fallados
por los Tribunales, se pueda recoger asi noticia auténtica de ana
gran copia de ellos, con echar las bases de la protocolixación defini-
tiva y de la unificación de todo el registro ó catastro territorial, clasi-
ficado según el origen administrativo 6 judicial de cada uno de los
títulos que lo compusieron.
«En cuanto al registro gráfico y ubicación de las áreas respectivas
que lo compusiesen, la copia de datos con que ha de empeiar á con-
signarse, debe recogerse, ya sea de la parte cuyas mensuras y antece-
dentes se hallen en el archivo de la Comisión topográfica, ya sea
comprometiendo á los agrimensores á que pongan á disposición de la
oficina central un informe con copia circunstanciada de los antece-
dentes y operaciones sobre todos y cada uno de los trabajos realiza-
dos por ellos, cuyos datos conserven en su poder.
«Probable es que estos medios no den un resultado completo, por-
que la materia es de suyo diñcil para que así se consiga de otro
moiio que con el tiempo y la asiduidad en el examen y aprovecha-
miento de sus diversas fuentes de información. Pero sí á las ya refe-
ridas se agrega el de que se reduzcan á áreas gráfícas de terreno,
aquellas escrituras ó documentos de que no se pueda haber plano,
poniéndolas en relación matemática con las porciones medidas y co-
nocidas, creemos que se alcanzará á llevar empresa tan necesaria y
valiosa como la que V. E. medita á un punto muy cercano de la per-
fección por lo menos.
«Mucho tiempo ha empleado esta parte de la Comisión en investi-
gar si este trabajo debe preceder ó no al de la mensura general con
que y. E. lo ha relacionado en su decreto; y después de un maduro
examen de todas las dificultades, complicaciones y resultados proba-
bles, se ha decidido para aconsejar á V. E. que lo haga verificar si-
multáneamente; no sólo para no hacer depender del uno los benefi-
cios especiales que ha de dar el otro, sino para que los asientos, datos
é investigaciones de la mensura general sirvan en su progreso res-
pectivo de contraste, de justificativo ó de corrección á los trabajos del
registro, recibiendo á su vez esclarecimiento esa mensura de lo que
archive y consigne la Comisión del registro.
«Para el completo desempefio de los objetos determinados por
y. E. en el decreto de creación, la oficina central cuya formación
aconsejamos debe hallarse compuesta de modo que pueda inquirir y
determinar las acciones fiscales que le revele el examen de los titules
y datos que hemos referido; para que en cualquier documento, litis ó
caso ocurrente en que descubra derecho fiscal, dé cuenta inmediata
al Gobierno, quien apercibido del caso procederá como sea de regla
y justicia según las leyes existentes ó las que se puedan crear para
EN EL MIKlSTERtO 295
dar mayor eficacia y brevedad á los pronuDciainientos judiciales.
Esto objeto se llenaría de un modo casi perfecto si el Gobierno im-
pone sobre las Comisiones encargadas de la mensura general, el
deber de remitir á la oficina central los títulos que se le exhiban so-
bre el terreno, para anotarlos y establecer su origen en caso que no
lo están ya y devolverlos á cada propietario después de constatada su
anotación.»
La resolución gubernativa recaída al pie de la primera nota, esta-
blece que sin perjuicio de que el Gobierno se ocupe de la convenien-
te organización de la Comisión topográfica, es indispensable que la
Comisión lleve adelante el objeto de su encargo, contrayéndose la
primera sección á los medios más expeditos para llegar al desenma-
rañamiento de los títulos de propiedad, y la segunda á los medios
científicos más apropiados para proceder á la mensura general del te-
rritorio.
I>eiiii]icla de tterras.
Otro proyecto de tierras se presentó por intermedio del Ministerio
de Gobierno á la Asamblea, estebleciendo que los ocupantes, por
cualquier título, de propiedades públicas, aunque sean de las llama-
das sobras, podrán denunciarlas dentro del término y en la forma
que establezca el Poder Ejecutivo; que vencido el término seffalado
á los ocupantes, se admitirá la denuncia que haga cualquier individuo,
sin que bajo ningún pretexto pueda acordarse preferencia á los ocu-
pantes que no hubieren usado de la facultad que se les concede; que
los individuos cuyas denuncias hayan sido admitidas por el Poder
Ejecutivo gozarán de preferencia para la compra sobre cualquier otro
que la pretenda, fuere cual fuese el pretexto que alegare; que quedan
en todas sus fuerzas las leyes que absolutamente prohiben la enaje-
nación de tierras sea cual fuere la razón que se invoque; que se auto-
riza al Poder Ejecutivo para conceder en arrendamiento los terrenos
denunciados mientras no se proceda á la vente.
«La experiencia ha demostrado, dice el mensaje de 10 de mayo de
1860, que si bien la prohibición de dar curso á los expedientes de de-
nuncias de tierras, pudo en un tiempo producir buenos resultados,
contribuye hoy poderosamente á la ocultación de las propiedades y
á su pérdida total para el Estado con el transcurso del tiempo. El
Poder Ejecutivo acepta completamente todas las razones que tuvo
la Asamblea General para prohibir la venta de tierras públicas, pa-
ra suspender la tramitación de las denuncias, y aún para impedir que
se presentasen otras nuevas; pero cree también que habría conve-
niencia en admitir hoy esas denuncias desde que no produjesen
otro resultado en favor de los denunciantes que la preferencia para
el arrendamiento y para la compra en su caso».
396 EDUARDO AOlSyBDO
^ Parecieron tan evidentes á la Cámara de Diputados estas obserya-
ciones, que el proyecto fué sancionado en una sola sesión oon
ras modificaciones.
Pres«p«efitiMi m«iiiei|Müefi«
En el proyecto de presupuesto de Juntas Económico- Administra-
tivas de campafia para el afto 1863, que suscribe en primer término el
Ministro de Gobierno doctor Acevedo (Diario de Sesiones de la Cá-
mara de Diputados, de 26 de junio de 1861), se afecta á los departa-
mentos el producto de la contribución directa, el de los corrales de
abasto y el de los ramos llamados policiales, agregándose estas dos
disposiciones complementarias: que en el caso de que las rentas de
un departamento excedan de la suma de su presupuesto de gastos,
queda autorizado el Poder Ejecutivo para facultar á los Jefes Políti-
cos y á las Juntas Económico- Admínistrativad á invertir esos so-
brantes en mejoras materiales urgentes; y que en el caso contrario
de no alcanzar los ingresos á cubrir los gastos presupuestados, el Po-
der Ejecutivo podrá destinar de rentas generales hasta la suma de
seiscientos pesos mensuales con destino al déScit.
La tendencia manifiesta del Ministerio era en favor de una amplia
y liberal descentralización administrativa. Be discutía en la sesión
de julio 3 de 1860 la planilla de la Municipalidad de Montevideo,
y el doctor Acevedo condensó esa tendencia en los siguientes térmi-
nos:
< Toda la dificultad consiste en que la Junta no exceda en sus gas-
tos á sus recursos. Y entonces yo creo que todo quedaría allanado,
si se propusiese respecto de la Junta un artículo como el que el Po-
der Ejecutivo propone que se sancione respecto de los gastos genera-
les. Se dice en el artículo 3.o del proyecto de presupuesto: se autori-
za al Poder Ejecutivo para hacer trasposiciones cuando lo crea ne-
cesario en las rentas del presupuesto» sin exceder de la suma general
destinada á los gastos públicos. ¿Qué inconveniente habría entonces
en que se di